53
Pasó una hora desde los desastres ocurridos alrededor del mundo y desde el asesinato del presidente de Estados Unidos. El mundo entero estaba conmocionado. Los medios tenían mucho de que hablar, haciendo especulaciones y sacando teorías de lo sucedido.
Helena, Kara y Clay ya se encontraban en el penthouse. Los guardias permitieron el paso de los residentes al ver que ya no había peligro sísmico. Helena se encontraba escribiendo un nuevo artículo para el periódico con Kinthy acostada en sus piernas, mientras que Kara y Clay se encontraban en la sala repasando los registros fotográficos tomados anteriormente.
—¿Que harías si supieras que solo te queda un día de vida?— preguntó Kara a Clay.
—No lo sé. Tal vez aprovecharía para comer todo lo que pudiera, a tu lado, obviamente— Clay se acercó a Kara y la besó con ternura.
—No es posible que el mundo se esté yendo al carajo cuando apenas tú y yo comenzamos a estar juntos— Kara dejo su cámara y las fotos a un lado. Solo se recostó sobre el pecho de Clay y cerró sus ojos. Le daba una paz inmensa rozar su piel con la suya.
—Bueno, entonces nos iremos al carajo juntos— respondió Clay mientras acariciaba el cabello de Kara.
————
Cuando Tobías se encontró con el siguiente escuadrón, se llevó una sorpresa al ver que armas tenían: Arpones. Sí, esos malditos Arpones qué ya lo habían atrapado una vez. Y aún conociendo lo que podía pasarle, no dejo de sonreír complacido.
—No tienen ni la menor idea de cuánto extrañe esto— Tobías comenzó a correr de frente hacia ellos y tres de los soldados dispararon los arpones. Pudo esquivar dos de ellos, pero el último alcanzó a rozar su brazo.
Fue una herida pequeña, una herida que hubiera sanado en cuestión de segundos, una herida insignificante, pero ya no podía desaparecer así de fácil. Le estaba costando un poco asumir su nueva realidad, pero aún así no se desmoronó en ningún momento.
Al llegar con los soldados, pudo acabar con ellos con suma facilidad. Se sentía más fuerte que nunca, quizá porque de eso dependia su supervivencia desde ese momento.
Además, tenía que darse prisa. No sabía que tanto habían avanzando los planes de esa mujer así que debía salir de ese maldito laboratorio lo más pronto posible.
Por eso siguió avanzando por los largos pasillos, corriendo tan rápido como sus piernas se lo permitían. Al llegar al siguiente pasillo, se cruzó con un nuevo escuadrón, esta vez tres veces más grande que los dos anteriores.
Antes se hubiera lanzado hacia ellos sin temor alguno, pero ahora no podía permitirse esa acción suicida, eran demasiados, y como no había otro camino a seguir, decidió quebrar los vidrios de una ventana que estaba a su lado para poder adentrarse a esa nueva sala que se encontraba vacía por completo, aun no le daban uso alguno. Incluso las luces estaban apagadas, y Tobias no dudó en aprovechar ese pequeño detalle.
Los numerosos soldados no tardaron en adentrarse a la solitaria sala, pero solo se encontraron con una espesa oscuridad que les nublaba la vista, por eso encendieron las linternas de sus trajes y comenzaron a inspeccionar el lugar con cautela. Habían armarios, cajones vacíos y estanterías llenas de libros viejos y desgastados por el tiempo.
—Tengan cuidado, podría estar en cualquier parte— advirtió uno de los soldados.
Todos allí eran conscientes de lo que Tobías podía hacer, aún así tuvieron el valor de entrar a una muerte segura...
De repente, un grito ahogado se escuchó en el fondo de la sala. Algunos libros se cayeron de sus estanterías y los soldados no podían estar más tensos.
Segundos después, otro grito retumbó en esas cuatro paredes seguido de algunos disparos que no pudieron alcanzar a su objetivo.
Uno por uno fueron cayendo los soldados de forma silenciosa. Los restantes solo veían una sombra moverse por el lugar, pero no alcanzaban a seguirla con la mirada. Y cuando menos pensaron, ya solo habían dos de ellos vivos. Se encontraban de pie, uno detrás del otro, cuidando sus espaldas e intentando mantener la compostura.
Como último intento, ambos soldados comenzaron a disparar sus armas en todas las direcciones posibles. Aunque en el fondo ya tenían claro que estaban perdidos.
Después de unos segundos ambos detuvieron la balacera. Respiraban de manera agitada, les faltaba el aire y una fina capa de sudor se formaba en sus frentes. Sus corazones parecieron a punto de salir de sus pechos cuando, al fondo de la habitación, se escuchó una risa. No fue malvada ni tampoco burlona, fue una risa divertida...
—Vámonos de aquí— no se lo pensaron dos veces y los dos soldados corrieron por sus vidas, atravesando la estancia tan rápido como pudieron, pero antes de llegar a la puerta que daba con la salida, dos disparos certeros impactaron en sus cráneos. Al fondo de la habitación, se podía ver a Tobías soltando el arma que acababa de usar.
El hombre de los ojos escarlata se acercó a una de las cámaras que había en la sala, consciente de que lo estaban observando en ese mismo instante.
—Lamento que todo haya terminado así, pero ustedes no son mi verdadero objetivo. Salgan del camino, y no habrán más heridos— dijo Tobías con toda la serenidad del mundo. Tenía que salir de ese lugar cuanto antes, el verdadero enemigo estaba afuera esperando el momento correcto para actuar.
Por último, Tobias arrancó la cámara de la pared y la aplastó de un fuerte pisotón.
Zack lo había visto todo desde su teléfono móvil, el cual estaba conectado a las cámaras de seguridad. Su chofer personal le estaba llevando de vuelta a su hogar luego del incidente de la iglesia y los múltiples sismos que hubo en la zona. Las calles estaban colapsadas a causa de eso.
—Probablemente este sea el peor día de mi vida— admitió Zack mientras dejaba su teléfono a un lado para pensar con claridad, llevando sus manos a su cabeza. Una fuerte migraña lo había atacado desde hace unas horas, y no disminuía, en cambio, empeoraba.
Los sismos, la interrupción en su boda y el asesinato de Joe Biden por parte de esa mujer, la revelación de Tobías... No, no podía ser una coincidencia, algo estaba a punto de pasar, algo muy grande.
—Cambio de planes, llévame hasta los laboratorios— ordenó Zack al chofer.
—¿Que piensa hacer?— preguntó el conductor manteniendo la mirada fija en el camino.
—Arrancar el problema de raíz de una vez por todas.
Y, aunque lo haya dicho con toda la seguridad del mundo, ni el mismo podía creer sus palabras. Había dejado de creer en si mismo, y eso es algo parecido a estar muerto en vida.
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