40
Helena lloró todo el camino, ni siquiera se estaba fijando a dónde la estaban llevando, solo analizaba todo lo que había pasado. Al principio pensó que simplemente habían capturado a Tobías por todos los cargos que tenía, pero esos hombres no pertenecían al cuerpo policial, sus armas tampoco y mucho menos Zack. ¿Qué carajos hacia Zack ahí?
—Ya llegamos— dijo el chófer. Era la primera vez que hablaba.
Helena abrió la puerta y se dió cuenta de que se encontraban en el nuevo hotel que había comprado Zack hace poco.
—Quiero que me lleves a mi hogar por favor— ordenó Helena siendo muy gentil con el chófer, que no tenía la culpa de nada.
—Zack me dió ordenes directas y él es quien me paga. Lo siento.
La castaña suspiro con pesadez, salio del auto y se adentro al gigantesco edificio, mojandose un poco por la lluvia. El guardia y las recepcionistas la saludaron, pero Helena estaba tan enojada que no les dirigió la palabra. Solo se metió al ascensor y fue hasta el último piso, en donde se encontraba la suite presidencial. Zack le había entregado una llave que abría esa lujosa puerta, pero no le hizo falta, porque su prometido ya la estaba esperando.
—Hola mi...
—¿Que fue eso?— pregunto Helena mientras se acercaba rápidamente hacia Zack —¡¿Que mierda fue todo eso?!
—Solo estaba participando en un operativo, es todo.
La verdad no esperaba una respuesta tan explosiva por parte de Helena, eso demostraba la importancia que tenía Tobias en su vida.
—No me digas, ¿Ahora tambien eres policía?
—Yo tengo una pregunta mejor, ¿Ahora te haces la mejor amiga de criminales y asesinos que apenas conoces?
Esa acusación había tomado a Helena por sorpresa, totalmente.
—¿Que?
—Ya lo sé todo. No te hagas la sorprendida.
Helena no tenía palabras para rebatir las afirmaciones de Zack, ya no podía mentir.
—De verdad que no lo entiendo— Zack comenzó a llorar de la nada.
No lo hacía para dar lastima o pena, realmente estaba herido. Nunca había sentido algo parecido, como si el reino que tenía planeado construir con Helena se hubiera derrumbado por completo en cuestión de segundos. Era conciente de que tampoco era un santo, pero estaba trabajando en sus errores, poco a poco, día tras día, pero ahora las cosas cambiaron.
—Te entregué todo, ¡Absolutamente todo! Habría construído un trono para ti, ¡Habría matado a quien fuera por ti!— los ojos de Zack estaban envueltos en furia, pero no dejaba de llorar y Helena estaba comenzando a asustarse —Siempre di lo mejor de mi para que esta relación funcionará, ¿Y así es como me lo pagas?
—Zack, yo...
—Mírame a los ojos, Helena.
Ella no quería hacerlo, solo deseaba esfumarse, desaparecer de la faz de la tierra y no volver jamás. Su cabeza quería una cosa, pero su corazón otra, estaba en un conflicto interminable entre los que creía correcto y lo que en verdad deseaba.
Al final cumplió el deseo de Zack y lo miro directamente a los ojos. Podía ver la decepción en sus pupilas y su rostro estaba contraido en una mueca de dolor.
Y, de repente, el rubio se alejo de Helena y fue hasta el balcón de la suite mientras marcaba un número en su teléfono.
—Fonseca.
—¿Si señor?
—¿Ya está en las instalaciones?
—En efecto. Primero los vamos a procesar para...
—No— interrumpió Zack —Quiero que lo hagan sufrir, ¡Quiero que sus gritos se escuchen en el mismísimo infierno! Estaré allí en una hora.
—Si señor. Será todo un placer.
Zack colgó la llamada y luego volvió con Helena. Había dejado de llorar, pero su semblante aún parecía abatido y derrotado por completo.
—Zack...
—Cállate— escupió Zack —Dos días Helena, en dos días estaremos unidos el uno al otro, y eso nadie podrá impedirlo, ¿Me oíste? Oh, por cierto. Te vas a quedar aquí hasta que ese momento llegue, en caso de que quieras salir tendrás que hacermelo saber para preparar a los escoltas.
Eso fue lo único que dijo y luego salió de la suite, dejando a Helena con las palabras en la boca.
Justo en ese momento, el teléfono de la castaña vibró tres veces. Era Kara, quien estaba preocupada porque no había recibido señales de Helena desde hace horas...
«Quiero morirme» fue la respuesta de Helena, luego procedió a explicarle todo lo que había pasado.
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Las instalaciones de Zack se encontraban en un lugar muy industrial. Allí se producian miles de medicamentos comunes. Aún así, los expertos en el tema estaban emocionados de poder estudiar a Tobías y descubrir que era eso que lo hacía tan especial, el motivo de su inmortalidad.
Tobías seguía esposado de pies a cabeza, seguía sin poder ver nada por culpa de una bolsa negra que le habían puesto. Solo escuchaba el rechinar de las máquinas pesadas y las voces de algunas personas a su alrededor.
Luego, sintió como sus extremidades eran amarradas a varios tubos de metal mientras que su cuerpo se encontraba suspendido en el aire. También le pusieron un anillo de metal alrededor de toda la cintura para mantenerlo estable.
—Bienvenido— dijo una voz que reconoció levemente.
Le quitaron la bolsa que tenía en la cabeza y lo primera que vio fue el rostro de Fonseca con una gigantesca sonrisa. Pero había algo nuevo, estaba en una silla de ruedas.
—¿Que...?
—Lo mejor es que te vayas acostumbrando. Este será tu nuevo hogar.
Se encontraba en una especie de habitación completamente vacía. No tenía un mal aspecto, estaba hecho de cuarzo puro y todo a su alrededor era blanco, no había ni una sola mancha.
—¿Dónde está Kinthy?
—¿Quien? ¿El gato? Está en los cuartos superiores. Cómo podrás entender, también necesitamos estudiarla.
Tobías intento safarse con todas sus fuerzas, pero sus manos estaban totalmente inmovilizadas.
—Déjala ir, ella no tiene nada de especial— exigió Tobías con cierta irá en su voz.
—Al menos no de momento... Pero bueno, vayamos al grano, ¿Tienes idea de todo el daño que has causado?
—Sí, esa silla de ruedas te queda genial.
Fonseca forzó una sonrisa y sacó un arma que tenía guardada en su tobillo. Miró a Tobías fijamente y por último, disparó numerosas veces en su pecho.
Este último cerró sus ojos, muriendo al instante por el ataque, pero como siempre, la vida volvió a su cuerpo luego de unos segundos.
—Sigo sin creer que seas real. Tanto poder desperdiciado...— dijo Fonseca maravillado.
Los científicos que vigilaban lo que estaba pasando a través de las cámaras también quedaron atónitos al presenciar la habilidad de Tobías.
—No tienen ni idea de lo que están haciendo— replicó Tobías mientras seguía intentando liberarse de sus ataduras.
—No te preocupes, de momento no estamos planeando nada especial... El jefe me ordenó que jugara contigo un rato.
En ese instante, una mujer vestida de enfermera entró a la habitación con un carrito, en este habían docenas de herramientas de todo tipo. Desde sierras de construcción hasta un soplete...
—Debo ser honesto, nunca había hecho algo como esto y la verdad me da un poco de asco, pero cuando recuerdo que fuiste tú quien me dejo parapléjico, siento la necesidad de hacerte sufrir— explicó Fonseca mientras se acercaba a Tobías con una sierra de mano —Vas a desear no haber nacido, maldito demonio.
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