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30

Las piernas de Tobías fallaron por un momento, también sus oídos, escuchaba un agudo pitido dentro de su cabeza y solo podía observar a Helena dándose la vuelta para regresar junto a Clay.

—Helena...— exclamó Tobías mientras extendía su mano hacia ella, pero antes de que pudiera sentir el tacto de su piel, el detective Fonseca agarro su mano para esposarlo.

Fonseca le hablaba con seriedad, pero Tobías seguía escuchando ese extraño pitido en su cabeza. No tenía fuerzas para resistirse, ya no tenía fuerzas para nada, ni siquiera para llorar su despedida.

Se dejo esposar mientras veía como Helena seguía alejándose, su cabello se mecía en el aire y su aroma era cada vez más extraño para Tobías. Le hubiera encantado poder inmortalizar ese momento, pero un empujón le devolvió a la realidad.

—Andando— exclamó Fonseca secamente dándole pequeños empujones para que comenzará a caminar.

Tobías obedeció con cabizbaja y empezó a caminar hacia la salida del hospital siendo escoltado por el detective.

Fonseca subió a Tobías a la patrulla y emprendieron su camino hacia la comisaría. Nadie dijo nada en todo el trayecto, Tobías permanecía cabizbajo en todo momento y Fonseca estaba concentrando en la carretera. Hasta él sintió pena por Tobías.

La comisaría era grande, en parte por ser la estación principal de la ciudad. Habían diversas oficinas con personas recibiendo llamadas, la mayoría eran uniformados que ni siquiera se interesaban por los casos que recibían y solo se preocupaban por las donas que se comerían ese día. Un departamento corrupto e inservible, nada nuevo. Solo unos pocos tenían el valor de hacer lo justo y lo bueno...

Solo tardaron unos minutos en llegar a la comisaría. Dos policías escoltaron a Tobías hacia su celda y este ni siquiera opuso resistencia a pesar de que era dos veces más grande que esos dos gordinflones.

—Espero que no hagas nada estúpido— dijo uno de los policías mientras le quitaba las esposas a Tobías y lo empujaba adentro de la celda.

Tobías tenía las piernas tan entumecidas que cayó de bruces contra el frío pavimento de la celda. Ambos policías rieron, cerraron la reja y dejaron a Tobías allí tirado.

La celda tenía un aspecto deplorable, tenía un pequeña ventana que daba a la calle, un inodoro maloliente y unas sábanas tiradas sobre un rectángulo de concreto que simulaba una cama.

—Deberías verte en un espejo, luces terrible— confesó una voz que venía desde la cama, se trataba de esa hermosa mujer —Antes eras un fiero guerrero que luchaba codo a codo junto a los grandes ejércitos, tenías la gloria ante tus pies, ¡Amabas el calor de la batalla! La adrenalina corriendo por tus venas... Pero mírate ahora, un hombre abatido y sin nada que ofrecer, pareces un vagabundo. Incluso dejaste que te atraparán y te volviste descuidado. Eres patético.

—Es lo que querías, ¿No?— contestó Tobías aún tirado en el piso. En verdad lucía patético.

—La verdad es que sí. No he dejado de usarte todo este tiempo, pero también te guardo mucho cariño, por eso digo que ya no te ves como el temido demonio que eras antes. Además, ya eres medio famoso, tus vídeos en internet suben como espuma. La gente cree que el color de tus ojos se debe a un tatuaje, que loco, ¿No crees?

Está vez Tobías no respondió nada. Sentía tantas cosas a la vez que su mente iba a explotar. Incluso pensó en golpearse la cabeza contra el suelo para dejar de pensar un rato, pero no quería mover un solo músculo. El hecho de hablar ya era demasiado.

Por su mente pasaban las imágenes de Helena, cuando tuvieron su primer encuentro, cuando estaban en la caída de agua, cuando se besaron mágicamente... Diablos, era una tortura.

En ese instante llegó Fonseca a su celda.

—Arriba— ordenó tajante mientras metía la llave en el cerrojo. Pasaron los segundos y Tobías no sé movía de su sitio —He dicho arriba.

—Bueno, luego seguimos hablando cariño. Diviértete— dijo la mujer mientras desaparecía como una sombra.

Tobías seguía sin prestarle atención a Fonseca así que el detective sacó una pistola electrica de su bolsillo para dispararle a Tobías en la espalda baja. Apenas si sintió el voltaje.

—Arriba— repitió Fonseca con molestia.

No le apetecía hacerlo, pero tarde o temprano tenía que ceder así que terminó por ponerse de pie con muchísima dificultad. Lucía imponente frente a Fonseca, pero este no se dejo intimidar por eso. Simplemente volvió a esposarlo para escoltarlo hacia la sala de interrogación.

Había una mesa y dos sillas, también un gran ventanal polarizado en dónde habían cuatro personas observando las cámaras y comportamientos de Tobías, era la zona de control. Estaba clasificado como alguien muy peligroso por los últimos incidentes que ha tenido en las calles y en el bar...

—Muy bien, creo que empezamos con el pie izquierdo— comenzó Fonseca mientras se acomodaba en su silla, invitando a Tobías a hacer lo mismo. El detective sonrió al ver que se sentaba. Quizá ser amable era la solución —¿Cómo te llamas?

Tobías no dijo nada, tampoco hizo el mínimo movimiento. Se mantenía con cabizbajo mirando la mesa... Cualquiera podría pensar que está muerto de no ser por los leves movimientos de su pecho al respirar.

—¿Eres tú la persona que sale en esta foto?— Fonseca sacó la foto de la Primera Guerra Mundial de su gabardina y se la mostró a Tobías, quien seguía en completo silencio —¿Por qué estabas golpeando a ese hombre ayer en la noche?— nada, no recibió respuesta a sus preguntas —Maldito idiota.

El detective Fonseca miro a una de las cámaras y negó con la cabeza. Intento hacerlo por el método pacífico, solo quedaba hacerlo del método violento, su favorito.

—Al parecer no quieres cooperar... Muy bien, pasemos al policía malo— Fonseca se levantó de su silla y lanzó un derechazo hacía Tobías, que ni siquiera se inmutó —¿Quien eres? ¿Por qué no tienes registro?— volvió a golpearlo, está vez con más fuerza —Incruste una bala en tu cabeza, ¿Por qué no estás muerto?— otro derechazo directo a su mandíbula y Tobías seguía sin decir nada —¡Di algo, maldita sea!

El rostro de Tobías comenzó a sangrar y, como por arte de magia, Fonseca vio como sus heridas se desvanecían. Abrió sus ojos como platos y sacó su revólver.

—¡Fonseca, espera!— gritó alguien desde la zona de control.

Él no acató el llamado y vacío todas las balas de su revólver en el pecho de Tobías, quien cayó inerte sobre la mesa que se estaba llenado de la sangre que salía a borbotones del pecho de Tobías. El sonido de las balas había retumbando en casi toda la comisaría.

—Vamos, muéstrame que es eso que te hace tan especial— pidió Fonseca mientras miraba fijamente a Tobías aún con su revólver en mano.

Y, justo como esperaba, las balas comenzaron a salir del pecho de Tobías. Todas rebotaron en el suelo y segundos después, Tobías recobró el aliento, recuperando su postura y su intimidante mirada.

Los agentes de la zona de control se quedaron atónitos al presenciar ese sobrenatural hecho, por parte de Fonseca, él ya se lo presentía...

—El señor Zack se va a alegrar mucho por esto— dijo Fonseca sonriente mientras volvía a poner el revólver en su lugar.

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