Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

El ingeniero

—Hoy he soñado algo completamente extraño, ¡puf! , no es que fuera una pesadilla, más bien diría que me hacía sentir de alguna manera, bien, no sé...pero era raro, muy raro—Conrad sorbía café americano y hablaba con Tina, su pequeña y graciosa mujer, de ojos grandes hundidos en grises ojeras, que la hacían tener una mirada penetrante; de piel blanca, y boca perfilada y cuya naricilla pequeña, algo alzada y graciosa se asemejaba a la de un duende de los bosques que le miraba embobada por el sueño acumulado tras días de insomnio.

  — Creo que es normal Con, yo estoy igual — unas lágrimas asomaban contenidas en los párpados inferiores de los ojos negros de la mujercita. 

  — Lo sé joder, lo siento — con compungido gesto se acercó a Tina, que estaba sentada frente a él, al otro lado de la mesa de la cocina de tonos beis y blancos marmóreos, donde desayunaban si había tiempo.

  — No soporto esto, no sé si voy a poder Con—arrancando a llorar sin compasión, más que por ella misma, Tina se desbocó en gemidos que atrajeron a su marido de manera inquietante para él, pues sufrió una erección  inesperada.

  — Lo sé... cariño. ¡Ey!...— y tomándola con sus dos manos por las mejillas, la besó con dulzura y algo de lascivia, mientras las lágrimas  entraban a formar parte de la lubricación entre los labios de ambos.

  — Vete, estaré bien —Tina deseaba estar sola. Aunque amaba a Conrad, la pérdida reciente era excesiva para ella y un vacío casi sombrío,  que horadaba su pecho, le impedía sentir las cosas como antes.

  —  Si te encuentras mal, llámame. Hoy salgo hacia el Valle.  Sabes que estamos en el kilómetro 468 y que allí, entre aquellas montañas tan altas, a veces no hay cobertura. Si ves que te encuentras muy mal llama a Jake, estará en Dinhur, allí sí hay cobertura. Él me avisará— miró a Tina, mientras decía todo aquello sabiendo que ella estaba en otra cosa. Ni siquiera había podido contarle su pesadilla.

  —  Si. Tranquilo, ve...— y con su taza de café, su pijama blanco y su cara de tristeza, Tina se fue de nuevo a la cama dejando a Conrad solo.

Ferrocarriles, puentes, diques,canales, presas, puertos, aeropuertos y, como ahora, carreteras que conectaran unos lugares con otros. El país estaba muy desarrollado en lo que a infraestructuras se refiere, en casi todos los condados habían carreteras nacionales y autovías, ferrocarriles, aeropuertos... menos allí, en el condado del Incapur. Y la causa de esta falta de inversiones no era baladí pues la zona era tan sumamente escarpada que se hacía complicado entrar con la maquinaria pesada suficiente y adecuada para horadar la roca y construir, sin el peligro de una alta siniestralidad laboral (tanto de peones de obra como de maquinaria pesada que más de una vez había quedado atrapada e incluso se había desplomado por algún terraplén de suelo poco firme) Pero otra causa era más importante aún que la primera: los habitantes del Valle, no pagaban impuestos desde hacía al menos 70 años, nadie pagaba ni un céntimo. Y la cuestión era que esta esta indisciplina ciudadana era casi imposible de remediar,  ya que las multas por no pagar, eran obviadas igual que los impuestos y no se podía encarcelar a un pueblo entero de mas de dos mil habitantes. Se había llamado al orden al alcalde, pero éste no pagaba impuestos, como todos los demás, y la insumisión era tan coordinada y pertinaz que desde el gobierno central se había tomado la determinación de incluir al Valle en los planes de los distintos ministerios: salud, fomento, educación..., a pesar de que en otros condados los ciudadanos, sintiéndose discriminados, se habían manifestado en contra de realizar inversiones en la zona. 

Conrad era Ingeniero de caminos del estado. Un tipo corriente que acababa de perder a su hijo de unos meses en circunstancias extrañas, aunque la causa de la muerte o, más bien, el diagnóstico de los forenses al realizar  la autopsia era "muerte súbita". Tan apenado como Tina  sentía que su vida se tambaleaba, pero quería mantener la normalidad, porque para sus adentros creía que era la manera de ayudarla a ella. ¿Por qué se supone que las mujeres sienten más la pérdida de un hijo que los hombres? — pensaba él— y su dolor era insoportable, y su vida era una pesadilla cotidiana;y las noches eran completamente insufribles;y los fines de semana soledad compartida. Pero amaba a Tina y, por ella, se esforzaba cada día en mantener una vida coherente, racional, con algún sentido—el que fuera—pero algún sentido.

Aquella zona del país, tan recóndita, tan extraña, tan sacada de otro planeta le desagradaba terriblemente a Conrad. Esa era, también, una de las causas de su acelerada vuelta al trabajo. No soportaba mandar a su equipo de gente a currar a aquel lugar inhóspito de gentes suspicaces y raras, que recelaban de todos los forasteros, por muy compatriotas que fueran. Y allí, entre montañas escarpadas se pasaba los días, construyendo carreteras imposibles sobre caminos únicos que determinaban la senda de las nuevas construcciones de asfalto.

Aquel día, y con aquel sueño extraño en la cabeza aflorando como ráfagas en su mente llegó, tras dos horas de carretera. A veces, antes de que su hijo muriera,  se quedaba a dormir en un pueblito cercano a las montañas, al otro lado del Valle, donde la civilización "normal"todavía existe  llamado Dinhur. Pero ahora no quería dejar sola a Tina. Sabía que esa soledad, terminaría influyendo en ella como una losa, y acabaría por distanciarlos completamente, sobre todo después de la gran desgracia. La imagen se repetía en la cabeza del Ingeniero, y conforme más se acercaba a su lugar de destino, más se le aparecía esa imagen. Veía una gran cueva en la pared vertical de roca rojiza de una gran montaña, y en ella una figura humana blanca y resplandeciente,  que contrastaba contra el fondo negro, cual niebla opaca,  que parecía emanar de la cueva.  La figura no tenía rostro, y dándose media vuelta se introducía en la oscuridad del agujero alejándose despacio de manera que, ante la mirada de Conrad, aparecía como un punto luminoso dentro de aquella sima. Y ahí acababa su sueño.

Ahora, en la vida real, todo le parecía más surrealista, si cabe, que en su propio  sueño. El agujero de la montaña aparecía ante él. Habían dinamitado la montaña más alta que daba directamente al Valle, al que se llegaba solamente por un camino rural que la rodeaba por completo en circunvalaciones imposibles y precipicios aterradores. Aquella mole de cobre y piedra era un titán interpuesto entre el Valle y el mundo de los hombres. El mundo de luz quedaba a este lado, las sombras de los bosques umbríos y negros del Valle, al otro. Conrad estaba, sin saberlo, adentrándose en la oscuridad. 

Un coche pequeño necesitaría ir a 20 o 30 kilómetros por hora para no salirse de aquel caminucho de cabras montesas que los del Valle usaban desde tiempos inmemoriales, andando, por aquellas sendas vertiginosas. Por eso la voladura de la montaña estaba justificadísima. Pero los vecinos del pueblo del Incapur estaban en contra de las obras y en absoluto estaban dispuestos a colaborar en ellas. Ni aportaban hospedaje, ni alimentos, ni colaboración de ningún tipo. Todo lo necesario era traído de fuera. Y los obreros estaban muy a disgusto en aquellas tierras tan poco agradables cuyas gentes los rechazaban o más bien los ignoraban como si no existieran. La misión tenia que durar lo menos posible para salir de allí lo antes posible.

Conrad coordinaba las voladuras. Y aquel coloso de piedra iba cediendo ante la potencia de la pólvora milenaria, quizá a regañadientes, pero cedía poco a poco y las vetas de piedra solemne caían como los brazos, caídos por el abatimiento, de un gigante moribundo. El estruendo era su llanto, los temblores de las explosiones, sus estertores; la montaña era un ser descomunal que gemía ante su propia destrucción. Todos los obreros e ingenieros miraban expectantes la llegada de la luz al otro lado del túnel. Y Conrad con ellos pero, apartado de los demás, se debatía consigo mismo en un conflicto de pensamientos encontrados y emociones entremezcladas. Algo no iba bien en todo aquello, algo sombrío acechaba desde el interior de aquella piedra maciza,  pero solo él era consciente. Solamente él pensaba que todo era una grave equivocación. No era una simple intuición personal, era evidente que aquellas hurañas gentes no querían salir de su aislamiento ancestral. Pocos extranjeros se habían adentrado al valle para quedarse definitivamente en él, y los que lo hacían acababan convirtiéndose en sigilosos y escurridizos personajes alienados por las rarezas del lugar y sus lugareños perdiendo, la mayoría de ellos, su relación con las familias de origen.La pregunta estaba servida en su mente: ¿por qué?, ¿para qué?... no existen intereses económicos en el lugar. Si sus gentes están en contra de formar parte de la humanidad, ¿a qué viene el empeño de la humanidad por hacerles formar parte de ella? Mucho mejor sería—según barruntaba mientras barrenaba la montaña—dejarlos en paz. 

Conrad sabia todo esto de manera inmediata e intuitiva. Miraba el túnel y sabía que algo acechaba desde el interior de la montaña. Algo ancestral, algo que siempre había estado allí, aletargado en el tiempo infinito del subsuelo, algo que esperaba ser descubierto, desatado, liberado, algo informe, tal vez, pero que no tardaría en dar su rostro a conocer. Y apareció, apareció al otro lado la luz oscura del Valle. Esa luz que eran tinieblas. Todos supieron que a partir de ahora, cambiaban de espacio y de tiempo, dejándose engullir por la montaña y pasando a ser su alimento. El Valle del Incapur, aquella fosa repleta de encantamientos, de seres extraños con forma humana, de plantas modificadas por las condiciones ambientales deformes; aquel lugar de otro tiempo que deseaba descansar aislado eternamente y que estaba siendo violado por los los hombres mortales; aquel pedazo de tierra invertida en su estructura siendo, más bien,— como Conrad pensaba— el interior del planeta dado la vuelta sobre sí mismo y recreando, a su manera, la vida del exterior como una copia inmadura y aberrante.

Pero la casualidad, que nunca existe, quiso que estas explosiones dinamiteras acabaran a la hora del medio día. Los obreros se miraban con ganas de dejar ya el lugar, ir a comer y descansar, pues la noche llegaba, en esta época del año, muy temprano a esta zona y todos querían detener el trabajo. Había sido un día duro desde bien pronto, y Conrad ordeno parar los trabajos y dar el resto del día libre. Él se quedó allí, inspeccionando la cueva reciente durante un rato más—según dijo a su equipo, solo estaría una hora más—pues quería revisar el trabajo realizado, y planificar el del día siguiente. Todos se marcharon satisfechos. Sabían que ahora, a pesar de todo, quedaba la parte mas fácil: llegar hasta el profundo Valle tras la colosal montaña seria pan comido.

Cuando estuvo solo se paró frente a la cueva, negra y profunda, cuyo final mostraba una tenue luz sombría del otro lado. Quinientos metros de túnel. Se sentía inquieto, no obstante, por las visiones del sueño de la noche anterior que le seguían incordiando cual destellos luminosos. Y así se tiró un buen rato, contemplando la obra, que debía ser apuntalada en su totalidad, para comenzar con el encofrado y pavimentación de la misma. Se acercó algo más hasta tocar la tierra y las piedras de la entrada. Y vio entremezcladas en ellas, pequeñas esferas blancas, blancas de pureza sin igual. Repasó mentalmente los minerales que podrían constituir aquellas estructuras, pero rápidamente se dio cuenta de que no era un mineral, sino algo biológico, aunque para él totalmente desconocido. Tomó una gran linterna y se adentró para ver aquello. Desde el suelo y las paredes, aquella sustancia comenzaba a supurar de manera lenta, casi imperceptible para el ojo humano, pero inexorable. Hacía tan solo unas horas nada de todo aquello se mostraba en la superficie. Pero ahora era algo evidente, algo palpable, cuyo olor fétido comenzaba a saturar el olfato y el gusto de Conrad.

Sin pensarlo mucho, tocó aquellas cosas, se adentró hasta casi la mitad de la cueva pero de repente viéndose rodeado por la sustancia, se asustó y echó a correr, metiendo uno de sus pies en aquella masa informe y cayéndose al suelo. Entonces lo supo, aquello era un ser vivo, era algo sin forma, pero vivo. Su cuerpo tendido bocabajo en aquel suelo del interior del túnel fue siendo absorbido por la sustancia viscosa, los gritos eran terribles, sus intentos por escapar furibundos, pero aquella cosa lo retenía y poco a poco lo absorbía. Las carnes le dolían como si las penetraran miles de agujas a un mismo tiempo, pero su forma corporal seguía intacta, entonces alzó la cabeza hacia la luz del otro lado del túnel, el del Valle, y pudo ver las sombras oscuras a contraluz,  paradas y estáticas,  de una muchedumbre observando su muerte, sin hacer nada por él, a pesar de sus gritos de socorro, de sus llantos, de sus gemidos de dolor...

Nadie supo más de Conrad. La sustancia blanca, desapareció. La linterna se hallaba tirada en el suelo.

Se le buscó durante meses. Equipos de búsqueda especializados rastrearon los bosques, las montañas, el río, las casas, los sótanos... nada.

Una indemnización para la viuda, y Conrad fue dado por muerto al año de haber desaparecido.

Sin embargo, los del Valle sí sabían.  

Sabían que de allí adentro,  en el fondo de la montaña, aquella masa informe les brindaba la oportunidad que siempre habían intuido, pero que nunca habían comprobado: la de ser eternos. Un ser de otra especie acababa de llegar al Valle del Incapur,desde el interior de la tierra;  un ser que tomaba el cuerpo de los hombres pero mostraba su propia naturaleza: llegó el hombre blanco, el albino puro, saliendo de la montaña Funzo se quedó en aquel lugar, convirtiendo a todos aquellos hombres en otra cosa

Pero esta ya, es otra historia.


















Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro