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Capítulo 10: Crimen y castigo #3


Después de abandonar sus aposentos en donde dejó durmiendo a su preciosa diablesa, Ho-seok volvió al piso superior, a ver cómo lo llevaba su castigado.

Al abrir la puerta se seguía oyendo la televisión, pero lo que había cambiado notablemente era que Jin yacía inmóvil con la cabeza hacia arriba, sin emitir sonido o movimiento alguno.

―Vaya, vaya... así que te cansaste de gritar por fin. ―Le habló, dando un golpe en la televisión, apagándola de inmediato.

Habiendo cesado por fin ese escándalo, Seok-jin enderezó la cabeza. El recién llegado chasqueó sus dedos y lo liberó del agarre de la silla. El mayor suspiró y masajeó sus muñecas y cuello.

―¿Qué dices? ¿Vamos por un segundo round?

―Ja. ―Se puso de pie ―. Olvídalo amigo, olvídalo amigo. Búscate a otro, amigo.

―Tú no pierdes tu brillo, ¿eh, Seok-jinnie? ―dijo, chistando con una sonrisa que esfumó al instante siguiente.

Pateó con sutileza unos zapatos de baile de color rojo frente a él.

―Póntelos, ¿quieres?

―¿Pa-Para qué?

―No preguntes. Solo hazlo ―demandó, arqueando una ceja en signo de fastidio.

Jin dio un profundo suspiro, ya muy cansado y también hastiado.

―Está bien, adelante. Porque no tengo miedo, ¿sabes? Lo haré ―dijo, acelerando un poco el habla, quitándose las zapatillas y calzando esos zapatos rojo sangre ―. ¿Y ahora qué? ¿Saldré volando?

―Quiero que me muestres el paso que olvidaste en el escenario. ―Se situó delante de él y se cruzó de brazos ―. Porque sí, sé que olvidaste los pasos y tuviste que observar a los demás ―agregó, inclinándose hacia delante un momento.

Jin tragó saliva. Después de todo lo que había ocurrido lo que menos se hallaba en su memoria eran los pasos de baile efectuados en la presentación.

―No me digas que los olvidaste.

―¿Me golpearás si digo que sí?

―Por favor, ¿qué ganaría golpeándote? Haré algo mejor: te daré una lección intensiva de baile. Tal vez aprendas una cosa o dos.

Hobi tomó distancia y comenzó a desplazarse, iniciando el baile del show desde cero. A los pocos segundos, los zapatos rojos que se había puesto Jin actuaron, moviendo sus pies y replicando sus movimientos a la par del bailarín. Para cuando terminó, tomó asiento un poco agitado, sobre uno de los mesones de madera a unos metros de distancia y observó cómo los zapatos se encargaron de reproducir el baile una y otra y otra vez, hasta que el pobre Jin estaba sin aliento, esparciendo gotas de sudor por doquier.

―Ho-seok, ya fue suficiente, ¿por qué no logro detenerme?

―Jinnie, ¿no has oído la historia de Los zapatos rojos? La pobre Karen jamás pudo dejar de bailar.

―Haz que pare, ¡por favor!

―Tonterías. Es muy pronto todavía ―dijo, poniendo música desde su teléfono celular, bajó de la mesa de un salto y se incorporó a su lado para bailar.

Conforme reproducían la coreografía, incluido el breakdance, reiteradas veces, más se movía por el encanto de los zapatos que por voluntad propia. Súbitamente, la pista siguiente comenzó a escucharse por medio del aparato, y con mucho entusiasmo todavía, Hobi avanzó unos pasos y continuó bailando, pero lo que no tomó en cuenta fue que el calzado impulsó a Jin a su lado, copiando sus movimientos.

―¿Qué estás haciendo, tonto?

―¡No puedo evitarlo, son los zapatos!

―Ah, ¿crees que puedes ponerte a mi nivel? ―indagó, alzando una ceja.

Hobi aumentó la velocidad en sus pasos, separando con amplitud las piernas e incorporando el movimiento de todo el cuerpo.

―Ah, ¡basta, por favor! ―imploró Seok, agotado.

―Apenas estoy empezando.

El experto pisó con firmeza. Giró, saltó y se movilizó incluso más rápido que antes. Para cuando concluyó la última canción ya era visible su agotamiento físico, así como el sudor dejando su ropa empapada y pegada a su cuerpo, además de las gotas escurriendo por su rostro y cuello. Se aproximó a su teléfono a detener por fin la música y recobró el aliento. No obstante, Jin no podía parar los movimientos sin importar lo cansado que estuviera y cuanto quisiera detenerse.

―¡Ho-seok, haz algo! ¡Haz que se detenga! ―Le gritó alarmado, avanzando hacia él.

El aludido se hizo a un lado de su trayectoria y estiró la pierna, derribándolo de una zancadilla. Levantó sus piernas, separó los pies del suelo y removió él mismo los zapatos, arrojándolos lejos.

―Ah... Gracias... Gracias ―expresó entre suspiros, con su pecho bajando y subiendo frenéticamente.

―No lo pensé. Solo actué. ―Sonrió de lado.

Ho-seok se acercó al minibar en una esquina y tomó una botella de agua, a la cual le dio un vasto trago.

―Toma. Hidrátate antes de que te desmayes. ―Le dijo a su acompañante, entregándole otra botella.

En cámara lenta, Jin la tomó, la destapó y humedeció su boca, no pudiendo evitar colapsar sobre el piso al momento siguiente, respirando muy agitado todavía. Hobi no se encontraba ahora en un mejor estado, por lo que se desplomó a unos pocos metros junto a él.

―Por favor, dime que el castigo ya acabó. No podría soportar más.

―Tranquilo... Ya está ―confirmó, haciendo un breve ademán con su mano, dejando que cayera sobre el frío suelo, que rápidamente ambos comenzaron a empañar con su calor corporal y humedecer con sudor.

―De verdad lamento que te hayas caído en medio del espectáculo.

―¿Qué más da ahora? Ya hice el ridículo.

―Eso no es cierto. Son accidentes... a veces ocurren.

―No puedo permitirme tener más accidentes. Me dejan vulnerable y eso no me gusta.

―Solo fue una caída. Además, no fue tu culp...

―¡Odio caer!

―Sí, bueno... ¿A quién mierda le gusta caer?

Ho-seok mantuvo los ojos en el cielo raso de la habitación y suspiró profundo.

―¿Sabes cómo llegué aquí, Jin?

―Te quedaste sin tu alma. ¿Qué te pasó a ti? ¿La vendiste? ¿Mataste a alguien? ¿La ofreciste por alguien más? Vamos, suéltalo. Veo que lo necesitas.

―Yo... Yo era de verdad muy feliz con mi vida. No fue una fácil, pero me mentalicé en tener esperanza. Ese era mi apodo, "J-Hope". Mi emblema. Pero... todo se fue a la mismísima mierda cuando me enteré que mi novia había vendido mi alma para saldar una deuda que tenía con tres mafias diferentes.

―Oh mierda... ―expresó atónito.

»Era una adicta. Pero yo la quería. Estaba ayudándola con su rehabilitación, ella... ni siquiera tenía que decirme nada... hubiera dado mi alma pedazo a pedazo por ella. No merecía esa crueldad... esa traición. Fui arrastrado al averno. Maltratado, utilizado... y nadie me ayudó. Tuve que sacarme yo mismo de ahí. Pensé que jamás podría volver a ver mi casa, mi familia, mis cosas... a ella... Pero lo hice. Dándome cuenta que en mi ausencia, nada había cambiado. Nadie preguntó por mí, ni una vez.

―Rayos, eso es... un golpe muy duro. Lo lamento mucho.

»Mi novia estaba en sus últimos momentos, porque había adquirido una enfermedad terminal. No pude enojarme. Y lo que era peor... quise ayudarla una vez más. Pero ella, probablemente dándose cuenta de que ya había sido demasiado... dijo «no», entonces me fui. Caminé sin rumbo, llorando mares. Poco a poco entendiendo mi declive. Poco a poco abandonando mi esperanza, mis anhelos, mi amor... que fue pisoteado por todos los que alguna vez me rodearon. Ahora ya no me queda nada, Jin... Solo mi odio... conmigo mismo.

―No seas estúpido ―soltó de repente, acomodándose más cerca de él, chocando su cabeza contra la opuesta en el suelo ―. Eso no es cierto. Eres un excelente bailarín y tienes a miles de demonios volviendo a tus espectáculos cada noche. Le has enseñado a moverse a un inepto como yo. Tienes mucho talento. Y si no supieron apreciar lo que fuiste, ellos se lo pierden. A decir verdad... se han perdido de alguien maravilloso. ¿No estás de acuerdo conmigo, J-Hope?

Jin logró escuchar un muy camuflado sollozar a su lado en conjunto con el constante sorber de las fosas nasales.

―Idiota. ¿Estás llorando?

―¡Claro que estoy llorando, imbécil! Tocar mi pasado siempre me pone así.

―¿Puedo decirte J-Hope?

―Sí. Puedes decirme como te plazca.

―De acuerdo... J-Hope ―dijo con una voz lánguida, batallando con el pestañeo constante de sus ojos.

―Hacía mucho tiempo que no hablaba de esto. Eres bueno escuchando, ¿eh, Seok-jinnie? ―No obtuvo respuesta ―. Jinnie. ―Movió la cabeza hacia él, dándose cuenta que no había podido aguantar más, y había caído preso del sueño.

Hobi infló sus pulmones, soltó despacio todo el aire y se levantó. Cargó al muchacho sobre su espalda y lo llevó hasta su habitación, desplomándolo en su cama.

―Gracias ―susurró muy quedo, dedicándole una última vez la mirada. Cerró la puerta y le permitió por fin poder reposar.

―¡Ahí estás!

La repentina voz de Chlorine, retumbando en todo el pasillo, lo tomó por sorpresa, llevando rápido su atención hacia ella, quien se avecinó con rudeza, pisando firme con sus finos tacones.

―¿Jin está en su cuarto? ―Se detuvo a centímetros de su cara, con las manos en la cintura y sus grandes ojos fijos en los de él ―. ¿Cómo está? ¿Qué le hiciste? Yo... pelearé contigo ―dijo, con su voz un poco temblorosa y subiendo sus puños a la altura de sus pechos.

―Relájate. ―Bajó los párpados y posó una mano sobre su hombro ―. Jin está durmiendo ahora. Está exhausto, pero estará bien después de descansar.

La chica cerró los ojos, aflojó el cuerpo y suspiró pesadamente. Ho-seok le dio una suave palmada y se marchó, dejándola atrás.

Entró de nuevo a su habitación, se agachó bajo su cama y sacó de ahí una pila de papeles que llevaba un tiempo guardando ahí. Eran calendarios que él mismo había escrito a mano, con todos los días rayados, exceptuando el 18 de febrero: el día en que su vida tal y como la conocía, la que apreciaba y aceptaba, había llegado a su fin. Con el manojo en mano, apretándolo, se acercó a una de las mesas de noche junto a la cama, abrió el cajón y esculcó hasta agarrar un encendedor. Abrió la ventana del dormitorio y luego de varios intentos el fuego se liberó, chamuscando el material de inmediato. Hobi se quemó sus dedos en el proceso, pero no le importó, y no soltó los papeles sino hasta que fueron consumidos por completo y alejados en el aire por el viento.

Melisa, bostezando y restregando sus ojos, se le acercó por atrás y reposó sus labios sobre su espalda desnuda.

―¿Qué estás quemando, Hobi? ―Corrió su cara a un lado y se abrazó a su cintura.

―Algo que ya no tiene remedio y que no vale la pena ―respondió, sacudiendo sus palmas y alejándose de la ventana, volteando hacia su chica, quien se separó un poco y lo miró a los ojos, leyendo su nostalgia como un libro ―. Mel... ―La tomó del mentón ―. Si yo de repente quisiera no ser tan agresivo en el sexo... Si yo quisiera que fuéramos más lento, suave y con más dulzura... Tú... ¿querrías seguir estando conmigo?

―¿Por qué me preguntas eso?

―Responde, por favor.

―Bueno... sería un gran cambio ―contestó con franqueza, arqueando el entrecejo hacia arriba, ambigua.

Él bajó maquinalmente la cabeza con abatimiento.

―Pero... ―continuó, siendo ella quien lo tomó ahora de la barbilla, haciendo que la mirara ―. A mí me encantan las manos de mi Hobi, recorriendo mi cuerpo como él quiere. Y me fascina ese pene que tiene, llevándolo dentro mío, como a él más le gusta. Así que... ¿Por qué no? ―expuso, sonriéndole ladina y contagiándole su mueca en la brevedad ―. Es más... ―añadió, rodeando su cuello con sus brazos ―. ¿Por qué no probamos ese cambio ahora?

La muchacha se adosó y besó sus labios, riendo entre dientes después, cosa que él también hizo, a la vez que asintió repetidas veces. Ella rodeó su cintura con sus brazos y retrocedió hasta que cayeron sobre el colchón; él se sostuvo con sus manos a los lados y bajó con su cabeza, hallando sus belfos una vez más. Se dieron repetidos besos, humectándose poco a poco, probándose con sus lenguas, abriendo sus bocas y dejando escapar jadeos opacos y ahogados por la saliva que compartían. Aprisionaron la suave piel luego para continuar mojando la cavidad bucal del otro, entre chasquidos, entre dulces gemidos hasta separarse dejando solo un fino hilo salival, mientras que se miraban con ojos que rebosaban en lujuria, en tanto se relamían los labios con deseos de más.

Ho-seok descendió con su boca de nuevo y depositó un beso en su mentón, pasó por su cuello, donde se estacionó un rato, después su clavícula, ambos pechos, regalándole unas lamidas y suaves mordidas, deleitándose con sus eróticos gemidos. Siguió por su vientre hasta llegar al pearcing en su ombligo, entonces levantó un poco la cabeza, conectando sus ojos con los de su chica.

―Mel... te ves hermosa.

―No tanto como tú, solecito. Créeme ―dijo entre suspiros.

Con el mensaje del jefe y el bullicioso heavy metal, otro día daba comienzo. Seok-jin consideraba que en definitiva no había peor alarma que aquello, sin embargo, se sentía muy bien descansado, como nunca antes. Abrió los ojos, sintiendo desconfianza por defecto, pero para su sorpresa, nadie se encontraba con él invadiendo su cama, su cuarto ni mucho menos su espacio personal. Suspiró aliviado y se tomó su tiempo para desperezarse antes de levantarse; sentía una ligera sensación de calor y pesadumbre, aunque lo achacó a todo el desgaste físico de la noche anterior.

Tomó un cálido baño, masajeando bien sus adoloridos músculos, y después seleccionó su guardarropa: una camiseta blanca de cuello redondo y mangas cortas, un saco azul marino sin botones, cuyas mangas subió un poco; unos jeans oscuros y zapatillas blancas. Se miró al espejo de pie que tenía junto a la ventana y con un simple movimiento de sus dedos separó su cabello, dándole volumen y dejando su frente descubierta en el centro. Definitivamente Jimin era mejor con el cabello de lo que podría ser él.

Pasó sus dedos después por su reluciente barbilla, aunque notó que su piel no tenía buen color, y esa sensación de pesadez no se iba. Pese a ello, remojó sus labios y abandonó la habitación. Avanzó por el pasillo y se dirigió hacia las escaleras. Empero, a medio camino, unas manos cubrieron su rostro súbitamente, jalándolo hacia un portal a su espalda y desapareciéndolo de ahí en cuestión de segundos.

Más tarde, en la planta baja, Ho-seok se encontraba detrás de la mesa del bar, con una expresión deplorable y amarga en el rostro. Llenó el pequeño vaso de cristal frente a él, bebió el contenido de una sola vez y repitió la acción varias veces.

Jung-kook, quien siempre andaba fisgoneando en cada rincón, no tardó mucho en notar que el área de Jin estaba siendo usurpada por él, por lo que se arrimó cauteloso a indagar.

―¿Y Jin-hyung?

El aludido le dedicó una mirada frívola. Bebió de su vaso una vez más, siseando y dejando que el licor le quemara la garganta, para finalmente responderle:

―Lo maté. ―Depositó el cristal sobre la mesa, haciendo un ruido hueco.

Jung-kook bufó, reprimiendo una carcajada.

―¿Acaso no trabajará hoy?

―¿Qué parte de «lo maté» no entendiste?

―¿Y tú crees que me voy a tragar esa mierda? No me subestimes.

Hobi apoyó la botella sobre la barra esta vez, con un ruido más fuerte. Caminó y salió de atrás de la mesa, para que así el chico viera la sangre regada en sus holgadas prendas claras, congelando ahí sus ojos, para luego conectarlos con los suyos.

―Esta es su sangre. ¿No me quieres creer? Ve a la sala de castigos. Ahí lo asesiné en la noche; ahí está su cuerpo todavía.

―¿Por haberte hecho caer en el escenar...?

―¡¿Te parece poca cosa?! ―Lo cortó de inmediato, alzando de manera considerable el tono de su voz ―. ¿Acaso tengo que darte una lección a ti también? ―dijo, más apagado y áspero, avanzando un paso hacia él.

El oyente retrocedió tan pronto como se le acercó. No parpadeó ni una sola vez, no obstante, la duda seguía encarnada en él. Y es que no era alguien a quién se lo pudiera engañar así nada más, no. El chiquillo era muy suspicaz, y recalcitrante por demás: no se quedaría con esas palabras y llegaría al meollo del asunto por su cuenta primero. Así que abrió un vórtice detrás de él y lo atravesó, trasladándose inmediatamente al quinto piso. Allí, junto a la puerta de la habitación, se hallaba Jimin, cabizbajo y acurrucado en el suelo, contra la pared. Tenía los brazos extendidos sobre sus rodillas y sus manos, manchadas de rojo, sangre, colgaban.

―Ji-Jimin-ssi... ―Se detuvo frente a él, notando su tenue sollozar.

―Kookie... es terrible. ―Negó con la cabeza, sorbiendo por la nariz ―. Traté de detenerlo, pero no pude.

―Jin-hyung...

―Está adentro todavía. ―Extendió el brazo y señaló la habitación con el dedo ensangrentado ―. No tuve el valor de moverlo todavía ―añadió, con la voz quebrada.

Jung-kook tragó saliva y dirigió la mirada hacia la puerta, que se hallaba entornada. Los nervios fueron en aumento y la curiosidad lo estaba matando, punzando contra su pecho una y otra vez. Con sumo sigilo y cautela asomó la cabeza por la abertura y miró de una punta a la otra. No había nadie dentro, entonces abrió completamente la puerta y entró. En una de las mesas de madera estaba lo que supuso sería el cuerpo de Jin, cubierto por una manta blanca, con un gran manchón rojo en el centro. El chico mantuvo sus grandes ojos tiesos y tragó en seco, aproximándose muy despacio. Extendió el brazo y poco antes de que su mano tocara la tela, ésta se removió ya que el cuerpo debajo se levantó de golpe, dándole un vuelco a su corazón en un solo segundo.

La sábana se deslizó, revelando que quien había estado ahí todo el tiempo era Taehyung, quien vestía unos graciosos anteojos redondos con resortes y globos oculares saltones.

―¡Soy el ojón. Vengo de Urano! ―dijo, levantando las manos a la altura de los hombros y doblando sus dedos como si fueran garras.

Jung-kook se llevó una mano al rostro.

―Me cago en mi vida... Kim Taehyung, ¡serás hijo de puta!

―Lo siento, Kookie ―le dijo entre risas, quitándose los anteojos, apartó la tela de sus piernas y bajó de la mesa ―. No quería asustarte así. ―Mostró una sonrisa cuadrada, tratando de contenerlo, pero su amigo abofeteó sus brazos en cuanto se le acercó.

―Debí imaginarlo, era solo una estúpida broma. ―Deslizó su mano por su rostro ―. ¡Y tú participaste en ella también! ―Lo empujó.

―¿Cuál broma? A mí solo me dijeron que viniera y creara una distracción.

―¿Distracción?

En el instante en que lo dijo en voz alta, Jung-kook entendió todo, pero ya era demasiado tarde. Los dos llevaron la mirada hacia la entrada en cuanto ésta se cerró de golpe, y de pie estaban allí Ho-seok junto a Jimin, saludando con una satisfactoria sonrisa en sus rostros.

―Ah, Jung-kookie... es bueno saber que, pese a ser un pequeño demonio, aun tienes tu corazoncito. ―Comentó Hobi con motivo de burla.

Incluso sabiendo que estaba perdido, Jung-kook dio pelea, tratando de escapar. A punta de jalones y forcejeos Hobi y Jimin, con extrema dificultad, consiguieron extenuarlo sobre el sillón y prensar sus muñecas a los lados con las correas.

―O-Oigan, oigan... no van a lastimarlo, ¿verdad? ¿Y qué pasa con Jin-hyung? ¿De verdad está muerto?

―¡V, ayúdame! ¡Sácame de aq...! ―exclamó, hasta que Ho-seok estampó su mano contra sus labios.

―Jimin, llévatelo de aquí. Lo arruinará todo.

―Espera, qué pasará con Kookie.

―Nada le va a pasar, Taehyungiee. Tú ven conmigo.

Jimin lo tomó del brazo y los dos abandonaron la sala. Y sin que pasara un solo segundo Hobi emitió un quejido levantando su mano de golpe, ya que Jung-kook lo había mordido.

―Soy piraña. Viven en el Amazonas.

―Okey, piraña del Amazonas...

―¿Qué mierda es todo esto, hyung? Sí sabes que voy a estar libre e irme en un santiamén, ¿verdad? ―dijo con confianza, oprimiendo los puños y tirando de las correas, aunque para su sorpresa, no había cedido ni un poco. Es más, a duras penas había podido mover las extremidades.

―Lo sé. ―Esbozó una sonrisa y se inclinó un poco hacia él ―. Es por eso que reforcé los agarres, Jung-kookie-ah.

―Muy bien, muy bien. ¿Quieres castigarme? Adelante. ¿Qué piensas hacer? ¿Apuñalar mi agujerito con un juguete sexual? ¿Un pearcing en los testículos? ¿Quemarme los dedos con un encendedor? ¿Descargas eléctricas? ¿Torturar mis oídos con sonidos estrepitosos? Vamos, sé que tienes un amplio repertorio de variados recursos, hyung.

―Por supuesto que lo tengo ―le dijo, acercándose a la puerta y abriéndola ―. Adelante, chicas. Ya pueden pasar.

Jung-kook abrió los ojos de par en par en ese instante. ¿Chicas? En efecto. Exactamente seis bellezas diabólicas cruzaron la puerta y se situaron alrededor de él, observándolo enternecidas.

―¿Q-Qué...? ¿Qué significa esto?

―Ah... ―exhaló Ho-seok, caminando hacia él ―. Crimen y castigo, JK. Crimen y castigo ―suspiró, deteniéndose frente a su cabeza, dejando caer pesadamente sus manos sobre sus hombros, dando unas fuertes palmadas hasta bajar su rostro sobre el suyo, asechándolo con la mirada ―. ¿Crees que no llevo la cuenta? ¿Crees que no sé que fuiste tú quien empujó a Seok-jin en el escenario? ¿Crees que no sé que estuviste tratando de asustarlo para que se pusiera nervioso y se equivocara, entonces yo lo castigara por eso? ¿Te parezco alguien estúpido, Kookie?

El aludido negó frenético con la cabeza.

―Pero insistes en tomarme el pelo, Jung-kookie-ah. Eso no me gusta ―expresó con ironía, aplicándole un duro masaje a sus hombros, generándole un poco de dolor ―. Pero no te preocupes. Yo sé que tú puedes con todo lo que te pongan en frente. Así que podrás con esto también. ―Dio una palmada ruda sobre su pecho esta vez ―. Muy bien chicas, es todo suyo. Hagan lo que quieran con él. La que logre hacerlo gritar más tiempo será mi compañera en la próxima orgía. Así que esmérense ―agregó, dirigiéndose a la puerta.

Las féminas comenzaron a exaltarse, a cuchichear entre ellas y poco a poco se adosaron al chico, acariciándolo con sus manos.

―Va-Vamos, hyung... No vas a dejarme así, ¿verdad?

―Adiós, Jung-kookie-ah. Diviértete. ―Se despidió con una sonrisa, cruzando la puerta.

― ¡Hobi-hyung, vuelve! ¡Por favor! ¡Hobi-hyung! ¡HYUNG!

Con ese último grito, el aclamado cerró la puerta y se hizo el silencio. Cerró sus ojos y respiró profundo. Sus ojos encontraron a Jimin y Taehyung, quienes aguardaban apoyados en la pared paralela del pasillo.

―Ya está hecho. ―Confirmó, haciendo que aflojaran sus cuerpos.

A un lado de la entrada, se encontró con Seok-jin aproximándose lento y con un rostro muy preocupado.

―Él va a estar bien, ¿verdad?

―Sí, despreocúpate. Al final me lo terminará agradeciendo, ya verás.

―¿Y si es peor el remedio que la enfermedad?

―Contamos con ello, Jinnie. Si no fuese así, ¿dónde estaría lo divertido? ―Habló Jimin, relamiendo la salsa de tomate todavía embadurnando sus dedos, dio media vuelta y se alejó, tal y como lo hicieron los otros.

Jin meneó la cabeza, inhaló y exhaló después. Estos demonios... eran terriblemente traviesos. Más de lo que se imaginaba. Y eso solo era apenas el comienzo.

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