TERCERO:
En Edén estabas en el jardín de Dios.
Dios, del latín «Deus», fue desde el comienzo de la creación la deidad única y suprema de cada una de sus obras. Los ángeles, sin importar su estatus o función, lo adoraban y servían sin flaqueo. Solo algunos veían la realización de sus tareas como retribución de todo lo que él les dio, pero la mayoría asumía que la vida era un regalo tan divino que jamás podría ser retribuido con oro, joyas o favores. La única forma de pago que concebían era servirle libremente, no como devolución.
Vivían para él.
─Espero el instante en el que vuelvas a cantar para mí.
Ella estrechó su hombro con cariño. Deseaba besarle la mejilla como siempre, pero demasiada cercanía desencadenaría los recuerdos de lo que experimentaron y la aparición de carmín en su piel─. Lo haré pronto.
─¿Cuándo?
─A penas vuelva a tener un descanso. ─Eso sería dentro de dos semanas─. Adiós.
Lucifer tensó la mandíbula, pero no hizo manifestación abierta de su molestia. Al contrario de él que iba y venía trayendo noticias, la tarea de Layla era cantar alabanzas a Dios ininterrumpidamente. Por lo general los serafines tenían más tiempo libre para disfrutar del Edén y compartir con los otros siervos del Señor, pero Layla era especial. Su voz desprendía una poderosa paz y una infinita dulzura de la que ni siquiera Dios era ajeno. Él la necesitaba para sobrellevar la presión de manejar el universo. Como consecuencia la atesoraba como una reliquia sagrada y había consagrado a Lucifer, el ángel más capaz para la labor, como su guardián y portador. Layla era la aurora, la luz o la estrella que asociaban a su nombre y apodos: Lucero, Portador de la Aurora, Stella matutina o Véspere. Incluso los que no tenían que ver directamente con ella y la misión que el querubín llevaba sobre los hombros, indirectamente le hacían mención.
Él era un lucero, pero su energía era Layla.
Ella nació para brillar y Lucifer fue creado para protegerla de la oscuridad.
Sin esperar una respuesta de regreso, Layla expandió sus alas, tres pares multicolores que la envolvían como caparazón de oruga para resguardarla del brillo que emitía el Señor, haciendo que Lucifer tuviera que dar dos pasos hacia atrás para no ser golpeado por ellas. Las suyas estaban hechas para la lucha y el vuelo, las de Layla para escudarla y evitarle dolor innecesario. Las dos eran igual de preciosas.
Cuando la vio llegar a su cúpula correspondiente, siguió su ejemplo y voló hacia su lugar junto a los tronos. No era capaz de distinguir su voz cuando se unía al coro celestial y eso lo irritaba como nada, así que eventualmente su paciencia se agotó y se retiró hacia los jardines de flores del Edén. Allí se acostó bajo un árbol y delineó la cicatriz en su piel blanquecina. La razón por la que no estaba con Miguel o siendo el enlace entre las dominaciones y Dios, incluso echándole un ojo a Layla, era que su herida todavía no había sanado y le costaba mantenerse de pie por demasiado tiempo.
Estaba concentrándose en la zona afectada, buscando que su curación fuera más rápida, cuando un fuerte aroma a canela y rosas inundó sus fosas nasales. La voz ronca y femenina no tardó en retumbar contra sus oídos como una caricia dada sin permiso. Podría decirse que en cierta medida se sentía violado y acosado por el ángel del amor, que en un principio fue creada con el propósito de servir al primer hombre, pero cuyas alas le fueron dadas al ser considerada no apta para la misión.
«Demasiado liberal y terca para pertenecer», era la razón.
─Luzbel.
Lucifer soltó un suspiro─. Lilith.
─¿Cómo estás? Estuve presente cuando atravesaste a Raphael con el mango de su propia espada y sin desplegar tus alas. Fue impresionante. ─Posó una mano sobre su muslo─. La gloria que desprendías me emocionó, príncipe de Dios. Eres hermoso sobre todos.
Lucifer, incómodo, trasladó su mano hacia su pecho y la detuvo sobre la herida.
─Imagino que también estuviste presente cuando él me atravesó a mí.
Lilith hizo una mueca─. Sí. Vi cuándo dañó tu perfecta piel.
─Entonces ya sabes qué hacer.
Las mejillas del ángel adquirieron un tono rosado. Ella entendió la orden, pero su orgullo era tal que quería escucharla como una petición─: No, no lo sé, Luzbel. ─Una sonrisa adornó su rostro de pecas y labios hechos para ser adorados─. ¿Me lo pides bien? Nunca nadie, ni siquiera Dios, se molestó en pedirme las cosas por favor. Solo quebrantaban mi espíritu al obligarme a seguir sus peticiones. Por eso estuve a punto de marcharme del Edén desconociendo tu gracia. No sabes lo desdichada que hubiera sido con los hombres sin verte una sola vez.
Lucifer, Luzbel, su príncipe, sonrió antes de soltar la más hermosa carcajada que sus oídos hubieran escuchado. Su risa era exquisita. Lilith dejó escapar un jadeo de excitación por la impresión: era su ídolo. No tenía ojos para ningún otro ángel en el cielo. Incluso los Siete Arcángeles parecían insignificantes a su lado. Lucifer estaba por encima de todas las categorías por ser el más precioso de todos, lo que hacía que el hecho de que estuviera compartiendo un momento a solas con ella cuando usualmente rechazaba a los ángeles con suma amabilidad para concentrarse en sus labores, la llenara de ilusiones y esperanzas. Quizás era especial para él, un tipo de compañía que no se le había brindado, por ser diferente.
Su actitud le impidió ser mortal y ser elevada en la tierra como reina, pero no lo resentiría más si conseguía compartir su inmortalidad con él. Durante su tiempo como mujer, seis meses y nueve días, había sido instruida en el arte de complacer a su futuro hombre. Cómo debía moverse, cómo debía pensar, qué debía decir, cómo debía comportarse... Y hasta dónde sabía los ángeles tenían la misma anatomía y emociones, por lo que eran manipulables y vulnerables a las mismas influencias.
Incluso Lucifer.
─Si así lo quieres ─dijo sin dejar de sonreír por su personalidad insumisa y juguetona─. Hermosa Lilith, preciosa criatura destinada al amor y no a la guerra, ¿compartirías tu don de la sanación conmigo? Temo que una cicatriz me haga menos a tus ojos.
─De ser millones eso no sucedería. Pero ya que lo pides tan amablemente... Por favor, Luzbel, acuéstate para que pueda hacer mejor mi trabajo. No lo fui antaño, pero ahora quiero ser perfecta para ti. ─Inclinando levemente la cabeza y causando así que sus rizos de fuego jugaran con la piel expuesta de su hombro, añadió─: Seré dulce.
Lucifer, que no tenía motivos para desconfiar de su palabra, eso hizo
─Sé que sí.
Lilith sonrió mientras pasaba las manos por su abdomen, que se contrajo bajo su toque, hasta la gruesa línea que le daba un aire más viril a su pecho─. Pero no sabes cuánto.
El proceso de sanación no fue más que un par de trazos sobre la zona afectada. Después de eso Lucifer hizo ademán de levantarse, pero Lilith lo detuvo sentándose sobre su pelvis. El ángel del amor soltó una risita al sentir lo que las potestades siempre le dijeron que sentiría con Adán. Antes de ser un ángel, le fue concedido el don de la seducción y la fertilidad para garantizar la procreación. Eso aún predominaba en su esencia. Todo ser vivo estaba condenado a caer frente a ella. Fue así como descubrió que hasta en los ángeles más puros habita un hombre ansioso de dejarse llevar y compartir el peso de la carga sobre sus hombros. Eso sí era amor, eso sí lo veía con fascinación, pero no opinaba lo mismo de la idea de un ángel lanzando flechas para ablandar corazones.
De ese intercambio al que se refería se obtenía una divina liberación que ella más que nadie anhelaba. Solo Lucifer se la concedería al bañarla con su resplandor. Él la hacía ver con ojos buenos su descarte. La hacía entender que este le brindó la oportunidad de conocerlo y degradar al Adán que nacería, ese para el que no fue suficiente, pensando que por más que el Señor se empeñara en hacerlo perfecto nunca le llegaría a los talones al ángel. Lucifer la haría libre de un pasado doloroso, de la humillación, de los señalamientos, de la impotencia de no haber sabido cómo actuar. Libre de odiar el exceso de gracia que le fue otorgada y por la cual no pudo consentir el ser la subordinada de su supuesto igual, libre para amar su condición por hacia dónde la llevó.
A él.
Libre para amar y ser amada.
«¿Qué otro nombre podría tener ese vínculo más que amor?», pensaba.
Lucifer jadeó al sentir la suave carne contra su dureza─. Lilith, bájate, por favor.
─No.
─Por favor...
─No. ─Ejerció más presión contra su miembro─. Sería cruel y te prometí ser dulce.
Lucifer echó la cabeza hacia atrás, apoyándose así en sus codos, sin replicar y limitándose a comprender las sensaciones. Esto era nuevo para él. Era pétreo e indiferente a las muestras de amor que no vinieran de sus cercanos, pero ahora parecía no tener más opción que respirar como un recién nacido tomando su primera bocanada de aire y dejarse guiar por ella como un infante que no comprende el mundo a su alrededor. Podría apartarla, claro que sí, solo le faltaba empujarla para recuperar su libertad.
Pero no quería. Lilith sabía cosas.
Lo veía en sus ojos verdes como esmeraldas.
Ella entendía su necesidad por Layla. Por ella en esos momentos. Y no solo la comprendía, sino que también jugaba con ella y la explotaba a su antojo sin detenerse a juzgarse a sí misma. Esta se incrementó cuando comenzó un baile de movimientos circulares sobre él, pero disminuyó cuando pausó el íntimo roce para inclinarse a intentar besarlo. No la dejó porque eso le recordó su primer beso con el serafín, pero el ángel del amor no se lo tomó a pecho y dirigió la boca a su cuello. Permaneció con el rostro oculto en él, como si en realidad sintiera vergüenza de sus actos, mientras retomaba su danza. La sintió tan húmeda, caliente y acogedora contra sí que se encontró mordiéndose el labio para no soltar el grito de satisfacción que alertaría a los ángeles cuando la única amenaza que se avecinaba era el más grande éxtasis.
Eventualmente Lucifer se rindió a él.
Gracias por sus votos y comentarios ♡
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro