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SEXTO:

Estabas en el monte santo de Dios,

caminabas entre piedras de fuego.



Layla volvió a su puesto en la cúpula. A diferencia de los ángeles que brindaban obras de teatro en la abadía, no era buena en la actuación. Sus mejillas seguían rojas como manzanas. A pesar de que Lucifer fue su andadera hasta que emprendieron vuelo, esforzándose en enseñarle a caminar con el conocimiento de lo que se sentía ser amado, vulnerable y dichoso a la vez, sus piernas seguían temblando bajo el vestido de gaza que cubría su delicada figura. Le agradaba su inseguridad. Lo llenaba de satisfacción saberse el poseedor de su mente, pero su instinto de ángel guardián le gritaba una y otra vez que su ambición de ella la llevaría a la destrucción total.

Ella era inocente. Su labor era hacer feliz al prójimo con su voz, no pensar en juicios, guerras y política. Actuaba manipulada por él, quién se suponía que era merecedor de su ciega confianza, sin detenerse a pensar. Lucifer era consciente de ello, pues de haberlo hecho se habría dado cuenta que el solo pretender ocultar sus actos a Dios era pecado y que el actuar sin saber si la acción iba en contra de las leyes celestiales o no era un hecho merecedor de su furia, ya que atentaba directamente contra la credibilidad misma de la fe y la fidelidad de sus supuestos seguidores más cercanos.

Sin que Layla se diera cuenta, ya eran pecadores.

Los tronos, específicamente los que estaban sentados más cerca de Dios, fueron quiénes le hicieron saber su nueva condición de apóstata. Ya que los tronos eran un reflejo de lo que Dios pensaba, él fue el primero de los dos en recibir castigo. Lo hizo de la peor forma entre todas: con la indiferencia.

─Daffodils ─pronunció con dulzura el nombre de uno de ellos─. ¿Hay alguna nueva tarea para mí? He estado desaparecido por circunstancias ajenas a mi voluntad.

─Eso no es lo que el Señor cree.

─¿A qué te refieres?

─Ya no eres más nuestro querubín, Lucifer. Has sido añadido a las tropas del arcángel Miguel, leal a nuestro Dios, quién se encargará a partir de ahora de la aurora. ─Vio con cariño a Layla─. No la corromperás más. Fue un error hacer que la acompañaras durante tanto tiempo. Por eso los exculpamos, ofreciéndoles más que el perdón la vida. Fuimos nosotros los que los situamos en esta situación. Pero sobre todo, hermano, porque sabemos que separándote de ella sufrirás más que arrancándote las alas. ─Los ojos del ophanim pasaron de azules a luminiscentes. Lucifer supo con quién hablaba entonces─. Si asumes tu nuevo puesto con humildad y apaciguas tu necesidad de Layla, prometo ascenderte a tu posición de príncipe. Aunque no te la haya dado personalmente, te la ganaste en los corazones los ángeles y ni siquiera yo tengo la potestad para borrarte de ellos.

Lucifer apretó los puños a ambos lados de su cuerpo, pero no le quedó más remedio que agachar la mirada y aceptar el veredicto─. ¿Qué le harás a ella?

─Nada. ─La voz del trono era sobrenaturalmente plana─. No cometieron un pecado al hacer lo que hicieron, Lucifer, lo cometieron a actuar a mis espaldas. Si no se tratara de Layla, sino de otro ángel, y te hubieras acercado... habría alumbrado tu camino de regreso a la pureza. Entiende que aunque no sea un acto condenado, yo no los creé para amarse de esta forma. Lo hice para...

Ahí Lucifer, inconsciente de sus palabras, decidió dejarse llevar por la furia y no medirlas en lo absoluto─. No. No lo hiciste. Nos creaste con el único propósito de amarte, ¿no es así? ─Juntó y separó los dedos como un combatiente conteniéndose frente a su peor enemigo. En algún punto durante la conversación, Dios en el cuerpo de Daffodils los hizo desaparecer de la cúpula y ahora estaban a solas en un campo de colinas, yerba verde y rayos de sol─. ¿Harás lo mismo con los humanos? ¿Los crearás para condenarlos a ignorar otras clases de amor para servirte a ti?

Daffodils meditó dos largos segundos, contemplando el horizonte, antes de responder─: No, Luzbel, no crearé a los hombres para que me amen sin contemplaciones. ─Su mirada carente de emoción adoptó un matiz triste que se fue en un parpadear de Lucifer. El príncipe caído creyó que había sido su imaginación porque Dios no se rebajaba a las emociones, el ser omnisciente estaba por encima de ellas, pero sí existió─. Los crearé para que me amen libremente. Quiero que ellos tengan la opción de amarme o no hacerlo.

─¿Por qué?

─¿Por qué? ─Su tono fue burlón─. ¿En serio me lo preguntas? Sé que estás confundido con respecto a lo que sientes. Yo mismo lo estoy. Se supone que tú no debías amarla. Que tú no puedes... pero ya conoces mi propósito, Lucifer, que no es otro que sentir lo que tú sentiste con Layla: amor incondicional. No del que arrebatas o induces, sino del que nace sin condición. Mis humanos, porque me amen o no todos serán míos hasta que ellos mismos decidan lo contrario, tendrán libre albedrío.

«Libre albedrío». Sin saber el significado de la segunda palabra, Lucifer entendió.

Libre elección.

─¿Por qué ellos sí y nosotros no?

─Porque son felices sirviéndome. ─Daffodils finalmente lo miró como él mismo, no como dios, sino como el hombre oculto tras tanta luz. Lo hizo con melancolía y un pesar que lo partió en dos─. Esa es la naturaleza que les di. No puede ser cambiada sin que haya consecuencias. Si lo alterase, alteraría su esencia y el papel que cumplen en el cielo. No tienen el amor que tú quieres, pero tienen el amor entre sí y hasta mí. Eso también cuenta. Eso y hecho de que han vivido en la gloria desde el inicio de todo, Lucifer, los humanos no tendrán ni la mitad de lo que ustedes han experimentado.

─Ni nosotros la mitad de lo que ellos vivirán.

─Es raro, pero hay cierto equilibrio en ello, ¿no crees?

─No. No la hay. ─Lucifer se recostó en el pasto. Ahora entendía que lo que sentía por Layla iba más allá de ellos. Era más grande que su amor─. Si harás su mundo de acuerdo a tus principios, la tierra será un segundo Edén. Vivirán igual, pero con derecho a amar a quién escojan y no a quién se le imponga.

─La tierra no será un Edén, Lucifer. Habrá tanto día, luz, como noche, tinieblas, de la cuál ni siquiera en el Edén a salvo. ─Su voz se tornó preciosa. El querubín ya había estado en aquél lugar. Era el sitio de la creación. Allí los días eran segundos. Solo Dios podía llegar a él y traer a quién considerara las veces que quisiera, Lucifer entre ellos─. Tendrán un cielo propio, pero no tendrán acceso con el nuestro a menos que se decida lo contrario. Este será un espejismo. Un reflejo del mar, la oposición de la tierra y su vegetación. Al contrario que en el caso del cielo, compartiremos las mismas estrellas y los cuerpos celestes. ─Cerró los párpados y elevó las manos, concentrándose más en sentir la brisa sobre su rostro que en los que después serían llamados los Siete días de la creación. En sus manos aparecieron dos destellos─. Pero los hombres, presentes ya entre nosotros, no estarán solos. Estarán acompañados de los animales y las plantas, que también tendrán alma pero no lenguaje para que sean mis ojos, oídos y virtudes en la tierra.

Los destellos, ambos plateados, se escaparon en el cielo como una estrella fugaz. Lucifer, que había permanecido absorto en sus pensamientos, extendió las manos para intentar atraparlos antes de que se fueran ante el ademán que hizo Daffodils hacia ellos. No los alcanzó, pero pudo sentir su pureza en el momento en el que sus yemas los rozaron. Sintió envidia, entonces, de su padre y de las almas humanas que habían iniciado el trayecto hacia sus cuerpos. Daría todo por su capacidad de crear mundos. Así podría crear uno sin leyes que le impidieran amar a Layla cada segundo de lo que durase su existencia, aunque esta fuera solo un soplo.

Uno en el que pudieran amarse libremente.

─Todo lo que has dicho ha sido bueno, padre, así que todavía no entiendo cómo es que la tierra será un antagonismo del Edén. ¿No crees qué has sido muy bondadoso?

Daffodils sonrió. La mayor diferencia entre Lucifer y los ángeles era la confianza desligada al miedo que sentía al conversar con él. La razón de este fenómeno era simple: tanto como en un futuro sería su oposición, a la vez sería su igual. A su imagen y semejanza, sin importar el camino que este adquiriera, solo había uno. Así lo había predispuesto para lograr el balance en el universo en el que el mal, que jamás existiría sin el bien, sería liderado por la persona en quién más fe tenía.

Sí. Dios tenía fe.

Fe en sí mismo y en sus actos. Un buen Dios puede fallar, pero no obrar inseguro.

─La tierra no será un Edén, Lucifer. Entiende, hijo mío, que en ella habitará tanto la luz como la oscuridad, tanto el bien como el mal, tanto amor como dolor. Es un lugar creado con el propósito de ofrecer dos opciones. ─Juntó las manos tras su espalda, enviando así la señal de que la charla estaba por llegar a su fin. Una que por supuesto Lucifer captó─. Un balance.

─¿Qué tiene que ver esto conmigo y Layla?

─No tiene que ver en lo absoluto. Solo quiero protegerla. La adoro y es preciada para mí, pero no soy egoísta. Con un poco de insistencia de ambos, la dejaría ir si supiera que está a salvo amándote. Que ambos lo están. Pero no puedo hacerlo sabiendo que están condenados a la extinción si siguen por el mismo camino.

Lucifer, que empezó a creer que quizás su padre sí tenía motivos válidos para separarlos, se enderezó y lo evaluó con mirada analítica─. ¿De qué nos proteges? ─Quería conocer la amenaza para así acabar con ella, convencerlo de que sería tan bueno para Layla como lo había sido sirviéndole y obtener su permiso para amarse sin miedo a castigos─. ¿Qué es lo que nos persigue?

─Tú ─respondió─. La estoy salvando de ti y a ti de lo que sucederá en tu corazón, que todos los días yo mismo rezo para que no pase, si la pierdes.

La decepción y la ira se apoderaron de nuevo de la facción del querubín.

«Después de todo sí es un egoísta. Nos quiere a todos solo para él».

─No la perderé ─dictó antes de expandir sus alas y despegar.

Daffodils suspiró.

No importaba no si vivieran en una constante toma de decisiones, los ángeles también tendrían una que tomarla. Observó con ojos ajenos la belleza de su querubín. Los ángeles, sus hijos, estarían a punto de enfrentarse a la misma decisión a la que el hombre se enfrentaría cada día: quedarse con él o alejarse. Pero no estaba preocupado por ellos, sino por las repercusiones de sus acciones. Como padre no se los confiaría a cualquiera. Lucifer era su elegido. Él guiaría la aurora, o las primeras luces, en su caída. Nunca le dio el mismo trato que a los demás porque no era su siervo, así como jamás le enseñó el verdadero origen de su nombre porque era él quién debía descubrirlo. Así como tampoco le dio tareas que él no quisiera, como cuidar a Layla, que más que un labor hacia él por amarla por su voz fue un favor al querubín para que la viera con ojos de hermano y no de amante al haberla cuidado desde su nacimiento. Claramente no funcionó, sino que fue lo que los hizo más cercanos.

Con respecto a su designio, este era gobernar. No el serafín.

Cansado y en paz consigo mismo al haber intentado salvar los restos de la esencia de Lucifer, que sospechaba que de igual forma se perderían, se acurrucó junto a la piedra que talló con sus diez leyes hasta que finalmente, entre la séptima y la octava, se dedicó a dormitar.

El séptimo día había llegado tarde.

Gracias por sus votos y comentarios ♡  

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