Capítulo 6: Amenaza.
Victoria no dejaba de observar por la ventana a Lucas Ashworth que desenterraba a la joven bajo tierra con demasiado furor. No sabía el por qué lo estaba haciendo ni con qué propósito o intención. Verlo en ese estado daba miedo; sus manos manchadas con suciedad de la tierra, su pijama el cuál llevaba puesto se lo había ensuciado luciendo bastante desaliñado. Los ojos del joven estaban tan abiertos que parecían salirse de sus órbitas conforme cavaba esperando encontrar el cadáver de Alexandra.
La joven Victoria no sólo sospechaba de Lucas, sospechaba de todos los alumnos del internado, pues creía que ninguno se salvaba de la locura. Ni incluso ella. Pero aquello no la importaba mucho, sólo pensaba en salir de allí bajo las órdenes de su demonio.
Melissa comenzó a abrir los ojos en mitad de toda aquella penumbra. Cuando presenció a Caym y a Victoria junto a la ventana observando algo con mucha atención, quiso hacerse la dormida esperando a que alguno de los dos hablase. Melissa no se podía creer que un chico estuviese dentro de la habitación con Victoria: Ya no sólo porque estaba prohibido, sino porque estaba incumplido las normas del internado. Sin embargo, quiso mantenerse callada espiando qué estaban haciendo, como toda curiosa.
—¿Qué hacemos, Victoria?—cuestionó Caym rompiendo el silencio en un bajo murmullo-¿Debemos detenerlo?
—¿Por qué crees que la está desenterrando?—respondió ella con otra pregunta.
—Si quieres averiguarlo, bajemos juntos las escaleras y preguntemos.
Caym agarró a la joven de la muñeca. Ella se sorprendió tras notar su contacto físico. El muchacho sabía que Melissa estaba despierta, como también conocía todos los pensamientos de una joven pura e inocente. El demonio agarró de la cintura a su compañera, la pegó contra su fornido cuerpo y le susurró:
—Melissa está despierta y nos está observando.
Victoria se despegó de Caym para mirarlo a los ojos. Aún la incomodaba observarlo tan cerca. Sus ojos no dejaban de ser misteriosamente bellos.
Sentir la respiración del joven a escasos centímetros de ella le provocaba una sensación agridulce. Podía lograr que en ocasiones se estremeciera, pero al mismo tiempo odiarle por causarle aquellos sentimientos.
—Vamos—dijo agarrando de nuevo a la joven y saliendo de la habitación sin provocar mucho ruido. Melissa se levantó aprisa de la cama y los siguió con sigilo, el muchacho sabía que acabaría siguiéndolo. Era tan chismosa como un infante.
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Se adentraron al patio con discreción conforme escuchaban los jadeos de Lucas. Estaba hablando solo. Se lo escuchaba balbucear palabras ininteligibles. Cuando se acercaron hasta sus espaldas, pudieron escuchar una frase conforme veía el rostro de Alexandra Bennet y parte de la americana de su uniforme. Victoria alzó ambas cejas sorprendida tras encontrarse al joven en ese estado.
—¡No puedes estar muerta! ¡Debe ser mentira!—murmuraba el joven en un susurro alto como cuál demente.
Cuando Melissa Sellers llegó al patio, se llevó las manos a la boca con sorpresa.
—Lucas...—pronunció Victoria, pero el joven no se inmutó de las presencias tras su espalda. Al ver que el muchacho no respondió lo volvió a llamar—¡Lucas!
Nada. Continuaba negando que Bennet no estaba muerta. Victoria comenzó a fruncir el ceño y se acercó a él. Melissa le siguió el paso con las manos sobre su corazón. Estaba asustada y no comprendía nada.
—Lucas, ¿qué estás haciendo aquí?—inquirió Victoria esperando respuesta por su parte.
—¿Por qué lo has hecho...? ¿Por qué lo has hecho...?—preguntaba a Bennet sin siquiera saber que sus compañeros se encontraban en el patio.
Cuando Caym observó el rostro y los ojos del joven, supo lo que le pasaba.
—Está sonámbulo—informó cruzándose de brazos.
Victoria no creyó que Lucas estuviera sonámbulo.
—Explícame entonces cómo demonios un sonámbulo es capaz de robar unas llaves que solamente posee el director.
—Hay sonámbulos que son capaces hasta de conducir sin siquiera saber que lo están haciendo—añadió Caym—. ¿Acaso no lo notas en su rostro? No es consciente de que estamos aquí, ni siquiera de que él mismo está haciendo todo esto.
Victoria trató de despertarlo, tocándole el hombro y poniéndose a la altura del joven, pero no reaccionaba.
—Siempre se ha dicho que nunca trates de despertar a un sonámbulo—comentó Melissa.
—Me da igual, no puede estar aquí. ¿Qué pasa si le ve el director?
—No es asunto nuestro —espetó Caym.
Cuando Victoria le tiró un pellizco en el brazo, Lucas se despertó y comenzó a mirar a su alrededor con pánico.
—¿Qué hago aquí? ¿Qué está pasando...?—se cuestionaba mirándose su ropa manchada de tierra. Cuando el joven enfocó su vista a la cara inerte de Bennet soltó un grito de terror que Victoria tuvo que apagar tapándole la boca y echándose sobre él. No se podía permitir que formase un escándalo y fuese testigo de lo que Lucas había provocado.
Lucas se arrastró hacia atrás, alejándose atemorizado de la tumba de Bennet. Ver un cadáver siempre resultaba inquietante.
Caym agarró la pala oxidada que, anteriormente, el director había usado para enterrarla. Comenzó a sepultarla con la total serenidad mientras Lucas Ashworth se contenía las ganas de gritar con fuerzas. El pobre no comprendía el porqué se hallaba allí, ni siquiera sabía que padecía sonambulismo.
Melissa lo miró con lastima y se acercó a él tratando de saber qué había sucedido.
—Lucas, tranquilizate. Estabas sonámbulo—informó Victoria. El joven la miró a los ojos sin saber muy bien qué decir.
—¿Sonámbulo?—se cuestionó dubitativo—¿Estás segura? ¿No me habéis traído vosotros aquí?—sospechó de todos ellos, ya que no sabía el por qué estaban despiertos a esa hora— ¿Por qué entonces vosotros estáis despiertos?
—Porque te hemos escuchado balbucear en el patio—respondió la joven frunciendo el ceño—. ¿Así nos agradeces que te salvemos el trasero, arriesgándonos a que el director nos pille?
—Lo siento—confesó al apreciar que la joven tenía razón—. Volvamos a nuestras habitaciones. No quiero permanecer por mucho más tiempo aquí.
A la mañana siguiente, Melissa y Victoria se disponían a entrar en clase cuando una joven de cabellos cobrizos y pecas sobre su rostro la examinaba con el ceño fruncido. No comprendió por qué aquella chica le estaba mirando con cara de pocos amigos. No la conocía, ni siquiera sabía su nombre, pero su forma de mirar no le trajo buena espina.
Un profesor con anteojos y esbelto, se adentró a la clase, taciturno. Los alumnos menguaron sus cotilleos al apreciar la seriedad del hombre. Victoria no dejaba de sentir esa sensación cuando las miradas las sentía clavadas en la nuca. Sabía que aquella muchacha de cabello cobrizo le seguía mirando, pero no se dignó a mirar tras su espalda. No quería prestarle la importancia que se merecía.
Los alumnos se sentaron en sus pupitres ya que el profesor lo había ordenado.
—Como bien ya sabéis—comentó el hombre—, una alumna de nuestro centro se suicidó anoche sobre la hora de la cena. Fue un trágico escenario y una importante perdida. Guardemos un minuto de silencio por Alexandra Bennet, que descanse en paz. Que Dios la reciba con las puertas abiertas.
Caym sonrió a Victoria con una de las sonrisas más macabras que había apreciado en un joven. Sin embargo, ella no se dignó a devolverle la sonrisa.
El joven escribió una nota y arrancó la hoja para pasársela a Victoria con disimulo. Ella la agarró y la leyó.
«Dios no recibirá con las puertas abiertas a Bennet. Ahora mismo ella está surcando los valles del infierno, condenada a sufrir para la eternidad. Gracias, pequeña, por deshacerte de un excremento más en la humanidad.»
Cuando la joven leyó la nota con la perfecta caligrafía del muchacho, las palabras escritas en la hoja desaparecieron, difuminándose en el papel. Apreció aquello boquiabierta. No se podía creer lo que acaban de ver sus ojos, pareciera que hubiese tomado drogas y estuviese alucinando. Dedicó una mirada a Caym y el chico continuó sonriéndole.
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Al terminar la clase, la psicóloga Jenkins detuvo a Caym queriendo hacerle una consulta. El joven asintió y siguió el paso de la mujer. Dijese lo que dijese sabía que una humana jamás creería que aquel joven venía del infierno con la única misión de jugar con Victoria, mientras veía como su adorable humana mataba a aquellas almas negras condenándolos al infierno. Si contaba todo aquello, lo juzgaría de loco, como a uno más del rebaño.
Lo invitó a pasar a aquel cubículo de paredes pardos y le dijo que se sentara en el sofá de cuero alargado.
El joven colocó una sonrisa y asintió. Caym estudió a la mujer con la mirada conforme se acomodaba en el sofá. Por alguna extraña razón que ella desconocía, Jenkins se sentía helada con solo la mirada que le dedicaba el muchacho. Era como si al observarla estuviera profundizando en lo más oculto de su alma. Ella carraspeó, nerviosa y se apresuró en hablar.
—Caym... ¿Sybarloch?—cuestionó sin saber muy bien como se pronunciaba su apellido. Jamás había oído semejante nombre.
—Así es—sonrió entrelazando sus palmas sin dejar de mirarla.
—Qué apellido tan curioso. ¿De dónde vienes? No pareces ser de por aquí.
—Si te dijese de dónde vengo, una humana como usted jamás me creería.
La mujer notó que la llamó «humana», como si a excepción él fuese de otro planeta. Hizo que alzase una ceja y lo desafiase.
—Sorpréndeme—respondió Laura.
—Del infierno, mi querida psicóloga.
Ella apuntó algo en su pequeña libreta mientras asintió con la cabeza como si lo que acaba de soltar el joven por su boca fuese lo más corriente del mundo. No se le vio sorprendida. Aunque, ¿por qué debería estar soprendida una psicóloga la cuál se dedica a escuchar las historias de todos aquellos dementes? Estaba curada de espanto.
—No eres el único que me dice que viene del infierno—comentó la mujer—. Aquellos que decís que venís de aquel lugar, sois los mismos que cuando estáis en apuros nombráis a Dios.
Caym soltó una risa silenciosa.
—Ni en mi lecho de muerte lo nombraría.
—¿No eres religioso, Sybarloch?—cuestionó apreciando muy bien la respuesta de Caym.
—Define "religión".
Laura hizo una mueca y asintió con la cabeza.
—¿Por qué te han trasladado a este internado? ¿Qué hiciste para estar aquí?
—Sentí la llamada de una chica implorando mi ayuda.
Ella sabía que no sería fácil saber el por qué un alumno había sido encerrado en el internado Fennoith. Normalmente ellos mentían y tras varias sesiones decían la verdad, lo que la psicóloga no sabía era que Caym estaba confensándose.
—¿Qué chica es la que mencionas?
No respondió, tan solo le sonrió haciendo que ella se sintiese incómoda.
—Cambiemos de tema, psicóloga Jenkins. ¿Por qué no me dice qué opina del director Newell?
—¿Por qué debería decírtelo? No estamos hablando de mí.
—Ahora sí.
—Mis asuntos no son de tu incumbencia, Sybarloch.
—Sospechas de él desde la muerte de Alexandra Bennet. Crees que tuvo algo que ver, pero te niegas porque no tienes pruebas.
La mujer abrió los ojos como platos y dejó su pequeña libreta sobre la mesa con brusquedad.
—¿Quién te crees para juzgarme?
—¿Juzgarle? ¿Acaso he dicho algo incorrecto?
Lo miró intentando incomodarlo con su asqueada mirada. Sin embargo, la que agachó la vista fue ella. Claro que sospechaba del director Newell desde la muerte de Bennet, pues que la enterrase sin más solo por no querer que la prensa y la policía diesen mala fama a su internado, le resultó repugnante y malintencionado.
—Bennet no era una alumna santo de mi devoción—confesó—. Pero no por ello encuentro la lógica que sea enterrada en el jardín del internado. No se lo merece.
—Bennet no era buena, psicóloga Jenkins—la miró a los ojos haciendo que ella le devolviese la mirada—. Se ha suicidado, y usted, como bien sabe, suicidarse es un pecado.
—Sí...—asintió en un bajo murmuro, como si sus palabras tuviesen el hechizo de entrar en razón, de no querer decir lo que uno piensa.
Cuando la psicóloga se percató que la hora de la consulta ya había terminado, se levantó del sofá haciendo que Caym hiciese lo mismo.
—Nuestra hora ya ha terminado—comentó—. Nos vemos en la próxima sesión, Sybarloch.
—Un placer.
Se retiró de la habitación con una sonrisa satisfactoria. Al salir de la habitación, se encontró a Victoria esperándolo fuera. Estaba curiosa por saber qué había hablado con ella y qué le había preguntado.
—¿Todo ha ido bien? ¿No ha sospechado de nada?—cuestionó con sus enormes ojos verdes observando al joven.
—Todo ha ido bien, mi querida Victoria—Le agarró la mano con delicadeza y se la besó. Victoria apreció como los ojos del joven cambiaron en profundidad mostrándole como eran en realidad. Unos ojos aterradores. Sus hermosas pupilas grises, ahora se apreciaban totalmente negros, sin iris, sin nada. Unos ojos con un vacío y una negrura de lo más espeluznantes.
Tuvo que volver a sus ojos grisáceos tras percatarse de la presencia de Lucas que se dirigía hacia ellos. Victoria giró sobre su eje al ver la expresión de seriedad de Caym.
—¿Cómo estás con lo de tu sonambulismo?—cuestionó Victoria.
—Bien... creo que bien—respondió—. ¿Me dejáis pasar? Me toca consulta con la psicóloga.
Ambos se apartaron de la puerta y el joven entró. Victoria frunció el ceño, cuestionándose qué podía hablar Lucas con aquella psicóloga. Quería saber su historia; por qué estaba encerrado en el internado Fennoith y qué le había llevado a estar allí.
Cuando salieron del pasillo, Victoria le dijo a Caym que le esperase, ya que iba al baño de chicas.
Entró a uno de los baños para hacer pis. Justo después, escuchó como la puerta se abría y entraba alguien más en el lavabo. No preguntó quién era, ya que cualquier chica podía haber entrado y hacer lo mismo que ella. Cuando acabó, se dispuso a lavarse las manos, pero no estaba sola. Observó a través del espejo del baño como la chica de cabellos cobrizos salía de una de las puertas de los retretes. La miró malhumorada mientras que Victoria la inspeccionó sin entender su expresión. Cuando Victoria quiso marcharse de allí, la joven le empujó con dureza contra el suelo haciendo que cayese de bruces contra el suelo. Se había doblado la muñeca, pero no quiso mostrar dolor ni debilidad ante aquella persona. No sabía la razón por la cual le agredió.
—¡Aléjate de Lucas Ashworth o te juro que vivirás con miedo, sangre nueva!—amenazó la chica malhumorada.
Dicho aquello le dio una fuerte patada en su estómago y la joven expulsó todo el aire de sus pulmones. Comenzó a lloriquear del dolor mientras se agarraba con sus palmas la zona dolorida. La pelirroja se marchó del baño, dejándola tirada e indefensa cual saco de basura. Victoria se retorcía de dolor mientras sus ojos se encendía de rabia. Apretó su mandíbula y la mató de pensamiento.
No sabía con quién se había metido. Se regocijaba sólo de pensar el destino que iba a provocarle.
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