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Capítulo 46: ¡Dispara!

Caym estaba muy orgulloso de la valentía que poseía su compañera Victoria. Cuando tan sólo llegó a Fennoith la juzgó de malcriada, una chica con pocos modales, mezquina y repelente. Sin embargo, poco a poco le fue demostrando que tenía las suficientes agallas para enfrentarse a todo enemigo que la impedía dar un paso en grande, más que su simple apariencia de muchacha adinerada. Tenía muy claro sus metas y hasta dónde estaba dispuesta a llegar. Se había comido a todos aquellos parásitos a los que quisieron verla por los suelos, indefensa y acongojada. No hay cosa más irritante para tus enemigos que verte con valor para enfrentarte a todo tipo de problemas y adversidades.

Reciente había recibido un gran fuerte en la cabeza y aún con su mal estar estaba dispuesta a combatir con el individuo que la había agredido en la cocina.

Era digno de maravillarse con su entereza. Tenía un fuerte deseo de descubrir y desenmascarar al susodicho que prefería partir a por sus armas antes de que fuera demasiado tarde para intentarlo. Sabía que era ahora o nunca.

Agarraba su llave entre los dedos, deseosa de llegar de una vez a la cabaña y agarrar todos sus juguetes. Aniquilaría a todo aquel que se interpusiera en su camino si hacía falta, pero debía de tener auto-control. Las cosas rápidas nunca salen bien, había que estudiarlo y planificarlo. Ya tenía muy claro que las cosas apresuradas solían ser fallidas, sobre todo con el intento de envenenamiento con matarratas a su odiado padrastro.

Una vez allí, se apresuró en insertar la llave en la ranura y entró con vigor. Examinó la situación; todo parecía en su debido orden, nadie había tocado nada. Estaba igual que la última vez que estuvo allí con Margarett.

Cuando abrió la puerta del pequeño armario de madera, sus ojos se dilataron al encontrarse con el machete y la escopeta de caza. Estaba dudosa de cual escoger. Por un lado tenía una escopeta, rápida y concisa en el acto, y por otro estaba el machete, que tenía que hincar en la carne y mancharse las manos para verlo agonizando. Observó a ambas tratando de cual escoger.

—Escoge la que más se acorde a tu personalidad, mi querida Victoria —murmuró su demonio, disfrutando del bello momento.

—Si entro con la escopeta al internado, es probable que se opongan y traten de quitármela. Llama demasiado la atención.

— Entonces agarra el machete.

—El machete me optimizaría mucho defenderme a distancia. Sería un cuerpo a cuerpo.

—No tenemos todo el día. Elige de una vez.

—¿Vamos a salir de Fennoith hoy mismo? —indagó ella.

—Es posible, si descubres quién asesinó a Kimmie Bonheur. Todo esto se habrá terminado en cuanto aspire su alma negra. Después, iremos a tu hogar, como te prometí que haríamos.

Ella se silenció durante algunos segundos. No sabía si sentirse triste o entusiasmada de poder salir del internado después de tanto tiempo allí encerrada. ¿Cómo estaría su casa? ¿Se habrían marchado Bernadette y Benjamín de allí con toda su fortuna?

El lado triste era abandonar a sus amistades. Siempre había sido una chica solitaria y allí dentro encontró a los amigos que un día deseó. Un tanto irónico viniendo de un lugar donde albergaba tanta malicia y locura. Pero tenía que escoger entre su misión principal, o quedarse anclada por aquellos sentimientos confusos. Tuvo claro desde un principio que una vez cumplido las ordenes de su demonio y haber jugado bien a su macabro juego, saldría de allí despavorida para reunirse con Benjamín y acabar lo que un día empezó.

Ella alzó su mano y escogió la escopeta de caza. Sabía que un arma como aquella era más aterradora que un simple machete. Lo que no tenía muy claro era cómo iba a meterla en Fennoith sin ser descubierta. Era del director Newell, que probablemente en vacaciones se dedicaba a la caza animal—cosa que Victoria estaba en contra—.

De pronto, la joven recordó quién la había agredido en la cocina y exhaló con fuerza. Antes de ser sucumbida por el sueño escuchó su respiración jadeante. Esa persona ya la agredió en varias ocasiones. Jamás olvidó su horrible violencia con la que actuó ni su ira.

«¡Cómo no he sospechado antes de ella!», pensó con frustración. «Incluso estuvo presente en la quema del diario de Kimmie.»

No había nada más que hacer en la cabaña, así que salieron de allí con rapidez para llegar a Fennoith.

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Mientras tanto en el internado, Elliot iba a acudir a clase cuando acechó a Beatríz, la cocinera, buscando a alguien con la mirada en la clase de alumnos tras el pequeño cristal de la puerta. Siempre le había resultado curioso su poca feminidad, su cuerpo corpulento y rechoncho. En ocasiones solía apreciarse pelos en su barbilla, pero ésta se los quitaba antes de que hicieran comentarios al respecto. No sabía muy bien como definir a esa señora, pues era una mezcla entre hombre y mujer, descuidada y desaliñada. Si no fuera por su voz aguda podría pensarse que bajo ese cuerpo regordete se encontraba un varón.

Su cabello canoso siempre solía estar recogido en una cinta de cocina, para impedir que algunos de éstos cayera a la comida.

Algo negro sobresalía de uno de los bolsillos de su bata blanca. Cuando el muchacho quiso pasar, la mujer giró sobre su eje chocando con la persona que se encontraba tras ella. Quiso ignorarlo, pero el chico la llamó deteniendo su paso.

—Se le ha caído esto —mostró el joven, tendiéndolo al aire.

Era una corbata negra de un alumno. Elliot frunció el ceño y la juzgó con la mirada. ¿Qué hacía ella con una corbata de alumno?

Beatríz la agarró con brusquedad y se la volvió a guardar en su bolsillo. Ambos se miraron desafiantes.

Elliot no podía comprender qué hacía con aquella corbata y por qué la guardaba con tanto empeño. Estaba seguro que había apreciado a algún compañero sin ella, pero no recordaba muy bien a quién. Trataba de hacer memoria, era un hecho importante y no podía dejarlo pasar.

Cuando Victoria salió de la enfermería, Elliot se adentró a ese mismo pasillo para ver como se encontraba en la enfermería tras el inesperado suceso, ya que Newell dio el comunicado. Él se detuvo cuando escuchó que la joven estaba mosqueada con su amigo Caym y que ambos estaban discutiendo.
Al estudiar su uniforme, observó que éste carecía de corbata y que la camisa blanca que llevaba estaba manchada de tierra y suciedad. Su mocasín también estaba descuidado. No quiso intervenir en ambos así que con desdén se marchó de allí.

¡Ahora lo recordaba! Ella no llevaba puesta la corbata que tanto caracterizaba al uniforme. Aquella cocinera poseía la pequeña tela que pertenecía a Victoria.

Cuando Elliot quiso articular palabra, Beatríz forcejeó con el joven, tapándole la boca para llevárselo de allí.

Beatríz de alguna forma siempre estuvo acechando al grupo de cinco en cada cena, almuerzo y cada comida. ¿Quién iba a sospechar de una cocinera, cuando las pistas apuntaban a otra persona? Se las ingenió demasiado bien para evadir cualquier sospecha de sí misma y que la joven no indagara en un principio en aquella macabra cocinera.

Más de una vez advirtió en un ultimátum que jamás se le ocurriera hurtar sus preciados cuchillos o rajaría su cuello sin remordimientos. Cuando Caym robó el arma para obsequiarla a su compañera, días después desapareció de su habitación, pues la mujer supo que faltaba uno de sus queridos y tenía muy claro que la sangre nueva estaba tocando lo que no le pertenecía.

Se regocijaba al pensar que nadie sospechó de ella ni un segundo. Que incluso con aquel horrible carácter con problemas de ira ninguno se percatara que escondía un terrible secreto. Había jugado demasiado bien al despiste. Iba a impedir que aquellos bastardos adolescentes se salieran con la suya y revelaran su identidad. No le quedaba más remedio que deshacerse de Elliot, que le había descubierto.

«Ahora descansarás con tu querida novia», pensó con malicia.

Sin embargo, Beatríz no escondía solo aquel asesinato, también se hacía pasar por una persona que no era; porque ella no era una mujer, bajo todo ese cuerpo obeso se encontraba la figura de un hombre con un oscuro y siniestro pasado.
Desde muy joven se habían burlado y mofado de su llamativa voz aguda, haciendo que en más de una ocasión lo confundieran con una mujer. Incluso sus rasgos y sus facciones eran un tanto finas. Tiempo después descubrió que su característica voz no era tan mala como le resultó ser, ya que gracias a eso, pudo cambiarse la identidad para eliminar sus antecedentes de abuso sexual e intento de asesinato. Su verdadero nombre era Andrés Espino.

Kimmie Bonheur fue la primera chica en percatarse de su secreto cuando lo espió en más de una ocasión y apreció que bajo esa ropa no había un aparato reproductor femenino. También Andrés se dedicaba a atisbar a las chicas en las duchas cuando nadie miraba y las grababa con su teléfono para poder satisfacer sus deseos internos. Bonheur quiso impedir que ese depravado se saliera con la suya, con buen coraje se enfrentó y lo amenazó con contar su pequeño secreto al director Newell. No obstante, Kimmie fue vencida y Andrés se salió con la suya. Ninguna chica rebelde tenía el derecho de amenazarlo como ella lo hizo. Aquello emanó su rabia y la secuestró en el bosque para abusar de ella un par de días antes de asesinarla. Creyó que tras el abuso ella se mantendría callada, pero cuando se percató que planeaba contarlo, la asesinó robando unos de los medicamentos de Margarett y le inyecto una gran dosis hasta verla morir.

Todos pensarían que fue un suicidio. Bastó con pagar una suma de dinero a uno de los investigadores del caso para que éste afirmara que Kimmie Bonheur se quito la vida tras estar metida en una gran depresión.

«Como es el ser humano con el dinero. Un par de enormes billetes y ya soy un hombre libre en la sociedad», se dijo para sí mismo.

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Al cabo de unos minutos, Victoria llegó a Fennoith con cautela. Eran las once de la mañana y estaban todos en clase. El silencio era notable, sólo podía oírse las explicaciones del profesor Dwayne argumentando el libro de estudio a sus alumnos.
Ella tenía pensado encerrar a todos sus compañeros en clase, ya que así ninguno de ellos podía alarmarse o interrumpirla en su misión principal. Había estudiado en su mente todo el proceso por el que pasaría para llegar hasta el asesino.

Anduvieron por los pasillos, queriendo llegar hasta el despacho del director Newell y coger el manojo de llaves que él poseía. Agarraba la escopeta sobre su abdomen con cuidado de no disparar.

Antes de entrar al despacho, tendió el arma a su demonio para que la custodiara de mientras ella robaba las llaves. Caym se quedó en los pasillos, esperando con diversión a que ella hiciera todo lo planeado.
Al entrar en la habitación, Victoria fingió tener un problema de cual hablar con su director. El hombre estaba sentado en la silla de su escritorio y dejó de prestar atención a lo que estaba haciendo para atenderla. La muchacha observó las llaves encima de la mesa. Se sentó en la silla vacía frente a él y lo miró a la cara.

—¿En qué puedo ayudarte, alumna Massey?

Sin previo aviso, agarró el manojo de llaves y antes de que Newell la siguiera para impedirlo, la joven lo encerró dentro. El hombre aporreó la puerta, llamándola por su apellido y exigiendo que abriera de inmediato si no quería ser castigada. Ella lo ignoró y siguió su camino.

Hizo lo mismo con la clase de sus compañeros y la consulta de Jenkins. Los alumnos se sorprendieron ante la encerrona que la joven les había provocado. El profesor Dwayne giró el pomo tratando de abrirla sin resultado alguno.
Laura Jenkins también exhaló sin poderse creer quien la había encerrado.

Miró por todas las habitaciones restantes, buscando al parásito para eliminarlo de una vez por todas. Por fin acabaría con él y con toda su malicia.

La joven fue sorprendida al girar uno de los corredores, encontrándose a varios metros a la falsa cocinera, teniendo de rehén a Elliot.

«Clásica situación para alguien que ha sido desenmascarada.», pensó.

—Un paso más y la sangre brotará de su cuello —amenazó.

Victoria le apuntó con la escopeta. Sabía que tenía miedo, el tembleque de su mano con el que sujetaba el cuchillo carnicero era muy pronunciado. Verla con la escopeta en comparación con el arma que él poseía era ridículo. No obstante, ella nunca había disparado, pero sí había jugado con las pistolas de balines en las ferias para ganar los clásicos peluches que exponían. Supo que la situación no era similar, y que cabía la posibilidad de que disparase a Elliot. Debía de concentrarse y que su pulso no flaqueara ni temblase.

—Piensa que es un juguete que tienes que disparar para ganarlo —Le susurró Caym, mostrando su sonrisa burlesca.

—¿Por qué asesinaste a Kimmie Bonheur?—inquirió la muchacha.

—Esa mocosa de chica quería delatar mi identidad. Si se hubiera mantenido callada no le habría pasado nada. ¡Cada acción trae su consecuencia!

La enfermera Margarett se presentó allí estupefacta de lo ocurrido. Al oír la confesión no pudo evitar llevarse una mano a la boca reprimiendo un grito. ¡Su niña había sido asesinada por ese bastardo!

Andrés volvió a amenazar a Elliot tras ver a la mujer acercarse. Victoria gritó que no se moviera y acto seguido la enfermera obedeció.

—Déjame marchar de este internado y nadie saldrá herido —dijo frunciendo el ceño.

«No dejes que huya. Un monstruo de esa calaña no merece caminar por la sociedad», le comentó Caym con severidad.

—¿Quién eres en realidad?

—Déjame ir y nadie saldrá herido —insistió. Colocó el cuchillo más pegado al cuello del joven.

Victoria alzó la escopeta y apuntó con concentración. Exhaló y expiró por su boca, calmándose para apretar el gatillo. Al ver aquello, el parásito se alarmó y quiso rajar a su rehén.
Aquel humano merecía estar vivo sabiendo las atrocidades que había cometido. Ni siquiera se arrepentía de lo que hizo ni mostró remordimientos. La madre de Kimmie estaba allí y la miraba con el mismo asco que miró a su hija cuando estuvo viva. Era pura malicia, pura maldad personificada. No podía permitir que fuera libre.

—Tres, dos, uno... —contó Caym con diversión.

Victoria apretó el gatillo. Margarett soltó un enorme alarido y los alumnos que yacían encerrados vociferaron al respecto, alarmándose del enorme ruido que había sonado en todo Fennoith.
Andrés y Elliot cayeron al piso de inmediato. La bala había travesado el cráneo del parásito, brotando la sangre sin control en el suelo. Algunas gotas habían salpicado el rostro del muchacho, que temblaba como pura gelatina. Respiraba entrecortado sin poderse creer en la situación en la que se vio visto y que sobre todo, una niña de tan sólo dieciséis años había matado al asesino de su amada.

La chica bajó el arma y la arrojó a un lado. Su pulso empezó a aumentar y sus dedos temblaban sobremanera. Se había puesto nerviosa de todo el drama. Tanto Margarett como Elliot la miraban con asombro.

Caym, sin importarle los presentes que había a su alrededor, se acercó al parásito, se inclinó y le abrió la boca para aspirar la enorme masa negra que emanó de su interior; su podrida y putrefacta alma que ahora ardería en el infierno para el resto de su eternidad.

El alma de Margarett también era importante, pues había cometido varios crímenes y eso convertía su alma infectada. No obstante, el varón sabía que una vez muerta cobraría su alma para así llevarla a su destino. No tenía la necesidad de matarla en aquel entonces, sino que cuando muriera por causas naturales, vendría a por ella.

Cuando termino de absorber la masa negra dijo:

—Tenemos que irnos, Victoria.

El corazón le dio un vuelco al oír aquello. Por fin vería el rostro de Benjamín. Ahora le tocaba a ella terminar su venganza de una vez por todas.

Antes de marcharse de Fennotih, Caym abrió todas las puertas en las que las personas estaban encerradas. La psicóloga Jenkins salió apresurada de allí y se adentró en clase para proteger a Lucas y Melissa. La rubia se abalanzó en sus brazos de inmediato. Oír aquel disparo le había consternado y la mujer se preocupó de ella. Le tenía tanto cariño que la quiso proteger como si de una buena madre se tratara.

Victoria sonrió ante aquello y se marchó dispuesta a su destino con su demonio, pero Melissa y Lucas la interrumpieron al hablar. Habían salido de clase para poder despedirse y decir unas palabras. Sabían a dónde se iba su amiga y eso los entristeció, pero debían dejarla marchar. Siempre añoró terminar lo que un día empezó y ellos no eran nadie para impedir su paso. Debían dejarla libre, que se hiciera más fuerte de lo que ya era. Melissa mantuvo la pequeña esperanza de que algún día se volvieran a encontrar con la única compañera de cuarto que hizo sus noches y sus días más amenos. Su única amiga del alma.

—¿Volveremos a encontrarnos algún día? —preguntó la rubia con lágrimas en sus ojos.

—Lo prometo —dijo ella, dedicándole una sonrisa.

—Adiós, Victoria —se despidió Lucas, con tristeza.

Caym agarró de la mano a su compañera y juntos corrieron de Fennoith.

«Benjamín, prepárate para adentrarte en mi infierno.»


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