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Capítulo 15: Hazlo tú por mí.

A la mañana siguiente, Victoria se despertó tras percibir un fuerte escozor en la espalda. Se incorporó del colchón con un leve gimoteo y se llevó una mano a la zona dolorida. Abrió sus ojos tras notar una herida en relieve. Era peculiar, pues no pudo averiguar quién se la hizo. Confusa se levantó de la cama y se apresuró al espejo de la habitación para observarse. Se bajó el camisón conforme apreciaba la herida. Se quedó anonadada tras percatarse de lo que veían sus ojos; una letra «C» se marcaba con un fuerte arañazo, junto a pequeños hilos de sangre que se apreciaban, como si de un animal salvaje se tratase. La letra era pequeña, lo suficiente como para poder leerla. Supo de inmediato que el causante de aquello había sido Caym.

«¿Quieres que te castigue, Victoria?», había recordado aquella pregunta que el joven le había formulado horas antes, malhumorado. Quizás no fue buena idea mofarse de las intenciones de un demonio.

Se subió el camisón a regañadientes y apretó su mandíbula. Estaba marcada por aquel ser, y no sabía que podría significar aquello.

Se había despertado minutos antes de sonar su alarma y eso le cabreaba, podía haber seguido durmiendo un poco más. Supo que su día no iba a ser bueno tras no dormir lo suficiente. Para colmo, lo sucedido en la madrugada apenas pudo conciliar el sueño. Y cuando logró dormir, el escozor le había levantado.

Cuando la joven no dormía lo suficiente, lograba tener un mal humor irritante.

Se desvistió y agarró su uniforme soltando un suspiro largo por su boca. Se vistió y se cepilló el cabello tan negro como la noche sin estrellas. Melissa aún seguía durmiendo y no quiso despertarla antes de tiempo, así que salió de la habitación sin ocasionar mucho ruido y caminó por los pasillos. Le resultaba absurdo no ver a ningún alumno levantado, salvo ella.

Pudo percibir al profesor Bellamy platicando con la psicóloga Jenkins, pero no le dio importancia. No obstante, el hombre miró de reojo a la joven que deambulaba por los corredores con cara de pocos amigos.

La psicóloga le sonrió, pero ella no devolvió la sonrisa. Aquello hizo que la mujer detuviese su charla con el profesor, para hablar con la muchacha.

—Buenos días, Massey.

—Serán para usted —respondió ella cruzándose de brazos.

La psicóloga soltó una risa incómoda.

—Bueno, veo que alguien se ha levantado con mal pie. ¿Te apetece que charlemos en mi consulta respecto a lo de anoche?

—Apetecer no me apetece, como podrá notar. Dado que ni siquiera voy a poder negarme ni retirarme de hablar con usted, le responderé con un falso entusiasmo: ¡Me encantaría, psicóloga Jenkins!

La mujer hizo una mueca y carraspeó con nerviosismo. La actitud de la joven en aquella mañana contagiaba la mala energía.

—Te dejaré pasar por esta vez tus malas contestaciones, Massey. Veo que no estás de muy buen humor y en parte entiendo la razón.

—¿Ah, sí? ¿Lo entiende?—cuestionó con falso asombro.

—Supongo que el hecho de que Benister te acuse del suicidio de Alexandra te ocasiona este mal estar.

«Para ser psicóloga no entiendes una mierda de lo que me pasa.» se dijo para sí.

—Anda, ve a desayunar—objetó la mujer—. Ya hablaremos en otro momento.

Victoria no respondió y se alejó de allí.

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El desayuno aún no estaba servido, pero la cocina estaba abierta. La cocinera poco agraciada estaba buscando comida en la despensa. La joven quedó inspeccionando los tantos cuchillos que se hallaban en la encimera. Estaba pensando que no volvería a tener una oportunidad como aquella. La mujer se encontraba de espaldas y en un acto de rapidez, ella podría robar uno de los utensilios. Se adentró con sigilo a la cocina e inspeccionó lo que sería su nueva arma. Cuando quiso agarrar uno, la cocinera la jaló del cabello haciendo que la joven arquease su cuello.

—¡Tú! ¡Pequeña mocosa!—exclamó la mujer—¿Qué pretendías? ¿Robarme?

—¡Suéltame!—Imploró intentado defenderse.

—Lárgate de aquí antes de que te rebane en pedazos, mocosa.

La empujó fuera de la cocina y Victoria se tropezó torpemente. Apretó sus puños con fuerza haciendo que sus nudillos se tornaran blancos. El director Newell se percató de la presencia de la joven arrodillada en el piso. No tuvo reparo en preguntarle que le sucedía.

—¿Qué te ha ocurrido?

Victoria fingió un falso lloriqueo.

—¡La cocinera me ha agredido!—confesó con la voz quebrada.

—¿Cómo?—preguntó a pesar de que lo había oído a la perfección.

—Quise saber qué se iba a desayunar y me adentré en la cocina. Ella de pronto me jaló y me sacudió. Me llamó "mocosa" y me amenazó diciendo que si volvía a entrar me cortaría en pedazos.

El director, con total desagrado, se adentró en la cocina con brusquedad interrumpiendo a la señora de su trabajo. La mujer lo miró confusa sin entender su malhumor. Cuando se percató de la presencia de la chica arrodillada en los pasillos empezó a fruncir el ceño.

—¿Cómo se atreve a agredir a una alumna?

—¿Agredir?—repitió con asombro—¡Esa mocosa pretendía robarme!

—¡Esa chica tiene nombre! ¿Quién se cree para etiquetar de tal forma a una alumna? Creo que usted ya tiene una edad para intentar humillar a una chica. Esta joven tan sólo queria preguntarle qué se va a desayunar.

—¡Eso es mentira! La vi agarrando uno de mis cuchillos. ¿Cómo puede creer la palabra de una loca?

Victoria sollozó con más fuerza, fingiendo que aquellas palabras la dolieron en lo más profundo de su alma. El director apretó su mandíbula.

—Señora, como un alumno más se vuelva a quejar de usted, estará despedida de mi centro. No es la primera vez que le veo dirigirse con esa actitud tan desagradable hacia mis alumnos.

El hombre se marchó de la cocina, consoló a Victoria agarrando su hombro y dándole una pequeña palmada. Cuando el director Newell se marchó de los pasillos, la joven mostró su dedo corazón en signo obsceno hacia la cocinera y mostró una sonrisa burlona. Se carcajeaba por dentro. La señora se enfureció al ver que esta estuvo haciendo teatro.

Nunca enfades a quien te prepara la comida, no es inteligente.

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Por fin los demás alumnados se habían presentado por los pasillos y todos se dirigían al comedor para desayunar. El bullicio se había creado en comparación con el silencio que había antes. Victoria se adentró al comedor para desayunar y ver nuevamente a la cocinera enfurecida. Mientras la joven se servía su desayuno, la cocinera apretaba su mandíbula controlándose las ganas de montar un espectáculo. Aquella joven fue la única capaz de irritarla. Usualmente solía tener ese mal carácter, pero Victoria fue la única capaz de sacarle de sus casillas.

La joven se sentó en la misma mesa esperando a sus compañeros. Cuando vio a Caym entrar al comedor, ella le dedicó una mirada furtiva. El joven tan sólo le sonrió con soberbia. Sabía la razón del por qué le miraba así. Cuando todos llegaron a la mesa, Melissa se sentó a su lado y en frente se hallaban Lucas y Caym. La muchacha se llevó una cucharada a la boca sin apartar la mirada de su querido amigo.

—Buenos días, Victoria. ¿Has dormido bien?—dijo Caym en un claro tono sarcástico.

—¡Vete al infierno!—masculló la joven con la boca llena de cereal.

—Oh, querida. Todavía no puedo marcharme sin llevarte de mi mano—comentó él guiñándole un ojo.

—¿Sucedió algo anoche?—cuestionó Lucas confundido. Los sonámbulos no recuerdan cuando tienen un episodio, por esa razón se sentía extraño.

—Estuviste sonámbulo —informó Melissa—. Benister se aprovechó de ti todo este tiempo llevándote al patio. Ella había robado las llaves del director.

—¿Por qué diablos hizo eso?—inquirió frunciendo el ceño.

—Sospechaba que tú mataste a Alexandra. Igual ella hizo que tú desenterraras a Alexandra para saber si confesabas algo.

Lucas tragó saliva.

—¿La desenterré de nuevo? Ella y Cassandra están juntas...

—No, no llegaste a hacerlo—habló esta vez Victoria—. Pero era lo que pretendía hacer Benister contigo. Caym fue quién se dio cuenta de que no estabas en la habitación. Nosotros te salvamos el culo por segunda vez.

Lucas miró a su compañero y esbozó una sonrisa.

—Gracias —dijo con un brillo en sus ojos.

Caym no estaba acostumbrado a que un humano le agradeciese un acto. Normalmente se lamentaban o suplicaban entre sollozos y lágrimas. Por esa razón, que alguien le agradeciese un buen gesto le resultó muy extraño. No supo qué decir y desvío la mirada del joven concentrándose en su desayuno.

Victoria estaba curiosa por saber qué castigo había recibido Benister. No se le veía por ninguna parte y Elliot estaba comiendo solo en una mesa grande. La última vez ambos se hallaron conversando. Elliot se percató que Victoria lo estaba mirando y le dedicó una sonrisa amplía. De inmediato la joven apartó la mirada. No le gustaba hacer contacto visual con semejante extraño. Desconocía sus intenciones y por lo que se apreciaba no eran buenas. Aunque, ¿quién tenía buenas intenciones allí?

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Más tarde, Victoria estaba curioseando la habitación de Lucas y Caym. Quedaban pocos minutos para la próxima clase y debía darse prisa en buscar lo que ansiaba. Había fingido ir al baño para curiosear aquello.

La joven se agachó bajo la cama de Caym y apreció la mochila negra con la cual lo había conocido. Sabía que allí dentro se encontraba el libro negro con el que firmó el pacto. Arrastró la mochila de la oscuridad y la inspeccionó con ahínco. Victoria agarró el libro y miró la página que había firmado con sangre. Quizás, si arrancaba la página y la hacía añicos, el pacto se rompía.

—«Victoria Massey 1999 - ????». Se hallaba escrito. Sabía que aquello anunciaba su futura muerte.

El pomo de la puerta se estaba girando y la joven no dudó en esconderse bajo la cama. Unos pasos lentos se dirigían hacia ella. Se mordió el labio inferior nerviosa conforme agarraba el libro con fuerza. Se había olvidado esconder la mochila bajo la cama y maldijo en silencio. Intentó agarrarla con disimulo pero Caym se puso de cuclillas observándola con una sonrisa. Victoria quedó inmóvil sin saber cómo reaccionar. Abrazaba el libro sobre su pecho.

—¿Intentando romper el pacto, Victoria?

—¡Eres un imbécil! —maldijo ella sin argumentos.

Con un acto de rapidez, Caym le agarró por los tobillos y le sacó de su escondite.

—Aunque arrancases la página no podrías romperlo. Esto es tan solo para recordar lo que me diste a cambio de tu venganza.

—¿Te he vendido mi alma?—inquirió ella con desagrado.

—¿Tú qué crees, cielo? No te hagas la estúpida ahora.

La joven lanzó el libro a un lado con dureza y empezó a darle pequeños puñetazos en el pecho al joven. No paraba de soltar insultos por su boca a la vez que lo agredía como una niña engañada. Caym tan solo reía con malicia disfrutando del ataque de rabia de la muchacha.

Empezó a intentar darle patadas fuertes y puñetazos, pero Caym la detuvo echándose sobre ella, presionando su cuerpo y piernas. La agarró los brazos y le miró a sus ojos esmeralda. Victoria gimoteaba intentando liberarse de él. La joven hizo fuerzas y pudo liberar unos de sus brazos de las mano del chico, de inmediato le proporcionó una cachetada en su mejilla. Caym se estremeció por unos segundos y volvió a reír.

—¿Estás enfadada? ¿No te ha gustado el tatuaje que te he hecho?

—¡No!—profirió.

—Qué pena. Te lo hice con amor.

—Tú ni siquiera sabes qué es eso.

Caym se acercó a sus labios. Victoria exhaló nerviosa y comenzó a temblar.

—¿Y tú lo sabes?—inquirió él.

Victoria jadeó con nerviosismo. Tener unos labios tan perfectos como los de él era imposible no resistirse a besarlos. Lucían carnosos y jugosos. No obstante se rehusó a tener aquellos pensamientos, estaba enfurecida.

—Victoria —pronunció jugueteando con su nombre.

—Suéltame.

—Tienes una mano libre, úsala como quieras.

Agarró su corbata y le obligó a besarla. Sabía que él se volvía vulnerable con los besos que le robaba. Victoria se sorprendió cuando el muchacho no se apartó y se dedicó a juguetear con la lengua de ella. No era lo que pretendía que sucediese, sino que él se apartase por no querer hacerlo. Ambos se encontraban en el suelo, besándose desenfrenados como si no hubiese un mañana.

—Sé lo que piensas, Victoria —rompió el silencio.

—¿Qué?—indagó ella confusa.

—Puedo leer tus intenciones. Pensabas que si me obligabas a besarte, me apartaría volviéndome vulnerable.

Ella se sonrojo de inmediato y empezó a enfurecerse. No había caído en que él podía desnudarle los pensamientos.

—Lo estabas deseando.—interrumpió—. Quizás la que se está volviendo vulnerable seas tú, querida.

Victoria lo apartó de un empujón.

—Jamás me volveré vulnerable por un ser como tú. Eres mi demonio, mi juguete. Estás aquí para ayudarme a salir, una vez hecho eso te irás por donde has venido.

Caym apreció cierta aflicción en sus ojos, que de inmediato, la chica agachó la vista pretendiendo esconderse. Sus frías y duras palabras no concordaron junto a su rostro fingiendo ser frívola.

—¿Eso crees que pasará?—cuestionó con diversión—. Eres mía, Victoria. Tengo tu alma.

La joven tragó saliva. Reconocía para sus adentros que robarle aquel beso pudo calmarla de sus demonios internos. Pero se negaba a ser vulnerable. Nunca había sentido la necesidad de permanecer junto a alguien. Quería creer que ese «alguien» no iba a ser Caym. Rechazaba envenenarse de él.

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En la tarde, Victoria detuvo a Elliot que se dirigía a alguna parte del internado. El joven se volteó con las manos metidas en sus bolsillos y la miró con perversión. Él sabía el castigo que había recibido Benister, pues su tío era el director Newell. Por esa razón no tuvo recelo en cuestionar si conocía algo al respecto.

—¿Dónde está Benister?

—¿Por qué te importa? ¿Acaso no le has dedicado demasiado tiempo, Massey?

—Tan solo quiero saber qué tipo de castigo ha recibido.

Elliot comenzó a andar y Victoria lo siguió detrás. No supo hasta donde le llevaba, pero dedujo que sería hasta Benister. Mientras caminaban hacia alguna parte sin objetar palabra alguna, finalmente Elliot se detuvo en frente de una puerta que Victoria reconoció de inmediato.

—Está ahí abajo.

—¿En el sótano?—Indagó—¿Por qué el sótano?

Elliot se encogió de hombros con una sonrisa divertida. Estaba mintiendo, él si sabía por qué estaba ahí.

—¿Seguro que no lo sabes?—curioseó al ver su reacción juguetona.

—Quiero que me hagas un favor—comentó.

«Lo sabía. Quiere algo a cambio», pensó la muchacha con decepción.

—¿Qué tipo de favor?

—Quiero que mates a Benister por mí —murmuró sonriéndole.

La muchacha alzó ambas cejas con asombro.

¿Qué motivos tenía Elliot para querer deshacerse de Benister?

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