9 ✔️
McKenzie Elder
Contemplé la puerta de la habitación de Karen con cierto temor, esa sensación de culpa que no se iba a ir jamás de mi pecho. Con cuidado, coloqué mi mano en la manija y sentí un escalofrío que me erizó la piel.
Llamé antes de entrar, y cuando lo hice, dudando y con temor por su reacción, vi a Karen de pie y de brazos cruzados. Su mirada me exigía una buena explicación, era intensa y profunda, quizás en el fondo se notaba una pequeña gota de decepción en mí.
—Me decepcionaste, Mack..., no me ayudaste cuando te lo pedí —replicó con un tono de voz apagado.
Bajé la mirada hasta mis manos y comencé a jugar con mis dedos, nerviosa y culpable, porque en el fondo sabía que era así. En el fondo no fue mi intención ignorarla, solo que estaba molesta porque me ocultaba cosas y no me pareció del todo justo.
Karen siempre había tenido una lealtad admirable hacia mí y haberle hecho esto le parecía una decepción, un intento de engaño, y el término de una confianza inigualable. Éramos hermanas, estas cosas solían pasar entre nosotras, pero si me hubiera dicho qué le estaba pasando no hubiera dudado en ir por ella. Eso era lo que me molestaba a mí, aunque no dije nada mientras ella seguía ahí, reprendiéndome con la mirada.
—¿Por qué te molestas tanto? —quise saber—, estabas en buenas manos. Aaron parece ser un buen tipo.
Bufó.
—Lo es, Mack, pero ese no era el problema.
—¿Entonces cuál era tu puto problema?
—Me despidieron, ¿Entiendes? Estaba demasiado lejos de casa y mi jefe me había quitado el bolso con el dinero, tenía el celular en la mano y alcancé a irme junto a tiempo antes de que comenzara a gritarme por mi mal servicio en el lugar. Según él, la gente se quejaba de mí, servía muy lento las bebidas y se cansaban de esperarme...
Mis labios se mantuvieron pegados.
—¿Entonces no eras una prostituta?
No pensé antes de hablar, mala suerte.
Suspiré aliviada al notar que Karen comenzaba a reírse.
—¡No! —exclamó, divertida y confundida—, no te conté nada de mi trabajo porque es un club clandestino. Los millonarios hacen apuestas sobre deportes y otros intereses mientras nosotros servíamos comida.
—¿Nosotros? ¿Quién más trabajaba contigo?
—Aaron, Iker y Luna. El jefe permitía que trabajaran algunos menores. ¿Muy raro, no?
No creo que sea tan raro, al menos no hoy en día...
—Mierda, lo siento... ¡Si me hubieras dicho antes hubiese ido por ti! —yo también me crucé de brazos, esperando una buena respuesta que justificara su falta de información.
—Se supone que las hermanas deben apoyarse sin importar la causa.
Ella arqueó una ceja y no pude evitar soltar una pequeña risita. Quizás estaba en lo cierto, pero supuse que tenía algo con Aaron, así que decidí preguntarle por ello.
—¿Sales con Aaron? —pregunté cambiando el tema.
—No estoy saliendo con nadie. —Respondió.
—Bien...
Karen tomó su teléfono y al ver la hora lo guardó inmediatamente.
—Debo irme —dijo. Luego comenzó a buscar en su armario una chaqueta.
—¿A dónde vas?
—Tengo una entrevista de trabajo en la cafetería a la que siempre vamos. Espero conseguir el trabajo... ¿no te importa almorzar sola por hoy? —inquirió mientras trataba de ponerse unas zapatillas deportivas; seguro caminaría hasta allí.
—He almorzado sola durante años, no creo que hacerlo hoy sea un problema.
Desvié la mirada, sin intenciones de culparla por ello. Todo había sido responsabilidad mía desde un inicio.
¿Acaso era justo para mí cargar con esa culpa desde los doce años...?
—Genial, te veo luego. —Me dio un pequeño, pero cálido, abrazo y salió por la puerta de su propia habitación. Cuando creí que bajaría por las escaleras se dio la vuelta para decir—: Iker hablaba mucho de ti en el trabajo...
Me guiñó un ojo y volvió a su ruta original.
¿Iker estaba hablando de mí? ¿El mismísimo hermano de Aser?
Caminé con pasos lentos hasta la estantería de Karen, repleta de libros que había leído más veces de las que puedo contar. También tenía algunas fotos donde aparecíamos ambas con nuestros padres, el abuelo y la abuela; esa foto la había tomado mamá, justo una noche antes de morir en el hospital... Me picaron los ojos al verla. No podía llorar nuevamente, ¿qué me estaba pasando últimamente?
Deambulé por la pequeña habitación, mirando por la ventana cada cierto tiempo. No supe si fue obra de mi pequeña esquizofrenia, pero por momentos veía una pequeña sombra en la mitad de la calle con forma de persona.
Bien, ya estaba volviéndome loca, lo que me faltaba...
Sentí que mi celular vibraba dentro del bolsillo de mi sudadera, así que lo saqué para ver de qué se trataba; era una llamada entrante de Aser.
No respondería. Seguía enfadada con él.
Rechacé la llamada, y a los pocos segundos volvió a llamarme.
Maldita sea, tengo que contestar.
—¿Mack? —escuché su voz, más ronca que la última vez que nos habíamos encontrado.
Me mantuve en silencio.
—Mira, sé que no quieres hablar conmigo pero... quiero arreglar las cosas, quiero que volvamos a ser como antes. —Confesó al no escuchar una respuesta por mi parte.
¿Como antes...?
—¿A qué te refieres?
—A nosotros, Mack, teníamos que hablar de esto algún día. ¿No lo crees...?
¿Qué se suponía que tenía que decirle? ¿Que ya...?
—Nosotros no somos nada, Aser, punto final.
Necesitaba que dejara que decir estupideces. No soportaría una charla de ese tipo con él luego de todo lo que había pasado en la casa de Audrey...
—Mientes —comenzó a reír—. Si no somos nada, ¿por qué me besaste?
Silencio.
—No somos nada oficial —traté de excusarme. Siempre lograba inventar algo, pero con Aser era más complicado, él parecía conocerme bastante bien—. No nos queremos para algo más. Solo fue un beso y... ya. Nada más...
—No hables por mí —pareció ofendido, quizás hasta dolido.
—¿Por qué no puedo hacerlo?
—Porque no somos nada, ¿te queda claro?
Vaya, eso no me lo esperé en ningún momento.
—Eres un idiota.
—Y tú eres muy linda —confesó.
Me miré en un espejo que había cerca y confirmé mis sospechas; me había sonrojado.
Maldita sea, Aser.
—Que me digas linda no significa que dejes de ser un idiota.
—Y que me llames así no disminuye el hecho de que estoy loco.
¿Qué?
—¿Loco de qué? —quise saber.
—Por ti, Mack, estoy jodidamente loco por ti. ¿Me oíste? Me gustaste antes de que nos besáramos, desde el día en que te vi en peligro en la calle —soltó un suspiro—, sabía que te merecías a alguien mejor y pensé que yo lo podría ser... Pero tú mandas, ¿qué somos, Mack? Dímelo de una vez y te dejaré en paz, te lo juro.
Mierda.
¿Qué se suponía que tenía que decirle?
Podría confesarle que me atraía o que simplemente no sabía qué sentía por él, pero ambas opciones me llevarían al fracaso. Yo tenía un novio, al que le había puesto los cuernos, pero era un novio al final.
¿Acaso Eddie seguía gustándome o yo era un capricho suyo?
—Tengo un problema.
—Dime.
—Necesito deshacerme de Eddie y estaré lista. Pero necesitaré de tu ayuda...
Él comenzó a reír.
—No me necesitas —dijo—. Tú sola hiciste pedazos a Saul, solo repítelo con ese lunático y todo te irá bien.
Debía estar bromeando.
—¡Tú mismo me dijiste que no podría sola! —reclamé haciendo un puchero.
—Hasta que te vi golpeando a Saul. Dios..., ¿cuánta fuerza tienes en tus puños? ¡Ni siquiera usaste guantes!
Bien, quizás lo había golpeado bien y sin guantes, pero era Saul, o sea, no era Eddie. Eddie era musculoso y atlético, quizás el otro chico igual, pero él sí que me golpearía de vuelta. Saul no lo hizo, y no pude entender por qué.
—No voy a poder, Aser...
—Claro que sí, tú puedes, eh. Yo creo en ti.
Tragué saliva, entrecerré los ojos y maldije por lo bajo. ¿Por qué tenía que pasarme esto a mí? Si bien me atraía Aser, sentía que él no quería mi bienestar. Quizás solo era mi imaginación, pero eso sentía.
—No te aferres a alguien que te daña porque antes no lo hacía, no debes tener esperanza en ese tipo de personas... —intentó hacerme comprender.
Si me hubieran dicho eso antes me hubiera parecido una completa locura; sin embargo, comenzaba a cobrar sentido al pensar en Eddie, las veces que me había golpeado sin poder defenderme y las veces en que me utilizaba para beneficio propio. Yo era su saco de boxeo, se podía descargar conmigo sin dificultades o consecuencias y yo lo permitía.
Me sentía una tonta.
Me sentía una ilusa.
Sentí una fuerte presión en el pecho. La idea de enfrentarme a él me aterró, entonces recordé algo que mamá solía decirme: «Mack, el amor no duele. Lo que duele es todo lo que confundes con amor».
Hasta ese entonces no había podía entenderlo.
Gracias mamá.
—Lo haré. —confirmé y sentí que desde la otra línea Aser celebraba.
—Me alegro —fue lo único que dijo, pero estuve segura de que había sonreído.
—Pero necesitaré un plan —objeté.
—En eso puedo ayudarte.
Me imaginé a Aser sonriendo nuevamente.
—De hecho —empezó— estaré en tu casa en diez minutos. Espero que tengas comida...
Comencé a reír y él colgó.
Me quedé acostada de espaldas en la cama de mi hermana y miré al techo. La casa estaba inundada de silencio, como era de costumbre. Después de la muerte del abuelo, las cosas iban de blanco a negro, pasando por distintas tonalidades de grises. La abuela había caído en una profunda depresión y creía que la única manera de curarla era viajando con sus viejas amigas, Jane y Cinna, quienes también habían enviudado. Mi relación con Karen era bastante buena, pero la abuela cada día comenzó a alejarse más de mí, decía que su muerte había sido gracias a mí y se respaldaba de alucinaciones, propias de ella al tomarse una pastilla antes de dormir.
Karen siempre insistía en que todo había sido un error, que había sido culpa de ella haber incendiado al cocina, pero ambas sabíamos con exactitud que tratábamos de engañarnos a nosotras mismas; la abuela siempre tendría la razón. Recuerdo que en esos días, cada vez que me cruzaba en su camino, me decía: «Eres una amenaza, terminaste de destruir a esta familia. Felicitaciones, lo lograste por segunda vez...»
Sus palabras se proyectaban en mi cabeza todas las noches que pasaba en vela. No la culpaba, claro, todos podíamos equivocarnos, pero ella había rozado un pequeño límite al eliminarme completamente de su testamento, dejando a Karen (su única nieta aparte de mí) y Laurent todo lo que poseía. Eso fue lo que se quebró entre nosotras. Fue considerada al no correrme de la casa, pero si se preocupó de alejarme de ella misma.
Luego recordé las palabras de Aser, pidiéndome comida no tan indirectamente. Debía dársela, después de todo, le debía algo por la pizza...
Bajé en pequeños saltitos a la cocina y busqué algo en el refrigerador. Al parecer solo me quedaba un pedazo de carne con algo de arroz.
Recé en silencio, pidiendo que el chico no fuera vegetariano.
Alguien llamaba a la puerta, seguramente era él, así que metí el pequeño plato en el microondas y lo encendí.
—Aser —salió de mi boca al verlo—. ¿Qué mierda te pasó?
Tenía uno que otro moretón muy cerca de sus ojos. Su mirada algo vacía despertó una gran intriga y duda en mí.
—Tuve una pequeña pelea con Saul, nada de qué preocuparse. —Intentó minimizar mi preocupación.
—¿Quieres hielo? —acerqué mi dedo y, al hacer el más mínimo contacto con uno de ellos, Aser dio un paso atrás.
—No, tranquila. Estoy bien. ¿Puedo pasar...?
Asentí, nerviosa, y caminamos hacia la cocina, en busca de su comida.
—¿Qué tal te ha ido estos días? —le pregunté, intentando romper la tensión del silencio que nos envolvía.
—No me quejo, pero recuerda que nos vimos ayer.
Cierto.
—Lo había olvidado —confesé avergonzada.
—No importa. —soltó una carcajada.
Caminamos hacia la sala de estar, él con su plato de comida y un tenedor en las manos, y ambos nos sentamos en diferentes asientos. Me quedé en silencio, observándolo cautelosamente. Aser comía con cuidado de no hacerlo rápido, y sin preocupaciones, enfrente de mí.
—¿Qué? —preguntó después de unos segundos— ¿Tengo un arroz en alguna parte?
Reí.
—No, no te preocupes, solo estaba pensando —respondí, encogiéndome de hombros, aun riendo por su reacción.
—¿En qué?
—En lo que podría hacer con Eddie.
—¿Qué tanto problema hay con eso? Solo debes terminarlo. Estaré ahí por cualquier cosa... —se llevó un pedazo de carne a la boca—. ¿Tienes un cuchillo?
—Sé que solo debo dejarlo, pero me aterra que reaccione mal —le expliqué camino a la cocina. Aser seguía sentado.
Cogí un cuchillo y se lo dejé en la mesa, junto al sillón. Él me agradeció con una sonrisa.
—No creo que pase nada malo, Mack. Eres su... —quería decir algo más, pero se calló.
Bien hecho.
—Tienes razón. ¿Por qué lo haría? Digo, es Eddie, un tipo súper tranquilo —ironicé.
—Vale, sé que es agresivo, lo lamento.
Solté un suspiro. Estaba cansada de hablar sobre él.
—¿Y en qué pensabas? —preguntó.
—Esa es la cosa, aún no he pensado en nada.
—Puf, le llevamos la delantera a tu novio. —musitó mientras se comía el último pedazo de carne que le quedaba en el plato. Luego dijo—: No es una crítica ni nada de eso, pero le faltaba un poco de sal, ¿sabes? Te daré un consejo, cuando estés cociendo la carne, debes dejarla a fuego lento —yo estaba de pie, con los brazos cruzados, y con expresión seria mientras él me daba clases de cocina—, y luego le agregas sal y pimienta. Algún día cocinaremos carne y te enseñaré...
Negó con la cabeza y yo me pasé las manos por el pelo.
Podría apostar lo que fuera a que ni siquiera sabe hacerse un huevo revuelto...
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro