5 ✔️
McKenzie Elder
Los días anteriores a noche buena habían sido un desastre, o al menos lo fueron para mí.
La abuela debía irse en su crucero hacía más de dos días, pero uno de los administradores tuvo un problema privado, por lo que se retrasó y no pudo irse hasta ayer por la mañana.
—Espero que no me cancelen de último momento el viaje... —soltó de mal modo mientras llevaba las maletas al auto. Karen la llevaría hasta el centro de la ciudad—. Creo que tú también deberías venir con nosotras, McKenzie; te haría bien salir un poco de la casa y más cuando tienes una semana libre. ¿No lo crees?
Y así fue como acompañé a mi abuela hasta el centro.
El viaje hasta allí fue tranquilo, algo frío por las bajas temperaturas del estado, pero fácil de arreglar con la calefacción del auto.
Cuando la abuela se bajó del auto, se posicionó seria enfrente de mí, me observó de arriba abajo y luego me avisó:
—Otro día hablaremos de tu último año educativo. Creo que un internado en Canadá podría ser buena idea para una jovencita tan... rebelde como tú.
Lo sabía. Karen ya se lo había dicho...
Maldita cucaracha.
Volteé a ver a Karen, quién solo giró la cabeza para evitar hacer contacto visual conmigo.
Además de eso es cobarde...
En el camino a casa decidí sentarme adelante, con mucho coraje. Me enfadaba que realmente hubiera cumplido su palabra.
—¿Qué más le dijiste? —espeté en cuanto arrancó el auto.
Me sentía fatal, el pulso comenzaba a acelerarme un poco más cada segundo y solo quería terminar con lo que fuera a pasar en ese momento. Necesitaba aclarar algunas dudas, y seguir escapando jamás sería una buena manera de evitarlas.
¿Es mejor enfrentarse a una conversación incómoda y desagradable con tal de aclarar dudas, o es mejor quedarse con las dudas y seguir adelante con ellas?
—Escucha Mack... —había cierta tensión en el ambiente, específicamente entre nosotras, y supuse que quería arreglarlo de algún modo. O quizás solo disminuirla—, lo siento, ¿sí?, no creo que entiendas por qué lo hice. Solo esperaba ayudarte, alejarte de Eddie, yo...
—Basta —la hice callar, con un nudo en la garganta—. Solo... basta. ¿Okey? No necesito de tus lamentos ni mucho menos de tu compasión. Solo necesito silencio...
Asintió levemente con la cabeza y me dejó en la puerta de la casa de mi difunto abuelo.
—Estaré en el trabajo, cualquier cosa solo llámame... ¿sí? —sus ojos se notaban vidriosos, pero evité mirarlos por mucho tiempo. No necesitaba seguir sintiéndome así por algo que ella había causado.
—No te llamaré, te lo aseguro —aclaré frívolamente, y entré en la casa.
El resto del día me lo pasé viendo unos programas de televisión que encontré por ahí, también intenté ver varias de las nuevas películas que estaban de moda pero ninguna logró captar mi atención, tanto así que me quedé dormida cerca de la mitad de una. No sé si debería estar muy orgullosa de eso, y también creo que si me dedicara a la crítica de estas les pondría la peor, no lo dudo.
Cuando llegó mi hermana del trabajo eran cerca de las doce, bastante tarde, pero su horario era extenso. Nunca me enteré de cuál era su trabajo, pero con solo dieciocho años ganaba mucho más dinero del que podría imaginar hasta ese entonces, cuando decididamente me acerqué a ella en busca de respuestas.
—¿Por qué tardas tanto en el trabajo? —espeté, aun enfadada, cuando se sentó en el sillón con un yogurt en la mano derecha, dispuesta a abrirlo para después comérselo—. Siempre llegas tarde y tu horario de sueño empeora cada vez más.
—¿Qué? Vete a la cama, McKenzie —esquivó mi pregunta y siguió con lo suyo.
—Ya no tengo seis años. Creo que sé perfectamente cuándo irme o no a la cama.
Suspiró pesadamente.
—Trabajo en un club —confesó, con la esperanza de que me fuera.
—¿Qué clase de club? —me senté cerca de ella.
—Un club donde va la gente a beber y a pasar un buen rato.
No parecía dispuesta a abrirse más conmigo, pero era injusto. Quería respuestas. Quería saber cuál era la verdad detrás de todo ese dinero.
—Sé que no quieres contarme, pero me preocupo mucho por t...
—¡Yo soy la hermana mayor aquí! —hizo saber, gritando alterada. Hubo un momento de silencio cuando nos miramos la una a la otra. Yo noté que mis dedos comenzaban a temblar, no soportaba los gritos y menos si estaban dirigidos a mí—, no necesito que nadie se preocupe por mí porque, si no lo sabías, ya soy mayor de edad. ¿Entendiste? Así que por favor, vete de aquí.
Me levanté de un salto, casi sin darme cuenta.
—Bueno... —me aclaré la garganta y al ver que ella no decía nada agregué—: supongo que lo mejor será irme, pero créeme, luego voy a saber a qué te dedicas. Si no quieres decirme por las buenas, tendré que investigarlo por mi propia cuenta.
—Vale —ni se inmutó mucho y siguió comiéndose el estúpido yogurt.
No entendía cómo podía ser así, a veces cariñosa y otras veces fría como la nieve, o mejor dicho, como un témpano de hielo...
Luego de eso me fui a la cama. No quise admitirlo, pero cuando Karen me ordenaba algo, me sentía ridículamente obligada a hacerlo, nunca supe el por qué. Quizás el hecho de que mamá no estuviera presente para hacerlo me había hecho sentirme así, con la obligación de aquello. Nunca supe, ni tampoco me interesa saberlo.
Después de un par de horas, me desperté con un pequeño dolor de cabeza que me abrumó por completo; seguramente por el hecho de tener que discutir con Karen, pero al fin y al cabo es lo que las hermas hacen, ¿no? A veces discuten para bien, otras veces lo hacen para mal.
Durante la tarde sentí la necesidad de probar algún tipo de alimento; lo que fuera, podía ser desde una fruta hasta una sopa, pero mi cuerpo me lo exigía, cada vez más insistente, haciéndomelo saber por los ruidos provenientes de mi estómago. Qué insoportable era a veces. Al llegar a la cocina la inspeccioné minuciosamente, buscando algún tipo de alimento fácil de preparar, y mejor si no había necesidad de cocinar, porque era bastante mala para aquello. La verdad siempre preferí dedicarme a la repostería, intentando bastantes (innumerables) recetas de pasteles, pies, tortas, donuts, dulces...
En una de las puertas del refrigerador había una pequeña nota, adherida con cinta, que decía:
"Ir a la tienda por tomates, crema y carne molida para la cena".
Esa parecía la letra de Karen. Seguramente ya se había largado al trabajo y me había dejado a cargo de las compras, justo en nochebuena.
—"Qué buena hermana" —pensé irónicamente; era consciente de que estaba mal pensar eso de mi hermana, pero las cosas eran más fáciles cuando ella no estaba en la casa haciendo prácticamente nada, mientras yo me mataba haciendo diferentes tareas impuestas por ella. Siempre me había limitado a hacerle caso, pero esta vez no lo haría.
En un principio creí que sería una buena idea, pero comprobé que fue la mejor idea que había tenido cuando recibí un mensaje de ella, diciendo que "lamentablemente" no podría venir a cenar a casa. Al parecer en el club había más gente de lo que ella y su jefe habían pensado. A veces cuestionaba si Karen mentía bien o no, pero la decisión ya estaba tomada: era pésima mintiendo.
Me comí una naranja, la que estaba bastante agria en comparación con una que me había comido hacía unos días, y me fui al baño, directo a una ducha fría. Siempre me había gustado la idea de que el lado de la pared que daba a la ducha tuviera dibujos de las estrellas, de toda la vida brillantes y amarillas. Si mal no recordaba, fue mi abuelo quién las pintó, cuando yo era una niña de apenas unos siete u ocho años.
—¿Qué pintas, abuelo? —eso fue lo que le pregunté cundo lo vi sentado en una silla, hundiendo el pincel en el pequeño tarro de pintura y haciendo sus mejores esfuerzos para terminar lo que había empezado: decorar la blanca y fría pared.
—Hermosas estrellas —contestó sin mucha importancia, pero a juzgar por la mirada brillante de sus ojos, me atrevería a contradecir su tono de voz.
—¿Por qué dices que son hermosas? —como toda niña pequeña, yo era muy curiosa, y me acerqué a él para que contestara mi duda.
—Porque el cielo las necesita para brillar. ¿Lo sabías?
—No lo entiendo.
—Ellas tienen su propio brillo y no necesitan a nadie para ser iluminadas, en cambio el cielo las necesita...
Lo recordaba como si hubiera sido hace una semana, o quizás dos, como máximo.
Saber que se había ido fue una de las peores cosas que me podrían haber pasado; esa angustia que sentí, cuando un oficial me lo dijo, no tiene palabras para poder expresarla. Simplemente no las hay.
Jalé la llave, para que saliera agua, y entré en la ducha. No me importó no sacarme la ropa, la verdad. Me mantuve quieta debajo de las pequeñas gotas de agua, tan limpias y relajantes como de costumbre, durante unos largos minutos. Me comenzó a doler la espalda, y los pantalones al estar mojados pesaban bastante y estuve en la obligación de sentarme en la base de esta. Pensar que estábamos en épocas navideñas me hizo extrañar a mi abuelo, me sentía sola sin su alegre y cariñosa compañía, y recordarlo me hacía sentir acompañada...
No supe con exactitud cuánto tiempo estuve dentro de la ducha, pero se me hizo tarde y opté por salirme, o iba a resfriarme. Cuando me cambié la ropa bajé a la cocina, lo mejor sería buscar algo en la despensa para comer, no estaba de buen humor para cocinar y casi no me quedaban ahorros para pedir algo. Abrí la puerta de nuestra despensa y me topé con bastantes cosas enlatadas, como atún, aceitunas, vegetales y algo que parecía como una sopa.
Espero que eso haya sido una sopa.
Vencida por el cansancio, tomé el atún y unas verduras. Las abrí, busqué un tenedor y me senté en el sillón, donde había discutido con Karen la noche anterior, para comerlos. No había sido la mejor comida que había probado en mi vida, pero era comestible, que era lo importante; dudo si estaban en buen estado, pero ni me fijé en la fecha de vencimiento.
Me levanté nuevamente, cansada, y boté más de la mitad de las verduras. Esas sin duda estaban en pésimo estado, pero el atún ni lo noté, la verdad. Lavé el tenedor, al saber que luego lo postergaría, y tomé el celular para llamar a la abuela. Si no tenía buena comida al menos tendría que reclamarle, era lo justo. Lamentablemente no me contestó e inconscientemente lancé mi celular a la alfombra que, milagrosamente, evitó que se despedazara por completo.
—Gracias por nada, abuela...
Abrí nuevamente la despensa y agarré todo lo que encontré a mi vista. Con los brazos llenos, y a duras penas, abrí el basurero, luego así pude botar toda la mierda que había. Luego entendí el por qué Karen había anotado que había que ir a comprar.
Solo podía pensar que era culpa suya, era noche buena y...
¿A quién engañaba? La culpa había sido mía, y solo mía.
Escuché que el timbre había sonado y me asomé por la ventana, pegada a la puerta, para ver de quién se trataba, pero no vi a nadie.
—"Seguramente son los mocosos haciendo bromas" —pensé. Pero de todos modos abrí la puerta.
Miré a todos lados, en busca de alguna persona, pero al mirar a la altura de mis pies me encontré una caja cuadrada, con una nota encima. La dejé cuidadosamente en una mesa, prácticamente al lado del sillón, y me senté en él para leer la carta. Decía algo así:
"Me dio lástima verte haciendo arcadas al comer esa mierda en nochebuena (sin ofender) así que decidí comprarte una pizza, no me lo agradezcas. Aser".
¿Aser había comprado una pizza para mí...?
Wow.
Bueno, viniendo de él no me resultaba extraño, era bastante generoso conmigo y parecía que tenía un bolsillo con dinero infinito. Pero esto... honestamente había sido de otro nivel.
Emocionada abrí la caja, y el olor de la pizza entró por mi nariz, se adentró en mis pulmones y me hizo sentirme como en casa, en una verdadera casa, y, sin controlarme me llevé una rebanada a la boca; el sabor no cambiaba nunca, viniera de donde viniera la pizza siempre traía queso, salsa y pepperoni. Simplemente una delicia. Lo que me preguntaba era... ¿Por qué Aser desapareció al dejármela?
Pensé que seguramente estaba con prisa o quizás se había metido en un lío, viniendo de él no lo dudaba ni por un segundo.
Tomé el celular y le envié un mensaje amistoso, agradeciéndole por el gesto.
Mack: Gracias por la pizza 🙃
Aser: Solo lo hice por lástima jajaja, no te acostumbres, eh 😉
Lo admito, me reí con el mensaje.
Mack: ¿Y por qué no puedo acostumbrarme?
Aser: Se me acabaría el dinero para comprarte pizzas y eso sería malo ¿o no? 😋
Mack: Bueno, sí jajaja.
Quise seguir la conversación, pero ya se había desconectado y no quise parecer intensa. Quizás tenía cosas que hacer, de lo contrario se hubiera quedado para darme la pizza en las manos. No lo sé, solo quería convencerme de que podría haber sido así.
Iba a ir por mi tercera rebanada, cuando nuevamente sonó el timbre.
Oh por Dios.
¿Sería Aser?
Caminé a la entrada, pero al abrir la puerta me tope con una chica que se me hizo familiar. Cabello oscuro, tatuajes y una cicatriz horizontal en medio de la cara; esa era la chica que quería hablar conmigo justo hoy. Lo había olvidado, aunque honestamente no habría ido de ningún modo. A mí me habían criado con la frase de "No vayas a la casa de extraños".
—Supongo que sabes quién soy —fue lo que dijo al verme—. Tuve que venir a buscarte porque, al parecer, te negaste a aceptar mi humilde invitación a mi casa.
Ni aunque me hubieran pagado hubiera ido, te lo aseguro.
—¿Qué quieres? No te conozco y te urge hablar conmigo —me cruce de brazos, esperando una buena respuesta.
—Mi nombre es Audrey.
Silencio.
—Imposible —solté sin pensar.
—¿Qué es imposible?
—Que te llames Audrey...
—¿Qué tiene de malo que me llame así? —parecía molesta por mi reacción.
—Nada, solo que ese es un nombre de una chica santa, pero te veo y... —la miré de pies a cabeza, buscando provocar su enojo— no pareces tan santa, ni siquiera pareces virgen, si te soy sincera.
Eso pareció enfadarla bastante y me causó bastante gracia, de hecho, esa era mi intención. Quería que se fuera y me dejara en paz. No era que me cayera mal, solo que no me gustaba su vibra, ni la conocía bien, pero algo en ella me indicaba peligro; mi intuición nunca me fallaba.
—Mira, tengo claro que eres una chica con muchos estereotipos, ¿de acuerdo? Pero déjame decirte una cosa... —se acercó bastante a mí y agregó, apuntándome con su dedo índice—: Tengo información sobre tus padres. Si soy virgen es mi problema, pero si me vas a juzgar con esa mierda mejor me voy y te dejo con dudas sobre el accidente que mató a tu madre.
Me quedé helada, como una estatua de hielo, con lo que acababa de decirme. ¿Qué case de información sabía?
Comenzaron a aparecer repetidas dudas dentro de mi cabeza, reproduciéndose cada vez con más rapidez e intensidad.
¿Me estaría mintiendo?
¿Y si es una estafa?
¿Qué tal si solo quiere robarme?
—Espera... ¿Cómo sé que puedo confiar en que lo que dices es cierto? —inquirí, desconfiando.
Se había dado la vuelta para irse, pero al oírme volvimos a mirarnos a los ojos, ella con una sonrisa victoriosa esbozada en su rostro y yo con las manos temblorosas.
—Sé quién es el responsable de todo —admitió despreocupada. Creo que al ver la sorpresa palmada en mi rostro decidió continuar diciendo—, pero al parecer no te interesa. Lo mejor será irme..., feliz navidad, McKenzie.
No confiaba en Audrey, pero algo me decía que podría responder algunas dudas que deambulaban de vez en cuando por mi mente, cuando no lograba conciliar el sueño.
—Está bien, tu ganas —suspiré por lo bajo—. Entra, tenemos mucho de qué hablar...
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro