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4 ✔️

McKenzie Elder


—¿Cómo murió tu abuelo?

¿Qué?

—¿Perdón?

—¿Cómo murió tu abuelo? —me repitió.

—En un incendio —contesté incómoda por la pregunta.

Miré por la ventana, intentando quitar cualquier pensamiento triste que pudiera venir a mi mente.

Acudir a las sesiones de Jenna ya no era lo mismo; desde que se había divorciado de su último matrimonio se notaba más fría, como si odiara a todos sus pacientes, y Karen ya me lo había confesado en su última sesión. Me había dicho que se había vuelto antipática y por eso había abandonado la terapia. Era comprensible.

En medio de un parque cercano al edificio, vi a una niña pequeña hacer un ángel de nieve. Sonreí internamente, realmente me había causado mucha nostalgia. Su madre estaba al lado de ella, riéndose, y luego recostándose a su lado para hacer lo mismo; reían y hablaban como si nada les importara más que hacer un estúpido ángel que luego se borraría con el paso del tiempo.

—Ya lo veo... —Jenna llamó mi atención con ese comentario.

Fruncí el ceño.

—¿Ya lo ves qué? —solté, molesta.

—Debió significar mucho para ti dos muertes casi seguidas de seres queridos —me respondió sincera. Muy sincera.

De mal humor contesté:

—Algo así...

Pasaron unos lentos minutos más, en los que ella mencionaba un par de cosas sin mucho sentido para mí, al mismo tiempo en el que escribía bastantes cosas un cuaderno.

Sentí una pequeña alarma sonar cerca de donde ella estaba sentada.

Por fin.

La sesión había terminado.

Me levanté del incómodo sofá, tomé mi mochila y caminé hacia la puerta. Lo único que quería era estar en casa, dormir un tiempo o simplemente desaparecer. Cualquier opción me convenía.

—No vendré en lo que queda del mes, ni el siguiente, ni nunca —renuncié a sus estúpidas sesiones sin mucha importancia—. Feliz navidad, Jenifer.

No me quedé para notar su reacción, pero salí del edificio con una sonrisa en mi rostro; estaba deseando hacerlo desde hacía unos días y no había reunido el valor hasta ese momento. Solo pensaba en la cara de decepción que mostraría Karen, pero rápidamente la aparté de mi mente. No debía desperdiciar más tiempo pensando.


***


—¿Escuché bien, Mack?

Estábamos instaladas dentro de mi habitación. Me limitaba a saborear un sándwich de jamón y queso mientras que Karen bebía agua de un vaso del que, anteriormente, había bebido yo.

Su expresión era nula. No se mostraba decepcionada ni alegre, simplemente su rostro ocultaba lo que estaba sintiendo o pensando. Supuse que Karen se tomaba en serio lo de la cara de póker.

—¿En serio tengo que repetirte por tercera vez que dejé las sesiones? —cuestioné sin ánimos.

Le di un mordisco al sándwich, esperando a que reaccionara de alguna manera.

—¡Mack! —llamó mi atención con el pequeño grito—, en serio no sabes todo el trabajo que debo realizar a diario para pagarte tus sesiones y ahora sales con que las abandonas de repente... ¡como si nada te importara!

—Es que de verdad no me importa nada —solté una carcajada y ella se mantenía seria, de brazos cruzados y en silencio.

—No es un chiste. Mañana irás a su consulta y te disculparás con ella. ¿Me oíste?

Me levanté de la cama y me posicioné en frente de ella. Se estaba comportando como si quisiera intentar ser un modelo de madre para mí. No era que me desagradaba la idea, sino el sentimiento de angustia que florecía en mi pecho al recordar que una vez tuve una madre que se había ido injustamente. Por mi culpa.

—¿Sino qué? —mi voz tembló y rogué para que ella no lo percibiera.

Mi hermana pensó seriamente en lo que había dicho.

—Si no te disculpas con ella, me encargaré de convencer a la abuela de enviarte en tu último año a un internado en Canadá —sonrió, victoriosa, contemplando mi rostro de espanto—. ¿Qué tal eso, Mack? Sabes tan bien como yo que la abuela desea enviarte lejos de aquí, y ambas también sabemos que no soportaría enterrase de la manera en la que eres abusada.

Karen solía decir ese tipo de cosas cuando se enfadaba, era algo en ella que no podía cambiar, pero no por esa razón evitaba el dolor punzante con el que recibía sus palabras. Sentía como cada una de ellas se clavaba sin piedad en mi piel, se me asemejaba como cientos de flechas disparadas hacia mí, y cada una de ellas lograba dar con el blanco.

—Bien, si eso quieres... entonces hazlo —intenté ocultar el dolor que sentía, pero me temblaban ambas manos y no podía mirarla a los ojos—. No me disculparé con Jenna y, si la abuela se entera de lo de Eddie, serás la que cargará con la culpa...

Con la mirada busqué una vía de evacuación y caminé hacia la puerta. Salí de la habitación y caminé en dirección a la cocina, sin un objetivo en concreto. Solo necesitaba irme y poder respirar sin tanta dificultad.

Mientras bajaba las escaleras, pensé en lo que había mencionado ella. Un internado en Canadá. Podría no resultar ser tan mala idea; estaría en el mismo país donde estaba mi padre y me mantendría lo bastante lejos de mi novio por una buena temporada. ¿Qué otra cosa podía desear?

Tenía una extraña vibración en el bolsillo cuando me acerqué a la cafetera y lo abrí. Se había alumbrado la pantalla del celular, mostrándome que alguien había estado llamándome. Cuando llamó por tercera vez, contesté. Era una llamada de un número desconocido. No me apetecía responder, pensando que se trataría de algún tipo de propaganda, pero al oír su voz me tranquilicé.

—Hola, McKenzie.

Que su voz lograra tranquilizar el huracán que había dentro de mí resultó aterrador en un principio.

—Hola..., ¿está todo bien?

—Iré por ti en cinco minutos. Ponte ropa cómoda, ¿sí? Necesitamos hablar.

¿Hablar?

Todos los recuerdos de la noche pasada llegaron a mi mente. Yo escuchando a Aser hablar con Saul, Aser golpeando el cemento con sus puños, yo diciéndole que se lavara las heridas y él pidiéndome explicaciones. Y se las di; le dije que estaba preocupada por no encontrarlo, pero al hacerlo quería saber en qué estaba, o más bien con quién hablaba, pero al verlo sangrando corrí a ver si estaba bien. Recordé el calor subiendo a mis mejillas por la mentira, aunque él solo asintió y me trajo a casa. Sigo sin creer que se haya tragado la excusa.

Aser colgó la llamada y me quedé de pie en el medio de la cocina, sin explicaciones, con dudas sin respuestas y el celular en la mano.

Su rostro en la noche anterior iluminó mis pensamientos confusos.

—Esto fue el treinta de febrero —murmuró en el camino de vuelta a casa.

—No entiendo.

—No pasó ni existió. ¿Vale?

—Vale...

Corrí a mi habitación y me coloqué una falda pantalón. Era una de esas prendas deportivas que solía ocupar hacía unos meses para jugar tenis, y una camiseta junto con zapatillas. Porque claro, no podía ir en pijama y debía estar con ropa deportiva. Aser me lo había pedido.

Bajé de nuevo las escaleras al mismo tiempo en el que alguien llamaba a la puerta.

—Yo voy —se ofreció mi hermana.

Mierda, no, no...

La abrió y me sorprendió que Aser no viniera solo. A su lado se encontraba un chico más bajo que él, pero su rostro se me hizo muy familiar. No podía ser... ¿o sí? Se me hacía parecido al chico con el que Aser estaba discutiendo anoche... ¿Podría ser Saul?

—Eh... hola —los saludó Karen. Aser asintió en señal de saludo y Saul... bueno, Saul se agachó, tomó su mano derecha y la besó.

—Hola, tú debes ser Karen —dijo con una sonrisa ladeada, intentando sonar coqueto. Me pareció todo lo contrario, pero al menos lo había intentado.

—Me da miedo que sepas mi nombre cuando yo no sé el tuyo... —quitó su mano de la suya y comenzó a reír para disimular algo de vergüenza. Volteó a verme y se notaba que estaba sonrojada.

Su reacción me había hecho reír un poco, aunque no evitaba que aun sintiera una punzada de remordimiento por lo que pareció una discusión hacía unos minutos atrás.

—Aser me lo dijo, no te preocupes —le guiñó un ojo a ella y volteó hacia el recién nombrado—, podrías ser más educado y saludar a esta bella dama como se debe... ¿No lo crees, enano?

Aser lo fulminó con la mirada, de mal humor, y se acercó a ella para darle un frío abrazo, e hizo lo mismo conmigo, pero sentí el mío mucho más cálido y cómodo. Eso me gustó, pero no quitó el sentimiento de culpa dentro de mí.

Saul se dirigió hacia mí y también me abrazó, con mucha fuerza, e hizo que me faltara el aire. Luego reímos y me indicó el auto de su amigo.

—Señorita —dijo—, por favor pase al carruaje real... e ignore la suciedad, por favor.

Karen soltó una pequeña risa y Aser se mantenía serio, intentando controlar el impulso de golpearlo con su puño. Me fijé en sus manos, unas vendas blancas envolvían sus nudillos, seguramente aún resentidos por las heridas, e hizo que me tranquilizara un poco.

—Déjala sola, Saul. —La mandíbula de Aser se tensó.

—Bien, bien... —se acercó a mi hermana y agregó—: quizás en otra oportunidad nos veamos, mi dama...

—Saul —lo llamó Aser, perdiendo la paciencia.

—Bien, ya voy.

Me subí a la parte trasera del auto, todavía riendo por lo bajo, y los chicos se sentaron en la parte de adelante. Como era el auto de Aser, él lo conducía, claramente.

—¿Por qué necesitabas hablar? —le pregunté a Aser, acercándome a él.

—Ponte el cinturón, te lo explicaré luego, ¿sí?

Saul negó con la cabeza, divertido, y volteó a verme.

—Disculpe al chofer, señorita, es que hoy está de mal...

No terminó su frase. Aser frenó de golpe y Saul se estrelló contra la parte delantera, golpeándose la cabeza fuertemente contra el parabrisas.

—¡Idiota! Podrías haberme matado —se quejó y dejó de reír. Yo me había asustado por el ruido del golpe.

—Oh, créeme, si no te necesitara ya estarías muerto. No seas mal agradecido, Saul —soltó una risita ahogada y luego agregó, más serio—: si lo hubieras trizado te lo cobraría, tenlo por seguro...

Comenzaron a discutir sobre el tema, Saul tomándoselo con humor, y Aser hablando en serio. Era increíble, Saul tenía más de veinte años y aun así parecía menor que Aser; no sabía qué edad tenía él, pero en otro momento le preguntaría, si me daba el tiempo.

Miré la pantalla de mi celular mientras ellos discutían como dos niños pequeños por un dulce. No había mensajes, ni llamadas, ni audios. Nada. Eddie no se había molestado en escribirme o contactarse conmigo. Eso me asustó, pero luego le diría a Aser, de momento solo quería saber por qué debíamos hablar.

Despegué la vista del aparato y volví a prestar mi atención en ellos, quienes habían comenzado a discutir sobre una canción que sonaba desde la radio del auto.

—¡La canción habla sobre un amor prohibido, Aser! Eres un ignorante...

—El ignorante eres tú, Jefferson, criticas sin saber ninguna mierda.

Ambos parecen ignorantes, entonces...

Sonreí de lado. Me causaba gracia verlos de ese modo, sabiendo que no discutían en serio. Supongo que hay distintos tipos de amigos, pero ellos definitivamente eran esos amigos que discuten sin motivo por cualquier tontería, lo que, a pesar de los gritos, no dejaba de causarme carcajadas.

—Hey, chicos —los llamé—, cálmense y vayamos a un lugar de comida rápida; yo invito. ¿Qué dicen?

Me quedé esperando alguna reacción positiva en ellos, pero me desilusioné un poco cuando comenzaron a discutir nuevamente.

—Bien, pero las hamburguesas son mejores que los completos —sentenció Saul, provocando a Aser.

—Oh, por Dios, qué mal gusto tienes. ¡Vaya! Es por eso de que antes estabas saliendo con Keyla...

—Eres un imbécil.

Ambos son imbéciles.

Terminé por rendirme y callarme. No valía la pena seguir hablando, solo crearía un nuevo tema por el cual pelear.

Saul volteó su cuerpo hacia la ventana y se quedó mirando por ella el resto del camino. Comencé a mirar a Aser, quién se mantenía centrado en el tráfico de las calles. Seguía sin comprender el por qué les gustaba provocarse y terminar discutiendo.

Por más que lo había intentado, no se me ocurrían formas para iniciar una conversación porque, además de querer hacerlo con las mejores intenciones, ambos volvieron tenso el ambiente con sus provocaciones. Tragué saliva tratando de librarme de un pequeño nudo en la garganta al pasar cerca de la calle donde ocurrió el accidente que terminó con la muerte de mi madre, también empezando con la demencia de mi padre.

Mi pobre padre, que estaba solo en Canadá, y yo ansiando el momento para escapar.

El auto frenó y Aser bajó de este.

—Llegamos.

Saul y yo imitamos la acción y entramos en el local de comida rápida. No era muy espaciado, pero había unos pares de mesas, con floreros al medio, sillas, una barra y una televisión en un rincón, donde se reproducía un partido de fútbol americano en vivo.

Nos sentamos en una de las primeras mesas que vimos, Aser y Saul se situaron en frente mío, lo que me permitió tener más espacio para colocar mis brazos en la mesa. Me sorprendió que no se hubiesen separado al sentarse, pero supuse que su amistad consistía en evitar las disculpas y simplemente actuar como si nada hubiese ocurrido. Y yo no era nadie para evitar que lo hicieran.

—¿Qué van a pedir?

Una camarera llegó vestida con un delantal rojo. Tenía la mandíbula tensa, al igual que mis acompañantes, y trataba de ser amable con nosotros. Tenía un par de ojeras bastante notables y se notaba que no venía a atendernos con la mejor voluntad.

—¿Puedes traernos el menú eh... —miré la etiqueta que colgaba de su cuello, con su nombre— Sheryl...?

—Sheila —me corrigió, secamente.

—Oh, lo siento —traté de disculparme, algo avergonzada.

—En un momento. Permiso.

Agradecí con un susurro y volteé a mirar a Aser. Vi que seguía teniendo la mandíbula tensa, al igual que sus hombros, cruzando ambos brazos. Se tensó más cuando me levanté y ocupé el puesto de Saul, puesto que había ido seguramente al baño. Hubo un momento de silencio. Él me miraba fijamente. No supe leer su expresión seria, pero instantes después cambió cuando tomé su brazo. Comenzó a sonreír involuntariamente y sus músculos dejaron de tensarse.

—¿Qué ocurre? —le pregunté, debatiendo internamente si debía acariciar su brazo, pero no lo hice. No me atreví.

Él solo agachó la cabeza y murmuró:

—No... no te he contado todo lo que necesitas saber, Mack.

Tomé con una mano su mandíbula y lo obligué a mirarme a los ojos.

—¿Sobre qué?

Rio por lo bajo. Era un tema que claramente quería evitar o esconder, pero no podría hacerlo por mucho tiempo más. Era de esos temas que te carcomen por dentro si los sueltas y luego, al soltarlos al fin, te carcome la sensación de que hiciste algo mal.

—Sobre todo. Desde Eddie hasta mí..., y creo que en algún momento deberás saberlo...

—¿Qué tiene que saber McKenzie?

Eddie.

¿Por qué siempre tenía que llegar en momento menos indicado?

Aser se levantó, molesto e indignado, y se posicionó delante de mí, colocando una mano en mi hombro: señal para que me quedara sentada, como espectadora y no protagonista. Casi me alivió saber que tenía a un chico fuerte de mi lado, pero se me quitó al ver nuevamente a mi novio. Era increíble lo mucho que podía intimidarme con solo su presencia. Y odiaba eso. Me sentía patéticamente débil e incapaz de cualquier cosa.

—Solo vete de aquí, Eddie, y haznos un favor a todos los que estamos tratando de comer aquí.

No, Eddie no parecía con ganas de alejarse. Con el comentario solo soltó una risita forzada y se acercó un poco más hacia él. A raíz de lo último, Aser sujetó con un poco más de presión mi hombro.

—Vengo por mi novia, tarado. Esto no es asunto tuyo. Necesito que me dé explicaciones del por qué me abandonó anoche... —dejó de mirarlo a él y se concentró en mí—, ¿No lo crees, McKenzie?

Me oculté aún más detrás de Aser. Me daba miedo, mucho de hecho, tener que hablar con él. No podía quitarme de la cabeza sus gritos, amenazas y golpes cada vez que lo tenía cerca. Me provocaba mucha ansiedad tener que verlo incluso de lejos y me estresaba cada vez que me tocaba aunque fuera un pelo.

—Eddie, ya fue suficiente —Saul salió de la puerta que conducía al baño de los chicos con un tajo en la frente, del cual brotaba bastante sangre. Bajé mi vista hacia su nariz, que sangraba un poco—. Ya me hiciste daño, solo vete.

Eddie comenzó a reír descaradamente en frente de nosotros. Del baño de los chicos salieron unos alumnos de último año, quienes eran parte de su grupo de amigos.

—Lo digo en serio, o llamaré al equipo de baloncesto, a ver si te dan una buena paliza —dijo Aser, amenazante.

No se animó a amenazarlo con una paliza de su parte, sabiendo que saldría perdiendo; le sería inútil intentar tocarlo con cuatro o cinco tipos que lo doblaban en músculos y fuerza, menos en altura.

—Bien, pero volveré por ti, McKenzie, cueste lo que cueste... —me apuntó con el dedo y, mirando furioso a mis acompañantes, salió del lugar con su pandilla.

Nos quedamos en silencio y caminé hasta quedar frente a frente con Saul. Toqué cuidadosamente el corte en su frente con mi dedo; aún salía sangre. Decidí ponerle una servilleta como una especie de parche mientras tanto. Luego pasaríamos por una tienda o iríamos a la casa de Aser. Una de dos. Le sugerí que fuera a lavarse la nariz al baño e hizo eso, sin soltar ningún comentario ni chiste, se le había borrado la sonrisa del rostro al igual que a Aser.

—Aquí está el menú.

La camarera había vuelto.

—Gracias...

Al irnos, Aser me ofreció irme en el asiento del copiloto. Según había escuchado al irnos, estaba molesto con Saul por no haberle dicho que mi novio se encontraba en el lugar, pero todo pasó muy rápido y ni siquiera yo lo vi venir. No intentaba defender a Saul, pero creía que Aser se comportaba injustamente con él, aunque no lo dije nada. No quería que también se enfadara conmigo y me enviara atrás, junto con su amigo.

La carretera se veía solitaria, en comparación con otras que había en la ciudad, por lo que el auto andaba a mayor velocidad que de costumbre.

—Podrían arrestarte por esto... —murmuré, jugando con mis dedos. Había traspasado los límites de velocidad. No era relevante, pero quería hablar con él y no se me ocurrió otra forma de iniciar una pequeña conversación.

—Al que deberían arrestar es a tu novio, no a mí por conducir a esta velocidad. Ni siquiera he llegado a los cien kilómetros, Mack —estaba furioso con él, e intentaba no desquitarse conmigo, pero su tono de voz lo delataba mucho.

Quise evitar tomármelo personal, pero no pude. De todos modos, lo había arrastrado de una forma extraña a mi problema, a él.

Fue ahí cuando se me ocurrió una buena idea.

—¿Y si hacemos que lo arresten?

Saul, que antes estaba distraído y perdido en sus pensamientos, parecía confundido con lo que había dicho.

—Creo que lo máximo que puedes lograr es una orden de alejamiento, si haces una denuncia por abuso —repuso.

—Pues hagámosla —sugerí.

—Tranquila, ya habrá tiempo para eso. ¿Sí? —Aser volteó a verme y me sonrió, evitando que continuara metiendo la pata.

Dejamos a Saul en su departamento y nos dirigimos hacia la casa del chico que podría llamar mi chofer.

Cuando llegamos, su madre (quién estaba seguramente esperándonos) se acercó rápidamente para saludarnos. Era una bella mujer, similar físicamente a su hijo, con una magnífica sonrisa de oreja a oreja.

—Hola mamá.

—¡Aser! —ella se emocionó y lo abrazó. Luego volteó hacia donde estaba yo—. Haz traído a tu novia..., ¿cómo no me dijiste antes, hijo? ¡Hubiera preparado algo especial para la noche!

Reí por lo bajo y me preocupé de decirle que solo éramos compañeros de clase, ni siquiera amigos. Pareció un poco extrañada y lo miré a él. Una mueca de disgusto por llamarlo mi compañero de clase delataba lo que pensaba de eso.

—El padre de Aser y yo dijimos lo mismo una vez, pero mira como terminamos... tuvimos dos hijos —soltó una risa forzada, queriendo evitar profundizar el tema, y nos invitó animadamente a pasar adentro—. Nuestra casa es tu casa, querida, siéntete libre de hacer o pedir cualquier cosa...

Volví a observarla. El buen humor se había esfumado y en su lugar solo podía ver una mezcla de tristeza con rencor. No hacía falta que diera qué era lo que ocurría entre ella y el padre de sus hijos, pude deducirlo con solo verla a ella tensar su cuerpo y a Aser apartando la mirada. Algo no iba bien entre ellos y decidí seguirlo a él hacia su habitación.

Era bastante oscura por la poca iluminación del ventanal, con algunos posters de bandas de rock pegados por todas partes, una cama con sábanas azules y un mueble, quizás repleto de ropa u otras cosas.

—¿Qué te parece? —me preguntó y se sentó en la cama, estudiando mi rostro—. Oh, vamos, tan poco está tan mal. Solo necesita una...

—Mano de pintura —completé lo que iba a decir y comenzamos a reír. Luego agregué—: La pintura se está gastando, si quieres puedo ayudarte a pintarla nuevamente....

No sabía si iba a querer, pero de todos modos me ofrecí para ayudarle.

—Quizás en otro momento, ¿vale? —asentí, riendo—, ¿quieres ver una película?

Acepté y trajo su computadora hasta donde estábamos. Pusimos una película que sugería un sitio web y comenzamos a verla; trataba sobre una chica huérfana que viajaba por el mundo para encontrar a su abuelo que, al final de la película, revelaba que había matado a sus padres por dinero. Era muy extraña la trama, pero la vimos de todos modos. Seguidamente me perdía de algunos diálogos por estar al pendiente de él. No supe si él también me había estado observando gran parte de la película, pero cuando yo no estaba observándolo, intuía que él lo hacía.

Cuando terminó, supuse que ya sería algo tarde: el sol se había ocultado y se sentía un fuerte olor a jamón, proveniente de la cocina.

—¡Chicos, vengan a cenar!

Caminamos lentamente hasta el comedor, no muy lejos de dónde estábamos, y nos sentamos en la mesa mientras la madre de Aser nos servía jamón y otras cosas para comer en unos platos color celeste pastel.

—Es tan encantador poder conocerte en persona en una situación como esta, McKenzie —dijo al sentarse. Me hizo sentir especial que alguien me lo haya dicho inmediatamente después de verme sentarme en su mesa, aunque no entendí por qué se refería a una situación como esa—, Aser me habla mucho de ti, ¿sabes?

—Mamá... —Aser parecía levemente avergonzado. Nunca lo había visto sonrojándose, pero notar un leve color carmesí en sus mejillas hizo que sonriera inconscientemente.

¿De verdad le hablaba a su madre sobre mí?

Su cuerpo hablaba por él y la duda desapareció.

—No te preocupes, Aser —lo tranquilicé riéndome, luego probé la comida y seguimos charlando—. ¿A qué se dedica, señora...?

—Llámame Molly, por favor.

—Bien, lo recordaré —prometí, enrojeciéndome yo esta vez.

—Soy enfermera la mayor parte del tiempo, el resto del tiempo que me queda lo uso atendiendo a mi hijo —bromeó y los tres reímos.

Aser no había despegado la vista del plato, y si lo había hecho era solo para dedicarme una sonrisa ladeada.

Esa fue una de las cenas que me hizo recordar lo que se sentía estar en familia por las noches.

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