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3 ✔️

McKenzie Elder


Entrecerré los ojos y una oleada de pánico recorrió todo mi pecho; era una sensación bastante común en mí, pero no por ese hecho dejaba de ser algo bastante desagradable en cualquier circunstancia, incluso en la que estaba involucrada en ese momento.

Decidí dejar de esconderme, abrir la puerta del baño y caminar sigilosamente hasta la primera planta de la casa, cuidando mis espaldas y esperando que ningún amigo o conocido de mi novio pudiese reconocer mi rostro entre la multitud.

Sentí que el volumen de los altavoces había bajado considerablemente, lo que provocó un malestar en mis oídos.

—¡Escúchenme todos! —empezó a hablar el anfitrión de la fiesta, pero no pude contemplar su rostro, afortunadamente—. Son justo las doce de la noche y es hora de inaugurar la fiesta con la piscina, ¡démosle un merecido aplauso a Eddie!

Merecido aplauso a su mamá por parir tremendo imbécil.

Miré a ambos lados. Al parecer, todos estaban distraídos y aplaudiendo. Supuse que era mi oportunidad de salir y justo eso hice.

Intenté movilizarme entre cientos de estudiantes que soltaban quejas constantes sobre la temperatura del habiente. Por otro lado, también podía escuchar algunas conversaciones a medias de unas chicas universitarias sobre algunas cosas sin mucha relevancia para mí.

"¿Qué has hecho con mis pastillas? ¡Las necesito...!"

"¿Por qué no vino él mismo y me habló...?"

"No me atrevo a quedarme mucho tiempo. Solo tenía que verte..."

No presté mucha atención a los contextos de cada frase, pero me causaron gracia; menos la última. Esa había logrado despertar ese lado curioso dentro de mí, pero no intenté quedarme a escuchar el resto de ella. No era el momento adecuado.

Llegué a la puerta luego de unos minutos, pero aunque forcejé para abrirla, no cedía de ningún modo. Estaba trabada.

Maldición.

Desesperada para encontrar una nueva salida, miré a mi derecha y logré divisar una ventana no muy alta, pero bastante cerca de donde me encontraba. Supuse que era mi única forma de escape y caminé hacia ella, presionada por el pensamiento de que Eddie podía enterarse de mi huida, y más en esos instantes, porque lo habían llamado a la piscina.

Me subí sobre una pequeña mesa justo debajo de la ventana y, después de sacarme los tacones, la abrí a medias. Aunque el espacio máximo era reducido, logré salir en el diminuto hueco; las ventajas de ser esbelta por genética materna, cosa que mi hermana dice que no heredó del todo.

Salí por la ventana con los tacones y el bolso en las manos, corriendo entre las diminutas piedras del estacionamiento hacia el portón, donde estaba él de pie, esperándome. Las piedrecillas se clavaban sin piedad en las plantas de mis pies, lo que debilitó e hizo más lento mi paso, pero aun así llegué hasta la reja.

—Hola... —logré decirle entre la reja, adolorida.

Levanté un pie y vi que estaba ensangrentado; no era una sorpresa, solía ver mucha de mi sangre a menudo, sobre mi cuerpo pálido.

—¿Las piedras? —quiso saber, con un tono amenazador en su voz.

—Sí, tranquilo...

Empujé la reja hacia su lado, pero no quería abrirse. Desde la lejanía, percibí gritos que provenían de la casa: eran gritos de Eddie. Venía por mí.

—¡Se suponía que debías estar observándola...! —se quejaba con alguien, pero no dijo su nombre hasta unos segundos después—, se ha colado por la ventana.. ¡Eres un maldito idiota, Kevin...!

Volví a prestar atención al portón, aún más presionada que antes. Mi corazón latía con muchísima fuerza, no me quedaba mucho tiempo, y Aser me lo hizo saber con una mirada de preocupación. Después de nuevos intentos logré abrirla; resultaba que el interior de la cerradura estaba oxidada, lo que no hacía nada fácil mi tarea en un tiempo récord.

—Ven, sube rápido al auto —me dijo Aser antes de subirse él.

Imité su acción y miré por la sucia ventana de su auto a mi novio salir de la casa. Estaba muy enojado, no recuerdo si lo estaba más que antes de entrar a mi salón, pero definitivamente lo estaba. Su cabello rubio se mecía hacia un lado con la brisa nocturna y sus ojos brillaban de ira. No se había molestado en quitarse el traje, lo que me causó cierta sorpresa.

—¡Ahí está! —gritó señalándome y el equipo de fútbol americano apareció detrás de él—, ¡vayan por ellos!

—Mierda —murmuró Aser por lo bajo y hundió su pie en el acelerador, luego mirándome con una sonrisa perversa y hablando divertido agregó—: Sujétate, vamos a ir un poco más rápido de lo normal...

Me coloqué inmediatamente el cinturón ante su advertencia y dejé de mirar a Eddie. Pasados unos segundos, nos habíamos alejado bastante de la fiesta. Lo miré a él, tan relajado, como si ya hubiera practicado este tipo de cosas. Dejé de mirar atrás, no pretendía revivir nada en mi cabeza en ese momento enfrente de él.

Llevábamos unos minutos en las calles, a una velocidad seguramente ilegal, pero la tensión que había entre nosotros se podía cortar muy fácil con tijeras, quizás con un cuchillo.

—¿Cómo sabías que estaba allí? —decidí romper el silencio, creí que fue lo mejor.

Tardó unos segundos en responder.

—Tengo mis contactos, McKenzie —fue lo único que dijo, sereno. Luego agregó—: En la guantera hay unos pañuelos, puedes limpiarte la sangre con eso.

Agradecí internamente a todos los santos que hubiera dicho eso, mis pies se quejaban bastante por las heridas y había sangre por toda la alfombra del piso. La miré preocupada y busqué dichos pañuelos para limpiarme.

Luego de terminar le dije, angustiada:

—Voy a pagarte la alfombra.

—No es necesario, seguro un amigo la limpiará gratis. ¿Quieres unos parches o estás bien?

Lo consideré; lo que necesitaba era hielo y un parche bastante grande.

—¿Tienes algunos que sean grandes? Tengo heridas por todos lados...

Aser no se había molestado en mirarme ninguna vez desde que nos habíamos subido a su auto, estaba concentrado en la carretera, pero sentí bastante lástima en su mirada apagada.

—¿Solo en los pies o alguien te hizo daño?

—Solo en los pies.

—¿Estás segura? —insistió, pero me negué rotundamente—, ¿me lo dirías?

—¿Decirte qué?

—Si él o alguien te hiciera daño. ¿Acudirías a mí?

Por supuesto que no.

—Recién te conozco, no te atribuyas tanto crédito, Aser —solté molesta con sus actitud de superhéroe.

—Como digas..., pero sé que sí lo harías —rio por lo bajo—, no te hagas la fuerte. Conmigo no va a resultar, McKenzie.

Incómoda volteé mi vista a la ventana. ¿Quién se creía este chico? Aunque quizás, solo quizás, tenía un poquito de razón en sus palabras; no podría hacerme la fuerte en frente de él, no se lo creería ni en broma y yo quedaría ridiculizada.

Condujo alrededor de unos minutos y luego aparcó el auto en un lugar desconocido.

—Llegamos.

—Dime algo que no sepa —hice contacto visual con él por primera vez y me bajé del auto, descalza.

Él imitó mi acción y se acercó a mí.

—Crees que no eres suficientemente buena para defenderte y afrontar al imbécil de tu novio —se mantuvo serio y estuve obligada a desviar la mirada. Por vergüenza, porque sabía que en el fondo era verdad.

—Eso ya lo sé. Te dije que me dijeras algo que desconociera —aguanté una lágrima y comencé a ver borroso. No quería llorar en ese momento, no en frente de él.

—Entonces parece que no tengo nada que decir... —sonrió de lado, sabiendo que había ganado en lo que fuera a lo que estábamos jugando—, sígueme.

Entré detrás de él al edificio más cercano que teníamos, en la puerta oxidada por la humedad colgaba una tabla de madera con unas inscripciones en una lengua extraña.

—¿Qué...?

«Usa todo lo que te ha hecho daño, todo el dolor que tienes dentro» —me interrumpió, contestando lo que iba a preguntarle.

—¿En qué idioma está inscrito eso?

—Yupik, casi nadie lo conoce.

—Eso parece... —comenté mientras recorrí la entrada con mis ojos.

La pintura de los muros exteriores estaba gastada y se volaba con el viento, eso me hizo dudar un poco del lugar y se lo hice saber al chico.

—Aser, ¿por qué estamos aquí?

—Tengo algo que mostrarte, entra.

Entramos y se acercó a un interruptor luego de quitarse una chaqueta de cuero que llevaba encima, dejándola en el piso. Luego de pelear con el interruptor, posiblemente a causa del óxido, se encendieron unas luces que dejaban ver todo el interior y cada pequeño detalle que había en él: era un club de boxeo o una sala de entrenamiento, no supe bien, pero estaba relacionado con aquel deporte.

El lugar era bastante amplio y equipado. Había sacos de boxeo de diferentes pesos y tamaños, manoplas de boxeo, un punching ball y otras cosas que desconocía, pero lo que más llamó mi atención fue el cuadrilátero, indispensable para el boxeo y combates. Más al costado había una mesa con equipamiento básico, como unos guantes, pantalones y botas. A su izquierda había un equipo de pesas, y por último, pero no menos importante, una puerta que daba a un baño mixto; lo decía la etiqueta.

—¿Qué hacemos en un gimnasio? —desconfié de sus intenciones. Solo deseaba marcharme a casa, mi noche no había sido una de las mejores que había tenido.

—No lo sé, dime, ¿qué se hace en un gimnasio?

—Entrenar —contesté con obviedad y él comenzó a reír.

—Pues eso vamos a hacer.

Debía estar bromeando. Necesitaba que estuviera bromeando.

—¿Es una broma Aser? Apenas puedo caminar por el dolor y me estas pidiendo esto. Eres increíble... —agité mis brazos mientras me quejaba.

—Claro, fue mi culpa que salieras por la ventana sin los dichosos tacones... —el toque sarcástico en su voz era innegable. Me había respondido sin mucha paciencia, pero a la vez restándole importancia a mis quejas.

—¡Me hubiera tropezado y estaría peor que ahora! —intenté defenderme, notando que ambos nos acercábamos bastante al otro con cada comentario que salía de nuestras bocas.

—¡Entonces no te quejes! —estalló.

—¡Bien, pero no voy a entrenar boxeo! Voy a llamar a Karen para que venga a recogerme... —me alejé de él con urgencia y saqué mi teléfono del bolso, dispuesta a cumplir mi palabra.

Estaba marcando su número en el teclado telefónico, pero Aser se interpuso.

—Si te vas, no vas a obtener cambios, seguirás en tu puta relación y, cuando te vea, no pensaré en ayudarte.

Sonrió amargamente. Era una amenaza que sin duda, no sería vacía; se veía dispuesto a cumplirla, palabra por palabra.

—¿Por qué quieres ayudarme? —insinué que no deseaba nada a cambio por hacerlo pero, honestamente, eso era lo que menos me preocupaba. Estaba desesperada por saber cuáles eran sus motivos, el por qué deseaba hacerlo.

—¿Es un delito ayudar a una chica en apuros? —me hizo notar su prisa por empezar a entrenar con cada gesto que hacía.

Me rendí con la discusión y dejé el celular de nuevo en el interior del bolso. Lo coloqué a un lado y suspiré, cansada.

—¿Ahora qué? ¿nos vamos y volvemos otro día? Estoy cansada y adolorida...

—De eso nada. Si entrenas bien y me escuchas con atención saldremos de aquí en una hora y, si tienes suerte, te invitaré a cenar hoy.

¿Qué?

—¿Cómo que hoy? —formulé casi en un susurro.

—Claro, ya son más de las doce. Te saqué de la fiesta ayer. ¿No lo recuerdas?

Oh, claro que sí.

Lo recordaba mejor que nada.

—Empecemos de una vez.

Sonrió y caminó hacia la mesa con el equipamiento. Tomó una camiseta deportiva, unos pantalones y otras cosas para entregármelas, junto con unos parches que había tomado de un botiquín, escondido debajo de esta.

Me guio hasta el baño y dijo:

—Tengo que hacer una llamada. Cámbiate y espérame en silencio, no tardaré mucho...

Entré y me cambié rápido de ropa; tuve que ponerme la ropa sobre el bikini, no me había puesto ropa interior con la idea de que estaría obligada dentro de la piscina por varias horas. Lo esperé sentada en un banquito, al interior del baño, por lo que me pareció una eternidad. Y Aser no aparecía por ningún lado. Dejé el vestido y mis cosas ahí y caminé por el lugar, buscándolo.

—¿Aser...?

Lo llamé, pero no obtuve respuestas. Sin embargo podía oírlo hablar, seguramente con alguien, puesto que se oía una voz ajena no muy lejos de allí.

—Voy a necesitar tu ayuda, amigo... —lo oí decir.

Seguí la voz y lo encontré de pie, afuera del local, cerca del auto. Me escabullí por la puerta y me quedé quieta detrás de un muro, no quería ser vista por Aser, pero me interesaba bastante lo que estaban hablando. Lo que hacía era malo, lo sabía porque Eddie me había hecho entenderlo varias veces, pero me autoconvencí de que Aser no me haría daño ni me vería.

—¿Por qué me necesitas? Aser, si vas a comenzar con tus mamadas te juro que no es un buen momento, estoy haciendo compras navideñas, eh... —estaba hablando con un chico en lo que parecía ser una videollamada; este de todas maneras estaba mintiéndole descaradamente. ¿Cómo estaba haciendo las compras navideñas en la madrugada?

—¡¿Cómo estás haciendo las compras navideñas a esta hora, Saul?!

Lo sabía y él también.

Bueno, ahora este chico misterioso tenía nombre. Saul...

—Esa es la cuestión, Aser, abrieron un supermercado disponible a todas horas del día. ¿Qué te parece?

Comencé a reír un poco y me tapé la boca apresuradamente con ambas manos para no ser descubierta.

—Muéstramelo. Ahora —exigió Aser—. Bien, parece que no mentías... salvo de que estás en el pasillo de los chocolates.

¿Cómo podía mentir tan mal?

—Este... este año voy a regalar chocolates, Aser, uno para ti, otro para tu hermana y uno para tu mamá. Hace tiempo no las veo, eh, deberíamos juntarnos como familia. ¿No te parece? —Saul comenzó a reír con muchas ganas, creo que disfrutaba molestar a Aser; en cambio, él estaba serio, seguramente deseando cortarle el cuello.

—Escúchame idiota —gruñó Aser, irritado, mientras Saul dejaba de sonreír—, no tengo tiempo y te necesito.

—¿Por qué debería ayudarte, Aser? Tú eres el que me debe algo, ¿lo recuerdas?

¿De qué podría estar hablando?

—Recuérdame el por qué.

—¿En serio lo olvidaste? —parecía asombrado, aunque no logré ver su rostro desde la lejanía en la que me encontraba—. Te ayudé cuando Johnson intentó torturarte. ¿Eso es suficiente para que me ayudes o debo darte más razones...?

Aser se apoyó con una mano en el auto y pateó una rueda, frustrado. Si hubiera sido más cercana a él hubiera ido a darle un abrazo o algo parecido, lo veía algo alterado por el comentario de Saul.

Pasó por mi mente un recuerdo fugaz de mi novio. ¿Podría estar hablando de Eddie? Johnson era su apellido.

No, era imposible...

—Suéltalo, dime otras razones por las que te debo algo...

Aser estaba furioso, y yo temí. Temí porque lo estaba espiando y estaba recibiendo muchísima información, que creía confidencial o privada, en mi pequeño cerebro de pollo.

Miré mi reloj, impaciente; habían pasado veintidós minutos desde que me había cambiado de ropa, y parecía como si esta charla no tuviera fin.

—¿En serio quieres saber? —la imagen del chico en el móvil de Aser se había oscurecido; al parecer había salido del supermercado. Comenzó a negar con la cabeza, pareciendo avergonzado de la actitud de su amigo—. Bien, ¿recuerdas lo que ocurrió con mi hermana por tu culpa?

—¡Eso no fue mi culpa, maldito! —le informó, con todas sus fuerzas, como si ya se lo hubiera mencionado antes, y pateó nuevamente el neumático.

—Dios, Aser, ¡claro que fue tu culpa! De no ser por ti, habríamos salido perfectamente bien de ahí, pero tuviste que meter la pata y mírala... tiene una jodida cicatriz porque tú no llegaste a tiempo. Pero claro... ¡nunca es tu culpa!

Torturas, cicatrices... ¿es que todo está conectado a ambos?

Todo era difícil de entender, todo lo decían con rabia y enojo, todo estaba mezclado y Aser estaba furioso.

—¡Vete al diablo, Saul!

—Bueno, de todos modos yo no fui quién me llamó para rogarme que lo ayudara, y tampoco fuiste tú, ¿no? —sonrió amargamente.

Aser colgó rápidamente y tiró su celular bruscamente a la calle. Desesperado, comenzó a gritar y maldecir a todos y cayó de rodillas al suelo; con los puños empezó a golpearlo y pronto sus nudillos comenzaron a sangrar. No lo pude soportar por mucho tiempo más y corrí hacia él, me senté en el suelo enfrente suyo para que se detuviera y lo atraje con los brazos a mí. Ese chico necesitaba un abrazo, urgentemente.

Se aferró a mi cintura y se hundió en mis brazos como un niño pequeño lo hace con su madre, y nos mantuvimos así por un tiempo, hasta que me soltó poco a poco para levantarse. Parecía completamente relajado e intentó no mostrarme ese lado débil que poseía, como cualquier otro de nosotros, y tuve que reconocer que era bueno en eso; pero me hizo pensar en que tenía experiencia haciéndolo. Eso me provocó cierto revuelo en el pecho.

—Ven, vamos adentro—me ofreció una mano para levantarme del pavimento húmedo.

La acepté con gusto, sintiendo sus manos heladas. Aser se preocupó de deshacer el contacto físico casi inmediatamente luego de verme en pie y entramos al local. Su rostro se mantenía como piedra, pero en sus ojos noté cierto remordimiento, que podría estar relacionado con lo que había mencionado ese chico.

—Necesitas limpiarte eso —comenté preocupada, viendo sus nudillos, rojos por todo el roce y daño.

—Voy a estar bien —aseguró, poco convencido de eso.

—No lo creo, lávate eso y buscaré un hielo en el botiquín, ¿sí...?

Se acercó hacia mí. Percibí el olor de su colonia y me obligué a mí misma a no apartar la mirada de la suya.

—Luego me dirás por qué me estabas espiando. No me mires así, es lo justo, McKenzie.

Mierda.

No sonaba como un reproche por mi actitud, pero lo había sentido como tal. El corazón se me había encogido dentro del pecho. ¿Quería hablar de lo justo? Solo había acudido a ayudarlo, como sé que él decidió hacerlo días atrás.

Aser se limitó a suspirar, sin decir nada más, marchándose hacia el baño.

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