27 ✔️
Aser Dylan
—Creo que nunca te di las gracias por todo lo que hiciste por mí. Me cambiaste como persona, y estoy agradecido por eso, Mack...
—No me iré a la guerra ni me quedaré en Canadá por siempre —me cortó—. ¿Café?
Miré el termo que sostenía entre sus manos y negué con la cabeza, afligido. Me miró y asintió lentamente. Ahí en el aeropuerto estábamos rodeados de gente que caminaba de un lado a otro sin descanso y de voces que provenían del megáfono. Yo estaba allí, despidiéndome de la chica que amaba porque se iría del país. Y no sabía por cuánto tiempo lo haría; eso me traía loco y cada día me carcomía más la sensación de vacío, de soledad... y tenía un jodido nudo en la garganta y no quería pensar en ello.
Tomé su maleta y se la entregué, observado por un guardia de seguridad que paseaba dándose vueltas en su lugar.
Despegó la mirada del suelo y sonrió, como siempre.
—Supongo que nos vemos en un tiempo, aunque tampoco estaremos tan lejos...
—Sí, tienes razón en eso. —Pero no quería, joder, quería estar junto a ella en todo momento y esto me mataba.
La admiré con la mirada. Era bastante baja para su edad, pero de lejos parecía una chica normal. Aunque en el fondo no lo era. Intenté convencerme de que era como cualquier persona que pudiera cruzarme en la calle mientras mi corazón gritaba para que dejara de intentar algo tan estúpido como eso. No habíamos llegado al punto de desnudarnos físicamente con el otro, pero sí que lo habíamos hecho del alma; nunca llegamos a ser nada serio, pero cada vez que alguien la nombraba llegaban a mi cabeza millones de recuerdos lindos que habíamos pasado. Eran momentos especiales que resonaban con risas. Ella había sido la persona que lograba sacar lo mejor de mí, no quería ignorar eso y me mataba sentir como mi corazón latía frenéticamente al estar de pie frente ella.
Me estaba matando. Ella me estaba matando.
—Gracias a ti, Aser.
—¿Por qué? —pregunté con la mandíbula tensa y con un hilo de voz.
—Fuiste muy especial para mí.
—¿Fui?
—Fuiste muy especial para mí.
—Deja de repetir eso, joder.
—No te voy a mentir ahora, sabiendo que nos queda poco tiempo juntos...
No dije nada y ella tampoco lo hizo.
A la mierda todo. Quería besarla, sentir sus dulces y suaves labios sobre los míos, y poder sentir su sabor a fresa.
—Fue divertido.
¿Fue... divertido...?
—Divertido... —repetí, poco convencido de a lo que fuera que ella quería llegar con todo eso.
Y una mierda. Había sido lo más real que había vivido hasta las fechas y la recordaba a ella como ese pequeño solecillo en mí.
La miré sin saber qué decir.
Nos observamos mutuamente hasta que se le hizo tarde. Entonces, como si fuéramos viejos amigos del alma, tiró de mi sudadera para atraerme hacia ella y me rodeó la cintura con un gran abrazo, al cual respondí rodeando sus pequeños hombros. Esos hombros que me habían servido como apoyo y consuelo. Pero amarla ya no era la solución, ni recordarla de esa forma tampoco.
Ella había rehecho su vida sin mí, con Aaron, y decidió empezar algo serio con otro.
Amarla era un juego perdido.
Podía sentir su cabeza en mi pecho y temí que sintiera lo asustado que estaba por eso. Porque me dejaba, en ese momento definitivamente me estaba abandonando y dejando a un lado para... comenzar de cero.
Sin mí, sin él, sin nadie.
Sola.
—Adiós, Aser.
—Ve con cuidado.
Ella asintió, nerviosa.
—No soy una niña.
—Para mí siempre lo serás y voy a recordarte así... —Hice esfuerzos para sonreír, pero tenía una inmensa amargura en mi interior y no pude.
Miró hacia una pantalla, sin responderme, y luego bajó la mirada.
—Es mi turno de seguir ahora.
—Ojalá no tuviera que ser así, sabes que aún tenemos tiempo de arreglar todo y convencer a tu abuela, ¿verdad...? —la tomé de las manos, pero ella se deshizo del contacto físico entre nosotros.
—Debo seguir adelante...
—¿Y olvidarme aquí en esta ciudad de mierda? —reclamé, un poco resentido y molesto.
—Sabes que no es fácil para ambos...
—¡No puedes decirlo, McKenzie!, ¡tú tienes un novio al que quieres y yo me limito a ver a la chica a la que amo con otro!
Una lágrima se salió de mis ojos y cayó lentamente por mi mejilla, pero la quité con un dedo. No quería que me viera así de débil cuando claramente la necesitaba para salir de eso.
—Lo siento, Aser, no sabes cuánto...
Se giró y avanzó hacia el control del aeropuerto. Supongo que en ese momento debí haberme dado la vuelta y marcharme a pedir un taxi para perderme en lo que sería una vida sin ella. Pero no lo hice. Me quedé de pie allí, en silencio, con las manos en los bolsillos de mi pantalón, contemplando a McKenzie Elder marchándose. Había un silencio inmenso en mi corazón, pero sentí un ruido cuando se quebró, al enterarme de que ella no iba a luchar por mí como yo solía hacerlo por ella.
Y eso terminó de matarme por completo, sin piedad.
Nuevamente tuve ganas de besarla, pero quite esa idea de mi mente.
Ya me dijo que no me quiere en su vida, y no necesitó palabras para decírmelo...
***
Ya perdí la cuenta de cuántas veces me he preguntado qué hubiera sido de nosotros si ella hubiera decidido perder el vuelo y quedarse a mi lado, si ella hubiera querido avanzar en medio de la tormenta y no retirarse cobardemente...
Dicen que los soldados que se retiran de la batalla sirven para una guerra, pero no creo en eso. Creo en que hay que luchar por lo que amas, pero obviamente siempre será más fácil abandonarlo y ya. Sin luchar y sin probar que puedes ser mejor.
Y no puedo evitar preguntarme... ¿Me amas o no me amas, McKenzie?
***
McKenzie Elder
Al mirar los distintos aviones despegar del aeropuerto, pensé en que debería estar triste. Pensé que debía estar triste por irme del país sin haberme despedido de mi hermana o por haber dejado ahí solo a Aser. Pero no me sentía triste ni apenada. Porque solo podía pensar en lo que pasaría entre Aaron y yo desde ese punto y en lo que significaría poder vernos en pocas fechas al año. Quise pensar en Aser, en lo cuidadoso que había sido al escoger todas las palabras para reclamarme la poca atención que prestaba a lo nuestro, pero simplemente solo recordaba las caricias, los roces entre su piel y la mía. Sus finos dedos recorriendo mi cintura y mi rostro mientras nos besábamos, sus labios descubriendo los míos y sus sonrisas provocando las mías. Solo quería recordar lo memorable de lo nuestro, aunque se hubiera manchado muchas veces. Su rostro. Sus facciones. Sus expresiones. Necesitaba recordarlo a él pero algo en mí no me lo permitía del todo.
Lo había abandonado y mi corazón estaba resentido por eso.
Necesitaba recordar sus besos, el infierno perfecto que hacíamos juntos a través de ellos.
¿Es posible enamorarse de alguien en tan poco tiempo?, ¿es posible llegar a querer así a alguien y olvidarlo en tan poco tiempo...?
—Señores pasajeros, bienvenidos a Winnipeg, Canadá. Les rogamos el mayor cuidado al abrir los compartimientos superiores ya que el equipaje puede haberse desplazado. Por favor, comprueben que llevan todos sus objetos personales consigo y recuerden que cualquier consulta es recibida en el personal de tierra en el aeropuerto. Muchas gracias.
El mensaje me sacó de mis pensamientos. El viaje había sido corto, pero me había permitido aclarar mi cabeza de tanta porquería que se había acumulado en los últimos días.
Cruzando unas calles, alejándome del aeropuerto con mi escaso equipaje, vi a lo lejos a un chico de unos treinta años con un cartel que tenía algo escrito con un marcador de color negro. Tenía una expresión relajada pero evidentemente deseaba estar en cualquier lugar menos ese. Al verme llegar, dejó el cartel en el suelo y se acercó hacia donde yo estaba y me detuve, indecisa.
—Disculpa, ¿McKenzie Elder? —su voz era grave y sus ojos de un tono azul mezclado con café me hicieron sentirme menos tensa; menos nerviosa. Porque sabía quién era él.
Asentí ante la pregunta y el extendió su mano derecha para que la estrechara con la mía.
—James Lee, encantado de conocerte. Tu abuela me ha hablado mucho de ti, ¿sabes? Dice que eres una buena muchacha...
Miré mi mano y luego la suya. Tragué saliva con dificultad y finalmente se la di.
Quería irme a mi hogar. Quería irme con él, pero creo que no hace falta mencionar a quién.
—Al parecer no hablas mucho —comentó en voz alta, pero por mi expresión desconcertada parecía haberse arrepentido de decirlo.
—No necesito palabras para decirte que no nos vamos a llevar bien, y quiero que lo sepas desde ahora —aclaré antes de que pudiera decir algo—. Que mi abuela te haya contratado no significa que voy a tener la mejor relación contigo, no quiero tener malentendidos, ¿lo captas?
El hombre suspiró, como si ya le hubiesen dicho esas palabras miles de veces seguidas.
—Ya he pasado por estos discursos y, créeme, no estaré al pendiente de tus actividades o de lo que sea que hagas durante el día. No me interesa, te lo juro. Tengo trabajo y debo mantenerme ocupado en eso; no te preocupes, McKenzie. No voy a espiarte, si eso es lo que te preocupa; lo único que haré será jugar al papel de tutor y ya, no me interesa nada más contigo. —Miró hacia el auto que estaba aparcado metros más allá—. ¿Nos vamos? Te están esperando en la residencia...
El viaje fue en silencio. Él se mantenía concentrado en el tráfico de las calles y yo iba al pendiente de los mensajes que me llegaban por la barra de notificaciones en el celular.
Aaron: ¿Llegaste amor?
Karen: ¡¿Qué tal todo por allá?! Quería ir a verte 😭😭😭
Saul: Aser estaba preguntando por ti. Quiere saber si todo está bien.
Sonreí para mí misma al ver su nombre en la pantalla, pero la quité de inmediato cuando vi que James me miraba de reojo, curioso, por el espejo del auto.
—¿Hablas con tu novio? —preguntó—. Seguro debe estar triste por dejarte ir...
—No soy propiedad de nadie. Nadie debía dejarme ir, yo sola lo decidí —mentí en lo último, con la esperanza de que dejara de insinuar cosas.
—Pero tienes novio.
—¿Y qué?
—¿Tu abuela lo permite?
—No tiene por qué saberlo.
—Es cierto, pero conociéndola seguro te aniquila si se entera de que le mentiste —puntualizó.
—No tiene por qué saberlo —repetí, pensando en que ya sabía lo de Aaron, pero no se enteró de nada relacionado con Aser,
—Ya.
Como lo había mencionado segundos antes, James conocía bien a mi abuela.
Y no ignoré eso.
***
Cuando estuve completamente sola en la habitación de la residencia decidí sentarme en la cama. Antes de permitirme bajar del auto, James me había entregado una lista con algunas normas que debía seguir en el edificio para estudiantes y en el internado.
—Síguelas y tendrás un poco de suerte.
—Yo hago mi suerte —objeté antes de bajar del auto y despedirme de él con un gesto.
Las reglas eran básicas pero aburridas, como vestir siempre el uniforme asignado o no faltar a las clases sin una justificación de mis padres, o tutor en mi caso.
De mal humor abrí la maleta que había traído conmigo y dejé su contenido desparramado en el suelo.
La habitación era algo costosa, debía admitirlo. Las paredes estaban impecablemente pintadas de blanco y el suelo se veía reluciente; las dos camas que había eran completamente blancas y el armario pegado a la pared siguiente a la ventana era del mismo color y además tenía mucho espacio para dos personas.
Miré frustrada el cerro de ropa y zapatos, y caminé hacia el armario con algunos de ellos, para así comenzar a ordenar. Luego de haber finalizado esa odiosa tarea decidí cambiarme a una ropa más casual, vistiéndome con unos jeans, un top con tirantes y unas convers.
—Tú debes ser McKenzie Elder.
Miré hacia la puerta. Una chica albina estaba mirándome, y me pregunté si llevaba mucho tiempo en esa postura: apoyada al marco de la puerta y cruzada de brazos.
—Encantada —respondí incómoda.
—Mi lado es el derecho, del lado de la ventana —avisó, aclarando cómo funcionaban las cosas allí.
—Como quieras —me encogí de hombros—, supongo que llevas años aquí y tienes experiencia.
Se limitó a analizar mi figura por unos segundos.
—Pareces bastante normal.
—Me considero alguien normal.
—¿Conoces a Melissa Miller?
—La verdad es que no, ¿es una compañera de la residencia?
—Es una estudiante del último año, justo en nuestra clase —pareció lamentarse y se sentó sobre su cama, no sin antes quitarse los zapatos. Me pregunté el por qué y al ver mi expresión agregó—: Hay castigos para quién ensucie las sábanas. No te arriesgues.
Asentí lentamente con la cabeza. Cada vez me costaba más trabajo seguirle la corriente.
—Por cierto, ¿cuál es tu...
—... nombre? Berenice. Pero mejor llámame Allen.
—¿Es tu segundo nombre?
—Mi apellido —respondió tensa. Al parecer no le gustaba hablar mucho del tema y preferí no hacerlo. Ni siquiera quería charlar con ella.
Nos quedamos en silencio alrededor de media hora. Mientras yo me limitaba a buscar mi horario en el computador, ella estaba deslizando el dedo por la pantalla de su celular, sin descanso.
Allen se puso de pie y tomó un jersey celeste de su lado del armario.
—Combina con tus ojos —comenté al verla de pie en el espejo, acomodándose las mangas.
—Lo compré por eso —dijo, evitando profundizar nuevamente en cualquier tema que yo le propusiera.
Bufé.
—Allen, vamos a ser compañeras. No puedes odiarme por siempre...
—No te odio, Elder.
—¿Entonces por qué me llamas por mi apellido? —arqueé una ceja inconscientemente.
—Así llamo a todo el mundo, ¿y qué más da? No me digas que eres sensible ¿okey? —se volteó para mirarme a los ojos y agregó casi en un susurro para sí misma—: Generación de mierda...
Paciencia. Eso era lo único que debía tener con Allen, sería difícil pero valdría la pena. Sería mi compañera todo el año y no quería pasar malos ratos justamente con ella.
—No vine a invadir tu espacio, si te preocupa eso. Vine a estudiar obligada aquí y puedo pedir que me transfieran a otra habitación si así lo prefieres...
—Ni lo sueñes —amenazó apuntándome con un dedo. Ahora parecía apenada y miraba hacia abajo—. No serías la primera en hacerlo, y si lo haces, me van a imponer una suspensión de un mes y medio. Necesito terminar mis estudios y ya. Solo te pido que no te vayas...
La corteza que la cubría momentos atrás pareció despedazarse con lo que había dicho. No pude evitar sentirme una total imbécil por tocar un tema que le afectaba. Porque me recordaba a las palabras de Aser, cuando me había suplicado que no lo dejara.
—Lo siento, no pretendía hacerte sentir así... —me acerqué a ella y me puse a su lado, ahora ambas nos mirábamos en el espejo del rincón—, puedes hablar conmigo de eso, si quieres.
Una lágrima cayó de sus ojos y la secó rápidamente, con la esperanza de que no lo notara, pero falló en el intento.
—No es necesario, Elder.
—McKenzie —la corregí.
—McKenzie —repitió con un intento de sonrisa en sus labios.
Rodeé sus hombros con mi brazo y la acerqué a mí para posteriormente abrazarla. Los músculos de su cuerpo se contrajeron casi inmediatamente cuando nuestros cuerpos sintieron el contacto pero de todos modos no me detuve.
—Suéltame, suficiente dosis de abrazos por un año —advirtió con media sonrisa en el rostro.
Cuando salió de la habitación en dirección al baño de las chicas, al fondo del pasillo, tomé mi celular para ver si había nuevos mensajes. Pero nada. Aunque no era de sorpresa, el tiempo no me había alcanzado para responderle siquiera a Karen. No pude negar que me entristeció no ver una notificación de su mensaje, el mensaje que tanto esperaba.
—Eso ya lo veremos...
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