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26 ✔️

McKenzie Elder


—¿No hay otra opción...? ¡Abuela, no puedo irme ahora! Podemos hablarlo...

—No hay nada de qué hablar, McKenzie.

Estábamos sentadas sobre su cama y mi abuela intentaba de ser muy cuidadosa con sus palabras, por primera vez en bastantes años.

—Tienes la oportunidad de entrar en un prestigioso internado en otro país y estás quejándote. ¿Te parece justo? Esas instituciones son carísimas y ofrecen la mejor educación que podrías llegar a desear.

Solté un suspiro largo.

—No quiero —la miré a los ojos y los suyos miraron a otro lado. Así era ella.

—No es una pregunta. Irás a ese internado en septiembre, y punto final.

Se levantó energéticamente, a pesar de su avanzada edad, y me dejó sola en su cuarto, con millones de preguntas dando vueltas en mi cabeza y el corazón en la garganta, con lágrimas en la mirada. Cuando comencé a ver borroso, me sequé aquellas lágrimas con el polerón que me había quitado de encima e inspiré hondo. No era para nada lo que estaba esperando. Sí, deseaba irme a Canadá, pero no a un internado. Quería ir a ver a papá, pues aún tenía las ansias de poder verlo e intentar mantener una conversación sobre cualquier cosa con la excusa para observarlo.

Llevaba mucho tiempo sin verlo.

—¿En qué lugar está el internado, al menos? —pregunté, esperando una respuesta de mi abuela.

—En Winnipeg. Queda a unas cuantas cuadras del psiquiátrico donde está tu padre. —Dijo, con cierto desdén al final de su respuesta.

Al menos queda algo bueno de la situación.

—Tendrás una especie de tutor, quién se encargará de no quitarte la vista de encima —entró en la habitación con un abrigo en sus manos—. No irás a verlo, si esa era tu intención. James se encargará de ello.

—¿James? —repetí incrédula—. ¿Tendré un puto niñero todo ese tiempo?

—Cuida tu lenguaje, McKenzie. Debes ser una señorita, lo quieras o no.

Al diablo con eso.

—Iré a hacerle una visita a Meghan —anunció con un dejo de preocupación—. Tu hermana no está y espero que te comportes, ¿de acuerdo?

Asentí en señal de respuesta. ¿Qué más podía hacer?

Se dio la vuelta, queriendo irse, pero de último momento agregó, de espaldas:

—Invita a tu novio a casa. El pobre chico no creerá que te vas a inicios de agosto...

Siguió con su camino y oí el ruido de la puerta principal al cerrase. Mis ojos se abrieron como platos y me levanté, queriendo ir a mi habitación a encerrarme. A esconderme de ella y de todos.

Karen había ido unas semanas al sur del país con un grupo de amigas que entrarían a la misma universidad que ella. Se suponía que volvería a mitad del mes siguiente, pero yo no contaba con esta ola de noticias decepcionantes. ¿Qué mierda debía hacer ahora? ¿Llamarla? La necesitaba, necesitaba a la chica que me había ayudado como consuelo para muchísimas ocasiones. Quería conmigo a la madre que nunca había logrado conseguir en otra mujer.

Y lo quería a él. No a Aaron, sino a Aser.

Lo necesitaba. Mi cuerpo pedía a gritos que corriera donde él estaba para abrazarlo. Después de tantos meses, mi cuerpo lo había olvidado; necesitaba tocar su cabello azabache, mirarlo a los ojos y acariciar su piel, suave como el algodón. Necesitaba esas sesiones muy cortas de entrenamiento que terminaban convirtiéndose en sesiones de besos y caricias. Lo necesitaba todo de él. Tenía la terrible desesperación de volver a tener contacto físico con él.

Yo aun lo estaba esperando a él, pero no sabía si el me esperaba de la misma forma.

No sabía cómo sentirme sobre Aaron. Era dulce, divertido y guapo, pero cada vez que me besa, pienso en Aser. Aunque lo nuestro terminó hace meses, todavía lo extraño y me pregunto qué habría pasado si no nos hubiéramos peleado ni dicho esas cosas. A veces sentía que estaba engañando a Aaron con mis recuerdos de Aser.

Me sentía confundida cuando estaba con Aaron. Por un lado, me hace feliz y me trata bien. Por otro lado, no siento lo mismo que sentía por Aser. Con él, todo era más intenso, más apasionado, más real. Aunque también era más complicado, más doloroso, más inestable. No sabía si quería volver a vivir eso, o si prefería algo más tranquilo y seguro con Aaron. No sé cómo reaccionaría mi novio si le contara lo que siento por Aser aún. Tal vez se enojaría, tal vez se pondría triste, tal vez me dejaría. No quería hacerle daño, pero tampoco quería mentirle. Él se merecía alguien que lo quisiera de verdad, alguien que no tenga dudas ni fantasmas del pasado. ¿Seré yo esa persona obsesionada con un chico con el que ni siquiera llegó a formar una relación?

Quizás no llegamos a ser nada, pero corazón quiso que sí.

No sabía qué hacer con mi vida. Estaba atrapada entre dos chicos que me gustaban por diferentes razones. Uno representaba mi pasado, el otro mi futuro. Uno me hace sentir viva, el otro me hace sentir segura. Uno me rompió el corazón, el otro me lo curó.

No sabía si era feliz con Aaron. Me trataba bien, me respetaba, me apoyaba. Pero a veces sentía que le faltaba algo. Algo que él tenía. Algo que me hacía sentir mariposas en el estómago, fuegos artificiales en el cielo, música en el aire. Algo que me hacía sentir especial, única, diferente. ¿Será que estoy idealizando a Aser? ¿O realmente quería algo con él después de darme cuenta de la realidad? Sí, lo había hecho un lado en mi vida, pero fue por su bien. Cada día se notaba más triste, más apagado al estar conmigo. No quería que me arrastrara con él y lo mejor que pude hacer fue dejarlo ir por amor.

No sabía si debía hablar con él. Antes me buscaba. Decía que me extrañaba, que me quería, que se arrepentía. No sabía si arriesgarme a perder a Aaron por él. ¿Acaso valía la pena perderlo todo por nada o ganarlo todo para después perderlo todo?

Lo quería a él, eso era lo que sabía.

Tomé uno de los cuantos cojines que adornaban mi cama y lo lancé al otro lado de la habitación, con rabia. Acto seguido, tomé mi teléfono y marqué el número de Karen.

Nada. Estaba apagado y no sacaría nada de provecho si seguía llamándole.

Pensé en las opciones que tenía. Por un lado, podría llamar a Aaron e invitarlo a ver algún programa de televisión, o de lo contrario, no tendría más remedio que acudir a él para contrale todo. Para contarle que me iba.

Mis manos temblaron cuando abrí nuestro chat de conversación.

Tú puedes Mack, es muy simple.

Y lo hice.

Mack: Me voy del país.

A los pocos segundos, su mensaje llegó.

Aser: No te muevas, voy para allá.


***


—¿Por qué?

—Iré a un internado.

—¿Por qué no te deja estar en tu último año aquí? ¿Cuál es la necesidad de enviarte a otro país?

Suspiré.

Estábamos sentados en el pasto del jardín de mi casa. Aser se notaba bastante molesto y su rostro delataba que no había descansado bien los últimos días; estaba muy apagado de ánimos y ojeras resaltaban en su piel bronceada por el sol. Estaba arrancando mucho pasto con los dedos, nervioso, y yo imité su acción sin saber muy bien cómo contestar sus preguntas. Porque yo no tenía respuestas y me había tomado desprevenida la noticia, igual que a él.

—No lo sé...

—¿Entonces para qué mierda me llamaste si no sabes nada, carajo? —soltó hecho una furia. Sí, también se notaba mucho más agresivo que de costumbre.

Comenzó a recordarme a Eddie y lo miré con miedo en mis ojos, no quería que se convirtiera en él. No podría tolerarlo. Desconfiaba de sus miradas y de sus palabras.

Ese es el chico del que me había enamorado...

Al notar mi temor, su expresión cambió radicalmente y pareció darse cuenta de su error.

—Lo siento, Mack, me he pasado un poco —murmuró avergonzado y volvió a arrancar las plantas. No lo detuve, pues la verdad era que me daba igual si mi abuela se quedaba sin jardín.

Se lo merecía después de todo.

Aunque no soy nadie para juzgarla.

—Da igual...

No me daba igual.

—Lo siento, de veras.

No lo sentía.

—Ya.

No era tan solo un ya. Me molestaba su actitud, era como si yo hubiera decidido joderle toda la vida que tenía por delante. No lo hice, tan solo me alejé del chico que me confundía y ya estaba. Yo tenía un novio al que respetaba más que a cualquier otra persona. Y le quería. No tanto como llegué a quererlo a él, pero sí lo quería bastante.

Lo observé detenidamente unos minutos y me pregunté si las demás chicas lo miraban de la misma manera. Si cada una de ellas se fijaba en el azul de sus ojos con tanta delicadeza como yo solía hacerlo, si contaban sus lunares como yo solía hacerlo. Me preguntaba si se fijaban en lo que lo hacían él, si se habían fijado en su bella sonrisa. En lo serio que podía convertirse y en el chico cursi que era...

¿Por qué se me hacía tan difícil el poder superarlo?

—¿Cuándo te vas? —inquirió con un evidente nudo en la garganta.

—A inicios de agosto.

—Queda casi la mitad de julio y luego te irás... —comentó más para sí mismo que pasa ambos.

Miré hacia otro lado, pero no pude evitar volver a mirarlo. Era tan perfecto a mis ojos...

—No te vayas, por favor... —me miró y observé cómo sus ojos se cristalizaban— Si quieres alejarte de mí lo acepto, pero no me hagas esto ahora... No puedo vivir sin ti.

Esta vez definitivamente desvié la mirada, dolida.

—No estoy eligiendo esto, Aser. —Hice una pausa y agregué—: Claro que puedes vivir sin mí, siempre lo has hecho.

—Pero no quiero hacerlo ahora. Necesito saber que estarás aquí, quizás no a mi lado, pero necesito saber que podré encontrarte si lo necesito. Si me necesitas.

Tragué saliva.

—No te necesito y tú tampoco a mí. No confundas las cosas.

—¿Entonces por qué me llamaste, McKenzie? —se puso de pie.

Era la primera vez en mucho tiempo que me llamaba por mi nombre y no por un apodo. Y sí, eso me había dolido mucho. Fue un impacto directo, pero no podía culparlo, su mecanismo de defensa era lanzar comentarios y envolverse en una coraza fría.

—Porque quería que lo supieras —inventé, disimulando la angustia de mi corazón por no estar junto a él. Estábamos en el mismo lugar físico, pero nuestros corazones ya estaban divididos y separados.

—Pues ahora lo sé y te pido que hagas lo posible para evitarlo... Por favor, quédate, no me dejes de nuevo. No podré volver a intentar superarte y recaer nuevamente en el encanto de tu sonrisa...

Ignoré la súplica que expresaba su mirada y tuve que mirar hacia otro lado cuando su dolor comenzó a convertirse en mío. No pretendía hacerle más daño de lo que podría haberle hecho meses atrás, pero él no me ponía la situación muy fácil. No quería mentirle, deseaba ser honesta con él, como no pude hacerlo antes. Recordar todo lo que sufríamos sin el otro me hizo pensar dos veces la situación; quizás por eso lo mejor había sido ir en direcciones distintas, sin cruzarnos ni excedernos de los límites. Como debía haber sido desde hacía un inicio.

Eso era lo que temía. Que todo se convirtiera en un círculo vicioso, pasando a ser un infierno para ambos. Para mí sería el infierno de sus besos, adictivos pero que traen consecuencias. Como nuestro dolor.

Éramos jóvenes inexpertos en el amor pero expertos en la teoría.

¿De qué nos servía si estábamos rotos?

—Al menos prométeme una cosa —pidió al borde de las lágrimas. Aser era un chico firme, no era usual verlo en ese estado, pero cuando juntas mucho resentimiento en un lugar, este termina explotando.

Lo miré, afectada por mis pensamientos.

—No estaremos tanto tiempo sin hablarnos cuando te vayas —me miró con cariño.

—No puedo prometer nada... —solté una bocanada de aire y apoyé mi cabeza en su hombro, sabiendo la decisión que tomaría.


"Me entenderás cuando te duela el alma como a mí".

-Frida Kahlo

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