20 ✔️
McKenzie Elder
"¿Quién dijo que se necesitan palabras para expresar
sentimientos? ¿Es que nunca has sentido el poder de una mirada?
¿O lo deslumbrante que puede llegar a ser una sonrisa genuina?"
-Pierce Ferguson
"¿Qué crees que es más grande, el sol o la tierra?"
Di vuelta la nota de papel y escribí la respuesta.
"Obviamente el sol, Aaron. Son tamaños muy diferentes".
Con cuidado de no ser vista por la profesora le pasé la nota.
"Ya lo sé, pero suponiendo que se pudieran comparar: ¿cuál sería más grande?"
Reí en silencio con la pregunta.
"Pareces un niño pequeño preguntando esto".
"Argh. Ya lo sé, solo respóndeme".
"No lo haré, es ridículo jajaja".
Estábamos en clase de física, y mientras la profesora explicaba los componente avanzados de un átomo, nosotros nos habíamos dedicado a enviarnos notas para matar el aburrimiento; comenzamos con un tema al azar, como solían empezar todas nuestras conversaciones, y ni idea del cómo habíamos terminado en esa estúpida, y ridícula, pregunta.
"Es fácil, Mack. Solo escribe lo que se te ocurra".
Tomé una hoja de mi cuaderno y continué escribiéndole ahí, puesto que la otra ya estaba totalmente escrita por ambos lados sobre variados temas.
"Ninguno de los dos".
"Incorrecto. El sol es más grande que la tierra; creo que era un poco obvio, ¿no crees? :P".
"Ya lo sabía..."
"Claro que no. Si fuera el caso, hubieras escrito la respuesta correcta".
Lo fulminé con la mirada.
—Esto es absurdo, Aaron —murmuré en voz baja.
—Ya lo sé, era la idea de todo esto —comenzó a reírse.
—Señor Anderson —lo llamó la profesora para captar su atención—, si no le interesa la clase lo invito a irse.
El chico tomó un lápiz grafito y un saca puntas del estuche para dirigirse hacia la salida del aula, donde había un basurero. Ahí entendí lo que iba a hacer.
Este chico ni le tiene miedo a la muerte.
Todos observamos hacia su lugar y la profesora estaba boquiabierta, pensando que Aaron efectivamente iba a irse de su clase, pero él astutamente se limitó a sacarle punta al lápiz en un silencio imperial, coronado por el de ella. Mientras todos lo mirábamos con sorpresa, él volvió a sentarse.
—¿Algún problema? —quiso saber él ante la reacción de la profesora.
Ella se quedó sin habla y decidió continuar explicando su reacción, evitando cualquier comentario relacionado con lo que acababa de pasar. Estaba segura de que en sus mil años de profesión, jamás había visto una situación como esa y le había impactado profundamente.
—Eres muy osado —le susurré.
—No lo creo, la verdad es que realmente necesitaba cambiarle la punta al lápiz —sonrió genuinamente.
No le creí, pero a fin de cuentas lo hecho, hecho estaba.
—Recuerden que la próxima clase tendremos una evaluación sobre toda la materia que hemos visto, ¿de acuerdo? —terminó de decir la profesora antes de tomar sus cosas y salir por la puerta.
—Maldición —dije en voz alta.
—¿Qué ocurre?
—No entiendo nada de la materia.
—Es muy simple. Los átomos tienen protones, electrones y neutrones. Esa mierda es un hecho y no debes buscarle el sentido, tampoco. —dijo jugando con un lápiz entre los dedos de su mano derecha.
—Ya, pero no es tan simple como lo dices.
El chico me miró como si no creyese mi falta de conocimientos y sonrió, somo suele hacer de costumbre.
—Podemos estudiar en algún lado por la tarde, si quieres —propuso, esperando una respuesta positiva por mi parte.
Al final, luego de meditarlo un poco, logré aceptar la propuesta.
—Y de paso te invito un helado —dijo cuando comenzamos a guardar los libros que, nunca, usamos en la clase pasada.
—Oye, oye, vamos despacio...
—¿Eres alérgica a la lactosa?
—No.
—¿Eres alérgica a los sabores?
—No...
—¿Eres alérgica al azúcar?
—¿Eso existe...?
—¿Eres alérgica al gusto o a la felicidad que conlleva tomar un helado?
—¡Que no, carajo!
—¿Entonces por qué no vamos por un helado? —preguntó finalmente algo desilusionado.
—Hay prioridades, Aaron. Primero estudiaremos y luego iremos por un helado —aclaré.
Asintió levemente con la cabeza y dijo:
—Debo ir al electivo de matemáticas, te veo luego.
Se acercó a mí y extendió los brazos, esperando un abrazo, y después de entender sus intenciones se lo di. Mientras me cabeza estaba apoyada en su torso, vi de reojo a Aser al fondo del salón, quien nos miraba con una expresión distinta que la de siempre; se mordía el labio inferior, arrugaba el ceño, y se notaba bastante... ¿celoso...? No. Yo debí haber visto mal. Fueron unos segundos, nada más, pero no pude haberme equivocado en algo tan básico como reconocer una mueca en el rostro de una persona.
La verdad es que mirando a los ojos a alguien, uno se da cuenta de lo que siente esta persona, pero no es lo mismo que mirar al chico con el que parecías tener algo mirándote decepcionado o incluso afligido, provocándote arrepentimiento y algo de vergüenza instantáneamente.
Dejé de preocuparme por los sentimientos del chico y me centré en lo importante. Bueno, lo que consideré importante, o una distracción, en el momento.
—¿Qué escogiste en matemática?
—Cálculo, creo que era mejor que la segunda opción.
No le pregunté cuál era la otra, aunque me invadió una curiosidad profunda.
Nos despedimos y tomé mi mochila. Según el horario debía ir a clase de literatura, así que debía recorrer la mitad de la preparatoria en un tiempo récord de dos minutos y medio para ir al estúpido salón del profesor sin ser regañada por atraso. La materia era, por cierto, algo inútil para mí, pero fue mejor tomar ese ramo que historia del país.
Estaba por salir pero alguien me tomó de la muñeca y lo impidió.
—Aser, ¿qué...?
—¿Así de fácil estás cambiándome por otro? —quiso saber. Sí, estaba muy celoso de Aaron.
—¿Lo dices en serio? —pregunté escéptica—. ¿Solo vienes a retenerme por celos? ¡Ni siquiera eres capaz de saludarme!
El chico respiró hondo antes de hablar más.
—¿Hay algo entre tú y él?
—Eso no es de tu importancia —me crucé de hombros, molesta.
—Si se trata sobre ti, me importa —declaró—, no seas mala conmigo, Mack.
Suspiré cansada por pasar siempre por la misma estúpida conversación. Si bien existen dos tipos de celos, uno por ser dominante y otro por ser inseguro, Aser era de los que pertenecían al segundo grupo.
¿Por qué no entendía que no quería nada serio con él y ya?
¿Por qué me presionaba de esa manera?
—Sí, hay algo —inventé sin pensar en las consecuencias de decirlo.
—No es justo... —comenzó a decir— ¿Cómo...?
No supe responder la pregunta que no logró elaborar.
—Necesito espacio... —murmuré avergonzada, aunque era lo mejor para él. Para nosotros. Para no jugar con él y sus sentimientos una vez más como la chica inmadura que era— entre nosotros.
Aser sonrió forzadamente, seguramente para ocultar o aliviar el punzante dolor en él por mis palabras.
—¿Quieres que eso sea algo permanente? —logró decir con un hilo de voz.
—Algo así... —mentí en voz baja, mirando al suelo. Carajo, claro que no lo quería así pero, ¿qué más podía hacer para salvarnos?
La fuerza de su agarre en mi muñeca había disminuido notablemente, pero nunca llegó a apretarme como solía hacerlo Eddie.
Aser sonrió, desgarrado.
—Es difícil decirle a tu mente que elimine todos los momentos lindos con una persona, ¿sabes? —asiento, algo culpable—. Te respeto, es tu decisión, pero no vengas a decirme algo si me vez con otra chica que no seas tú... —me soltó definitivamente y se alejó hacia el corredor por la puerta del salón. Afortunadamente todos habían salido a sus materias siguiente y no se habían quedado para escuchar lo que habíamos pasado con Aser.
Yo sabía que ese era nuestro destino, lo que debía ocurrir entre nosotros. Estábamos rotos los dos, como una flor sin pétalos o un árbol sin ramas.
Cuando estábamos juntos nunca pude evitar sentir toda su alegría irradiarse en mí, los momentos especiales que habíamos pasado ya parecían destruirse e irse volando con una suave brisa en mis recuerdos.
Nada es para siempre...
Jamás pensé que realmente pasaría, claro que había pensado en la posibilidad cientos de veces y claro estaba que me estaba engañando a mí misma intensa y descaradamente.
Porque nada nunca es para siempre.
Al verlo salir por la puerta, cabizbajo y apretando los puños con dolor y furia acumulados, entendí que si pude dejar ir al chico que iluminaba mi oscuridad y al que más quería (aunque no siempre supiera bien cómo demostrárselo), podía dejar ir a cualquier persona que se cruzara en mi camino.
«Dejar ir también es un acto de amor ».
Recordé la voz de Aaron diciendo aquella frase.
Cuánta razón tenía él...
Miré mi celular para comprobar la hora.
Y sí, seguramente me había ganado un regaño del profesor de literatura.
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