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2 ✔️

McKenzie Elder


Rebusqué un suéter decente en mi armario, pero solo encontré cosas viejas, algunas con agujeros a causa de las traviesas polillas, que ya no estaban de moda. La mayoría de ellas habían pertenecido a mi madre o incluso a mi abuela, por lo que no tuve más opción que lamentarme.

—¡No tengo ningún suéter! —grité con enojo.

Oyendo los gritos, Karen entró en la habitación, algo curiosa.

—¿Qué pasa? —preguntó mientras se apoyaba en el marco de la puerta, dejando caer todo su cuerpo sobre él.

—No tengo ningún suéter y debo estar en el café en... ¡10 minutos! —lancé toda la ropa fuera de mi armario, sintiendo una mezcla de estrés y nerviosismo. Al casi tropezarme con un par de zapatillas, agregué—: ¡Mierda!

—McKenzie, por favor, solo... relájate —mi hermana caminó entre toda la ropa para sostenerme por los hombros suavemente. Nunca se había atrevido a aferrarme con sus manos; ella sabía todo lo que ocurría con Eddie y procuraba no imitar algo que me recordara a él—. Mira, con este maldito desorden jamás vas a poder encontrar nada, así que mejor ordena y yo buscaré algo, ¿sí...?

Asentí y la abracé, un poco menos estresada.

—Gracias...

Salió y yo me apresuré en meter todo donde estaba, sin preocuparme mucho por doblar las cosas, como se había vuelto costumbre mía.

Minutos después divisé a mi hermana entrar con un suéter color gris de cuello redondo entre sus manos. Era bellísimo.

—¿De dónde lo...? —extendí una mano para sentir la textura de este. Era bastante suave.

—La abuela me lo dio hace unos meses, puedes quedártelo si gustas —me ofreció amablemente.

Desde algunas semanas Karen estaba pagándome sesiones de terapia y no podía seguir aprovechándome de ella, aunque se negara a admitir que lo hacía. Lo más sincero fue haberle negado al ofrecimiento, y eso hice.

—No puedo seguir recibiendo tanto de ti, Karen, necesitas más tu dinero que yo, conseguiré un buen trabajo como el tuyo y podré mantenerme y pagar mis cosas..., no quiero abusar de ti.

—No lo haces, Mack, en serio... —dejó el suéter sobre mi cama y entrelazó sus manos con las mías—, no tienes por qué decir estas bobadas, además, te pago todo por tu salud...

Bufé.

—Sí, pero no justifica que te matas trabajando y yo siga aquí sin hacer nada por ti.

—Lidias con un abusador, creo que eso es más que suficiente, McKenzie —zanjó, enfadada. Mi cuerpo hizo que diera dos pasos hacia atrás, sin decir nada, y cuando la tensión se cortó, tomé el suéter de la cama y me lo llevé camino hacia la calle. Ya no quería seguir allí, Karen había logrado colocarle sal a esa herida e hice lo más cobarde. Salí casi corriendo. Desde lejos pude oír que ella se maldecía por sus palabras y luego intentaba gritarme para que volviera—. ¡Lo siento, no debí haber dicho eso...! ¡Mack!

Hice oídos sordos a lo que decía y salí de la casa; en terapia, Jenna me había enseñado a evitar discusiones familiares, así que eso era en lo que me enfocaba: seguir sus consejos, aunque no siempre lo hacía bien. Me había dicho también que las discusiones estaban bien, pero en mi mente, la primera idea se había estancado.

Afuera de la casa hacía un frío espantoso. Sabiendo que no sería la mejor idea de todas, salí con un top, shorts, zapatillas deportivas y un suéter delgadísimo; ojalá haber traído otro conjunto pero no podía, al menos no ese día. Caminé un par de cuadras tiritando, preguntándome internamente cuánto más que quedaría, puesto que en auto la distancia se acortaba por lo menos diez o quince minutos sin problema.

Después de caminar un poco más la vi a lo lejos, así que apresuré el paso e instantes después ya estaba dentro, al lado del fuego. Bendito fuego.

Mientras intentaba descongelar mis manos, sentí una mirada clavada en mi espalda: era él.

—Hola —me di la vuelta y hablé. En cambio Aser solo me inspeccionó de arriba abajo, no se molestó en saludarme.

—Vamos arriba —fue lo único que salió de sus labios antes de jalarme de un brazo.

Generalmente la segunda planta del lugar se usaba para los eventos especiales, juntas o para conversar; había un baño y un cuarto con sillas, mesas, sillones, etc., y un gran ventanal que permitía ver toda la cuidad. Simplemente me traía paz mental, pero allí arriba no había fuego y mi piel se puso como gallina al sentir la brisa fría.

—Sácate el suéter —me ordenó sin alterar su tono de voz. Lograba mantener su postura fría y serena.

Obedecí sin pensarlo dos veces y dejé que me viera desde distintos puntos de vista; eso me había pedido ayer antes de irme de vuelta a casa y verme destrozada. Solo pretendía ayudarme a llevar todo esto a su fin y a defenderme de Eddie, y, aunque le hice saber que lo pasaría mal por entrometerse, no logré convencerlo; por eso estábamos allí, en una cafetería. Y yo dejando que viera mis heridas, con tal de que me ayudara a sobrepasar esto.

Mi cuerpo estaba tenso e inmóvil, esperando que dijera algo; él se agachó y quiso tocar un moretón en mi muslo. Di un paso al costado, tratando de decirle indirectamente que no debía, pero acercó su mano lentamente a mí y comenzó a rozarme la piel delicadamente.

—Aser... detente, por favor.

Tenía miedo, mucho miedo. Mi voz me delataba cruelmente y evite mirarlo mucho.

—No te haré daño —no despegó la vista de mis heridas—, solo necesito comprobar desde cuándo están y el grado de dolor, ahí sacaré cálculos y pasaremos a la siguiente fase...

—¿La siguiente fase...?

—Encarar al idiota.

Eso no iba a salir bien, pero no dije nada al respecto. Quizás él sabía mejor que yo lo que debíamos hacer.

Después de una hora, volvimos a la primera planta y él ordenó un chocolate caliente para mí y unas galletas navideñas para él. Solo quedaba una semana para navidad y yo me ponía nerviosa, no solo por no tener los regalos, sino porque la abuela se iría a un crucero por Costa Rica y nos dejaría solas a Karen y a mí. Claro que, en cierto modo, suponía bastantes ventajas para mí.

—¿En qué piensas? —me preguntó el chico al notar que estaba perdida en esos pensamientos.

—Voy a estar sola en navidad —contesté jugando con mis dedos y bajando la mirada hacia ellos.

—¿Y qué hay de malo en eso?

Lo pensé antes de responderle.

—Tengo un mal presentimiento..., creo que algo malo puede pasar.

—Siempre puede pasar algo malo, depende de ti evitarlo —me miró esperando alguna respuesta o reacción, pero solo asentí.

Una mujer, a la que yo conocía muy bien, se acercó a nosotros con el pedido.

—Aquí tienen —dijo sonriendo—, que lo disfruten.

Se alejó silenciosamente y se acercó al mostrador a tomar nota de un pedido para otro cliente que deseaba llevárselo para el trabajo.

Comencé a beber mi chocolate caliente, pero estaba demasiado caliente, y se lo dije a Aser.

—Se llama chocolate caliente por una razón, ¿o no? —comenzó a reír unos segundos y luego me invitó a comer una galleta; tomé una que tenía forma de un muñeco de jengibre y le quité la cabeza sin mucho esfuerzo para llevármela a la boca—. Eso que acabas de hacer es un delito, eh, tenlo en cuenta.

Sabía que Aser solo quería animarme un poco, pero en estas épocas del año yo me estresaba y mi situación actual no era muy favorecedora.

—Yo... creo que será mejor que me vaya —me levanté de la mesa mientras él estaba confundido—, gracias, pero Eddie nunca va a cambiar. Hasta luego...

Salí del local con los brazos cruzados tratando de defenderme del frío; había olvidado el suéter en la silla de la entrada al buscar las llaves y no quería volver allí, solo me provocaba ansiedad, como todo lo hacía últimamente.

Al llegar a casa mi hermana me abrió la puerta, pero no estaba sola.

—Hola McKenzie—me saludó desde lejos una chica que no conocía en lo absoluto.

—¿Quién es? —le pregunté a Karen.

—No lo sé, dice que tiene que hablar contigo...

—Pues dile que se largue de mi casa, entonces.

Hubo silencio.

—Puedo escucharte —se quejó ella.

—Qué bueno, pues entonces te digo a ti directamente que te largues de aquí —me acerqué hasta poder verla desde muy cerca; contemplé una cicatriz horizontal que se presenciaba desde su mejilla izquierda a la derecha, pasando por su nariz.

—Tengo 18 malditos años, no me digas lo que puedo o no hacer. ¿Está claro? —trató de intimidarme, pero sus ojos la delataban, solo intentaba mostrarse fuerte.

—Esta es mi casa, vuelvo a recordártelo. No lo hagas desagradable.

Su mirada se posó sobre los moratones de mis piernas por unos segundos, luego caminó por el pasillo sin quitarme los ojos de encima, hasta la puerta, pero antes de irse lanzó un comentario al aire que me cayó a mí.

—Búscame en el número 7 de la calle Kingston el próximo lunes.

Ni loca iría hasta allí para verla de nuevo. ¿En qué diablos pensaba?

—Mack, no tenías que ser tan grosera... —comentó Karen, cuando la chica cruzó la calle, perdiéndose entre los autos.

—¿Ahora vas a empezar a regañarme? Es increíble...

La dejé atrás, subí hasta mi cuarto y me encerré en él como una niña pequeña.

Había mantenido viva a mamá en mis pensamientos. Demasiado viva, tal vez. La recordaba cada vez que podía y a veces ojeaba un pequeño álbum, de esos que compras en cualquier tienda, con fotos de ella en una isla, acompañada de la tía Ángela y papá.

Papá... necesitaba hablar con él, aunque él no pudiera responderme sabía que podía escucharme y tartar de entenderme; pensé que sería mejor ir a hablar con la abuela, así que abrí la puerta y salí en busca de ella a su habitación.

—Hola abuela —ella estaba tejiendo y cuando entré comenzó a sonreír de oreja a oreja.

—¿Qué quieres? —extendió un brazo para alcanzar una madeja de lana.

—De hecho... venía para preguntarte algo acerca de eso —pareció confundida y dejó sus cosas de lado para tocar su cama, señal de que quería que tomara asiento en ella y hablara—. Verás, me gustaría hacerle una visita a papá, si te parece bien. Tengo algo de dinero y puedo comprar unos boletos de avión para ir sola... —me miró algo preocupada y traté de que su reacción cambiara agregando—: tengo diecisiete años y estoy a punto de graduarme, abuela, creo que es tiempo de que empiece a hacer algunas cosas por mi cuenta...

Quería decirle algo más pero me hizo callar poniendo un dedo en frente de mi boca.

—Np voy a permitir que viajes sola hasta Canadá. Es muy arriesgado y, aunque ya casi eres mayor de edad, sigues siendo una cría. Además me dejarías sola con tu hermana y... ¿quién cuidaría la casa para navidad y año nuevo?

Oh, sí, había decidido irse en su crucero desde navidad a comienzos de febrero. Qué pésima idea, abuela.

—No lo entiendes, McKenzie, las alejé de su padre por una sola razón y es por su bien. Mi hijo se volvió loco después de su accidente... es un milagro que siga vivo, pero es un peligro fuera del psiquiátrico y de la vista de los médicos; no quiero que te haga daño como a tu madre.

—¿Le hizo daño a mamá...? —¿qué había acabado de escuchar? No podía ser, yo conocía muy bien a mi padre; sí, el accidente lo dejó traumado y se mantenía raro desde aquel entonces, pero yo lo conocía muy bien. O eso creía.

—Olvida lo que dije, McKenzie. Vuelve a tu habitación —zanjó la conversación.

Negué con la cabeza, disgustada. Ella tomó su tejido y volvió a lo de siempre.

Si no me deja ir por las buenas, será por las malas.

No creo que ella pudiera entender lo que ese viaje me podría hacer para bien, pero no pensaba discutir con ella, así que volví a mi habitación y me lancé a la cama. Tomé una almohada, me la puse en el rostro y lancé un grito que llevaba aguantando durante unos días, sin el valor de soltarlo. Sentí una extraña vibración y cogí mi celular: era una llamada de Eddie.

Carajo, no puede ser.

A regañadientes, decidí contestar.

—Hola... —dije.

—Hola, amor —me saludó con buen ánimo—, ¿estás bien? Te oyes decaída.

Como si de verdad te importara cómo me siento...

—Sí, sí, estoy muy bien. De hecho estoy más que bien —suspiré pesadamente—. ¿Qué pasa? ¿quieres decirme algo?

Guardó silencio por unos segundos.

—Jake hará una fiesta esta noche, necesito que vengas.

—No puedo, Eddie, mi abuela quiere que...

—No te di a elegir, Mack, te estoy diciendo que vengas. ¿Entendiste? —me interrumpió.

—Está bien, ahí te veo...

—Te quiero —luego de decir esa mentira agregó—: ponte algo sexy —y luego colgó.

¿A qué se estaría refiriendo con algo sexy?, ¿quería que fuera con una blusa escotada o un short corto?

Decidí enviarle un mensaje.

Mack: ¿Voy con un vestido u otra cosa?

Esperé unos instantes a su respuesta.

Eddie: Ven con un vestido formal y trae un bikini debajo, va a haber piscina y nos vamos a meter.

Eso era lo último que quería hacer ese día, pero necesitaba ambas cosas rápido, ya iba a oscurecer. Eddie amaba hacer eso, arrastrarme a sus planes sin consultar siquiera si me parecía bien.

—¡Karen! —la llamé y entró por la puerta a los pocos segundos.

—¿Qué pasa?

A pesar de que mi lado racional me gritaba que no sería buena idea, le conté sobre la fiesta y ella me dijo que no debería ir, pero le recordé que debía obedecerle a mi novio, o todo se iría a la mierda, incluso ella.

Ella dudó unos instantes.

—Creo que tengo un vestido negro y seguramente tú tienes un bikini en el armario...

Comenzamos a buscar y al final recolectamos la ropa necesaria para vestirme; el bikini era negro, por lo que pasaba desapercibido debajo del vestido de satén fruncido, del mismo color, con cuello en v.

—Te ves hermosa —soltó cuando estaba buscando un mini bolso, lo necesitaría para guardar mi celular y algo de dinero en caso de emergencia—. Solo... ten cuidado ¿sí? Y si necesitar ayuda ve con algún chico del equipo de baloncesto, no soportan a Eddie, y por cierto, son muy fuertes.

Me abrazó antes de que yo le respondiera con un y no tuve más opción que aceptarlo.

Diez minutos más tarde estaba sentada en el asiento del copiloto del auto deportivo de mi novio, aparcado en frente de la casa de su amigo. Estaba nerviosa y angustiada, no quería ir allí.

—Bájate, Mack.

Hice caso y me tomó de la cintura para entrar en la casa, que era un caos: había un millón de chicos de la preparatoria y otras personas que no conocía, había vasos por todas partes con sustancias alcohólicas, humo proveniente de unas chicas que fumaban y en los rincones más oscuros había algunas parejitas besándose descontroladamente a causa de todo el revuelo. Todo eso olvidando la música a todo volumen, que salía de cientos de parlantes que estaban afuera, cerca de la piscina.

Me impresionó que nadie estuviera nadando, pero luego recordé que mi novio era el "rey" de la fiesta y que siempre inauguraba la piscina; qué porquería.

Eddie me llevó hasta unos asientos, donde estaban sus amigos del equipo de fútbol americano y comenzaron a saludarse, dejándome de lado. Entablaron una conversación cuando Eddie se sentó junto a ellos y me dejó irme a cualquier lado, pero yo quería salir del lugar y la salida más cercana al silencio fue el baño en la segunda planta. La casa era enorme y me costó mucho trabajo encontrarlo, pero me bastó para entrar y cerrar la puerta con pestillo.

Saqué mi celular y noté que tenía un par de notificaciones de un número desconocido que decían:

Número desconocido: Te vi entrar. Estoy afuera.

Número desconocido: Ven afuera sin que el gilipollas de tu novio te vea para irnos.

Eso sonaba como Aser.

¿Debía hacerlo?

¿Valdría la pena?

No estaba exactamente segura de lo que hacía, pero de todos modos respondí.

McKenzie: Voy. No tardo.

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