
11 ✔️
McKenzie Elder
Jamás me había planteado las posibilidades de ser una chica atractiva, pero Karen siempre lo decía sin parar. Nunca me había importado mucho, la verdad, pero ese día había decidido hacer algo con mi pelo.
Me observé críticamente en el espejo por un par de minutos. Mi cabello era castaño y tendía a ser rebelde, aunque en su mayoría de veces parecía ondulado, pero a menudo me tapaba grandes partes de mi delgado rostro pálido.
¿Debería cortarlo solo un poco?
No, sería una pésima idea.
¿Qué tal si me quedaba mal? Ya me veía recibiendo un premio a la más idiota del año, justo en la última noche de este. No tenía el abdomen tan plano, pero sí una cintura que favorecía bastante mi figura, lo que no era un problema. Mi verdadero problema eran mis brazos, últimamente se veían más definidos y de seguro se veían mal en el vestido. Quizás pudiera encontrar un vestido que tape mis brazos, pero en cuanto a mi pelo... no supe qué hacer, se veía indomable. Esperé que plancharlo lo arreglara un poco.
—¿Qué haces? —la voz de Karen llegó a mis oídos—. ¿Por qué te estas alisando tu cabello? Es hermoso así... ¿Dónde está tu vestido?
Volteé a verla y quedé atónita con la versión de Karen que encontré en la puerta del baño.
—Oh, por Dios... Te ves... preciosa... —solté asombrada.
Estaba inmóvil. Me encantaba como el vestido negro se adaptaba a su cuerpo; con el tiempo Karen había adoptado un cuerpo de triángulo, el cual le favorecía mucho para los vestidos, aunque decía que el mío era mejor por ser similar al tipo de reloj de arena.
Mi mirada se había posado sobre ella, deslumbrándome cada segundo más. En aquellos segundos descuidé un poco la plancha y me rozó la oreja, provocando que me sobresaltara más por la alteración que el dolor.
—¡Auch! —grité.
Karen negó divertida y se acercó para ayudarme.
—¿Y tu vestido? —repitió.
Después de que Saul y Aser se fueran, Karen había recibido muchos mensajes de su pretendiente, invitándola a ella también, a lo que ella aceptó sin muchos ánimos. No le agradaba la idea de tener a Saul cerca, pues se sonrojaba muy fácilmente y era difícil de controlar, yo también sabía de aquello por desagradables y agradables experiencias.
—No tengo vestido. ¡Sorpresa! —moví mis dedos rápidamente, nerviosa por la mueca que hizo. Parecía impactada.
—¿Cómo que no tienes vestido? —preguntó. No creía poder entender—. Mack, ayer fuimos a comprarnos vestidos, tú elegiste uno dorado y yo uno negro con lentejuelas. ¿Dónde está el maldito vestido?
—Karen, no voy a usar un vestido sin mangas —me excusé—, no me gustan mis brazos.
—Puedes quedarte con una chaqueta encima, no creo que haya problema en eso.
—Sí, pero...
—Nada de peros —intervino—. Ponte el vestido, en un par de horas van a venir los chicos por nosotras y no creo que a Aser le agrade la idea de que lo dejen plantado. —se cruzó de brazos victoriosa.
Rayos.
Tenía un punto a su favor.
—Bueno...
Salí del baño con mala cara y llegué hasta el armario. Con las manos temblorosas lo abrí y lo primero que resaltó fue el vestido. Era hermoso, algo ajustado desde la cintura hasta la cadera, con un escote redondo, espalda abierta y sin mangas. Quizás mi hermana tenía razón, podría ocultar mis brazos detrás de una chaqueta sin dificultades...
Inspeccioné el vestido, posiblemente buscándole nuevos defectos, de arriba abajo. Se me cruzó por la mente que en el maniquí de la tienda se veía mucho más atractivo de lo que se podría llegar a ver en mí; y eso me asustó.
—¿Estás lista? —preguntó Karen, algo impaciente.
—Casi... —murmuré mientras sacaba el vestido.
Aquí vamos...
Al terminar me sentía desnuda, pero no por llevar algo delgado, sino que sentía que no era yo la que estaba allí de pie, en medio de la habitación, jugando con sus dedos. Me sentía extraña, casi renovada, con el vestido y decidí enseñárselo a mi hermana para saber qué opinaba.
—Oh. Por. Dios.
Mierda.
¿Hice algo mal?
Sonríe y todo irá bien.
Sonríe y todo irá bien...
—¿Y...? —esbocé una sonrisa, obviamente falsa, intentando no alterarme.
Para mis sorpresa, ella llevó las manos a su boca para taparla; no supe si quería saltar un grito de espanto o felicidad, pero dudando quise preguntarle de todos modos.
—Dime, ¿qué te parece? Sé sincera por...
—¡Me encanta! —gritó antes de que pudiera terminar—, mírate en el espejo, te ves divina, Mack.
Me negué cruzándome de brazos.
—No gracias, solo vámonos, por favor.
Mis pies se movían sobre el cemento en el estacionamiento de nuestra casa mientras buscaba a los chicos con la mirada. Después de varios minutos, me detuve en seco. Estaban justamente en la camioneta de Saul, doblando en la esquina de la cuadra.
En mi rostro se dibujó una sonrisa nostálgica, aquello me había recordado cuando era pequeña y salía a la calle a esperar a mi padre del trabajo; las tardes en las que nuestros padres salían y nos dejaban a cargo de los abuelos; las veces en las que, para las fechas especiales, solíamos ir a cenar con atuendos elegantes.
Esos recuerdos que vagaron por mi memoria me hicieron sentirme débil por unos instantes.
Vi la gran figura de Aser acercándose para saludarme. Cuando quedamos uno en frente del otro no pudo más que sonreír.
—Te ves...
Esperé que continuara, pero al parecer no tenía palabras.
—¿Me veo...?
—Vaya, no puedo creer que seas tan hermosa. —Declaró acercándose aún más, con los brazos extendidos, en busca de un abrazo.
Lo acepté con muchas ganas y me hundí en su pecho. Sentí que su boca bajaba desde mi cabeza a la oreja; él tan solo me susurró:
—No creo que seas real, tal vez solo estoy alucinando, pero de lo que estoy seguro de que es real es el cariño que te tengo.
—¿Por qué yo no sería real? —murmuré, ahora con un nudo en la garganta.
—Nunca había visto nada ni nadie tan perfecta como tú...
Asentí y arrastré mi mirada por el suelo, queriendo decirle millones de cosas, pero nada parecía querer salir de mi boca. Ni una sola maldita palabra.
Sentí que sus brazos intentaban liberarse de mi cuerpo y en seguida reaccioné alejándome. Necesitaba pensar en otras cosas más importantes que eso.
Miré de reojo a Karen, que estaba hablando con Saul. Ella estaba algo sonrojada mirándolo; cada vez que él dejaba de hablar ella reía nerviosa, él fingía no estarlo y, no sé de dónde, saco una rosa roja para mi hermana.
¿Qué diablos? ¿Qué está pasando?
Dios, ¿en qué momento ella comenzó a abrazarlo sin parar?
Aunque estuviera a unos tres metros de distancia de nosotros, sentí que estaban a millones de kilómetros; no podía oír lo que él le decía a Karen, tan solo podía verla feliz... mi hermana feliz. Eso era algo extraño, casi único, que no se veía cualquier día.
El mundo pareció estar en silencio por un tiempo. Todo parecía opaco a mi alrededor y escuchaba ruidos extraños, que no venían de ningún lugar exactamente.
—¿Estás bien?
La voz de Aser me regresó a la realidad.
—Sí —afirmé, algo dudosa.
—¿Segura?
—Aser, estoy bien. —Contesté de mala gana.
El chico me tomó de la mano y me llevó al auto. Luego llamó a Karen y a Saul para que vinieran con nosotros, la fiesta ya había iniciado. Antes de subirnos al auto nos invitó a tomarnos una fotografía, a lo que me vi obligada a aceptar, pero de todos modos me alegró un poco el ánimo.
El trayecto hacia allí se me hizo muy corto con la conversación que fluía entre los tres, yo solo escuchaba, no me interesó mucho en ese momento mantener una conversación en donde estuviera Saul. Sí, lo había perdonado, pero a regañadientes; una gran parte de mí seguía resentida con el chico y la otra parte angustiada por no entender la historia completa. ¿Acaso Aser me lo diría algún día? La vez que hablamos del tema terminamos discutiendo a gritos, no creí que fuera oportuno repetirlo.
Al parecer la carretera estaba bastante despejada, a pesar de ser el último día del año para nuestra sorpresa, y no se nos hizo difícil el camino. Bueno, casi llegando a la fiesta, Saul se perdió siguiendo el mapa.
—Em, Saul —murmuró Karen, que estaba sentada al lado suyo mientras él conducía—, creo que estamos dando vueltas en círculos. He visto ese cartel más de tres veces.
Oh, Dios, pensé que era la única.
Bendita Karen.
—La aplicación me dice que siga el camino que marca. —contestó sin despegar la vista del volante—. Además conozco el camino, no soy tan estúpido como podrías pensar...
Karen le echó un vistazo a la dichosa aplicación, ignorando su último comentario.
—La aplicación dice claramente que por aquí no es, genio. ¿De dónde has sacado eso? —ella comenzó a reír y él miró el celular.
—Mierda... —murmuró más para sí mismo que para Karen.
Saul tomó una salida cercana y volvió a conducir en la ruta original.
Después de poco tiempo llegamos a la casa del capitán de baloncesto.
—No quiero ir ahí dentro. —Le confesé a Aser mientras mi hermana y Saul entraban aferrados de las manos, como si la vida de ella dependiese de ello.
Aser solo me observó, seguramente confundido.
—¿Qué tienes?
Suspiré, nerviosa.
¿Qué diablos tenía?
—Yo... n-no lo sé... —bajé la mirada, decepcionada de mí misma.
Él tomó mi cara con ambas manos, algo frías como de costumbre, y me obligó a sostenerle la mirada. Se veía un tanto preocupado como extrañado.
—Todo irá bien, ¿sí? —asintió para que yo lo hiciera también.
Spoiler: no lo hice.
—Estaremos juntos. Toda la noche. Solo tú y yo por ahí bebiendo. ¿Aceptas?
Me soltó de su agarré y me ofreció una mano caballerosamente. La tomé después de meditar mi decisión. Quizás, después de todo, estar solo con él en medio de una fiesta de chicos bebiendo y fumando no sería tan mala idea. Era la última noche del año...
¿De verdad valía la pena arriesgarse con Aser?
Sí, definitivamente valía la pena y era lo que quería.
¿O lo necesitaba?
—¿Entramos?
Esta vez sí asentí.
Me deshice del miedo y, apretando cariñosamente su mano, entramos en la casa.
La música del lugar estaba muy fuerte y resonaba hasta en el más mínimo rincón. Había gente bailando, fumando, bebiendo y algunas parejas besándose, seguramente ya borrachas. Yo caminaba pegada a Aser, aferrándome cada segundo más a su mano y brazo para no alejarme. Caminamos unos metros ente la multitud, la mayoría chicos de mi edad y otros de la preparatoria, hasta alcanzar a un grupo de chicos bastantes conocidos para nosotros; el famoso equipo de baloncesto con Cooper a la cabeza.
A su lado vi a Oliver, el chico que hace poco se había integrado en nuestra clase. Al parecer había formado parte del equipo durante estas semanas, vaya noticia. Oliver tenía la piel morena, los ojos claros y pacíficos, y era bastante musculoso para tener solo diecisiete años.
Una vez que llegamos junto al equipo, todos se volvieron a mirarme. Sentí que la presión me inundaba y no pude hacer nada más que apretar un poco más el brazo de Aser. Tuve la sensación de que la gran habitación se encogía cada vez más.
—¡Aser, Mack! —nos saludó Cooper, acercándose para saludarnos correctamente. Tenía un vaso con alguna sustancia que sostenía en su mano izquierda—. ¡Me alegro de que hayan venido! Estás muy guapa, McKenzie.
—Gracias... me alegro de verte... —susurré con un hilo de voz.
—Gracias por la invitación amigo. —chocaron las palmas de sus manos libres y comenzaron a reír sin motivo. Aser volteó a mirarme.
—¡Entonces pidamos otra ronda para celebrar la aparición repentina de la parejita! —gritó Cooper, alzando su vaso. Definitivamente estaba muy borracho, no había personal que sirviera alcohol en su propia casa.
Aser bufó de mala gana y yo me limité a sonreír forzadamente.
—¡Vengan, siéntense!
Hicimos caso y accedimos. Ahora todos estábamos sentados en un círculo y, para mi sorpresa, aparecieron unas chicas bastante guapas sirviendo bebidas en toda la casa. Al parecer me había equivocado sobre Cooper, ese chico por muy borracho que estuviera siempre tenía el control sobre todo. Lo demostraba fuera y dentro de la cancha.
Cuando las chicas dejaron sobre una pequeña, y baja, mesa la ronda de chupitos me arrepentí de haber entrado al lugar. Nunca había bebido fuera de casa y sin Karen. Bien, en teoría ella estaba por aquí pero la había perdido entre la multitud al entrar. No me apetecía beber, no quería pasarme del límite y terminar vomitando y llorando por algún episodio trágico de mi vida porque no fue perfecta durante años, bastantes años. En esos momentos no era un cuento de hadas, pero tampoco había por qué manchar una hoja que comenzaba a limpiarse lentamente.
—Aser, creo que mereces los honores... —dijo Cooper. Parecía mareado por las sustancias dudosas que había ingerido durante los pocos minutos de su llegada.
Lo miré de reojo y el chico suspiró, luego volteó a mirarme y sonrió.
Conocía a Aser, al menos un poco, y sospeché que no iba a beber demasiado.
Cogió el primer chupito. Yo estaba mirando hacia el otro lado, intentando ubicar a mi hermana, pero no había rastros de ella. Volví mi vista a Aser, quién esbozó una sonrisa de oreja a oreja mientras me miraba; supe que ahora era mi turno y no había vuelta atrás.
Solo... tengo que empezar despacio.
Me autoconvencí de aquello, pero después del tercero comencé a sentir algunos mareos. Todos los que estábamos allí en el grupito habíamos bebido bastante y nadie había sido la excepción. Sentí que un leve calor inundaba mi cuerpo, comenzando con el pecho y luego distribuyéndose suavemente hasta mis piernas. Se sentía bien que el calor del alcohol me inundara por completo, pero no podía olvidar que no podía soltar mucho la lengua, de lo contrario podría decir cosas que acabarían completamente conmigo.
Sentí la mirada de Cooper en mi cuerpo, específicamente en mi cintura, y lo miré. Tuve la sensación de que me miraba con un brillo especial en su mirada, esperando así el momento oportuno para acercarse lo bastante a mí para ligar. Luego sentí la mirada de Aser, quién no dejaba que lo soltara; Aser tenía un límite bastante alto en cuando al alcohol, por lo que no se dejaba llevar fácilmente por él esa noche.
—Mack —me llamó Cooper. Su voz resonó en toda mi cabeza—. ¿Sigues andando con Eddie?
—Sí.
Se echó a reír.
—Te diré algo, ¿bien?... —empezó a contarme, pero antes de proseguir cogió otro chupito y se lo bebió de golpe—. A ese imbécil ya no le importas, aunque al parecer Aser no puede quitarte la vista del escote... —su voz se mezcló con una especie de carcajada. Yo sonreí, incómoda, porque en el fondo ya lo sabía—. No lo digo porque sea mi amigo, solo porque harían buena pareja.
Dejó de hablar luego de que una chica pasara por un lado de la mesa, preguntándole si quería estar a solas con ella. Cooper sin duda había aceptado, borracho o no, pero el punto es que lo hizo sin remordimientos y nos dejó a solas con su equipo.
—¡Vuelvo en unos minutos, chicos! —gritó antes de irse. Luego agregó—: ¡Guárdenme un lugar!
No entendí por qué había sacado mi tema con Aser, pero de algún modo no pareció molestarme tanto.
¿Era a causa del alcohol o simplemente el chico tenía un poco de razón?
De repente Aser apretó mi mano contra la suya y se levantó casi de un salto, llevándome consigo a la terraza. Tuvimos que atravesar un mar de personas antes de poder llegar a dar con la famosa ventana; la abrimos y pasamos al otro lado.
La terraza se veía bastante lujosa, como todo el resto de la gran casa, pero para mi sorpresa no había nadie, salvo una chica pelirroja que hundía la mitad de sus piernas en la piscina no tan cercana a nosotros. Ella me resultaba conocida, pero no pude observarla detenidamente, puesto que Aser me guio hasta un lugar más alejado de la ventana, adornado con unas cuantas plantas en pequeños maceteros, donde también había una especie de sillón para exteriores.
Me extrañó no encontrar algunas parejas besándose o chicos fumando.
Aser se sentó en el sillón y yo imité la acción.
—No bebas más, creo que ya bebiste lo suficiente.
Me echó una pequeña mirada, de cabeza a pies, con la intención de que me sintiera presionada. Al contrario, por alguna razón me encontraba divertida; sus advertencias retumbaban dentro de mi cabeza y no era tan capaz de analizarlas.
—Contéstame, Mack. —Se rio y apretó un poco mi mano—. ¿Te encuentras bien?
—Yo..., estoy algo borracha —admití, llevándome una mano libre a la cara— pero estoy bien. Solo quiero olvidarme de mi vida por un tiempo. ¿No te parece...? —suspiré. Sentí que se me humedecían los ojos sin razón aparente—. Te vez muy bien de traje, ¿lo sabías?
¿Estaba ligando con Aser... borracha?
Aser negó divertido y se mordió el labio inferior.
Se acercó a mi oreja y susurró suavemente:
—Bésame...
Me alejé un poco de él.
Sí, estaba algo borracha, pero todavía una parte de mí estaba sobria.
Oh, vamos, quieres hacerlo...
Quise hacerlo. Quise que nuestros labios se besaran apasionadamente. Quise que me hiciera saber que era solo suya y de nadie más. También quise que fuéramos aún más allá que tan solo besos y caricias, pero no pude. McKenzie Elder tenía novio, al cual ya le había puesto los cuernos una vez, y no debía volver a repetirse; la primera vez ya había sido un error, un impulso, y la McKenzie sobria no podía dejar que la McKenzie borracha ganara la batalla. Era un riesgo haber bebido demasiado, pudieron pasar demasiadas cosas, desde confesar el beso hasta mis más profundos deseos con un chico que apenas comenzaba a conocer mejor.
—No puedo, Aser, tengo novio. —Logré decir.
Él volvió a repetir su mirada, que comenzaba a realizar más seguido. Aquella mirada que me inspeccionaba hasta el más mínimo detalle de todo mi ser.
—Eso no fue un problema en el gimnasio... ¿O no te acuerdas de eso, Mack?
Su voz sonó fría, demandante y hasta dominante.
Mis ojos volvieron a humedecerse y respiré hondo. Supe que él tenía la razón. Lo miré, él tan solo se mantenía serio y pacífico, pero al verme así, casi derrumbándome por un error que había cometido sin pensarlo bien, sus expresiones cambiaron. Por un instante se asemejó al Aser que me había consolado afuera del salón de clases, pues extendió sus brazos y me atrajo a él, casi como un imán lo hace con el metal, y me senté en sus piernas hundiéndome dentro de su chaqueta como una niña pequeña. Llevó una mano a mi cabello y lo acarició suavemente.
Me acerqué aún más a su pecho, derramando algunas lágrimas que bajaban sin control por mis mejillas en su camisa. Sentí su corazón latir justo donde estaba apoyada y seguí su ritmo con mi respiración, alterada. Cerré los ojos unos segundos, queriendo escuchar la melodía de su corazón, inestable como el papel pero dura como una roca.
—No me gusta verte así... —dijo delicadamente— Siempre estaré cuando quieras llorar...
—No quiero llorar —murmuré entre sollozos.
—¿Entonces por qué lo estás haciendo ahora? —estaba confundido, quizás más que yo.
—Porque quiero besarte... pero no debo.
Me separé de él y apoyé mi cabeza en mis brazos.
—Puedes hacerlo —susurró pícaramente—, tienes mi permiso.
—No. Estoy cansada de tener novio.
—¿Y qué vas a hacer entonces?
—Voy a...
Las palabras no lograban salir de mi boca por una simple razón: había visto a Eddie dirigirse hacia donde estábamos. Pero él no estaba solo, venía con Riley colgándole del brazo, con una sonrisa radiante en el rostro.
¿Pero qué demonios...?
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