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Capítulo 7

Antes de irnos, todas acomodaron su respectiva colchoneta y las rellenaron con ropa para simular sus cuerpos durmiendo. Yo también lo hice, aunque en la parte más alejada de la habitación para que sus padres no dijeran nada. La escena lucía real, al menos lo suficiente para que una simple mirada desde la puerta no se percatara del engaño.

Abandonamos con sigilo la casa de Kyla una vez que el Uber le avisó a Jessica que estaba cerca del edificio; una por una, de puntillas, mirando todo el tiempo hacia nuestras espaldas. Kyla fue la última en salir, justo después de mí. Cerró la puerta con una gran sonrisa en el rostro.

Caminamos por el pasillo hacia el ascensor. Luego de bajar siete pisos, salimos por la pequeña recepción hasta la calle, donde yacía un carro encendido y estacionado. Yo me subí en el asiento trasero junto a las tres chicas menos acinturadas. Estaba apretado, pero no podía manifestarlo porque el conductor nos echaría gracias al exceso de personas.

Llegamos al club en menos de quince minutos. Durante el trayecto permanecí callado, viendo por la ventana. Las demás siguieron hablando del plan. Regresaríamos antes de las tres de la mañana, juntos. Si nos separábamos por alguna extraña circunstancia y no nos veíamos en mucho tiempo, debíamos reunirnos en la entrada principal a más tardar las tres.

—Manténganse al pendiente del teléfono —ordenó Kyla con justa razón. Ese sería nuestro único medio de contacto.

Traté de no imaginar alguna tragedia. Un secuestro, un accidente, un asesinato. Ya tenía suficiente ansiedad por haber escapado sin permiso. Rogué al destino que las cosas terminaran bien, porque ya había pasado por suficientes pérdidas.

Nos quedamos de pie en la entrada del club por alrededor de veinte minutos. El clima era un poco más frío que de costumbre y la música resonaba por lo alto en toda la cuadra. Había una fila medianamente extensa a un costado del establecimiento, con personas vestidas de forma llamativa.

Jessica llamó a su contacto para avisar que "todas" estábamos afuera, esperando para ingresar. Nos acercamos a una de las esquinas, cerca de un callejón donde, según ella, se encontraba la puerta trasera.

Un hombre alto y robusto se aproximó a nuestro grupo varios minutos después. Jessica lo saludó con entusiasmo antes de señalarnos. En cuanto su vista empezó a pasearse por nosotros, me cohibí en mi sitio y agaché el rostro, temeroso de que descubrieran mi disfraz. Incluso el resto hizo una discreta barrera a mi lado para que yo no llamara mucho la atención.

Hizo una seña con la cabeza para que lo siguiéramos. Todas sonrieron a mi alrededor, aliviadas. Incluso yo curveé los labios por la misma razón. No podía creer que había funcionado, sin ningún tipo de cuestionamiento.

Kyla giró su rostro en mi dirección y movió los labios para decirme "te lo dije". Estábamos medianamente a salvo, así que podíamos disfrutar de la noche sin ningún otro inconveniente.

El establecimiento era enorme. Tenía un piso largo, un techo alto, lámparas inmensas y luces neón brillando sin parar. A los alrededores se extendían diferentes niveles y escaleras para acceder a las mesas, con sillones alargados de piel.

Las chicas miraron a sus alrededores con disimulo, ya que no querían verse inexpertas. Sin embargo, sus ojos resplandecían de asombro. Durante nuestra caminata hacia la mesa recibí un par de codazos para que mirara en ciertas direcciones, aunque nada me emocionó demasiado.

Varias personas se fijaron en nosotros. Sus miradas tan densas me hicieron sentir incómodo de una forma completamente nueva. No sentía que quisieran hacerme el mismo daño que recibí en el instituto, sino más bien algo que se asemejaba al morbo. Con las manos estuve bajándome la falda, aunque no hubiese muchos cambios y a cada paso se volviera a elevar.

«¿Por qué es tan molesto?». Y no entendía cómo es que Kyla y el resto podían caminar con tanta tranquilidad. ¿Era ya una costumbre? ¿Yo estaba fijándome demasiado en los demás? Podía ser una mezcla de ambas preguntas. Si me viera como un chico, tal vez no me observarían.

Subimos por los escalones alfombrados, del lado derecho de la pista de baile. El mismo hombre nos enseñó nuestra mesa y después nos extendió la carta por si queríamos tomar algo. Una vez que se fue, tomamos asiento. Las chicas finalmente dejaron de contenerse.

—¡Este lugar es asombroso! —exclamó Dany.

—Es mejor de lo que pensé —añadió Beth.

Una de ellas extendió el brazo para tomar la carta sobre la mesa, llena de curiosidad. Kyla, como buena líder del grupo, la detuvo.

—Ninguna de nosotras va a beber, ¿entendido? —Bajó un poco la voz e hizo señas con las manos para que nos acercáramos a su rostro—. No nos cobraron la entrada y eso solo significa una cosa: "Si el producto es gratis, entonces el producto eres tú".

No me había dado cuenta de esa realidad, que era aplicable para un montón de situaciones. Además, los clubes nocturnos podían ser muy peligrosos. Drogas en la bebida, ebriedad, secuestradores de chicas lindas, acoso de desconocidos. Esa noche yo también estaba bajo aquellos riesgos.

Estuvimos conversando al principio, mientras cientos de personas bailaban y reían en la pista. Lo que pudo ser un chisme de pijamada pasó a ser un chisme en el club, así que la conversación duró más de lo que hubiese esperado. Tenían energía para rato.

Una vez que los silencios comenzaron a prolongarse y el ambiente nocturno se avivaba, Kyla sugirió que todos fuéramos a bailar. Tuve que negarme casi en ese instante por temor a las multitudes. No quería estar cerca de un montón de extraños posiblemente ebrios.

—Puedes quedarte aquí a vigilarnos —Kyla intentó que confiara en mi propia decisión—. Estarás bien, ¿cierto? Si alguien te molesta, no temas revelar quién eres.

Y acto seguido se rio junto a las demás, que la apoyaron como buenas cómplices. No iban a detener su experiencia por mí, lo que era totalmente entendible. Más bien, yo les agradecía por ser tan comprensivas. No realizaban comentarios o preguntas absurdas, simplemente asumían las pocas cosas que yo les decía.

Las cuatro se tomaron de las manos y caminaron juntas hasta la pista. Se adentraron lento entre la gente, bailando como mejor sabían. Yo mantuve mis ojos sobre ellas en todo momento, pese a que mi mente estuviera en otra parte, meditando mi presente y una parte de mi difuso pasado.

Fui incapaz de entender cómo es que terminé en un club, vestido de mujer, a tan solo dos semanas de haber salido de mi aislamiento de un año. Jamás me imaginé dentro de un escenario así. Las cosas sucedían demasiado rápido, mi tranquilidad ya no era para nada la misma.

No me disgustaban estos cambios. Más bien, me parecían emocionantes. Sentí, después de mucho tiempo, que finalmente vivía. Siempre estuve en las sombras, en el silencio, lejos de la atención. No tenía pasatiempos, no era talentoso en algo, mi existencia era irrelevante hasta para mí mismo. Y eso finalmente cambiaba.

La calidez en mi interior, junto a la constante sensación de vida, ni siquiera pude percibirlas con Adam, pues mi espíritu murió desde mucho antes del incendio. Y él, más bien, fue un gran contribuyente para mi inestabilidad.

«Porque...». Intenté hacer memoria de nuestras conversaciones, de los temas personales y tristes que en algún momento salieron a flote. Yo le hablaba del hostigamiento y él más bien me contaba poco acerca de su familia ausente y su excesiva libertad.

—Hola. —Una voz nueva e irreconocible interrumpió mis pensamientos de golpe.

Aún aturdido, giré el rostro hacia mi derecha, con los párpados bien abiertos. Observé con detalle a la nueva persona que me hacía compañía. Era un hombre. No tan joven como nosotros, pero tampoco tan mayor. Podría tener la edad de Rynne o un poco más.

Tan pronto nuestros ojos se cruzaron, se sentó a mi lado en el sofá. Me sobresalté, pero no hice ningún otro movimiento. Dejé las manos apoyadas sobre mis muslos y apreté con un poco de fuerza la tela de la falda. Mantuve la seriedad en mi rostro, aunque todas mis alertas estuviesen encendidas.

—¿Vienes sola? —preguntó el extraño, queriendo iniciar con una conversación.

Inmediatamente negué con la cabeza y apunté hacia mis amigas con la mirada. Él lo entendió, pero de inmediato preguntó por qué yo no estaba bailando con ellas. Sentí en el movimiento del sillón cómo el hombre comenzaba a acercarse.

Desvié la vista antes de responder, tragué saliva. Me incomodaba su presencia, pero por culpa de mi nerviosismo no salía ninguna palabra de mi boca que pudiera alejarlo.

—N-no me gusta bailar. —dije, agudizando un poco la voz.

Miré hacia las chicas, deseando con creces que se dieran cuenta de lo que sucedía y me ayudaran. Para mi desgracia, estaban realmente entretenidas en la pista, sin nadie molestándolas alrededor.

—¿Entonces qué te gusta? —volvió a preguntar, llegando finalmente hasta mí. Nuestras piernas se rozaron, él se inclinó un poco en mi dirección.

Tensé un poco los labios, agaché el rostro, empecé a respirar con una discreta agitación.

—No lo sé.

Quise cortar la conversación con esas palabras, pero esto solo causó que el hombre tuviera más curiosidad por mí, que no quisiera rendirse.

Yo también era hombre, podía ahuyentarlo si quería. Sin embargo, la invasión a mi espacio y su incómodo acercamiento solo logró que me sintiera igual que en mi viejo instituto; hostigado, acorralado, asustado. Nunca pude defenderme del acoso porque desde un inicio el miedo me hizo permitirlo. Y este caso era similar.

—Te puedes divertir conmigo —De repente sentí su mano sobre mi rodilla.

«Muévete, muévete».

Pero seguí quieto por un par de segundos más, mirándolo a los ojos con auténtico miedo. No entendía por qué él no podía ver en mi rostro que su presencia no me agradaba en lo absoluto... a no ser que justo sacara provecho de eso.

En cuanto sentí que deslizaba la mano hacia arriba, tocándome directamente el muslo, me levanté de golpe y salí casi corriendo de ahí. Bajé los escalones a toda prisa, sin mirar atrás. Comencé a respirar por la boca a causa de mi incontenible respiración. Estaba sintiéndome mal a causa del pánico.

Busqué a las chicas una vez que llegué a la pista, pero no pude dar con ellas. Desde la altura las vi por largo rato, pero adentrarse en la multitud para encontrarlas fue completamente distinto. Estaba oscuro, las luces de neón no ayudaban lo suficiente y todo a mi alrededor ondeaba por culpa de mis repentinos mareos.

Caminé a ciegas durante varios metros, mirando en todas direcciones. Atravesé grupos enteros de personas bailando y recibí bastantes empujones, hasta que por fin pude llegar a la otra orilla. Pronto pude ubicarme, pues ingresamos al club justo por ese lado. Varios metros a mi izquierda se encontraban los baños y frente a ellos, la puerta que daba a la calle.

Quería irme, pero tenía que esperar a mis compañeras, que estaban justo en su mejor momento de la noche. Revisé la hora en el celular; faltaban dos horas y media para nuestro límite. ¿Qué haría durante tanto tiempo?

Mientras meditaba, fui acercándome a los baños. Me quedaría ahí hasta que tuviéramos que irnos.

Casi entré al de hombres por hábito, pero recordé cómo lucía yo en ese momento. Acabé ingresando al baño de mujeres por primera vez en mi vida, sin obstáculos. No era tan diferente al de hombres, salvo por el aroma, que era menos desagradable.

Me acerqué al espejo, que era enorme, y me observé. El maquillaje y la peluca seguían intactos gracias a mi poco movimiento, pero en las expresiones de mi rostro se notó con claridad lo tenso que me hallaba.

Las manos y piernas me temblaban, estuve cerca de dejar caer las primeras lágrimas de susto y alivio. El desconocido no podía entrar a este baño, al menos. Tomé aire con profundidad para hallar calma, cerré los ojos.

Una de las chicas a mi lado preguntó si me encontraba bien, interrumpiendo mi concentración. La desconocida —que ya se notaba ebria— me dijo que no llorara para que no se me arruinara el maquillaje porque me veía muy "bonita". Después se señaló a sí misma para burlarse de su propio maquillaje corrido por sudor.

Decidí hacerle caso, aunque la situación tan aleatoria también me distrajera de mi angustia.

—Sal a tomar aire fresco, linda —Siguió con su extraño discurso motivacional, sujetándome de la parte alta de los brazos—. Después regresas como lo que eres: una diosa.

Puede que no estuviera diciéndolo tan en serio, pero su idea de salir del establecimiento no me pareció tan mala. El aire de la calle era sin dudas mejor que la del baño y la puerta trasera estaba justo en frente.

Sonreí a medias y le dije en voz baja que le haría caso. Ella abandonó el baño primero y se marchó con otro par de amigas que la esperaban con impaciencia. Antes de salir tomé el celular y le escribí a Kyla que saldría por un momento, pero que nos veríamos justo como acordamos.

No respondió, aunque tuve el presentimiento de que vería mi mensaje una vez que se acordase de mí.

Caminé rumbo a la puerta con suma cautela, mirando hacia los laterales, asustado por estar haciendo algo prohibido. Empujé la puerta con ambas manos y finalmente salí hacia la calle, solitaria y más silenciosa que el club. La música aún era bastante audible, pero mucho menos molesta. 

Solté un corto suspiro y me dirigí hacia la avenida, donde aún podían verse las filas de acceso. Crucé los brazos por el frío, agaché el rostro, medité en silencio nuevamente, como tan acostumbrado estaba.

Una vez que llegué hasta la calle transitada, giré a la derecha y caminé. No alcé el rostro, no observé a nadie, no me preocupé siquiera de ver a mis alrededores para ubicar puntos de referencia. Solo anduve sin rumbo por al menos veinte minutos.

Los autos y el viento hicieron el ruido de fondo. Las luces de los faroles también ayudaron a que no sufriera de algún tropezón en la oscuridad. Pensé y pensé en compañía de mi entorno.

Fue entonces cuando la calle tradicional se terminó y toda una cuadra se transformó en un gran parque. Árboles frondosos, pasto bien cuidado, bancas largas por todas partes. Vi a un par de personas ejercitándose y otras paseando a sus mascotas, como si la hora no importara.

Era buen momento para tomarme un descanso después de haber caminado más que de costumbre. Doblé a la derecha y me adentré en el parque, busqué una banca sola y sin mucha gente alrededor.

Jamás había salido de noche, completamente solo. Si lo hacía, siempre era con Adam y eso rara vez sucedía. Tomaba el metro hasta mi casa y salíamos a dar unas cuántas vueltas por el vecindario mientras me platicaba cualquier cosa que se le ocurriera.

Tenía problemas para dormir, similares a los míos. Y a veces eso le hacía pensar demasiado. Adam, igual que yo, vivía en soledad. Sus padres eran figuras ausentes y sus hermanos preferían estar en sus respectivos mundos igual que él. Solo que Adam trataba de compensar su vacío en el instituto a través de su sociable personalidad. Formaba lazos muy temporales con cualquier persona que se le acercase, pero al menos lo hacían sentirse menos solo.

—Si alguien del instituto se muere, créeme que no sentiré absolutamente nada —confesó con cierta frialdad—. Seguro que se lo merecen.

Ambos odiábamos a la gente, pero nuestras razones eran casi lo contrario. Él odiaba solo porque sí; yo porque desconfiaba y le temía a la mayoría. Alroy podía estar bien solo, pero Adam necesitaba tragarse su odio para no enloquecer.

—Realmente me agradas, Alroy —Me rodeó por la espalda y me acercó a su cuerpo, sin detenernos—. No te importan los demás, aguantas cualquier cosa y eres bueno escuchando.

No sentí que "aguantar cualquier cosa" fuese un mérito digno de admiración o agrado. Más bien se asemejaba a saber sufrir en silencio para no molestar a los demás. Yo aguanté el acoso en el instituto por esa razón a cambio de perder parte de mi estabilidad.

Apreté el puño por debajo, miré en otra dirección e ignoré su oración todo lo que pude.

—Pero siento una extraña sensación contigo, ¿sabes? —Acercó el rostro, dirigió sus labios hasta mi oído—. Hay algo en tu silencio que me dice que no eres tan inofensivo.

Una vez más mis recuerdos se vieron interrumpidos con violencia, casi por los mismos motivos que rato atrás. La diferencia entre el "hola" del club y esto, es que el desconocido ni siquiera se tomó el tiempo de saludar y con ello, avisarme lo cerca que se encontraba de mí.

Apretó mi muñeca izquierda con una fuerza hiriente. Yo giré el rostro en ese instante para saber con certeza qué era lo que sucedía.

El mismo hombre del club estaba sujetándome con brusquedad, sonriendo a medias, tirando de mi brazo para que me acercara aún más a él. Abrí los párpados por la sorpresa, se me fue el aire de los pulmones, me temblaron las piernas a causa de un sinfín de malas sensaciones y memorias que me sumergieron rápidamente en el pánico.

—Tranquilízate —pidió el hombre, mirando en varias direcciones—. Amor, vuelve al auto para que charlemos.

En sus ojos noté la desesperación y las ansias por arrastrarme con él. Yo me resistí manteniendo las piernas quietas, pero no fui capaz de decir ni una sola palabra ni de golpearle o forcejear para que me dejara tranquilo.

Me sostuvieron por las muñecas en múltiples ocasiones, principalmente para hostigarme y abusar. Que ellos lo hicieran era un claro indicador de que debía ceder para que el sufrimiento fuese menor. La vieja costumbre me estaba haciendo una mala jugada en el lugar y momento menos adecuados.

—Por favor, querida, no hagas espectáculos aquí —volvió a decir, jalándome con violencia.

Trataba de que los demás pensaran que lo conocía, ¿cierto? En ese momento poco me importó que se me arruinara el maquillaje. Las lágrimas salieron por sí solas mientras negaba con la cabeza y trataba de moverme en la dirección contraria.

El hombre dio un tirón lo suficientemente ágil para que perdiera mi propio equilibrio y cayera directo en sus brazos. Me abrazó con fuerza por la espalda para que no pudiera irme. Mientras me cubría, tocó parte de mi cuerpo con los dedos en una especie de caricia muy desagradable.

Miré hacia el frente, ya sin muchas ganas de forcejear. Al fondo, casi hasta donde el gran camino desaparecía, vi a la sombra una vez más.

«La sombra vendrá a borrarme la memoria como siempre hace cuando pasan cosas como esta».

Estaba confiando en que en cualquier momento, por la presión y el pánico intensos, sufriría de una laguna. Mi mente estaba preparándose para que mi alma no presenciara nada. El daño físico podía sanar, pues mientras no me matara yo estaría bien, ¿verdad?

Cerré los ojos, tensé los labios.

—¡Suéltela! —Exclamaron muy cerca de nosotros.

Y acto seguido, sentí una serie de bruscos forcejeos.

—Oiga, no se confunda, ella es mi novia —respondió el hombre con más serenidad de la que hubiese esperado—. Nos hemos peleado, así que le pediré que no se meta.

Me soltó de inmediato para plantarle cara al extraño. Mi instinto inmediatamente hizo que me apartara, pero las piernas no me funcionaron para correr. Seguía asustado, aturdido, invadido en negatividad. Solo pude escuchar con poca atención los comentarios que intercambiaron.

—¿Crees que soy idiota? —exclamó—. ¿Crees que no he visto que llevas siguiendo a esta chica desde hace un rato? En ningún momento tuvo contacto contigo.

Mantuve la vista en el suelo, retrocedí lento sin una dirección en particular. Me adentré en los árboles con el mayor de los silencios mientras recuperaba el aliento; el ritmo de mis latidos poco a poco volvió a la normalidad. Mis pensamientos se esclarecieron, aunque no lo suficiente.

Ni siquiera supe cuánto tiempo pasó hasta que uno de ellos trotó hasta mi sitio. Lo escuché pisando la tierra, las ramas y las hojas secas. Alcé la vista para averiguar si esta vez podría correr.

—¿Estás bien? —El hombre alzó una mano y la agitó en el aire. Lo miré fijamente, estupefacto.

Era Daron Rynne. 

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