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Capítulo 6

Mi relación con Adam cambió drásticamente después de ese primer beso. Dejamos de ser amigos y nos transformamos en algo más cercano a amantes secretos. Muy secretos, porque ni siquiera él tuvo el valor de hablar conmigo sobre lo que éramos y lo que hacíamos. Íbamos directo a ello.

El hecho de que yo nunca lo rechazara contribuyó a que nos viéramos en mi casa casi todos los días, que dejáramos las tareas de lado y nos quedáramos casi toda la tarde en mi habitación.

—Hacemos esto todo el tiempo, pero en realidad no te conozco, Alroy —confesó Adam, despegando sus labios de los míos—. Y eso me aterra.

Nos miramos a los ojos, ambos con las cabezas bien apoyadas en las almohadas, rozando frentes, sintiendo la calidez de nuestro aliento en la piel. Nuestras manos se entrelazaban en medio de nuestros cuerpos y las piernas yacían enredadas con las del otro.

Adam solo me hablaba de él mismo o de lo que hacía en el instituto junto a sus compañeros sociales y populares. Poco o nada se interesaba por mí, salvo cuando preguntaba por qué siempre estaba tan callado.

Era mejor que no supiera nada, que pensara que mi inestabilidad no era tan grave. Tuve miedo de que se enterase de mis problemas de amnesia, de los traumas, de mis autolesiones. De que me viera como un loco sin remedio y que se uniera con las personas que me acosaban en el instituto.

—Podemos hablar —sugerí, encogido de hombros.

Decidí que haría todo lo que me pidiera con tal de que se quedara. Era mi único amigo y el único que se atrevió a hacer otras cosas conmigo, cosas que según yo solo hacían las personas que se amaban. No podía perderlo ni a él ni a mi erróneo concepto de amor.

Sonrió a medias, negó ligeramente con la cabeza después de escucharme. Sus ojos resplandecieron aún más que los míos, llenos de vida. Adam elevó una de sus manos hasta mi mejilla, acariciándola suavemente con los dedos.

—Hablemos después. —contestó, sin parar con su suave contacto.

Deslizó el pulgar hasta mis labios. Jugueteó con ellos, despacio, sin quitarme la mirada de encima. Nuestros rostros se enrojecieron; el suyo lo hizo más rápido. Me cohibí, pero no me aparté ni dije nada que pudiese interrumpirnos. Adam sonrió cada vez con más amplitud, tratando de esconder su agitación.

Entreabrí la boca.

—Lámelo.

Se refería a su pulgar, que lentamente comenzaba a meter entre mis dientes. La piel se me erizó de pies a cabeza. Entrecerré los ojos, sostuve su muñeca con ambas manos e hice lo que me pidió por al menos quince segundos. Me llevé su dedo casi hasta el fondo para saborearlo detalladamente.

Durante ese rato cortísimo Adam no dejó de mirarme. Tensó los labios para contenerse, frunció las cejas, respiró con fuerza. Ver que flaqueaba por mí fue excitante, tan excitante como el ahogamiento que yo mismo me estaba provocando. Comenzamos a jadear casi al mismo tiempo.

—Alroy... —susurró mi nombre, flaqueando—, hazlo aquí abajo también.

Tomó una de mis manos y la condujo hasta su erección. Quería que hiciera lo mismo que con su pulgar. En ese instante me invadieron las dudas y el temor, jamás hice nada similar porque lo mío con Adam todavía no llegaba a ese tipo de confianza. Saqué su dedo de mi boca, apartándome ligeramente.

Él dejó la mano sobre mi mejilla, esperando que no me alejara por completo.

—Es que yo... —Primero miré hacia el colchón para ganar tiempo y pensar en alguna buena excusa.

El silencio se prolongó. Continué escondiendo medio rostro en la almohada, inseguro. Quería que se diera cuenta de que estaba más inclinado a rechazarle.

—Cobarde. —Me interrumpió una voz distinta a la suya y la mía.

Alcé la vista de golpe, buscando su rostro, sus ojos. Pero lo que parecía ser un recuerdo por fin recuperado pronto se transformó en una pesadilla de las menos agradables.

Un cadáver carbonizado y putrefacto cambió de lugar con Adam. Tenía partes de la piel ennegrecidas y otras más en carne viva, llenas de ampollas. El cabello chamuscado, los ojos entrecerrados, oscuros, terroríficos. La habitación se infestó de un fuerte, rancio e indescriptible olor. Se me revolvió el estómago.

Mi primera reacción fue alejarme, pero el muerto fue más rápido que yo. Sujetó mi cabello y tiró con violencia de él. Empujó mi cabeza hacia abajo mientras yo pedía con desesperación que me dejara ir. Las lágrimas brotaron sin aviso, igual que mis exclamaciones de dolor y asco.

—¡Monstruo! —Gritó el cadáver—. ¡Monstruo, monstruo!

La piel se le caía a tajos sobre mis brazos y rostro. Las cobijas que nos cubrían se robaron parte del oxígeno, en especial cuando el muerto me obligó a descender en la cama hasta donde quiso. No pude acertar ni uno solo de los golpes que lancé. El cadáver solo se rio porque mi reacción en verdad le divertía.

Con una de sus manos resecas y huesudas me tomó de ambas mejillas y las apretó para dirigir mi rostro hacia sus pantalones llenos de hollín.

—Te gustará, Alroy —advirtió el cadáver—, solo abre la boca.

Sin embargo, y justo cuando estaba logrando que cediera gracias a la fuerza de sus dedos, desperté.

Mi vuelta a la realidad fue caótica, ni siquiera me senté en la cama para respirar. Giré en la almohada e incliné la cabeza fuera del colchón. Vomité dentro del cubo de basura que yacía junto a la cama; siempre estaba ahí por si despertaba con el estómago muy revuelto.

Una vez que todo salió de mis entrañas, me quedé recostado en esa misma posición, con la cabeza colgada por fuera a causa de la debilidad. Me temblaba todo el cuerpo, se me escurrían las lágrimas a causa de la desesperación, el asco y la tristeza.

«Al menos hoy recordé algo nuevo».

Solo que mi rechazo no ocurrió en realidad. Ese día sí hice lo que Adam me pidió.

Fui el último en llegar a casa de Kyla. Después de que le comenté a mi madre la idea de ir a una pijamada con ella el fin de semana, se alegró. Parecía contenta de que estuviera adentrándome a una vida más normal, así que no se opuso a que pasara una noche en casa de mi amiga de la infancia.

—Qué bueno que viniste, Alroy —dijo Kyla, haciéndose a un lado para permitirme pasar—. Ha ocurrido una tragedia.

Eran las ocho de la noche y estaba a punto de oscurecer. Todas las chicas se encontraban sentadas en la sala, platicando entre ellas con bastante animosidad. Al percibir la tensión en el ambiente y en sus rostros, me atreví a preguntar qué era lo que sucedía.

Kyla me dirigió hasta donde estaban las demás. Me saludaron muy brevemente antes de regresar a su acalorada conversación. Pidieron que me sentara y aguardara a una solución ante lo que parecía una problemática importante.

—Emily ha cancelado de último momento —Me explicó Kyla—. La estúpida se tropezó bajando las escaleras de su casa.

Al menos esperaba que se encontrara bien, aunque eso a ellas poco pareciera importarles.

—Debemos ser cinco chicas para que nos permitan entrar al club —continuó otra.

Este tipo de adversidades en verdad me eran difíciles de comprender. El mundo se les acababa por no poder salir en uno de muchos futuros cumpleaños. No dije nada, ya que preferí escuchar sus múltiples y hasta descabellados planes por al menos otra media hora.

Que si se cancelaba el escape, que si le pedían a una desconocida que se uniera a nuestro grupo para guardar las apariencias. Incluso consideraron besarse con el encargado de la puerta trasera o sobornarlo con dinero.

—Solo necesitamos a una maldita chica, no es tan difícil —Kyla perdía la paciencia, aunque se controlaba para que sus padres no pudiesen escuchar nuestra conversación.

Sentí que sobraba en su grupo. Éramos cinco personas, pero yo no era una mujer y, por ende, no cumplíamos con el dichoso requisito. Pensé junto a ellas en una solución efectiva sin quitarle a nadie la diversión nocturna. Fueron varios minutos de parloteos y quejas hasta que de repente todo se calló, justo cuando meditaba a profundidad.

Alcé los ojos solo por un momento, creyendo que el silencio era parte de alguna ilusión propia. Fue más que inesperado ver que todas las chicas se fijaban en mí, sonriendo con amplitud. No escuché nada de lo dijeron previo a eso, así que la confusión fue inevitable.

—¿Qué? —pregunté a la brevedad, arqueando una ceja, sintiéndome un poco nervioso.

—Alroy, ¿alguna vez has usado falda? —contestó Kyla, inclinándose un poco en mi dirección.

Parpadeé con prisa, retrocedí en mi lugar, encogido de hombros. Su pregunta me tomó realmente desprevenido, aunque sus intenciones fueran bastante obvias. Hice una negación de cabeza, miré hacia el suelo.

—¿No te gustaría usar una esta noche? —preguntó otra chica, sonriendo.

De todas las posibles soluciones, nunca imaginé esa. Su propuesta me dejó perplejo y mudo. Querían que me disfrazara para acompañarlas y que así todas pudieran entrar al club.

Dijeron que podría hacerme pasar fácilmente por una chica ya que, según ellas, mis rasgos faciales no eran tan pronunciados. Tenía una altura promedio, lucía más delgado de lo que debía, mis ojos eran grandes y mi voz no sonaba tan grave. Además, tenía la ventaja de que no me gustara hablar mucho.

Me negué al principio. Yo no veía en mí mismo lo que ellas tanto afirmaban, así que era muy probable que nos descubrieran en el club. No deseaba ponernos en riesgo solo para tantear suerte y al mismo tiempo hacer el ridículo.

—Por favor, Alroy —Kyla juntó ambas manos, inclinando la cabeza hacia mí—. Solo déjanos probar. Si al final no luces como una chica, nos quedaremos aquí.

Todas me imploraron casi con el mismo gesto que Kyla, añadiendo sutiles "por favor".

Nunca esperé que alguien dependiera tanto de mí. Que fuera más de una persona lo volvió aún más importante. Me sentí ligeramente presionado por sus súplicas, pero me dije a mí mismo que accediera a ayudarlas. Después de todo, fueron ellas las que desde el primer día me aceptaron en su grupo y me trataron bien. Disfrazarme por un día era lo menos que podía hacer como pago a ello.

—Está bien.

Todas aplaudieron en el aire y exclamaron con alivio y energía. Parecían bastante confiadas en su plan. Las que estaban sentadas junto a mí me abrazaron entre agradecimientos. Su comportamiento me sacó una muy tenue, pero auténtica sonrisa. Sentí calidez en el interior.

«Hoy alguien me ha dado las gracias». Y lo mejor es que eran sinceras.

Todas se levantaron para ejecutar el plan de la noche, decididas, animadas. Yo las seguí a mi ritmo hasta la habitación de Kyla. Quizás faltaban dos horas para las once, pero el tiempo se iría justamente arreglándose y arreglándome. Esperamos a la anfitriona, que fue a hablar con sus padres para decir que veríamos una película y al final nos iríamos a dormir.

Uno esperaría pasar toda una noche en vela por tratarse de una pijamada, pero las reuniones en su casa eran habituales y siempre se acostaban temprano. Esta sería una peligrosa pero emocionante excepción.

Kyla regresó al poco tiempo y cerró la puerta de su habitación a su espalda. En ese instante cada una fue a su respectiva mochila para sacar sus increíbles vestuarios de noche. Algunos cortos, otros brillantes, pero al final todos glamurosos.

Yo me quedé en una esquina, mirando hacia el piso para no incomodar. Una de las chicas pidió entre risas que me recostara en la cama y me pusiera una almohada sobre el rostro para que no pudiera verlas desvistiéndose. Hice caso de su sugerencia como si lo hubiese ordenado.

Luego de unos quince asfixiantes minutos, Kyla golpeteó un poco la almohada para indicarme que ya podía salir de mi escondite. Primero me asomé, desconfiado. Después me senté en la cama y esperé nuevas indicaciones, puesto que era el único desarreglado de la noche y no tenía ni la más remota idea de cómo me iba a vestir.

—¿Qué quisieras usar, Alroy? —preguntó Kyla mientras hurgaba en su amplio clóset.

Durante mi silencio las chicas comenzaron a acercar algunas prendas para que yo las examinara. Opciones tenía de sobra, solo necesitaba hallar algo que se acercase a mi estilo, que más bien era como una barrera.

—Algo con mangas largas —murmuré después de ver que me sugerían tops y blusas de tirantes.

Después de pensarlo por unos minutos, Kyla recordó que tenía un conjunto entero que podía ajustarse a mi petición. Fue a rebuscar en su amplio armario y una vez que lo encontró, nos lo mostró con satisfacción. Las chicas a mi alrededor aprobaron la propuesta de inmediato.

Eran una falda corta y una blusa con cuello alto, de mangas largas, parecido al que usan las porristas universitarias. Kyla lo llevó en una fiesta el año anterior y era negro con rosado brillante. Mis ojos se abrieron más de la cuenta.

Una de las chicas me tomó del brazo y me llevó directo al baño de la recámara de Kyla para que me lo probara todo cuanto antes. En el trayecto me pasaron unas medias altas y unas licras cortas.

Me desvestí rápidamente. No volteé en ningún momento hacia el espejo para no tener que ver mis cortes y quemaduras, que todo el tiempo ocultaba bajo la ropa. Me puse primero la blusa, ajustada, pero no asfixiante. Después las medias y por último la falda. Sentí que se me veía hasta el alma en la parte de atrás, pero mi reflejo solo demostró que la falda me cubría lo necesario.

Finalmente abrí la puerta, lento, cohibido, encogido de hombros y cruzando los brazos para cubrirme lo más posible. Los suspiros asombrados de mis compañeras resoplaron por toda la habitación en cuanto tuvieron la oportunidad de verme.

—Luces increíble, Al —Se acercó Kyla, sonriente—. Créeme que con un buen maquillaje y una peluca ni siquiera tú te reconocerás.

Me sujetó de ambos hombros y me dirigió hasta la cama para hacer justo lo que mencionó. Sacaron una peluca larga y castaña del armario de Kyla, que también formaba parte de otro disfraz. La peinaron con cuidado en lo que me maquillaban.

Cubrieron mis cejas y pestañas anaranjadas con máscara y sombra para aparentar que nací castaño. Pintaron mis labios con un rosa similar al del traje de porrista. Borraron casi por completo las pecas de mi cara con una base clara que se ajustaba al tono de mi piel, y contornearon mis ojos con gruesas líneas negras para, según ellas, resaltar el color verde azulado de mis iris.

Al final me acomodaron el cabello bajo una red y me colocaron la peluca, que ya se hallaba desenredada, brillante y peinada en una media coleta. Yo me quedé en mi sitio, obediente y callado. Durante toda la preparación solo pensé en lo que me colocaban sobre el cuerpo, en los cambios por los que pasaba, en cómo luciría para el resto.

Beth —el nombre de una de ellas— descolgó el espejo de cuerpo completo de la pared solo para llevarlo hasta mi lugar en cuanto Kyla terminó. Sus sonrisas fueron imborrables en todo momento, pues la satisfacción de ya tener a la quinta chica era muy grande.

—Alroy, en serio pareces una chica —dijo Beth, asombrada.

Y acto seguido se apartaron para que yo mismo pudiera contemplarme.

Ninguna de ellas estuvo equivocada. Realmente me volví otra persona. Ya no estaba el Alroy ojeroso, pelirrojo y apagado en el reflejo. Era una chica de piel viva, ojos enormes, pestañas largas y labios atractivos. Todos podían ver mis piernas y el contorno de la mayoría de mi cuerpo. Incluso las curvas del pecho por el sostén que Kyla me prestó lucían reales.

Estaba perplejo. Toqué la superficie del espejo con los dedos, después mi propio rostro. Inevitablemente sonreí. Sentí que era otra persona, que Alroy, el chico con problemas y ganas de no existir más, desaparecía.

Esta era una oportunidad casi única para fingir por una noche que era alguien más, lejos de todo lo que me abrumaba tanto. En el club nadie sabría mi nombre, ni mi historia, ni mis problemas. Podía inventarme cualquier cosa y para los demás esa sería la única verdad. Después de todo, la chica del espejo iba a evaporarse para siempre a la mañana siguiente y nadie jamás podría comprobar que alguna vez existió.

—¿Qué nombre quieres ponerte? —preguntó Kyla.

Todas sugirieron nombres aleatorios, pero era probable que olvidara la mayoría de ellos. Si eso sucedía en el club, podría meternos en problemas. Sugerí buscar algo que se relacionara un poco con mi nombre, o al menos con las iniciales para que pudieran decirme Al.

—¿Allison? —Elevé un poco los hombros, las miré a todas esperando aprobación. 

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