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Capítulo 40

A pesar de todo lo que hice y lo que viví, recuperé gran parte mi vida. Tuvo que ser a costa de otros, pero eso no me causó ningún tipo de remordimiento. Para que una persona viviera tranquila, alguien más tenía que sacrificarse. Esa era una ley inquebrantable, aunque injusta.

Yo le hice daño a varias personas con tal de conservar mi integridad. Daños completamente irreparables que superaban todas y cada una de mis marcas. Allá afuera había alguien que no podía ver, otro que era incapaz de moverse salvo por el cuello, uno que estaba muerto y una última persona que tuvo que sobrevivir a costa de los traumas del abuso.

Lucien nunca me molestó y no merecía aquella vida, pero era parte de un inevitable daño colateral. Si yo no hubiera accedido a Rynne, quizás él jamás se hubiera buscado a otro estudiante con problemas. Solo por eso, y como forma de asumir mi responsabilidad, seguí frecuentando a Lucien.

Cualquiera que nos observara creería que éramos bastante cercanos, casi íntimos. En los últimos meses, justo estando al borde de graduarnos, pasábamos casi todo el tiempo juntos. Nos apartábamos del resto a la hora de los recesos y de vez en cuando yo también me saltaba clases para buscarlo por una de las puertas traseras.

Fumaba todo el tiempo y de vez en cuando me invitaba un cigarrillo, platicábamos poco o nos quedábamos en silencio por casi una hora entera. Para ambos era una especie de compañía y complicidad que nos recordaba a diario que íbamos a compartir un secreto para siempre.

—¿Eres feliz ahora? —Me preguntó, sentándose en el suelo polvoriento donde yo siempre me quedaba.

Era una emoción que no podía identificar por completo, pues muy pocas cosas lograron que me sintiera así. Daron fue una de las escasas personas que en serio provocó un revoloteo en mi estómago; también Tyler cuando me dio a entender que ni él ni nuestro hermano menor me odiaban. Kyla y las chicas me sacaron una sonrisa cuando expresaron abiertamente que me necesitaban, aunque fuera para sus travesuras. Pero librarme de las personas que más daño me hicieron era incluso lo que más felicidad me producía.

Hacer daño me contentaba y en ese presente no había tenido la oportunidad de volver a hacer algo así. De resto, el cadáver de Adam seguía rondando por mis sueños para recordarme el extremo más lejano en el que estuve. Ya no existía la necesidad de volver a matar a alguien y mi vida en el exterior por fin se había vuelto monótona.

—Diría que ahora soy relajado. —Y prendí el encendedor para quemar una planta que crecía entre las grietas del concreto.

Ya no había ninguna amenaza cerca más que yo. Y quizás Lucien.

Papá no apareció en ningún momento, pero mantuve a mi madre al tanto de lo que Tyler me dijo sobre el inminente divorcio y de los "inventos" que le daban motivos a papá para odiarme. Aquello la hirió, pero fue la mejor forma de buscar alternativas que lo mantuvieran lejos de nosotros sin que yo necesitara intervenir. Mandó a instalar cámaras por los alrededores de nuestro hogar y me pidió que fuera cuidadoso cuando volviera del instituto o saliera con mis amigas.

Nunca lo vi merodeando por los alrededores, ni siquiera después de que Tyler me confirmara por mensaje que sus padres estaban oficialmente divorciados y que papá se marchó hacia un paradero desconocido. Yo sabía casi con certeza que había vuelto a mi primer hogar, ese tráiler lejano a las afueras, con vecinos a más de doscientos metros de distancia, escondido entre los árboles y de difícil acceso.

¿Su otra familia conocía aquel lugar? Mi hermano nunca lo mencionó, ni siquiera cuando traté de insinuarle sobre una segunda casa apartada. Si mi padre no había cambiado, entonces el tráiler continuaba escondiendo sus secretos.

¿Valdría la pena que su última visita fuera yo? Lo pensaba de vez en cuando, pero hasta entonces podían transcurrir años para que finalmente me decidiera. A veces quería que pagara por todo lo que nos provocó y nos obligó a vivir, pero otras veces recordaba que él tenía derecho a no quererme. Hasta hacía poco era el único ser vivo que me conocía de verdad.

—¿Y tú? —pregunté de vuelta, alzando la cabeza para mirarlo con detalle.

Soltó un pesado suspiro, se quedó meditando por unos segundos. Sin importar cuál fuera su respuesta, la duda me hizo entender al instante que iba a darme una negativa. Lucien seguía con la molesta carga de su pasado abusivo con Daron.

—Hasta que él muera —dijo, con un fingido tono indiferente—. Por eso siempre quiero recordar que lo odio.

Así como yo tenía ideas revoloteando sobre la propia vida de mi padre, él también tenía unas parecidas respecto a la vida y el sufrimiento de Rynne. Solo le faltaba valor y volver a pedirme ayuda, pero el tiempo era indefinido y podía extenderse tanto como el resto de nuestras vidas.

Fuimos a su casa después de clases, en una de las últimas semanas del curso. Tendríamos un par de horas a solas antes de que sus padres aparecieran, así que era una de esas muchas oportunidades para quedarnos en su habitación, hablando de banalidades o permaneciendo en silencio por largos periodos.

Dejamos todo en el sofá de su sala, incluidos nuestros celulares. Siempre lo hacíamos por si en alguna de nuestras conversaciones revivía nuestro crimen. Subimos por las escaleras y finalmente nos encerramos como todo el tiempo. La densa cortina cubría toda la ventana, sumiéndonos en una tenue oscuridad y escondiendo al otro lado la que alguna vez fue la casa de Adam.

Yo solía quedarme en la silla junto a su escritorio y él se quedaba en la cama, viendo al techo. Sin embargo, y justo cuando nos acercábamos a nuestros respectivos lugares, Lucien se recostó con rapidez sobre la alfombra. Se extendió en la posición habitual, pero trató de llamar mi atención tirando de la parte baja de mi pantalón. Quería que lo imitara, aunque al principio dudé.

—Estos últimos días estuve pensando en muchas cosas —murmuró, parando con su insistencia y posando la mano tras su nuca—. Y tú figuraste en casi todas.

Arqueé una ceja, lo observé con detenimiento para que escupiera bien a qué se refería. Por sus pocas palabras, sus párpados cerrados y la tranquilidad de su cuerpo, supe que no iba a añadir más hasta que yo estuviera en la misma posición que él. Convencido de ello, me dejé caer a su lado, chocando hombros, rozando un poco nuestros brazos y piernas. Apenas giré la cabeza para verlo con el rabillo del ojo; sonreía.

El silencio se sintió tenso, pero no quise moverme ni un ápice por temor a no equivocarme. Vi hacia el techo, con los párpados bien abiertos, los labios un poco apretados y las manos quietas a los costados. Mi respiración apenas fue perceptible, aunque no tanto como el movimiento de mi pecho.

Lucien giró el cuerpo por completo en mi dirección. Apoyó la cabeza en su brazo izquierdo y buscó mi mirada, que no encontró porque cerré los ojos en cuanto noté sus intenciones de acercarse más.

—Dime ya lo que tengas que decir. —pedí, con voz calmada y baja.

Soltó una risa corta, característica de él cuando lidiaba con mi seriedad. Sujetó mi hombro y me sacudió con ligereza un par de veces, logrando que volteara a verlo.

—¿Jugamos a algo? —preguntó con cierta decisión—. Es sencillo.

Junté las cejas, pensé un poco al respecto. A pesar de que no tuviera ganas de juegos, sentí curiosidad por la repentina propuesta de Lucien. No éramos chicos animados como para andar de un lado a otro divirtiéndonos, buscando competir o ganar, así que para mí esto tenía una doble intención.

—¿A qué? —Giré casi por reflejo, viéndonos cara a cara.

—A hacernos una pregunta —contestó, oscureciendo la mirada a través de su tenue sonrisa—. Tú me haces una pregunta y yo te hago otra. Pero solo una.

Demasiado simple, aunque más peligroso de lo que aparentaba. Tensé un poco el cuerpo, pero finalmente acabé por asentir. Después de mucho tiempo volví a experimentar un ligero nerviosismo en el estómago que me hizo evadir sus ojos.

—¿Y qué más? —No podía ser solo eso, ¿cierto? Tratándose de Lucien, algo más ocurriría y estaba casi seguro que tenía que ver con todo lo que llevaba pensando en los últimos días. Por eso quería "jugar" y yo tenía que pensar bien qué pregunta hacerle.

—Decir la absoluta verdad y mantenerlo en secreto. —Terminó, con un gesto lleno de confianza—. Nos conocemos lo suficiente para saber si uno de nosotros miente.

Durante los pocos meses que llevábamos de conocernos, me di cuenta de que solo nos habíamos mentido con lo obvio. De que yo dejaría de rogarle a Rynne o que él se encontraba bien a pesar de los traumas que cargaba. Nunca dudamos del otro, incluso en lo prohibido. Había entre los dos una confianza inesperada, profunda y en cierto modo, valiosa.

Lucien ya no me desagradaba tanto; incluso me creaba una extraña necesidad de quedarme cerca de él sin importar lo bien o mal que conviviéramos. Acepté su juego sabiendo el tipo de preguntas podría hacerme y sin dudas no me equivoqué. La humanidad, incluida la del inestable de Lucien, era predecible.

—¿Quién empieza? —pregunté, forzando una media sonrisa.

Dijo que yo primero, pero tuve más curiosidad por lo que él quería saber de mí. Después de insistir en que el otro comenzara, lo dejamos a la suerte. Jugamos una breve ronda de piedra, papel o tijeras, la primera que hice en mi vida. Él ganó con las tijeras, así que me preguntaría primero.

Lucien se encogió un poco en su sitio, hundió la mitad del rostro en la alfombra sin dejar de observarme. Suspiró con pesadez, aguardó unos segundos en silencio, meditando bien lo que diría. Noté dudas y nerviosismo, que me resultaron un poco contagiosos aún sabiendo lo que podría esperarme.

—El otro día, cuando fuimos a la cafetería y huiste, yo salí a buscarte —comenzó, murmurando. Bajó la cabeza y entrecerró los ojos para conservar su firmeza—. Te busqué por casi una hora, pero no pude encontrarte.

Supuse por dónde iría la pregunta y aquello no me agradó. Tragué saliva con disimulo, moví la cabeza para fijarla de nuevo en el techo. Por fin pude escuchar y sentir los latidos de mi corazón.

—Cuando me rendí, decidí volver a mi casa y, bueno —El cabello le cubrió parte de los ojos y la nariz, como una barrera—. Estaba a una calle de la estación cuando... creí verte salir de un auto.

—Se supone que tenías que hacerme una pregunta. —Lo interrumpí con brusquedad, apretando los puños.

El único auto por el que pude haber salido cerca de la estación era el de Neal, que abandoné en la calle después de atropellarlo. Su pregunta seguro que tomaría aquel rumbo, pues casi toda la ciudad se enteró del "robo" fallido y cómo terminó. Lucien solo quería confirmar que yo fuera el responsable.

Suspiró de nuevo, se despejó un poco el rostro y rodó ligeramente para no tener que verme de vuelta. Noté un ligero temblor en sus brazos, respiraba con una ligera agitación que no pudo disimular. Cuando finalmente se decidió, entreabrió los labios y soltó una pregunta inesperada.

—Cuando mataste a Adam, ¿qué sentiste?

Su pregunta me hizo morir por un instante. Permanecí quieto y atónito varios segundos, sin poder contestar. Mantuve fija mi atención en el techo, apenas parpadeando; no quería pensar en absolutamente nada, no quería recordar, ni conspirar, ni perder nuevamente el control de mí mismo. Antes de que se me ocurriera desperdiciar mi turno en el juego para preguntarle de qué hablaba, Lucien se adelantó a completar el contexto que intentó darme hasta que le interrumpí.

—Yo no creo en las coincidencias, Alroy —explicó, serio—. Realmente pensé que Adam se había suicidado, pero después de que te vi salir del auto de Neal y planear conmigo lo de Daron, me pareció demasiada coincidencia que tres personas que te hicieron daño terminaran tan mal.

Lentamente me incorporé hasta sentarme sobre el suelo alfombrado. Medité sus palabras de la forma más tranquila que pude, cosa que fue imposible porque en mi cabeza solo existió la consternación, la intranquilidad y, hasta cierto punto, el miedo a haber sido descubierto por él.

Era bastante lógico que lo intuyera y más aún que acertara ya que —ahora más que mi padre— Lucien era la única persona que me conocía de verdad. Ambos fuimos a los mismos institutos, sabía quiénes me molestaban e incluso fue el único en saber el verdadero tipo de relación que tuve con Adam. Además, compartimos el secreto de Daron.

Nadie más que él podía conectar todos aquellos incidentes conmigo, pues sabía mi pasado, conocía a las pocas personas de mi entorno y porque me atrapó en mitad de una venganza. Maldije para mis adentros. Pensé seriamente en mentirle a Lucien, decirle que yo no tuve nada que ver con la muerte de Adam y que él en serio había sido una persona importante para mí. ¿Me creería? Mi reacción a su pregunta reveló demasiado.

Lucien se sentó también, moviéndose hasta que de nuevo conectamos miradas. Mi sorpresa siguió ahí y fue difícil eliminarla.

—Yo no...

—Por favor, Alroy, es inútil. Eres el sujeto más inteligente que he conocido jamás. —Me interrumpió, sujetándome por el hombro—. Podrías inculparme de todo lo que has hecho y el mundo entero te creería.

Intentó leerme la mente a través de mi reacción, cosa que no resultó. Yo le mantuve la mirada, pensando también en que insistía más que de costumbre. No desconfiaba de él, pero nada relacionado a mis más profundos secretos podía mantenerme tranquilo. Era la primera vez que escuchaba en voz alta, y de la boca de alguien más, el crimen más grave que cometí.

—Es un secreto, así que te lo diré como tal. —Y empecé con mi sutil intento de descubrir en Lucien la traición.

Le hice una seña con la mano para que nos acercáramos lo más posible. Ya muy juntos, pasé una de mis manos tras su nuca, rozamos las mejillas hasta que mis labios quedaron bien cerca de su oreja. Mi otra mano empezó a deslizarse lentamente por su pecho y el resto de su torso. Lucien respingó por aquel inesperado movimiento, pero no dijo ni hizo nada para impedirme continuar.

Lo toqué centímetro a centímetro, como si fingiera una caricia de suspenso antes de la gran revelación. Quería que mis dedos lo distrajeran para que no se percatara de que en realidad trataba de encontrar algo como un micrófono oculto bajo sus ropas. Tal vez sobrepensaba, pero esto involucraba un asesinato jamás confesado y necesitaba sentirme y estar cien por ciento seguro con él.

Cinco segundos más tarde, cuando nuestra respiración comenzó a volverse ruidosa, confirmé que no había nada sospechoso. Podía decirle la verdad, una verdad que ni siquiera yo mismo pensé con detenimiento.

—Cuando maté a Adam sentí... —Mi voz inevitablemente flaqueó, producto de un ligero sofoco—. Felicidad. Juro que fue el mejor día de mi vida.

Lucien, con cierta duda y lentitud, me abrazó por la espalda hasta que nuestros torsos se tocaron. Un cosquilleo erizó cada rincón de mi piel, aunque traté de mantener la firmeza. Percibí sobre mi pecho unos latidos acelerados que no sabía si eran suyos o míos. En mis adentros las emociones se mezclaban de forma indescifrable.

Fue como librarme de una carga pesada y molesta, aunque eso significara mostrarle a Lucien quién era yo en realidad; un asesino.

Terminé por responder a su abrazo de la misma manera. Mis manos lo rodearon por el cuello y la espalda; recargué la barbilla en su hombro, entrecerrando los ojos y buscando calma. Miré hacia enfrente en todo momento, donde yacía la ventana que me separaba de Adam. Él ya no estaba ahí, ni la casa, ni nuestro pasado juntos. Empecé a ser más consciente del presente.

—Algún día me contarás más al respecto —contestó, separándonos con ligereza—. Ahora solo quiero saber qué me vas a preguntar.

Alcé la cabeza, bajé los brazos, me forcé a mantener nuestros rostros a escasos diez centímetros de distancia. Sus ojos eran bastante oscuros, más que su cabello, la noche o mi sudadera preferida. De piel lisa y pálida, exceptuando las cicatrices de pelea y las ojeras de estrés. Su cuerpo, que por primera vez sentía con tanta cercanía, era fuerte.

¿Qué podía preguntarle? ¿Qué me interesaba de él? Lucien no era exactamente el tipo de persona que quisiera conocer a fondo. Éramos parecidos, valorábamos poco al resto de la humanidad, estábamos bien solos y en silencio. No teníamos secretos, la complicidad nos unía y estábamos de acuerdo en casi todo. Lucien era casi como un espejo, solo que insistía en reflejar sentimientos que yo dejé de experimentar con normalidad.

Sin embargo, él se diferenciaba con creces de todos los hombres que conocía y quería entender por qué. Lucien me ofrecía algo que ningún otro, algo real, honesto y profundo que yo era incapaz de comprender. Por más que intentara hallar una respuesta, no existía argumento lógico. Lucien y yo éramos parecidos, pero cuando a emociones y sentimientos se refería, él me llevaba mucha ventaja.

Rozamos la nariz, tomé aire y me armé de valor. No es que estuviera nervioso por lo que iba a escuchar, sino porque jamás tuve la oportunidad de realizar esta pregunta y que la respondieran sinceramente. Al menos esta vez me sentía bastante seguro de no estar concluyendo o imaginando cosas irreales entre ambos.

—¿Por qué estás enamorado de mí?

El mundo se calló para los dos. El suyo por el asombro y el mío por la intensa curiosidad a su contestación. Me atreví a examinar con detalle el impacto de mi pregunta, los efectos que provoqué en él y en si podía encontrar con ello una respuesta que no requiriera palabras. Sus hombros se encogieron, sus ojos se apartaron de los míos y el cabello largo le cubrió parte del rostro.

Noté que sus manos bajaron casi hasta mi espalda baja, sujetándome con menos fuerza. Sus mejillas se coloraron, algo que jamás habría esperado de él. Tensó los labios, respiró con un poco de dificultad y me permitió sentir sobre mi propio cuerpo los intensos latidos de su corazón, que esta vez sí logré diferenciar de los míos.

Lucien se comportó diferente conmigo desde el primer momento en que nos conocimos. Quizás fue parte de las miradas cómplices que sabían del hostigamiento que sufrí, pero nunca me lastimó pese a tener la oportunidad y el conocimiento sobre lo vulnerable que era ante los demás. Me ofreció ayuda contra el acoso, intentó darme palabras de aliento y supo incluso antes que yo mismo que mi relación con Adam era abusiva.

Cuando coincidimos en el mismo instituto un año después, nuestra cercanía inexistente se volvió una realidad y no fue exactamente por mi iniciativa. Yo nunca mostré afecto por Lucien y él, en cambio, parecía esforzarse en darme más de lo que cualquier hombre en el pasado me ofreció.

Quería estar conmigo, no me pedía nada a cambio, no me reclamaba por absolutamente nada, aceptaba mi frialdad, mi inestabilidad y que quisiera estar con Daron. Ni siquiera las personas que más me "amaban" o "apreciaban" habían hecho eso por mí. Si lo de Lucien no era enamoramiento, entonces tenía que ser alguna especie de lealtad amistosa, de las más profundas existentes. Y por su reacción estaba casi seguro de que se trataba de lo primero.

Lucien se rio ligeramente, negando con la cabeza mientras sus dedos sobre mi cuerpo tiritaban.

—Sabía que no era buena idea jugar a esto. —dijo, cubriéndose parte de la sonrisa que se le formó.

Decidí separarnos por su propia paz. Me quedé a su lado, sin quitarle los ojos de encima. Lucien cruzó las piernas en el suelo, recargó los codos en sus rodillas, se cubrió casi todo el rostro con mas dos manos y permaneció encorvado hacia adelante para esconderse en todo lo posible. De fondo, escuché sus agitadas exhalaciones.

—No puedo no estar enamorado de ti, Alroy —confesó, descubriendo parte de su rostro—. Eres el único que ha conocido lo peor de mí y lo ha aceptado.

Lucien se lanzó de nuevo a la alfombra, extendiendo las piernas y poniendo las manos tras la cabeza. Yo me quedé perplejo por su contestación, ya que no me la esperaba. Las personas que me habían "amado" solían fijarse más en mi apariencia y en lo que yo pudiera ofrecerles con ella. Nunca tuvieron interés en conocernos, en mantenernos lealtad, en compartir secretos que no tuvieran que ver con esconder nuestra relación.

Hasta ese momento no había sido consciente de lo mucho que nos conocíamos y lo mucho que nos aceptábamos. Era cierto que lo había visto en sus peores facetas, que conocía sus errores del pasado, su temperamento y que aún así no me alejara. Y, evidentemente, Lucien también hacía lo mismo por mí. Nunca pensé que una persona sería capaz de proteger crímenes como los míos mientras seguía afirmando estar enamorada.

Abandoné mi posición para recostarme. Giré el cuerpo en su dirección, recargué la cabeza sobre mis manos y lo observé fijamente, casi sin parpadear. Lucien también se acomodó de la misma manera.

—Sospecho que ya no eres del tipo de persona que se enamora —murmuró, elevando un poco las piernas—, pero ¿podrías darme una oportunidad?

Su pregunta me tomó por sorpresa, reviviendo un corto recuerdo. Le había pedido lo mismo a Daron casi con las mismas palabras y nuestra historia distó de ser ideal. Yo no quería volverme como Adam o Rynne ni repetir el martirio desde la otra posición. Apreté los labios, bajé la vista y suspiré, pensando en la mejor respuesta.

—Podría... pero no quiero utilizarte.

—¿No tengo ni una sola posibilidad? —insistió, con la decepción en las facciones, pero una pizca de esperanza en los ojos.

Algo en mí quería aceptar a Lucien. Lo sentía en el pecho con el retumbar de mis latidos, en mi estómago con una extraña presión, en las mejillas con un calor poco habitual. 

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