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Capítulo 36

La sombra que casi todo el tiempo me perseguía, representó muchas cosas. Una medida desesperada de mi cerebro para no enloquecer de soledad. También una visión imaginaria que inmortalizaba a mi "mejor amigo". Pero, sobre todo, un recordatorio inconsciente de que yo le había quitado la vida a alguien y que no estaba sintiendo remordimiento suficiente.

Mi poca humanidad, esa que estaba escondida muy dentro de mí, trataba de atormentarme con eso, de decirme que tenía problemas muy graves. Sin embargo, me dediqué a ignorarla y culpar a Adam de que empeorara cada día.

Finalmente lo acabé por entender. La sombra representaba las últimas palabras de Adam, la compañía silenciosa que le decía a mi subconsciente "por más que te fuerces a olvidar todo, yo seguiré aquí". Si no sentía culpa por deshacerme de alguien que realmente no merecía estar vivo, entonces la sombra me seguiría para aparecer en cualquier parte e indicarme que yo tampoco merecía tranquilidad ni seguir con mi vida.

Era un trato justo, aunque aterrador. Hasta que no tuviera la suerte de recuperar la memoria, yo mismo crearía una sombra para darle lugar a las adecuadas atrocidades que cometí contra Adam.

Por eso pensé que si recordaba todo y la sombra se esfumaba gracias eso, el cadáver de mis pesadillas también se marcharía, pero no. Este iba a perseguirme por siempre.

Aquel cuerpo putrefacto igual representaba algo importante y traumático de mi pasado. Era la única forma en la que podía recordar parcialmente todas esas veces que Adam me embriagó para abusar sexualmente de mí. De cuando me oponía ya estando débil, mareado y aturdido, pero aun así me forzaba bajo la mentira de que estaba tan borracho como yo.

—Te dije que esta vez no quería... —Le recriminé casi entre lágrimas—. Me duele todo el cuerpo.

—Lo siento, Al, estaba muy ebrio y no podía controlarlo —contestaba casi siempre, con una mirada compasiva y suaves caricias en mi rostro—. Nunca fue mi intención, te lo juro. Yo nunca querría lastimarte, yo te amo.

Adam afirmaba que beber me ponía muy emocional. Esa era su excusa cuando le hablaba de la hinchazón o los restos de llanto en mis ojos casi cada vez que despertábamos. Sentía que había llorado mares enteros y el pecho dolía con un desagrado que incluso me provocaba temblores, pero para él todas esas lágrimas habían salido "sin razón".

—Te ves tan tierno cuando lloras borracho. —Me sonreía y besaba en la cama tras excusarse, aunque por dentro yo sintiera una indescriptible y negativa confusión por no saber lo que hicimos en realidad.

«Y aun así hay decenas de personas que sintieron lástima por él».

No podía culparles por no conocerlo en sus peores facetas, pero yo mejor que nadie sabía por qué se merecía lo que le hice y por qué volvería a hacerlo si me dieran la oportunidad de retractarme.

Adam no merecía estar vivo. Tampoco merecía compasión ni otra oportunidad. Lo que él merecía era estar en alguna mesa de su casa, dentro de una urna fría y barata, envuelto en plástico y hecho polvo.

Neal también merecía quedarse cuadripléjico, Daron pronto obtendría su merecido y quizás, en un futuro, también buscaría que mi padre y los otros dos acosadores faltantes pagaran por contribuir a lo que me convertí en el presente.

De resto no quería volver a hacerle daño a alguien, ni siquiera a Lucien, a quien ya no podía ver del todo con desagrado, sino con confusión. Era incapaz de identificar lo que me provocaba su presencia, en especial después de lo sucedido con Neal. Pensé durante días enteros lo que significaba haber visto a Lucien a mi lado cuando cometí el crimen, pero no encontré una respuesta que me tranquilizara.

Al final, después de meditarlo bastante, tras repasar una y otra vez las acciones que creí que hicimos, las cosas que me dijo y la forma tan rápida en la que correspondí a él, concluí que aquel Lucien era una representación de mí mismo. De mi peor lado. De esa personalidad que siempre existió pero que olvidé aunque en el fondo me gustara. Era el Alroy que no tenía remordimientos y que, después de un año contenido en las sombras, volvió para quedarse.

Solo que había varias cosas que no acababa de comprender; ¿por qué lo vi a él y no a alguien más? ¿Me sentía atraído por la peor versión de mi personalidad? ¿Asocié esa atracción con la apariencia y comportamiento del Lucien real porque también me atraía? No quería saber la respuesta a la última pregunta, aunque la supiera muy en mi interior.

Tal y como Daron quiso, no volví al instituto. Mi madre se encargó de que oficialmente abandonara el año escolar yendo hasta las instalaciones, hablando con mi asesor y firmando mi retiro bajo la excusa de que yo era incapaz de hacerlo.

Aunque me hubiera enojado con creces por esa repentina decisión, al final acepté que era la mejor forma de guardar la calma y las apariencias. Con el tiempo libre que me sobró a rebosar y con la memoria casi totalmente recuperada, fui acumulando negatividad. Odio hacia el pasado, ira hacia el presente. Odio hacia Adam, Neal, mis otros abusadores. Ira hacia Daron.

Durante dos meses que estuve recluido en casa, recordé una y otra vez las últimas acciones de mi profesor. De cómo fingió de nuevo que deseaba ayudarme solo para aprovecharse de mí. De lo mal que tomó mi negativa de quedarme con él pese a la crisis. De conseguir que me sacaran del instituto y salir librado de todo.

Su último par de sonrisas, esas que eran apenas visibles y que me lanzó en el hospital, me resultaron inolvidables. Eran una curva minúscula que simbolizaba un triunfo que definitivamente no iba a cederle.

Quería enfrentarlo otra vez, hacer que no se olvidara ni de mí ni de todo lo que hicimos. Pero el riesgo de encararlo tan directamente y las probabilidades de que yo saliera aún más perjudicado, eran enormes. Daron era inteligente, el asesor perfecto, el profesor que todo alumno adoraba. Tenía, además, bastantes pruebas en mi contra y mi historial de alumno problemático no ayudaba a mi credibilidad.

¿Cómo no iba a sentir semejante ira hacia él? Bien planeado o no, Daron logró un jaque casi perfecto. Y digo "casi" porque, cierto día, recibí una visita que esclareció mi mente justo como lo necesitaba.

A inicios del segundo mes de quedarme en casa, Kyla vino de visita.

Habíamos conversado un poco por mensaje durante los días previos, ya que ella y las otras chicas estaban preocupadas por mí. Comparado a otras épocas, debía reconocer que me hallaba mucho más estable, pues cuando me dominaban el odio y la ira me forzaba a mantener el control. Los motivos no eran tan claros, pero sabía muy bien que en algún momento toda esa negatividad sería drenada. Con insectos, conmigo mismo, con otras personas nada inocentes.

Kyla llegó puntual la mañana del sábado, casi cuando yo acababa de levantarme. Bajé las escaleras y acudí a su encuentro con una forzada normalidad, esperando que eso la tranquilizara tanto como tranquilizó a mi madre. Continuaba en aislamiento para "recuperarme", pero ya no me quedaba todo el tiempo en la habitación. Servía bien para fingir que cada día mi estabilidad incrementaba.

La invité a pasar de inmediato, conduciéndola hacia la sala después de que me dio un rápido abrazo que no me esperé en lo absoluto y que me costó trabajo responder. Aun así lo hice, con auténtico ánimo. De todas las personas que conocía ella había sido la mejor. Fue mi primera amiga después de que mamá y yo dejáramos el remolque escondido y su trato hacia mí nunca cambió.

—¿Tu madre está aquí? —preguntó, echando una rápida mirada a los alrededores.

Hice una ligera negación de cabeza. Se había ido temprano a visitar a unos conocidos, pero volvería antes del mediodía. Ella confiaba en la llegada de Kyla, así que se fue sin una preocupación de por medio.

Nos sentamos en el sofá que alguna vez albergó mis primeras experiencias, ambos manteniendo cierta distancia y conservando el silencio por treinta segundos eternos. Miramos en direcciones contrarias, soltamos breves suspiros. Rompí el hielo ofreciéndole un vaso con agua que amablemente negó.

—Me alegra verte bien. —Sonrió con confianza—. Las chicas y yo pensábamos que podrías estarlo pasando mal, así que vine.

—Bueno, estoy tomando un largo descanso —dije, forzando un poco la sonrisa—. Creo que lo necesito.

Y volvimos a quedarnos en silencio. No había mucho que decirnos respecto a cómo nos encontrábamos, pero sí que teníamos mucho que mencionar sobre el pasado, en especial del reciente. Ella misma lo sabía, por eso se adelantó a mencionar un tema que yo pensaba siempre, pero que no esperaba que supiera.

—Entonces logró echarte, ¿cierto? —Alcé la vista, la miré fijamente—. El Sr. Rynne...

Tomé un poco de aire, apreté el puño de la manera más discreta posible. Al principio solo pude asentir con la cabeza, ya que no estaba seguro de cómo responder. Sí, Daron consiguió alejarme e igual me sorprendió lo fácil que Kyla había llegado a aquella conclusión.

—Es tremendo hijo de puta, ¿no? —Se rio de su propia frase, con auténtica indignación—. Lo que te pasó en clase fue preocupante, pero eso jamás te ha detenido. Estoy tan molesta...

Lo notaba en sus gestos, en el movimiento de sus brazos y en la forma en la que dejaba salir el enojo cuando estrujaba uno de los cojines del sofá. Era una chica muy inteligente y conocía de mi relación con Daron, así que no le resultó difícil intuir que mi ausencia podía estar bastante vinculada con él.

—Convenció a mi mamá para que me sacara del instituto —confesé, tratando de manifestar el enojo que tantos días estuve conteniendo—. Le inventó que tenía crisis que no me dejaban estudiar y le creyó.

Apreté los labios, entrecerré los ojos. Me palmeó la espalda como esos amigos que tratan de consolarte pidiendo en silencio que seas más fuerte. Los dos lo preferíamos más que la lástima, los abrazos y las lágrimas. Kyla sabía que yo realmente no era tan débil como lo fui el último año.

—He pensado tanto en cómo hacer que despidan a ese imbécil, pero es imposible. —Siguió con su incontenible irritación—. Todos lo aman y se cuida tanto, que nadie puede quejarse de él.

Fue esa última oración la que despejó mi mente por completo y me produjo una idea única e instantánea. Sin embargo, tuve que callármela y aparentar la misma frustración que ella por el resto de la visita. Después de todo, no podía decirle lo que se me acababa de ocurrir y que sí garantizaba que Daron fuera despedido, quizás con algunas heridas de por medio.

Iba a volver a jugar con fuego, con fuego real.

Esperé con paciencia, sin perder ni un minuto de tiempo. Durante los días posteriores planeé con bastante cuidado lo que haría contra Daron para provocar su despido de la forma más fácil y creíble que se me ocurrió; una aparente consecuencia de sus propios actos y vicios.

Pensé de manera incesante si esto era lo correcto, si de verdad valía la pena tomar un riesgo así por una persona como Daron. Comparado con el pasado, estaba sintiendo temor a las consecuencias por si me atrapaban. Solo que siempre volvía a mantener mi decisión cuando recordaba lo que me hizo... merecía un escarmiento.

Así pues, cuando llegó el viernes y estaba por cumplir poco más de dos meses de haber dejado el instituto, acudí a mi esperado encuentro con Daron. Nadie lo sabría, ni siquiera él mismo. Actué en todo momento con la precaución y la soledad que tanto caracterizó a mi yo de diecisiete.

Aparenté un día normal de estar en casa. Desayuné con mi madre antes de que se fuera al trabajo y volví a la habitación para quedarme ahí hasta que la hora de salida se acercó. Preparé mis cosas con cautela, entre ellas el uniforme con el que iba a hacerme pasar como otro estudiante del montón.

Dentro de la mochila guardé el cuaderno de Ética, ese donde en algún momento anoté todo lo que descubrí sobre Daron. Un lápiz, un pequeño bote de líquido para encendedores que compré en el supermercado, una caja de cigarrillos —de la misma marca que él fumaba— y un encendedor.

Ingresar al instituto no fue para nada complicado. El guardia de la puerta me preguntó por qué llegaba faltando una hora y media para que finalizaran las clases y yo contesté que venía de un examen médico que necesitaba justificar con mi asesor. Mostré mi credencial de estudiante y me dejó pasar sin hacer más preguntas.

Me subí la capucha de la sudadera una vez que me acerqué al edificio, caminé con sigilo entre los pasillos solitarios, evité ver hacia el interior de las aulas para que nadie me reconociera. Solo tenía un camino al cual ir y ese me dirigía únicamente a la oficina de Daron.

Sabía su horario de memoria, en especial el del viernes. Por la hora debía estar impartiendo su última clase, así que debía apresurarme para entrar en su oficina sin que nadie me viera. Una vez ahí, prepararía todo para incendiarla. Lo haría parecer un accidente por apagar mal los cigarrillos que tenía prohibido fumar y con eso, conseguiría no solo un despido, sino una deuda.

Vertería líquido dentro del bote de basura, mojando los papeles del fondo. También lo pondría en su silla, las persianas, otro poco en el suelo alfombrado y finalmente sobre los libros más bajos de las estanterías junto a él.

Solo que no le prendería fuego hasta que volviera, cerrara la puerta, se sentara tras el escritorio y fumara el primer cigarrillo. Por mientras lo esperaría al otro lado de la ventana, esa que siempre mantenía entreabierta para dispersar el humo de tabaco durante sus horas de ausencia y que daba a uno de los jardines traseros del edificio.

Encendería un cigarrillo como el suyo, lo asomaría por la abertura de la ventana y lo dejaría caer dentro del bote de basura que previamente acomodaría lo más cerca posible de mí. El fuego haría el resto casi al instante mientras yo huía de vuelta a casa, como todos los estudiantes, sin mirar atrás ni preocuparme por Daron.

Caminé por otro pasillo con prisa y silencio, mirando a mi alrededor cada tanto para confirmar que no hubiera nadie observándome. A unos metros más adelante encontraría mi viejo salón y más al fondo la máquina expendedora que en el pasado me acercó bastante a Rynne.

Podía escuchar el corazón latiéndome con fuerza, sentir las manos temblorosas y la respiración cada vez más acelerada. No podía negar el nerviosismo que experimentaba, que se entremezclaba con ansias y desesperación. Quería ser libre, o al menos sentirme un poco liberado de este lugar, donde me albergaban malos recuerdos junto a mi profesor.

Sin embargo, y justo cuando doblaba al pasillo que me acercaría por fin a las oficinas de profesores, vi a Daron caminando en dirección contraria, tecleando en su celular. Gracias a esa distracción logré regresar a toda prisa sin que me viera, con el corazón en la garganta.

Escuché sus pasos acercándose y luego pasando de largo, sin percatarse jamás de mi presencia. Asomé la cabeza por el pasillo para ver a dónde se dirigía, pues no era hora de que estuviera fuera del aula ni se alejara tanto de la oficina. ¿Me había visto alguien y le había contado? Eso no podía ser, pero necesitaba asegurarme antes de ejecutar mi plan o posponerlo por completo.

Vi que varios estudiantes de un grupo inferior salieron pocos segundos después, con las mochilas al hombro y sonrisas sobre la cara. Todos caminaron hacia la salida, ignorándome y hablando sobre cosas banales como los planes del fin de semana. Entre tantos cotilleos, supe que Daron había acabado su clase una hora más temprano de lo habitual por una supuesta emergencia.

Pero las emergencias siempre las atendía en su oficina y él no estaba dirigiéndose ahí. La curiosidad me invadió de golpe, en especial cuando se detuvo en la esquina del siguiente pasillo, se despidió de sus alumnos con un movimiento de mano, y aguardó a que todos se alejaran.

No miró hacia atrás, de lo contrario me hubiera visto. En vez de eso vigiló bien la espalda de sus estudiantes y cuando pareció sentirse seguro, se dirigió al corredor que se extendía a su lado, uno de los más solitarios y alejados, donde abundaban las aulas de proyección y audiovisual que nunca se ocupaban a las últimas horas.

Salí de mi escondite en cuanto desapareció de mi vista, quedándome en el mismo lugar donde Daron estuvo despidiéndose un momento atrás. Me asomé nuevamente y lo miré con la vista más enfocada que me permití, tratando de entender lo que pasaba. Se detuvo en una de las últimas puertas, soltó un breve suspiro y finalmente abrió con el mayor cuidado posible. La luz exterior nos iluminó por un corto instante antes de que saliera y cerrara a toda prisa tras de sí.

El silencio volvió a apoderarse de la institución, aunque parte de ello se debía a mi desconcierto.

Yo había estado ahí antes, igual a escondidas y nunca solo. Aquella era la puerta trasera que daba a los basureros donde Lucien y yo matábamos el tiempo mientras fumábamos y nos alejábamos de los demás. ¿Qué estaba haciendo él ahí?

Mi mente estaba en blanco, hambrienta por descubrir cosas y desechando por completo el plan inicial. Daron me comía vivo con la curiosidad que me provocaban sus impredecibles acciones, así que no me lo pensé dos veces. Me acerqué hasta allí para descubrir lo que sucedía.

Me arrodillé en el suelo, extendí el brazo y abrí la puerta con el mismo sigilo. Esta cedió con el mayor de los silencios, como diciendo que era parte de mi destino encontrarme con lo que había al otro lado. Entre la puerta y la pared dejé un espacio de no más de cinco centímetros que creí que tendría que ampliar para ver algo en serio. Pero no tuve que arriesgarme.

Junto a la entrada yacían los enormes y abandonados contenedores de basura, despegados lo suficiente como para que pudiera ver al otro lado, recargados contra la pared, a Daron y a Lucien besándose. 

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