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Capítulo 34

Daron me aceptó cinco copas. Yo solo me terminé dos y fingí que me bebía las siguientes, aprovechando su ebriedad. Aunque no bebí mucho en comparación con otros momentos de mi corta vida, sí que me sentí mareado y menos tenso que al inicio. E, igual que él, fui fácilmente consumido por el cansancio.

Luego de que asumiéramos que estaría a salvo sin importar mis acciones, me besó con torpeza y lentitud. Correspondí, aunque me obligué a hacerlo. Era la única forma de poder dormir bajo un techo que no fuera el de mi habitación.

Primero me rodeó por la espalda, sin separar nuestras bocas, manteniendo nuestros cuerpos unidos. Nos recostamos en el sofá, conmigo casi encima de él. Puso una de sus piernas entre las mías, me subió la camiseta para acariciarme con sus dedos y labios, calentó mi piel con sus tenues jadeos e incluso consiguió que nuestra cercanía empezara a excitarme.

Sin embargo, la ebriedad de Daron comenzó a interferir en sus propias intenciones. Tras unos minutos apasionados de que marcara mi cuello, saboreara mi lengua y murmurara mi nombre al oído, admitió entre risas bajas que quería que durmiéramos juntos ahí mismo, en su sala, abrazados como una pareja.

—¿Por qué quieres esto después de haberme pedido que te dejara en paz? —Me atreví a preguntarle, alzándome un poco y viéndolo a los ojos.

Noté su desconcierto y confusión por encima de su sueño. Empezó a negar con la cabeza, formulando una oración coherente. Deslizó una de las manos por mi espalda antes de entrelazar nuestros dedos, mirándome fijo. Titubeó un momento antes de escupir lo que, tal vez, más quise escuchar en el pasado.

—Te echo de menos, Al. —Se acercó a mi rostro, besó mi mejilla—. Perdón, ¿sí? Sabes que en el instituto no podemos...

Sus palabras sonaron como un calco de lo que Adam solía decirme todo el tiempo. Traté de no molestarme por eso, aunque mi interior ardiera de rencor. Daron no vio el profundo desagrado en mi rostro, pues se mantuvo con los ojos cerrados, sonriente. Si viera mis verdaderos sentimientos, ¿hasta qué punto le importaría?

Esa noche no tuvimos sexo por culpa de lo ebrio que estaba. En parte lo agradecí porque no me sentía en condiciones de hacerlo tras todo lo que me ocurrió en un solo día. Igual que él, pero sin tanto alcohol, estaba agotado.

Nos separamos únicamente para apagar las luces. Después volví a sus brazos en silencio, con la espalda apoyada en su pecho y la vista apuntando al resto de su hogar. Él me abrazó con sutileza, recargó la mitad de su cara en mi cuello y me deseó buenas noches, como si me mereciera algo bueno teniendo bajo la cama un cuerpo que necesitaba esconder.

Despertamos temprano, en la misma posición con la que cerramos los ojos. Me senté primero para que Daron pudiera incorporarse, ambos un poco adoloridos por la incómoda posición en la que nos obligamos a dormir.

Primero se pasó las manos por el rostro, soltó un suspiro cargado de cansancio y al final se detuvo en mí, con gestos ligeramente serios. Su resaca fue evidente y hasta graciosa, mala para comenzar su último día libre en la semana. Yo, en cambio, me sentía bien. No había tenido pesadillas ni ansiedad pese a lo que me esperaba en casa.

—Lo siento por lo de anoche. —Fueron sus primeras palabras del día, dichas con pesadez y vergüenza—. Yo... no quería que esto terminara así.

Me levanté del sofá, sin decir nada. En realidad no estaba mortificado ni inquieto por lo que me dijo ni los besos que nos dimos, ya que todo lo había previsto como parte de mi visita. De hecho, era más sorprendente no haberme acostado con él sabiendo lo fácil que cedería.

—No importa, ya estoy acostumbrado a tus accidentes —contesté, acomodándome la ropa—. Nos vemos mañana.

Sentí una molesta punzada en el pecho. Me dolieron mis propias palabras y desprenderme de Rynne, por más que me hubiera utilizado. Todavía seguía queriéndolo muy en mi interior gracias a nuestra muy reciente historia, pero mi raciocinio cobraba cada vez más fuerza y me mostraba evidencias claras de que Daron iba a hacerme tanto daño como Adam o mi padre si lo seguía buscando.

—Al, por favor, siéntate y hablemos —Me alcanzó rápidamente, sujetándome por la muñeca—. Sé que anoche me buscaste porque necesitas ayuda.

Hice una negación de cabeza, evitándolo. Quería involucrarlo en mi crimen y que supiera la verdad detrás de mis acciones, después de todo era un buen mentiroso y un habilidoso manipulador. Sin embargo, no consideraba que estuviera a la altura de mis acciones. Una pequeña lucidez moral suya me acabaría por hundir.

—Si lo que me dijiste es cierto, bueno... —Era torpe para encontrar las palabras correctas—. Esa persona puede estar viva, no pensemos lo peor.

Solté un breve suspiro, él se levantó para alcanzarme e impedir que huyera. Sin soltarme, logró que nos viéramos cara a cara. No entendí qué quería conseguir, así que forcejeé un poco para librarme e irme de su casa.

—Daron, tus palabras no me sirven. —Por fin pude soltarme de un brusco movimiento—. Tú no vas a esconderme si esa persona murió, ¿o sí?

Su silencio fue suficiente para saber la respuesta, pero sus intentos por remediarlo acabaron por probarme que tomé la decisión correcta de guardar el secreto, aunque después tuviera que cargar solo con el cadáver en mi habitación.

—Siempre es mejor decir la verdad, Al —Trató de sujetar mis hombros, pero retrocedí un paso—. Defenderte no es ilegal.

Tenía que salir de ahí, de lo contrario Daron intentaría presionarme para "hacer lo correcto". Empecé a caminar hacia la puerta, con él siguiéndome. No escuché muy bien lo que dijo por pensar en todo lo que tendría que hacer volviendo a casa, pero seguro intentaba retenerme. Por mero instinto, solo pude devolverle un breve "no".

Cuando abrí la puerta principal, él se adelantó a extender el brazo por encima de mi hombro, cerrándola de vuelta. El sonido fue más estruendoso del que esperaba, provocándome un ligero sobresalto y haciendo que volteara todo el cuerpo y lo apoyara sobre la madera. Rynne no bajó el brazo, sino que lo mantuvo igual junto a mi cabeza, acorralándome.

«Sí, esto pasa cuando dices "no"».

Ya se había tardado en reaccionar ante el rechazo.

—Creo que es mejor que esperes un rato más para que te tranquilices, Al. —expresó, disminuyendo la distancia entre ambos—. No estás bien.

Mi corazón se aceleró, nervioso. Daron pasó su mano desocupada por mi brazo en una suave caricia, sin dejar de verme. Le mantuve la mirada por más tiempo que de costumbre, menos cautivado que en el pasado, pero aún con el pequeño regocijo de emoción que quedó por nuestra relación secreta. Con esa inseguridad comenzábamos siempre antes de besarnos, tocarnos y finalmente acostarnos.

Quizás haber pasado la noche juntos sin sexo tenía un precio que él quería reclamar con sutileza ahí mismo, en provecho de mi vulnerabilidad. Solo que yo ya no era el mismo. Hubiera cedido con bastante facilidad —y entre lágrimas— unos pocos días atrás, pero en ese momento estaba seguro de que quería irme.

—Para ti es muy útil que no lo esté, ¿verdad? —solté, con una media sonrisa que emergió de la nada.

Acto seguido, le aparté la mano y volví a girarme hacia la puerta, importándome en lo más mínimo que él intentara mantenerla cerrada. Esta vez Daron no me sujetó de la muñeca, sino de la parte alta del brazo. Presionó con una fuerza inhabitual que me hizo voltear a verlo.

—Por favor, Alroy. —Me jaló en dirección contraria, sin abandonar la gentileza de su voz y mostrando una falsa preocupación—. Solo quiero ayudarte.

—¡Tu ayuda no es real! —exclamé, irritado por su insistencia.

Esa brusquedad causó que retrocediera, liberándome. Podía notar la confusión en su rostro, también una pequeña frustración. ¿Era acaso porque no estaba logrando que cediera como en otras ocasiones?

Me volteé a prisa, tomé el picaporte, traté de salir como ya llevaba intentándolo varias veces. Él quiso impedirlo una última vez posando su mano sobre la mía y empujando con fuerza hacia adelante para volver a cerrar. Apreté el puño desocupado y los dientes, junté las cejas, no lo miré de vuelta en ningún momento para poder contenerme.

—Déjame ir, Daron —murmuré, sujetando el picaporte hasta que se me entumieron los huesos—. O le diré a Kyla todo lo que estás haciendo.

Y si eso no funcionaba, quizás tendría que considerar la posibilidad de detenerlo para siempre con mis propias manos.

Por fortuna no tuve que considerarlo seriamente, pues un segundo después Daron se apartó, fingiendo inocencia al elevar ambas manos, retrocediendo. Agachó el rostro e hizo ligeras negaciones con la cabeza, aunque ni siquiera mi amenaza logró hacerle callar. No lo había notado hasta ese momento, pero a Daron en serio le gustaba quedarse con la última palabra.

—No volveré a molestarte —dijo, con seriedad en la voz—. Trataré de que ya no me veas en el instituto.

No me detuve a pensar en sus frases ni le respondí, solo abrí la puerta con prisa y partí en cuanto surgió la oportunidad. Mantuve la vista al frente en todo momento, con los hombros encogidos, el corazón latiendo con fuerza y las uñas clavadas en las palmas de mis manos temblorosas.

Todavía no acababa de amanecer, así que anduve bajo el frío de la mañana y un cielo poco iluminado. De cualquier modo mi cuerpo no lo resintió, pues el enojo de lo que acababa de pasar, más el nerviosismo de lo que tenía pendiente, me calentaron el cuerpo por largo rato.

Caminé hasta la estación más cercana, cubriéndome la cabeza con la capucha de la sudadera negra. Abordé el vagón al poco tiempo y me senté en soledad por los próximos cuarenta minutos. Agité una pierna, me mordí el interior de los labios y pensé una y otra vez qué haría con el cuerpo de Lucien en mi habitación. No podía quedarse ahí más de 48 horas.

El trayecto bastó para ingeniar un plan, aunque no perfecto. Mamá no trabajaba los domingos, así que estaría rondando por la casa durante todo el día, representando un riesgo. Debía esperar al lunes, justo después de clases, pues cada vez que ella volvía del trabajo dormía en su habitación por al menos tres horas, suficientes para pedirle prestado el auto y volver.

Llevaría a Lucien en el maletero y conduciría hasta las afueras de la ciudad, más específicamente hacia el bosque en el que Daron y yo nos detuvimos dos veces. Era una carretera poco concurrida entre semana y nuestro auto era pequeño para adentrarme incluso más de lo que el auto de Rynne podía.

Incinerarlo no era una opción, pues el humo de las llamas podría delatarme al momento. Por eso, si lo enterraba y encontraban su cuerpo después, habría pasado el tiempo suficiente para armar una coartada convincente que me librara del asesinato y borrara parte de las pruebas importantes.

Llegué a casa cuando el sol ya se asomaba por los edificios. Mi madre aún no despertaba, así que no se percató de que estuve fuera toda la noche. Abrí la puerta de mi habitación con cuidado de no hacer ruido y finalmente me encerré.

Estuve de pie durante un par de minutos, viendo fijo bajo la cama. La cobija seguía en el mismo sitio, intacta, envolviendo a la perfección el cuerpo de Lucien. No se veían sus pies o parte del cabello; ni siquiera parecía haber alguien ahí. Al día siguiente todo se iría junto con el desagradable —pero muy tenue— olor incluido.

Mi semana inició como cualquier otra. Mamá me llevó en auto hasta el instituto y llegué quince minutos antes de que la clase de Ética comenzara. Saludé a todas las chicas con una media sonrisa, agitando la mano, pasando entre sus lugares para llegar al mío. Kyla no demoró ni un minuto en aparecer y unirse a nosotros con su entusiasmo habitual.

Yo tuve que aparentar en todo momento que las cosas marchaban normales, que no hice nada en todo el fin de semana y que no tenía planes importantes en los próximos días. Mi vida realmente cambió de forma abrupta, pero nadie podía saberlo ni notarlo.

—¿Supieron lo que sucedió el sábado cerca de la estación 10? —preguntó Emily, llamando la atención de nuestro grupo.

Todas se inclinaron en su dirección para escucharla, cerrando el círculo, como si su pregunta hiciera referencia a algún secreto importante. De inmediato agudicé el oído, miré a Emily con atención; era muy cerca del lugar donde atropellamos a Neal.

Era de esperarse que en una ciudad tan pequeña —y segura— como la nuestra, esa clase de noticias se esparcieran rápido. Yo no había buscado información respecto a lo sucedido por culpa de tener la mente mucho más ocupada de lo esperado, así que lo que se fuera a contar en ese instante, iba a ser toda una revelación para mí.

—Sí, escuché que atropellaron a un chico cuando intentaban robarse su auto —contestó Dany, un tanto consternada.

—Oh por Dios —exclamó Jessica, cubriéndose la boca con una mano—. ¿Y murió?

Esa era la pregunta más importante. Las miramos con mucha atención, pues parecían saber más acerca del tema. Tensé un poco los labios, sentí que mi corazón se aceleró y la respiración me hacía falta. Intenté disimular lo mejor posible a causa del muy breve suspenso que me consumía.

—Afortunadamente no, pero supe que está muy grave en el hospital —dijo Dany—. Pobre, en serio.

«"Afortunadamente" "Pobre"». Quería confesar que yo había sido el responsable solo para explicarles los motivos y probar que en realidad no había nada de que lamentarse. Si supieran lo que Neal me hizo durante meses, ¿se apiadarían de mí?

—Yo escuché que, si sobrevive, se quedará paralítico hasta el cuello —completó Emily.

«Al menos ya no puedo ser considerado un triple asesino». Y eso me aliviaba bastante.

La idea de que su vida se arruinara de esa forma me produjo una sensación mucho más placentera que cuando creí que había muerto. Contuve una sonrisa lo mejor que pude, con las piernas temblorosas y el pecho lleno de calidez. Ambos íbamos a seguir respirando para que yo disfrutara de su permanente sufrimiento, así que por primera vez deseé que Neal, mi acosador y violador, viviera. Quería verlo todo de cerca.

—¿Atraparon al culpable? —preguntó Beth, preocupada.

Emily y Dany alzaron los hombros y negaron con la cabeza. Las escazas cámaras del vecindario captaron el auto en movimiento por una calle cercana y nada más, pero en ningún momento se logró ver quién conducía. Los pocos testigos tampoco vieron con claridad, pues todo ocurrió muy rápido y el trágico desenlace causó un impacto mayor que los hechos anteriores.

—Abandonaron el auto cerca de la estación antes de evaporarse en el aire —dijo una de ellas, suspirando—. La ciudad se ha vuelto tan peligrosa...

Todas asintieron a la vez, yo incluido. Manifestaron que les preocupaba que aquellos incidentes se volvieran más comunes y que pudiera afectarles más de lo que la sociedad a diario las molestaba. No dije nada que las contradijera, seguí escuchando sus múltiples inquietudes hasta que el timbre sonó para interrumpirnos.

A partir de ese momento solo debía esperar seis horas hasta que las clases terminaran. Correría a casa, terminaría con los preparativos y aguardaría a que mamá volviera para tomar el auto prestado e irme como lo planeé.

—Buen día, clase. —Saludó Rynne en voz alta, caminando hacia su escritorio, descolgándose el maletero—. ¿Qué tal el fin de semana?

Pude notar en su voz y en las facciones de su rostro que se encontraba más serio de lo habitual, lo que me produjo una ligera inquietud. ¿Era por lo sucedido entre nosotros el día anterior? ¿O más bien tenía que ver con que había nuevas noticias sobre Lucien de las que él se enteró a primera instancia por ser nuestro asesor? Intenté leer la respuesta con los ojos, aunque se adelantó a responder.

—Veo que aún no llega el joven Love —mencionó en voz alta, mirando hacia el asiento vacío y después al resto de los estudiantes para comprobar si era el único.

Giré un poco la vista para apreciar la butaca abandonada junto a mí. Fue muy extraña la sensación de silencio y calma que producía su ausencia, pero aún más extraña la idea de que así sería para siempre.

Apreté los puños bajo la mesa, agaché el rostro e intenté disimular con todas mis fuerzas que no me tragaba la ansiedad. Después de todo, yo era el único en toda el aula que sabía lo que le ocurrió a Lucien. ¿Cómo reaccionarían los demás si se enteraran de que compartían el mismo aire que su asesino? Era el escenario que menos podía imaginar.

Una vez que Daron terminó con su breve inspección de asistencia, abrió su libro y nos pidió que empezáramos a tomar notas del tema de la semana. Tomó un marcador rojo y comenzó a anotar el título en la parte de arriba, leyéndolo en voz alta conforme escribía.

—Bien, entonces el día de hoy comenzaremos hablando acerca de...

La puerta se abrió de golpe, interrumpiéndonos. Por reflejo casi todas las cabezas se giraron en la misma dirección, la mía incluida.

—¿Puedo pasar? Mi alarma no sonó —dijo Lucien, con la respiración y voz agitadas.

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