Capítulo 27
Mandé a Daron tantos mensajes como me fue posible. En casi todos le pedía perdón, insistía en que habláramos, le decía lo mucho que lo necesitaba, que lo quería y lo mal que me hacía sentir que lo nuestro hubiese terminado de la forma en la que lo hizo. Me encontraba muy desesperado; no podía dejar de pensar en que no podía vivir sin nuestra relación.
Pero él jamás respondió. Tampoco contestó a mis llamadas. Era muy probable que hubiera bloqueado mi número o se aprovechara de mi insistencia por si tenía que utilizarla como prueba. Paraba a ratos, aunque al final siempre volvía a nuestro chat, lo miraba por horas y añadía nuevos mensajes.
Irónicamente, mientras era totalmente ignorado por Daron, yo ignoraba los mensajes de Kyla y Lucien. Ni siquiera sentí curiosidad por saber cómo este último obtuvo mi número. Veía sus nombres en mis notificaciones y las primeras palabras de sus mensajes en donde preguntaban si me hallaba bien. Entre más lo preguntaban, peor me sentía.
En la soledad de mi habitación solo podía tener la compañía de la sombra y el cadáver de la misma persona. Fue un tanto decepcionante no conseguir nuevos recuerdos durante aquellos días sin clases. Se repetía el fuego, los tan constantes "lo siento" y los agresivos intentos del cadáver por obligarme a hacer en sueños cosas que no quería.
De resto, mis pocos días libres se resumieron a permanecer encerrado, durmiendo y llorando por horas, comiendo lo mínimo indispensable y diciéndole a mi mamá que no me molestara cuando tocaba a mi puerta. Apenas y coincidimos gracias a las horas extras de su empleo y mis pocas ganas por levantarme y existir.
Creí que mi aislamiento continuaría así, sin interrupciones o novedades hasta que me viera forzado a volver al instituto, pero más tarde eso cambió de forma repentina e inesperada.
Justo cuando revisaba por milésima vez si Daron se había dignado a responder, descubrí en mis notificaciones una solicitud de mensaje en la bandeja de mi Facebook. Mis ojos se abrieron por completo en cuanto leí el nombre de quien me escribía, sentí que mi corazón se detuvo. Esta era una de las cosas que menos hubiera podido pronosticar.
"Hola, Alroy, soy Tyler. Espero que estés bien y que realmente le esté escribiendo a la persona correcta.
He pensado mucho en lo que pasó aquella vez que apareciste en mi casa. Sinceramente, pensé que estabas mintiendo. Luego de que te llevaron quise hablar seriamente con papá, pero él no respondió cuando le pregunté si era cierto que tenía otro hijo. Como no lo negó, decidí creer que es cierto.
Sé que no nos conocemos, pero quiero hablar contigo en persona. Tengo el presentimiento de que hay muchas cosas importantes que contarnos. Si me ayudas a resolver mis dudas, intentaré resolver las tuyas.
Si ves este mensaje, por favor responde. No importa si es para rechazar que nos veamos. Entiendo que pueda ser difícil para ti, así que toma tu tiempo. Estaré al pendiente de tu respuesta, pero por favor hablemos".
Tardé un día en responder su mensaje a causa del pánico que me produjo. Decirle que sí fue una decisión increíblemente difícil que tuve que pensarme entre lágrimas, enojo y ansiedad. Era una oportunidad imperdible, así que acepté aunque tuviera más de mil razones para no hacerlo.
Quedamos en una cafetería céntrica, lejos y a la vez cerca de nuestras casas. A él no le costó nada planificar el encuentro tan solo un par de minutos después de que respondí.
Fui el primero en llegar de los dos. Pedí un café y me senté en la mesa más apartada de todas, junto al baño. Me temblaban las piernas, apenas podía hablar por el pesado nudo en la garganta. Mientras esperaba apreté los párpados, me dije sin parar que por favor me quedara en el establecimiento, que me calmara y que tratara de pensar en que las cosas saldrían bien.
El aire se atascó en mis pulmones cuando lo vi aparecer un rato después. No me buscó instintivamente como yo lo hice casi con cada persona que entraba. Se acercó a la barra, ordenó su respectiva bebida y al final se aproximó a mi mesa. Yo escondí los brazos, bajé la vista y me encogí lentamente en mi asiento. Apreté los puños para disimular mi ansiedad.
Saludó con calma, evitando también la mirada y manifestando cierta timidez. Me tendió la mano, como si esta fuese más una reunión de negocios. Respondí con duda, apenas sujetándole.
—Perdón por hacer que vinieras así —dijo luego de que se acomodó en la silla—, pero necesitaba esto.
No podía creer que estuviera hablando con mi hermano, frente a frente, ambos relativamente tranquilos. Dos días antes jamás hubiese esperado que ocurriera algo de tal magnitud. Yo no conocía a Tyler, así que no podía predecir ningún tipo de escenario o planear un guion acorde a la situación. Tenía que dejar que las cosas fluyeran, aunque me resultara increíblemente difícil.
Me limité a asentir con la cabeza para no responder con palabras. Tyler me intimidó un poco, en especial por su decisión de hablar y actuar. Sentí que no iba a poder ayudarlo tanto como él imaginaba, en especial porque de mí solo iba a obtener datos negativos que podrían derrumbar toda la buena imagen que tuviera de nuestro padre.
—Para ser honesto, jamás pensé que papá haría algo así —comenzó, apoyando los codos en la mesa y entrelazando sus dedos—. Pero ahora que nos vemos más de cerca, noto que nos parecemos.
Alcé los ojos solo por un momento, queriendo confirmarlo. Desde el momento que lo seguí hasta su casa me di cuenta de cuánto parentesco compartíamos. Cualquier mentira que deseara soltar mi padre se refutaría con eso.
—¿Por qué quisiste decírmelo?
Tensé los labios, traté de hacer memoria rápidamente. Todo comenzó con Rynne, quien sugirió que solucionara las cosas con mi padre porque parecía ser el origen de todo el problema. Al principio yo no iba con intenciones de delatarlo con su otra familia, simplemente quería preguntarle por la verdad. Así se lo hice saber a mi hermano con la menor cantidad de oraciones posibles.
—No volveré a entrometerme en su familia... —Me ardieron los ojos, pero me contuve—. Lo siento.
Él hizo una negación con la cabeza, conservando cierta seriedad.
—Sé que solo estabas buscando respuestas, como yo en este momento. —Bajó la voz y las manos. Nos quedamos en silencio unos segundos—. Papá no tenía intenciones de perjudicarte, pero es que entraste en la casa y...
Puse toda mi atención en lo siguiente que diría, puesto que no tenía recuerdos de nada después de que abandoné su jardín y crucé la acera. Sujeté mi taza caliente con ambas manos, tragué saliva, me preparé para lo que necesitaba escuchar. Fingí que sabía de lo que hablaba, aunque por dentro me rebasara la inquietud. Si Tyler había propuesto esta reunión, entonces mi laguna no había sido tan mala.
Luego de que él y papá volvieran a encerrarse creyendo que yo ya no los molestaría, tuvieron una pequeña discusión. Mi hermano quería saber qué estaba sucediendo, pero no obtuvo las respuestas que quiso. Papá se comportó agresivo, distante e irritado, así que desistió de encontrar la verdad con él.
Las cosas se callaron por un largo rato en la casa. Incluso su madre volvió y no se enteró de la situación inicial. Ambos fingieron que yo nunca estuve ahí, hasta que horas más tarde Tyler escuchó que Dylan hablaba con alguien en su habitación. Al principio creyó que jugaba como lo hacía todas las tardes, pero cuando percibió una voz distinta respondiendo en el interior, se apresuró a abrir la puerta.
Me encontró ahí, sentado sobre la cama, hablando con el niño. Sus palabras contándome los hechos me devolvieron parte de la memoria; aquello me produjo un fuerte impacto, pero tuve que controlarme. Me dolían las manos de tan fuerte que las empuñaba y el nudo en mi garganta se volvía cada vez más denso. Contuve la respiración, por más que mi cerebro me exigiera oxígeno con todas sus fuerzas.
—¿Cómo entraste? —preguntó—. ¿Por qué estabas con Dylan?
—Lo vi en una foto y me pareció un niño amable —inicié, enfocando la vista en mi taza semivacía y sonando lo más sereno posible—. Y yo necesitaba hablar con alguien así.
No mentía.
Tras el decepcionante encuentro con mi padre, fui invadido por una gran tristeza. La indiferencia y frialdad con la que me trató me produjo un dolor tan indescriptible e intenso, que mi propio cuerpo y mente decidieron olvidarlo por mi bien. Sin embargo, aquella barrera que me protegía del mundo era frágil. Bastaba con que alguien me recordara lo que hice para traer de nuevo esas memorias a mí.
La forma más sencilla y efectiva para infiltrarse en una casa siempre era por la puerta trasera. Por alguna razón que desconocía, la gente todo el tiempo se olvidaba de ponerle llave y esta vez tampoco fue la excepción. Tyler pareció avergonzarse por ese clásico descuido cuando lo mencioné en el inicio de mi historia.
Así pues, con cierto sigilo y cuidando que nadie me observara, entré en su casa sin preocuparme en lo más mínimo por las consecuencias. No hallé a nadie en la cocina y mi padre veía el televisor a todo volumen en la sala, de espaldas a las escaleras. Como él no estuvo dispuesto a hablar, tuve que elegir entre cualquiera de sus hijos.
El cuarto de Dylan resultó ser el más cercano. Sabía que era el suyo por las calcomanías de animales caricaturescos pegados en la puerta. Con pasos silenciosos me acerqué, pegué la oreja a la madera y traté de escuchar al otro lado. La voz animada de un niño jugando me indicó con obviedad que se encontraba ahí.
Comparado con otras veces, no pensé en mis acciones y simplemente abrí. Primero asomé el rostro, después medio cuerpo. Chisteé al niño, quien de inmediato interrumpió su juego y volteó. Abrió los ojos con auténtica sorpresa; preguntó quién era en voz baja.
—Soy tu familiar —dije, forzando una sonrisa—. Tu papá está ocupado, así que quise venir a saludarte.
En la infancia siempre se nos dijo, tanto en casa como en la escuela, que nunca confiáramos en extraños, que no habláramos con ellos, que no permitiéramos que se acercaran. Dylan en definitiva no había prestado atención a esas advertencias, pues tan pronto me escuchó decir aquello, sonrió y me invitó a pasar con él.
Me senté al borde de su cama, observándolo jugar en el piso con sus animales de juguete. Él, sin detener su diversión, empezó a hacerme preguntas triviales, típicas de un niño con curiosidad: Nombre, edad, dónde vivía y mi animal favorito. No vi necesidad en mentirle, así que mis respuestas fueron totalmente reales. Eso sirvió para que me ganara su confianza.
—¿Te gusta tu familia? —pregunté, sin quitarle los ojos de encima.
Él asintió sin titubeos.
—¿Por qué? —bajé la voz.
Dylan detuvo su juego para pensar. Frunció el entrecejo, se acomodó en el suelo. Tras meditar su respuesta, alzó la vista en mi dirección y sonriendo, contestó:
—Porque me quieren y me cuidan —Y retomó su juego—. ¿A ti te gusta la tuya?
Cuando yo tenía su edad, mi papá mató a mi gato y después intentó matarme en la bañera donde el pequeño Dylan se duchaba en el presente. Pero antes viví en un tráiler minúsculo y escuchaba de cerca cuánto se gritaban y agredían mis padres. Vi llorar a mi mamá muchas veces, pasé hambre, tuve miedo y no fui a la escuela.
—Pues quiero a mi mamá... —confesé, tratando de contener las lágrimas y sonriéndole de vuelta.
—¿Y a tu papá?
En ese momento comprendí que jamás iba a recuperar mi infancia, tampoco que volver a verlo lo haría quererme en automático, aceptar su error, pedir disculpas. Si sus peores equivocaciones fueron cometidas en la adultez, resultaba muy difícil que se retractara, entendiera el mal que me hizo y peor, que cambiara. Sus acciones recientes me probaron que no tenía arrepentimientos por abandonar a su otra familia.
—No tengo.
Segundos después Tyler abrió la puerta, descubriéndonos. Recordé sus expresiones con nitidez; angustia y confusión. No entró en primera instancia, sino que se quedó en la entrada de la habitación sin saber muy bien qué hacer. Era increíble que la ansiedad o la preocupación no me rebasaran. Sabía que estaba en problemas, pero mis sentimientos lograron esconderse a la perfección de una forma muy repentina e incomprensible.
Era muy común que me sintiera así de calmado cuando me encontraba inmerso en las lagunas.
—Dylan, aléjate de él.
Detrás de Tyler distinguí la figura de una mujer, seguro su madre. Tan pronto notó mi presencia, se fue a toda velocidad y bajó las escaleras, sin decir absolutamente nada. Sabía que ocurrirían dos cosas: Que llamaría a la policía y llamaría a mi padre, así que tenía que salir de ahí o esconderme.
Opté por lo segundo después de pensar en que tendría que enfrentarme contra tres personas para huir, una de ellas peligrosa. Aproveché el desconcierto de mi hermano mayor para levantarme de la cama, afirmar con calma que ya me iba y tratar de salir de la habitación.
Una vez que escuché que mi padre subía a prisa las escaleras, corrí hacia Tyler y lo empujé para que no estorbara. A causa de la impresión le fue imposible reaccionar a tiempo. Doblé a la izquierda y abrí la última puerta del pasillo, que era justamente la del baño. No lograron alcanzarme.
—¡Sal, hijo de puta! —gritó mi padre, golpeando la puerta con la agresividad que perfectamente conocía.
Mientras desataba su ira insultando y forcejeando, escuché que la mujer le pedía que se tranquilizara y aguardaran a la policía, que en cualquier momento vendría por mí. Tras el súbito silencio, yo también aproveché para relajarme y eliminar parte de la tensión como mejor sabía hacerlo.
Busqué en el gabinete las navajas de afeitar, después me metí en la bañera vacía para esperar cómodamente. En menos de tres minutos forzaron la puerta y tuve que salir de la casa, cosa que no me afectó porque no lidié con ningún tipo de agresión.
—Papá jamás fue tan agresivo... —dijo Tyler después de que concluí el relato sobre mi breve conversación con Dylan.
—Con ustedes —completé.
Yo era el resultado que mejor contradecía sus palabras. Un joven inseguro, desmotivado, herido física y emocionalmente que trataba lo mejor posible de sobrevivir. Mientras los otros dos hijos de Leo Gallagher crecían con el padre ideal, yo tenía pesadillas con él que incluso en mi temprana adultez seguían persiguiéndome.
—Pero los crio bien —murmuré, con el rostro agachado y la voz quebrada—. Por eso son amables.
Tyler no supo cómo responder. Se quedó pasmado en el asiento, escuchando parte de mis últimas palabras. Si permanecía más tiempo en esa cafetería, estaba seguro de que sus gestos serían dominados por esa misma lástima que encontraba en todos y cada uno de los rostros de mis conocidos. Decidí que era momento de irme.
—Yo me acabé convirtiendo en la versión de mi padre que no conoces —finalicé.
Saqué un billete de mi bolsillo, lo puse en la mesa y me levanté sin añadir más.
Caminé hacia la salida, ignorando sus intentos por detenerme. Me sentí orgulloso de no derramar lágrimas pese a que en más de una ocasión estas estuvieron por ganarme. Creí que aquella desagradable etapa estaba llegando a su fin como parte de otro capítulo de mi propia vida. No obstante, aún quedaban las últimas páginas.
Salí del establecimiento sin mirar atrás, con las manos en los bolsillos y aceptando el comienzo del frío otoño que mi ciudad tanto acostumbraba. Solté un suspiro, dejé de ver hacia el cielo y caminé unos cuantos metros para ir a la estación de buses más cercana. Por desgracia, y antes de que pudiera cruzar la calle, fui interceptado por alguien sin que pudiera reaccionar.
Lo primero que saltó a mi vista fue una camioneta bastante familiar estacionada justo en la esquina por la que yo andaba. Después miré las manos que me sujetaron del cuello de la camisa, y al final elevé el rostro para encontrarme cara a cara con mi padre.
—¿No te advirtió la policía que si volvías a acercarte a mi familia, irías directo a prisión? —preguntó, conteniendo su enojo lo más posible para no armar un escándalo en la calle.
Hizo que mi espalda se golpeara contra la pared, acorralándome. Apreté los párpados, traté de no parecer muy asustado. Murmuré unas breves disculpas, pero no bastaron para que me dejara ir.
—No voy a permitir que le vuelvas a hacer daño a mis hijos, Alroy —soltó con mucha seriedad, manteniendo la distancia—. Esta es tu última advertencia para que nos dejes en paz.
Me empujó con agresividad, causando que el impacto de mi cuerpo contra los ladrillos sacara todo el aire de mis pulmones. Mis piernas no aguantaron, así que se doblegaron hasta hacerme caer al suelo. Empuñé las manos, recobré el aliento tan rápido como pude, con él todavía observando.
Tyler y Dylan no me odiaron ni tuvieron algún tipo de resentimiento hacia mí. Me trataron incluso con más humanidad que mi propio progenitor sin realmente conocerme. ¿Cómo iba a pensar siquiera en hacerles daño?
«Tengo que responderle».
Porque no era justo que yo tuviera que tragarme sus agresivas reprimendas, su odio injustificado y sus agresiones como si realmente no tuviéramos ningún parentesco. Ya había llegado lo suficientemente lejos con su familia como para salir huyendo y fingir que no me afectaba.
Con la cabeza todavía agachada, eché una rápida mirada hacia la cafetería luego de que distinguí el movimiento de una tercera y muy esperada persona. Tyler se acercó casi corriendo hasta nosotros una vez que notó lo que sucedía. Pero antes de que nos alcanzara y que mi padre lo supiera, me adelanté a soltar una simple predicción.
Si Tyler era tan vulnerable como yo necesitaba, entonces se sentiría culpable por cómo estuve llevando mi vida, me reconocería como su hermano, y me defendería no solo en la calle contra papá, sino también contra la policía.
—Méteme a la cárcel y verás cómo se destruye tu querida familia.
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