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Capítulo 26

Incliné un poco la cabeza hacia atrás, tragándome la sangre. Apreté el tabique de mi nariz para detener la hemorragia y me cubrí con varios pañuelos. Aunque doliera, cada vez me molestaba menos la sensación. Y no porque la hinchazón se redujera o yo sanara rápido, sino porque me estaba acostumbrando a los golpes en la cara.

—De verdad lo siento, Alroy —dijo Adam, colocándome una pomada en el ojo más hinchado—. Yo no quería que esto te pasara...

Nos encontrábamos sentados en el suelo de su habitación, uno frente al otro. Él intentaba curarme las heridas sin éxito alguno, abrumado por mi imagen y mi poca reacción. Hacía tiempo que había dejado de mirarlo tan directamente, de responder a varios de sus comentarios, de tomar iniciativa en nuestro extraño romance. Más bien yo fluía por inercia a su alrededor.

—Perdóname.

Asentí con dificultad para que no insistiera con sus disculpas, que más bien me incomodaban. Sus palabras no me curarían ni detendrían a los responsables de esto y él tampoco era lo suficientemente valiente para tomar acción en mi lugar. Como observador pasivo solo sentía remordimiento cuando miraba de cerca las consecuencias.

Alcé la mano con dificultad para secar las lágrimas de su rostro, al menos eso reduciría su culpa. Adam trató de imitarme, pero no encontró ni una gota escurriendo por mis mejillas; incluso la sangre ya se hallaba controlada. Se sorprendió al descubrir que era el único llorando en la habitación.

Tomó una de mis manos con fuerza, la llevó hasta su pecho y me obligó a mantenerme en la posición que quiso. Nos vimos fijo para distinguir la condición lamentable del otro, hasta que sintió nuevamente la necesidad de hablar para convencerme de seguir a su lado.

—Por favor no me dejes por esto —suplicó, encogiéndose de hombros—. Yo te amo, Alroy.

Aunque la situación con la que lidiaba a diario se hubiera tragado gran parte de mis emociones, logré sentir una calidez interior que apenas manifesté. Mi corazón latió tan rápido como el suyo a causa de la felicidad que solía experimentar cuando me decía cosas como esa. Después de todo, era el único que expresaba en voz alta que me amaba y no sabía cuándo volvería a escucharlo de nuevo.

Tras su muerte nadie más me lo dijo, ni siquiera Daron, cuya relación también guardaba parentescos. Por eso, pese a todo el daño que me causó cuando no estábamos a solas, valoré y acepté sus palabras durante mucho tiempo.

Adam me tomó de ambas mejillas, me besó en los labios para que su última oración sonara más creíble. Las heridas me dolieron a causa del brusco movimiento, así que me contuve para que no se apartara. Durante aquel beso volvió a sangrarme la nariz, pero ni siquiera eso nos detuvo. No supo tan desagradable.

La imagen de nosotros dos juntos en su habitación, besándonos y saboreando mi sangre, se desvaneció casi tan rápido como un parpadeo. Ya no había nadie que me besara ni me dijera lo que más quería escuchar. Todo fue reemplazado al instante por el fuego más abrazador que yo hubiera sentido.

A pocos metros de mi piel ardía la madera. El humo se esparcía por el cielo con espesor y negrura. Mi cuerpo no reaccionaba, solo podía mirar de pie desde el jardín, con los ojos bien abiertos y un enorme nudo en la garganta. Los vecinos observaban con asombro, algunos hacían llamadas y otros más estorbaban. Todos se preguntaban sobre lo sucedido, pero yo fui el único en saberlo con más exactitud que los demás.

Necesitaba buscar a Adam y encontrarlo a salvo. Aquellas palabras y fotos que me envió minutos atrás debían ser solo un intento bastante desagradable para llamar mi atención y la del resto, ¿verdad? Lo único que yo tenía que hacer era caminar hasta su puerta, merodear un poco, pedirle que saliera... Pero la realidad era que mi mente solo estaba jugando a imaginar cosas como gran parte del tiempo.

Justo cuando intenté dar el primer paso, me detuvieron al sujetarme con fuerza por los hombros. La imagen de la casa incendiándose pareció ponerse en pausa, igual que el sonido del entorno. Luché con fuerzas para tratar de moverme y llegar a la puerta, pero un par de sacudidas me arrancaron de los ojos lo que yo creí estar viendo con tanta seguridad.

—¡Alroy! ¡Alroy! —dijeron mi nombre a un costado.

Volví en mí en ese momento. Recuperé el movimiento de mi cuerpo, pero las sensaciones fueron sumamente desagradables. Empecé a temblar sin mucho control, sentí frío hasta los huesos, me castañearon los dientes y mi mente tardó un par de segundos en asimilar en dónde estaba.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó Lucien, intentando ponerse frente a mí.

Parpadeé con prisa, recuperé el aliento y la cordura como si hubiesen vuelto a conectar mi cerebro. Agité la cabeza y finalmente lo miré, aturdido. Había sorpresa en sus ojos, curiosidad y tal vez preocupación. Después observé a los lados y al frente para poder contestar a su pregunta.

—Llevas casi una hora sin moverte de aquí, en cualquier momento alguien va a llamar a la policía.

Mi ropa y mi cuerpo estaban mojados. El cabello ya no me escurría, pero seguía pegándose a los costados de mi cara. Me hallaba de pie en el césped, justo frente a la que alguna vez fue la casa de Adam. La habían reconstruido totalmente, volviendo de ese espacio algo casi irreconocible.

No supe por dónde comenzar con mi cuestionario mental. Quería saber por qué estaba mojado, justo frente a la casa de Adam, por qué estaba recordando esas cosas y por qué Lucien estaba conmigo en ese momento. Tuve que buscar un punto de partida sencillo para deshacer los nudos de mi cerebro sin tener que contestar a otra clase de preguntas que me relacionaran al pasado.

—¿Por qué estoy... mojado? —Fue más un pensamiento en voz alta, ya que no esperaba que él lo supiera.

—Se activó la alarma de incendio en la escuela y los rociadores hicieron el resto —respondió, curvando los labios—. Han suspendido las clases hasta nuevo aviso.

Tenía una vaga memoria de eso que necesitaba repensar con más calma. Reconocía perfectamente mi separación de Daron, toda la rabia que sentí por su forma de decir que nadie me creería si hablaba, y que yo mismo activé una alarma de incendio por desesperación. Sin embargo, en mi mente no existían imágenes de lo que ocurrió instantes después, de los alumnos huyendo del agua o de cómo llegué al viejo hogar de Adam. Tampoco recordaba el por qué.

Giré la cabeza con lentitud, busqué a Lucien con la vista. Antes de que pudiera verlo a los ojos, me tomó por la muñeca e hizo que nos apartáramos de ahí. Dimos media vuelta y atravesamos la calle con más prisa de la que hubiese querido. Nos detuvo en la acera de la casa de enfrente, grande, con tejas blancas y paredes cobalto. Me soltó para poder dirigirse con más libertad a mí.

—Esta es mi casa. —La señaló con seguridad—. Si quieres entramos, te presto una toalla y me cuentas qué te sucede.

Retrocedí un paso, no del todo convencido. Conocía a Lucien muy por la superficie como para confiar en él. Además, no acababa por agradarme y no sabía cuáles eran sus verdaderas intenciones. A mí no me ayudaban sin esperar algo a cambio. No obstante, y antes de que pudiera negarme, Lucien sujetó la manga de mi camiseta y volvió a tirar de ella para que avanzáramos.

Decidí seguirlo solo por curiosidad, aunque pudiera arrepentirme después. Me soltó en cuanto notó que lo seguía por voluntad propia. Abrió la puerta, me dejó pasar primero y me hizo esperar en la entrada para buscar una toalla. Una vez que empecé a secarme el cabello y parte de la ropa húmeda, hizo una seña para que lo siguiera por las escaleras.

Miré a los alrededores con atención, pero no había nadie a quien pudiera saludar. Mientras subíamos, pensé en que las personas con las que más me involucraba casualmente eran también las más abandonadas y solas. Adam y su familia ausente, Daron y esa soledad que lo arrastraba a ser un mujeriego, la silenciosa casa del parlanchín de Lucien y finalmente yo, un chico cuya madre trabajaba día y noche gracias a un padre desobligado.

Entramos a su habitación. Yo me quedé cerca de la puerta, examinándolo todo con inseguridad. Pegué mis manos al pecho, bajé la cabeza lo más posible y me cubrí con la toalla esperando esconderme de su vista. Él se aproximó a la ventana y echó un vistazo al exterior.

—Te dije que puedo ver esa casa —mencionó, recargándose en el marco—. Por eso me di cuenta de que estabas ahí.

Lucien me señaló la silla de su escritorio para que me sentara ahí. Hice caso en silencio.

—Quiero saber por qué —soltó. Esta vez nuestras miradas por fin pudieron encontrarse.

Sabía que callarme era lo mejor, pero en esta ocasión no sentí temor de decir la verdad. Me mantuve serio y cabizbajo, aunque más firme que en cualquier otra ocasión. En menos de dos segundos pensé en si era buena idea o no explicarle las cosas tal cual pasaron. ¿Podía confiar en Lucien?

A fin de cuentas, mi relación con Daron ya estaba terminada y él parecía muy firme al respecto. Contarle daba lo mismo; a estas alturas no había nada que pudiera perder. Seguro que me expulsarían del instituto si otros se enteraban, pero como ya no existía nada a lo que yo quisiera aferrarme, me daba igual. Volvería a mi habitación y me quedaría ahí hasta que fuera lo suficientemente valiente para morirme.

Empuñé ambas manos sobre mis muslos, tragué saliva, respiré hondo para armarme de valor. Era momento de lanzarme por el acantilado sin comprobar primero que el paracaídas funcionara. Una vez que Lucien lo supiera, no habría retorno.

—Fui yo —confesé, sin quitarle la mirada de encima. Él enarcó una ceja, preguntando con los gestos a qué me refería—. Yo activé la alarma.

Y a partir de ahí empecé a explicarle todo con la mayor neutralidad posible. Conté mi historia como si fuera la de alguien más para que doliera menos, aunque no fue suficiente. Le dije que me había metido con Daron, que estuvimos juntos durante el último mes, que conocía su casa, que nos habíamos acostado, que incluso me sacó de la comisaría y que también usábamos su oficina para frecuentarnos.

Lucien no cupo con su asombro. Cada cosa que mencionaba era motivo para que se sorprendiera e hiciera negaciones de cabeza con los brazos cruzados. Se limitó a preguntar lo necesario para que mi historia se complementara.

No omití que era un mujeriego, que Kyla nos descubrió y que finalmente él me convenció de terminar con lo nuestro bajo lo que parecía una amenaza. Mi firmeza se desvaneció conforme avancé, así que para el final yo ya estaba completamente dolorido y con los ojos húmedos por la vergüenza.

—¿Cómo pudiste ser tan estúpido? —preguntó cuando me callé—. ¿En serio creíste que un viejo mujeriego iba a quererte? Con razón siempre se aprovechan tan fácil de ti.

Odié que Lucien tuviera razón. Apreté los labios y los puños para seguir en silencio, agaché la cabeza, miré al suelo. Por más que quisiera defenderme de sus palabras tan agresivas, no había nada que pudiera excusar mi estupidez. Me pasé el dorso de la mano por los ojos para que no cayera ninguna lágrima; no podía mostrarme tan vulnerable de nuevo.

«Pero realmente quiero llorar».

Y quizás era mejor hacerlo para desahogarme por milésima vez.

—A todo esto, ¿qué tiene que ver la casa de Adam con tu tonta fantasía? —Interrumpió el silencio.

Eso yo tampoco lo sabía. Volví a quedarme callado por los próximos segundos, tratando de encontrar la misma respuesta que él. ¿Por qué la desesperación me hizo activar la alarma de incendio? ¿Por qué fui de forma inconsciente a uno de los sitios donde más sufrí? No podía encontrar conexión alguna.

Por mientras, tuve que pensar en una contestación coherente porque no quería que Lucien insistiera o descubriera mis problemas de lagunas. Ya enfrentaba demasiada presión y confusión como para explicar algo que yo ni siquiera entendía.

—A veces, cuando me siento mal, vuelvo a donde fui feliz.

—¿Feliz? —Dejó escapar una risa muy corta, miró de nuevo hacia la casa—. Hoy comprobé que es cierto que te gustan los hombres, pero ¿por qué justo los peores?

Alcé el rostro para verlo, molesto. Reconocía que Adam tuviera problemas serios y que Daron no fuera el más afectivo, pero ambos me habían querido por encima de todos los problemas que me rodeaban. Lucien era el menos adecuado para hablar, principalmente por todo el pasado dañino que cargaba sobre los hombros y le hacían merecedor del título de estudiante problemático. Él lastimaba a la gente, no sentía remordimiento ni le importaban las consecuencias.

—Tú tampoco eres la mejor persona del mundo. —Le dije, observándolo fijo.

—Que me juzgue Dios —contestó con rapidez, curvando los labios y alzando los hombros—, no alguien que se mete con profesores.

En ese momento confirmé que Lucien jamás iba a agradarme, sin importar todo lo que tratara de hacer por mí. Él solo conocía la agresividad, tanto verbal como física, y no le importaba cuánto pudiera afectar a los demás. Pude contener toda mi ira luego de pensar en que era inútil responderle. Sin importar como reaccionara, volátil o herido, él iba a ganarme.

Me levanté de la silla para marcharme de su casa, con las expresiones y palabras bien escondidas. Si Lucien no fuera tan peligroso como todos afirmaban, quizás hubiera tratado de defenderme. Él tenía el poder de hacer que me molestaran de nuevo y no podía dejarlo por reaccionar de acuerdo a mis descontroladas emociones.

Cuando estuve a punto de abandonar la habitación, escuché sus pasos acercándose.

—Lo siento, Alroy —dijo con dificultad—. Sé que fui grosero otra vez, pero estoy tratando de cambiar.

Me detuve un instante, giré el rostro en su dirección.

—Solo has dicho en voz alta lo que piensas realmente.

Traté de irme, pero él salió a toda prisa de la habitación para interponerse en mi camino. Elevó ambos brazos para detenerme, yo me quedé parado en el mismo sitio, un tanto confundido.

—Ya lo sé, ya lo sé. Perdón. —Siguió, forzando una media sonrisa entremezclada con nerviosismo. Hizo una pequeña pausa para pensar bien en lo siguiente que diría—. Me cuesta relacionarme con los demás.

Fruncí las cejas, procesando su última oración. Era obvio que nadie quisiera acercarse a una persona como él, tan problemática, insensible, tosca. A pesar de que en el nuevo instituto nadie se sintiera intimidado por él al desconocer su pasado, Lucien se desaparecía con frecuencia para no relacionarse con los demás. Disfrutaba estar escondido en los recesos, fumar, quedarse en silencio.

Nos parecíamos un poco, debía admitir. No nos gustaba la gente, teníamos serios problemas de socialización, éramos considerados un problema para quién sabe cuántas personas. Pero eso no me hacía querer tenerlo cerca. Sin importar cuánto nos pareciéramos, él no me agradaba en lo absoluto.

—Podemos ser amigos —sugirió, casi en una afirmación.

—No. —Traté de irme de nuevo.

Volvió a pararse enfrente en cuanto di un paso hacia adelante. Era increíble que el estudiante más temido de mi viejo instituto estuviera pidiéndome algo tan banal como una amistad. ¿Qué buscaba realmente de mí? Volví a sentirme irritado, principalmente por su molesta insistencia.

—No me agradas, Lucien. —Me adelanté a hablar.

Retrocedió un poco, soltó un suspiro, rodando los ojos. Se recargó cómodamente en el barandal de la escalera por la que yo pensaba irme.

—Sé que en el pasado ignoré que lo pasaras mal, aunque viera y supiera todo —dijo, recuperando su característica seriedad—. Así que si ahora puedo ayudar, solo llámame. ¿Bien?

Me acerqué a las escaleras, sin asentir o negarme. Lo miré de reojo por un instante antes de bajar en total silencio, empuñando una de las manos. Su propuesta me llevó de vuelta al pasado, a aquel día en el que ahuyentó a mis acosadores y me dijo que el destino se encargaría de hacerles pagar. ¿Acaso ese "destino" hacía referencia a él mismo y a su trabajo sucio?

Me detuve a dos escalones, sosteniéndome del barandal. Lo miré muy ligeramente por encima del hombro, percibiendo apenas su silueta.

—¿Por qué me ofreces ayuda? Te he dicho que no me agradas.

Chasqueó los dientes, se pasó los dedos por el cabello y lo peinó hacia atrás. Pensó por unos instantes en las palabras correctas. Se inclinó un poco desde la altura a la que se encontraba, observándome con firmeza y tranquilidad. De nuevo nuestros ojos volvieron a encontrarse como parte de una inexplicable complicidad.

—Me has contado sobre lo tuyo con Daron, como si fuéramos amigos —El tono de su voz disminuyó—. Eso solo me dice que por encima de tu desagrado, sientes confianza entre nosotros. 

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