Capítulo 24
Que nadie interviniera cuando molestaban a alguien daba poder y confianza a otros para no detenerse. Significaba que podían aumentar la intensidad de las agresiones cada vez que quisieran sin ningún tipo de consecuencia. Me ocurrió a mí cuando todo empezó con bolas de papel voladoras y terminé como un trapo sucio en el baño meses después. Tras escuchar a Lucien, deduje que a Adam le había ocurrido similar.
Nadie lo ayudó porque eso significaba enfrentarse a Lucien, después de todo. Ninguna persona en su sano juicio se metía con él, pero sí que varios alumnos trataban de imitarle. Al empezar a faltar a clases durante largos periodos me cambiaron por Adam, que al final resultó ser incluso un blanco más fácil que yo. O al menos esa fue la conclusión a la que llegué y que me pareció la más lógica.
Antes de que pudiera resolver mi teoría y hacer más preguntas relacionadas con mi antiguo mejor amigo, me levanté del suelo y abandoné a Lucien por mi propia tranquilidad. No quería estar cerca de la persona que había comenzado con todo y que solo se reía por el trágico resultado de sus acciones. Era cruel.
Volví al aula antes de que el receso terminara, uniéndome a la conversación de mis amigas y fingiendo que la culpa no me estaba comiendo el cerebro. No podía dejar de pensar que mi ausencia había sido un desencadenante para afectar de por vida a la persona que más quise en mi adolescencia. Pude haber aguantado un poco más...
A mi alrededor todo siguió su curso. Las clases continuaron por las horas siguientes, conmigo tomando apuntes en automático mientras ignoraba los parloteos de Lucien y sus intentos por llamar mi atención. Los profesores siempre le pedían que se callara y solo así se detenía hasta que llegaba la siguiente asignatura.
Sobreviví de este modo hasta que el día escolar terminó. No había visto a Daron en todo el día, pero afortunadamente teníamos reservada nuestra hora de terapia falsa. Me despedí de las chicas con prisa y salí discretamente en dirección contraria a la salida. Miré a mi espalda varias veces para confirmar que andaba solo, pues no quería atraer la curiosidad de alguien que pudiera interferir en mi relación con Daron a través de sus interrupciones.
Llamé a su puerta con un par de toques tranquilos. Después de mi mal trago con Lucien en la oficina, acordamos que lo mejor sería que tocara primero en lugar de precipitarme a entrar, por más confianza que nos tuviéramos. Al menos así él no sería atrapado en lo que estuviera haciendo y yo no me llevaría una nueva decepción.
Una vez que me dio permiso para entrar, abrí e ingresé con mi acostumbrada timidez. Rynne me saludó animado, levantándose para acompañarme hasta la silla frente a su escritorio. Antes de que pudiera sentarme me plantó un corto beso en los labios que no me esperé para nada.
Había visto parejas saludarse de esa manera y la sola idea de que él acababa de hacer lo mismo me causó una emoción indescriptible. Dejé la mochila en el suelo, me recargué en el respaldo, evadí el contacto visual para intentar calmar el calor de mis mejillas y el alboroto de mi mente. Daron se rio muy en breves, sonrojado también, aunque menos que yo.
Lo primero que siempre hacía era preguntar cómo estaba y aquella vez fue una de esas en las que admití que no me encontraba de lo mejor. Su rostro se enserió, recargó ambos codos en el escritorio y se inclinó un poco en mi dirección para decirme que le hablara de ello. Quise reírme pese a todo el malestar porque nuestra terapia falsa estaba iniciando como una terapia de verdad.
Al final decidí ser honesto, marcando mis propios límites para no sonar mal o peor; celoso. Necesitaba hablar con alguien de lo inquietante y molesta que me parecía la actitud de Lucien bajo cualquier circunstancia, porque él en serio era de esas personas cuya sola existencia comenzaba a irritarme. Tenía esperanzas en que Daron me apoyara o al menos entendiera lo que le decía. Incluso un consejo para tolerarlo no venía mal.
—Es Lucien —confesé en un murmullo, haciéndome cada vez más pequeño en la silla—. Él... ha sido grosero conmigo.
Daron soltó un suspiro que entremezclaba preocupación y lástima. Asintió con la cabeza, procesó mis palabras y me preguntó directamente si había empezado a molestarme como me molestaban en el pasado. Al provenir del mismo instituto y no tener más que un año de diferencia, tal vez creyó que nos habíamos cruzado en malos términos tiempo atrás y que las cosas estaban repitiéndose.
Se tranquilizó un poco cuando me escuchó contarle que no solía acosarme y que no lo estaba haciendo en el presente, pero a cambio tuve que sincerarme sobre el asunto de Adam y lo que me molestó. Rynne no conocía todos los detalles del incendio; su mejor guía eran internet y mis mal contadas anécdotas, por seguro.
—Él empezó a molestar a mi mejor amigo cuando dejé el instituto —dije, con un ligero nudo en la garganta—. Me lo acaba de confesar y me siento abrumado por eso.
Se hizo el silencio, que mi profesor aprovechó para meditar.
—No debería hablar de Lucien contigo, Al, pero debemos comprender que es un chico con muchos problemas —comenzó, tratando de excusarle—. Después de que lo expulsaron, ha venido aquí para cambiar y ser una mejor persona.
Daron me contó que Lucien estuvo a punto de ir a prisión en su última pelea escolar porque apuñaló a un compañero con una botella hasta casi matarlo. Aparentemente, nunca fue su intención llegar hasta ese punto, pero el vidrio cortó una zona sensible y la sangre no paró. Él mismo llamó a la ambulancia y aceptó que pudieran condenarlo por intento de homicidio, aunque de milagro salió bajo fianza.
Aquel horrible momento causó que sus padres optaran por un cambio de instituto, lejos de los señalamientos que pudieran causarle más problemas a su hijo. Daron, como nuestro asesor grupal, debía orientarlo en el instituto y tratar de motivarlo a seguir por un camino más correcto.
—Pero fuma detrás del edificio... —dije cuando terminó de hablar.
Respingó en el asiento, después se percató de que era algo esperable.
—No todos cambiamos al instante, Al —añadió, con más sutileza.
El aire que pasaba por mis pulmones comenzó a sentirse denso e irrespirable como humo de tabaco. Entrecerré los ojos, crucé un poco los brazos y asentí con cierta vacilación, irritado porque si bien Daron tenía razón con lo que decía, yo no dejaba de sentirme incómodo y hasta molesto.
—¿Cree que una persona que indujo a otra al suicidio puede cambiar? —solté con brusquedad.
Se quedó callado tras oírme, con los párpados bien abiertos y una respuesta inexistente en la boca. Encendió un cigarrillo para ganar tiempo y pensar en una contestación que me convenciera o que al menos me relajara.
—Ya tendrás tu oportunidad de hablar de eso con él, Alroy —murmuró, tomando papeles de su escritorio y acomodándolos aleatoriamente para no tener que verme—. Quizás ahora no es el momento.
Aun sabiendo que no se equivocaba, seguí con la firme idea de que Lucien no me agradaba en lo absoluto. Pero me agradaba aún menos que Daron lo defendiera tanto. Lo que no quería que sucediera terminó por pasar y me puse inevitablemente celoso, solo que lo escondí. Crucé los brazos, seguí en silencio, miré hacia la nada para que el calor de mis mejillas lograra reducirse y pensara con más claridad.
Luego de unos segundos de incómodo silencio, Rynne dejó el cigarrillo en su cenicero y trató de encontrarse con mis ojos.
—¿Y tú no vas a preguntar cómo estoy? —dijo, sonriendo a medias e inclinando un poco la cabeza.
Su pregunta causó que me encogiera en la silla, apenado. Era cierto que yo casi nunca se lo preguntaba porque al final su trabajo y atención recaían en mí. Murmuré un "¿cómo estás tú?" con la voz apenas perceptible, pero con bajas expectativas de lo que pudiera escuchar. Daron no tenía la vida personal más interesante del mundo, como se esperaría de cualquier mujeriego que no suele buscar conversaciones más allá del trabajo o de impresionar a quien le acompaña.
—Estoy contento porque al instituto le gusta mi trabajo —contó con ánimos—. A partir del siguiente semestre parece que impartiré nuevas asignaturas y recibiré un pago mejor.
Sus expresiones y hasta el tono de su voz eran distintos comparado a cuando se quejaba sobre otros profesores, lo aislado que se sentía en su trabajo o las frustraciones de no saber cómo enseñar mejor. Forcé una pequeña sonrisa y le tendí la mano como tantas veces lo hizo por mí. Fui feliz con él, ya que esto parecía importarle mucho.
Entrelazó nuestros dedos con energía y aceptó mis felicitaciones con calidez. Sinceramente me contentaba que pudiera encontrarlo más seguido por los pasillos o aulas del instituto, aunque eso significara que su disponibilidad en la oficina se redujera. Era de esperarse que sus metas vinieran con un sacrificio de por medio.
Abandoné mi asiento y me acerqué para felicitarlo mejor. Él también se levantó y me recibió entre sus brazos, agradeciéndome una vez más. Se recargó en el borde de su escritorio, me rodeó por la espalda y me pegó a su cuerpo lo más que pudo. Apenas y pude responderle de la misma manera, cegado por nuestra cercanía y los potentes latidos de su pecho.
Después de separarnos me tomó sutilmente por la barbilla, buscando mis ojos. Alcé la mirada por compromiso y nervios, nos miramos fijo por un instante eterno. Había seriedad en sus expresiones, pero también dudas y ansias, como quien deseara esto, pero no supiera cuánto. Mis piernas flaquearon, mi mente solo quería seguir cerca de Daron sin importar lo que él quisiera.
Finalmente pasó lo inevitable, pegamos nuestros labios como lo hacíamos cada vez que teníamos privacidad. Esta vez el beso fue más lento y pasional, menos desesperado en comparación con el día anterior. No dejó de abrazarme ni de acariciarme la mejilla mientras la temperatura aumentaba en el interior de la oficina. Un cosquilleo me recorrió el estómago e incluso más abajo de él.
Con el pasar de los segundos las cosas se aceleraron. Movió una de las piernas por en medio de las mías, me estrechó a su torso, la mano que me sujetaba por la espalda descendió lentamente en una caricia que estremeció cada rincón de mí. Estrujó mi trasero con suavidad casi al mismo tiempo que empezó a usar más la lengua.
Lo estábamos disfrutando, de eso no hubo ni una duda. Nos acostumbramos al otro con una rapidez impresionante y él no me cambió tan rápido como seguro lo hizo con muchas otras mujeres. La nueva experiencia siguió sintiéndose como eso y no podía hallarme más complacido. Al final sí que tenía algo especial. Tal vez solo entre las piernas, pero bastó para llamar la atención de alguien que desechaba a la gente con facilidad.
Pero el gusto no iba a ser eterno, por más que intentara impedirlo. Yo acabaría la preparatoria y me iría a la universidad para atormentarme con el futuro y él seguiría impartiendo clases a estudiantes menores que yo; alguno llamaría su atención otra vez y el ciclo volvería a repetirse sin mí.
Tuve la oportunidad de comprobarlo muy rápido, más de lo que quería. Si hubiera sabido que Kyla abriría la puerta de la oficina en ese instante, sin tocar primero, habría disfrutado mucho más mis semanas anteriores junto a Daron.
El mundo se detuvo para mí. Todo se había ido a la mierda en cuestión de un simple e inofensivo parpadeo.
La reacción de Kyla fue instantánea. Nos miró a los dos y después cerró la puerta con violencia. Ni siquiera nos dio tiempo para reaccionar, separarnos e inventarle alguna mala excusa.
Daron y yo nos miramos con sorpresa, separándonos como si nos tuviéramos asco. En nuestros gestos fue muy perceptible el terror. No nos dijimos nada; simplemente me acomodé la ropa, me sequé parte del sudor con el dorso de la mano y salí lo más rápido que pude para ir tras de ella y explicarle las cosas.
Jamás había caminado tan rápido y no recuerdo con exactitud cómo logré alcanzarla en la entrada principal del edificio. Mi corazón latía mucho más rápido que cuando estaba con Daron, me temblaban las piernas hasta casi derribarme, cualquiera podía oír la desesperación en mis fuertes exhalaciones.
—Kyla, quiero hablar contigo —Le pedí con la voz temblorosa, pero lo suficientemente audible—. Por favor.
Ella se giró hacia mí, tan aturdida como yo. Evadió la mirada al principio, se pasó un mechón de cabello tras la oreja y comenzó a negar con la cabeza.
—Sabes que tengo que delatarlo, Alroy. —Fue lo único que dijo al inicio.
—Por favor no lo hagas... —Comencé a llorar.
Soltó un breve suspiro, asintió ligeramente y me dijo en un murmullo que entonces habláramos. Me condujo hacia la salida con cierto cuidado, ya que yo no podía ver de tanto que se me salían las lágrimas de arrepentimiento y ansiedad. Cruzamos la acera, avanzamos una cuadra hasta llegar a un pequeño parque infantil.
Tomó mi muñeca para conducirme hasta la banca vacía más cercana. Yo me cubrí la boca para intentar tranquilizarme, pero no funcionó. Mi mente estaba hecha un lío de confusión, miedo y nerviosismo que en cualquier momento podría traer catastróficas consecuencias.
Estuvimos callados hasta que mi llanto disminuyó. Recargué los codos en mis piernas y me cubrí la cara completa con las manos. En cuanto sentí su mano sobándome la espalda, volví a pedirle entre balbuceos que por favor no delatara a Daron ni le dijera a nadie más lo que vio.
—¿Te está obligando a hacer esto? —preguntó, inclinándose un poco para verme.
Lo negué al instante.
—¿Te está condicionando? —siguió, con el tono firme—. ¿Dijo que te pondría una mala calificación o que le inventaría algo a tu madre si no te involucrabas con él?
Volví a negarlo. Él jamás haría algo como eso.
—¿Entonces cómo fue que pasó? —Se le escuchaba muy confundida.
Me sequé las lágrimas, pero no me erguí en mi asiento. Seguí sintiendo una culpa y vergüenza que no quería que viera.
—Creo que me enamoré de él... —confesé.
Volvió a suspirar. Podía imaginarme en su rostro la decepción.
—¿Se lo dijiste?
Asentí con la cabeza, recordando aquel vergonzoso incidente en el que me confesé por error. Después de eso me encerré en mi habitación por días y no tenía intenciones de volver al instituto hasta que él fue personalmente a mi casa. Simplemente pasó y así se lo hice saber a Kyla, quien me escuchó con atención y analizó cada una de mis palabras.
—Alroy, el Sr. Rynne está abusando de ti con lo que sientes por él.
Oír la palabra "abuso" fue difícil porque no se parecía en lo absoluto a lo que viví en mi instituto anterior. Tuve el valor suficiente para abandonar mi escondite, erguirme en el asiento y verla, negando todo otra vez.
«Daron no me hace daño. Daron quiere estar conmigo y me trata bien».
—Él siempre me pregunta si quiero seguir —Mis brazos temblaban sin control.
No pareció convencida de lo que le dije. Podía ver pena en sus ojos, similar a la de Rynne cuando no me tomaba tan en serio. Conforme más trataba de excusarme, más sentido empezaba a tener todo lo que Kyla intentaba explicar. Solo que me negué rotundamente a aceptarlo.
Yo me sentía bien y seguro con Daron, quería estar con él tanto como me fuera posible. Yo ya no era un niño con el que uno pudiera escandalizarse. Llegué a pensar que Kyla exageraba con su preocupación.
—Lo hace para librarse de la culpa y la responsabilidad. —añadió con franqueza—. Quiere que tú tengas la última palabra porque así sentirá que no se está aprovechando de la vulnerabilidad de un estudiante.
Aquella respuesta fue como una puñalada directa al pecho. Pensando con lógica me daba cuenta de que tenía razón, pero mi lado emocional me estaba venciendo para no ver la verdad.
—Él me quiere, Kyla... —Lo dije en voz alta para creérmelo.
—Él quiere lo que le das.
Esa idea me destrozó. No quería aceptar que pudiera ser cierto. Lloré nuevamente por la impotencia que sentía en mis adentros. Quizás ella se equivocaba, tal vez creía que me utilizaban porque eso pasaba frecuentemente en el mundo de las relaciones amorosas.
—Al, yo sé que no estás bien —Me abrazó por detrás de los hombros. Acepté su gesto únicamente porque no quería explotar en mitad de la calle y arruinar la única amistad que sentía que era cierta—. Pero eso tampoco es malo. Lo malo es que haya personas que quieran aprovecharse de eso para obtener algo de ti.
—En serio, él me quiere.
Cada vez estaba más convencido de que no era cierto, de que Daron el mujeriego solo sentía atracción y curiosidad por el cuerpo de otro hombre y yo solo fui el afortunado elegido. Dolía mucho que alguien más, ajeno a nuestra relación, lo notara con tanta facilidad. Yo le tuve confianza para que hiciéramos lo que en otro tiempo me generó un trauma aún a sabiendas de que esto era pasajero, pero me resistí a creer.
Me sentí estúpido por haber tenido una pizca de esperanza en algún rincón de mi interior. Lo único que me quedaba y que venía haciendo desde hacía días, era engañarme a mí mismo.
—No le diré a nadie, ¿de acuerdo? —dijo después de un minuto en silencio. Me sobó la espalda—. Solo para que puedas darte cuenta de si realmente te quiere o no.
Asentí, agradecido.
—Estoy segura de que mañana tú mismo querrás delatarlo.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro