Capítulo 23
Fue la primera vez que tuve sexo en un auto. Y aunque resultó incómodo al principio, poco pudo importarme porque estaba haciéndolo con Daron Rynne en el asiento trasero. Los vidrios yacían empañados, el vehículo se movía al ritmo de nuestros movimientos y el bosque ahogaba nuestros fuertes jadeos y placer.
Dolió un poco más que la primera vez que nos acostamos, pues ninguno de los dos planeó este encuentro con anticipación. Él se hallaba encima de mí, hundiendo el rostro en mi hombro, besando mi cuello y jadeando con desespero. Su sudor y el mío se mezclaron al paso de los minutos.
Nuestras manos se entrelazaban junto a mi cabeza, yo enredaba las piernas en la parte baja de su espalda y me sostenía de su hombro para aferrarme tanto como él afirmó estarse aferrando a mí. Era la segunda ocasión que teníamos relaciones y sentí satisfacción al pensar que ya no estaba dándole la espalda y que él quería verme. Tal vez no me observaba con frecuencia, pero nuestros ojos chocaron un par de segundos que fueron suficientes.
Me besó en la boca de forma apasionada más veces de las que pude contar. Mis labios se hincharon y mi lengua se entumeció. Descansamos dejando marcas sobre el cuerpo del otro, aunque fue él quien más saboreó mi piel. Si yo hacía un ruido más fuerte, Daron aumentaba la velocidad, las caricias y el volumen de su voz, que no dejaba de llamarme.
Era increíble lo fácil que me convencía y lo fácil que cedía a casi cada una de sus peticiones. Se sentía una fuerte e inevitable atracción; incluso él era consciente de ello y por eso no se apartaba de mí. Mientras él no tuviera voluntad suficiente para dejarme, yo lo aprovecharía hasta el último momento.
Daron se vino primero. Escondió el rostro a mi lado, se apoyó en mi cuerpo y se mantuvo dentro por unos segundos, dando el último par de estocadas. Su cuerpo hervía tanto como el mío, le hacía falta el aire, me acariciaba con su propio rostro, como si buscara alguna especie de afecto. Nada de eso pareció detener su excitación; era la primera vez que lo veía y sentía así. Sonreí con gusto, sin que Daron ni nadie pudiera mirarme.
Aún con el cansancio dominándole, me hizo terminar de la misma manera que yo lo hice bajo su escritorio la semana anterior. Me cubrí los ojos con ambos brazos, tensando los músculos, dejando que hiciera con mi cuerpo lo que quisiera.
Daron observó mi erección como si hubiera descubierto algo. Se le notó la curiosidad, el asombro y el interés. No vio mi rostro en ningún momento, ya que estaba realmente concentrado en hacerme terminar. Lo consiguió fácilmente un par de minutos más tarde, totalmente extasiado y feliz.
Sin despegar por completo la boca de mi miembro, saboreó con mucho placer lo que días antes le provocó vergüenza probar. Incluso una gota se le escurrió por la barbilla.
Rynne solo necesitaba confiar más en sí mismo para perder el control y mostrar sin pena lo degenerado que podía llegar a ser. Aquello me hizo pensar en si realmente estaba bien que nos involucráramos, pues sorprendía cómo un simple número en la edad de alguien hacía la diferencia entre lo legal e ilegal.
Tener sexo con Daron, en su auto, a las afueras de la ciudad, en medio del bosque y en horario de clases, se hubiera considerado manipulación y rapto tan solo un par de años atrás. Pero como yo tenía diecinueve y quería hacer todo esto, legalmente estaba bien y mi nivel de madurez no importaba en lo absoluto.
Al final nuestros cuerpos se enfriaron por separado. Él se levantó de la incómoda posición en la que estábamos para reacomodarse la camisa, abrocharse los pantalones y limpiarse la boca. Yo permanecí recostado hasta que mi respiración logró controlarse, mirando al techo del auto, pensando en nada. A mí sí que me quitó toda la ropa, por eso demoré unos minutos en colocármela de nuevo.
Una vez que ambos estuvimos listos, volvimos a los asientos de adelante para marcharnos de ahí. Encendió el motor y quitó con la mano la humedad de los vidrios, riéndose a medias. Ya con los retrovisores visibles y el motor caliente, nos dimos un último beso apasionado.
A Daron le gustaban los thrillers, así que elegimos ver una de sus películas favoritas. Nos instalamos en la sala principal de su casa, aquella donde también nos besamos por primera vez, encendimos el televisor y pedimos comida a domicilio.
Comimos pizza y vimos la primera mitad de la película, interrumpidos únicamente por Rynne y su gusto por comentar e incluso mencionar cosas que yo aún no había visto. Sin embargo, no le presté casi nada de atención. Me encontraba absorto en pensamientos, viendo fijo a la televisión, pero con la mente en un lugar tranquilo y feliz.
Daron me rodeaba por los hombros, permitiendo que estuviéramos cerca. Parecíamos una pareja de verdad, él con las piernas estiradas sobre su pequeña mesa de centro y yo con las mías doblegadas y encima del sofá. Recargaba la cabeza en su cuerpo, aunque con gentileza para no hacer de mi emoción algo tan obvio. Temblaba de ansiedad, pues no sabía muy bien qué significaba todo esto.
—¿Quieres una sábana? —preguntó de repente, sin apartar la vista de la película—. La temperatura bajó, ¿no?
Era obvio que había sentido mi cuerpo tiritando, cosa que me avergonzó. Tuve que decirle que sí para no explicarle mis nervios. Se levantó con calma, sin pausar la película. Seguí en la misma posición, queriendo despejarme. Me llevé una mano al pecho, traté de respirar con más calma, repitiéndome que esto no tenía ningún valor importante. Yo solo era la compañía de Daron esa tarde, igual que pudo haberlo sido cualquier chica en el pasado cercano.
—Tú siempre tienes miedo —escuché a mi lado.
Giré la cabeza en cuanto noté aquella voz tan reconocible, sobresaltado. Al otro lado del sofá se encontraba Adam, recto, cómodamente sentado, observando la pantalla frente a nosotros con un gesto inexpresivo; ni siquiera volteó en mi dirección. Por primera vez no era una sombra ni un cadáver, sino el Adam que vi por última vez, con el uniforme puesto, el cabello un poco despeinado y la piel llena de vida.
Mi piel se erizó de golpe, cada uno de mis músculos se tensó. Apenas y conseguí parpadear porque en serio me sorprendí de verlo tan completo y real a la vez. Instintivamente retrocedí, sin quitarle la vista de encima. Mi respiración se volvió audible para alimentar la ansiedad, pero también para controlar mis náuseas.
Abandoné mi asiento lo más rápido que pude.
—No te creo capaz de hacer nada, Alroy. —siguió, ignorando mis movimientos—. Tú siempre tienes miedo.
Daron apareció instantes después para interrumpirnos, con la sábana en las manos. Juntó las cejas en cuanto me vio de pie al lado del sofá, mirando a un lugar en específico. Caminó hacia donde estábamos, viéndome solo a mí. Preguntó en un murmullo si me encontraba bien, después paseó los ojos por el mismo sitio que yo observaba con tanta atención. Adam seguía ahí, imperturbable.
—¿Viste algo? —preguntó de nuevo, inclinando la cabeza y parándose justo al lado de ese otro chico que tanto se parecía a él.
De mi boca no pudo salir un simple sí porque sabía en mi interior que me lo estaba imaginando. Parpadeé un par de veces, intenté ignorar a Adam lo más posible para sugerir algo que me distrajera y alejara del maldito muerto cuanto antes.
—¿Qué era? —Esta vez se puso a examinar el sofá con toda la calma existente—. ¿Una cucaracha?
Movió el cojín donde Adam se recargaba, sin afectarlo en lo absoluto.
«¿Lo ves? No está ahí realmente, no está ahí».
Al ver que Daron lucía cada vez más confundido, solté lo primero que se me ocurrió:
—Vamos a tu habitación, quiero tener sexo contigo otra vez.
Avancé un par de pasos solo para sujetarlo de la muñeca, jalonearlo y conducirlo por el interior de su propia casa antes de permitir que me respondiera.
—De verdad me gustaba esa película... —Se lamentó en broma, siguiéndome de cerca e ignorando por completo cómo me sentía en realidad.
Antes de huir por las escaleras eché una última mirada hacia la sala. Adam ya no estaba sentado, sino de pie y viendo hacia nosotros.
Me escurrieron las lágrimas sin que nadie pudiera verlas. Las sequé cuanto antes, con el dorso del brazo desocupado. Empecé a desabrocharme la camisa del uniforme para disimular lo mal que me encontraba, hasta que llegamos a la habitación y nos encerramos ahí. Esperaba que Adam no pudiera atravesar la puerta para seguir molestándome, por más poderosa que pudiera ser mi imaginación.
Ni siquiera tuve tiempo de ordenar mis pensamientos, pues Daron me tomó por los hombros para abrazarme y besarme. Caímos sobre la cama, con él encima. Apreté los párpados y dejé que hiciera conmigo lo que quisiera, como yo mismo lo había sugerido para despejarme. Sentía que no tenía derecho a cambiar de opinión y tampoco me animaba a hacerlo por temor a que Adam regresara.
Volví a casa en la noche y a la mañana siguiente acudí al instituto como si nada hubiera ocurrido. Eso no evitó que sintiera las consecuencias de Daron en todo el cuerpo; me dolían los muslos, los brazos, la espalda y un poco entre las piernas. Además, mi pecho estaba infestado de marcas rojizas y hasta moretones que afortunadamente pude esconder con la ropa.
Ignoré a Lucien tanto como pude durante las clases, ya que no dejaba de murmurar chistes acerca de lo que los profesores decían. No sabía si existía alguna condición de por medio, pero Lucien tomaba todas las materias sin ausentarse ni una hora, contrario a lo que pasaba en nuestra otra escuela. Incluso siendo de nuevo ingreso, parecía llevar más días de asistencia que yo. Los demás compañeros y las chicas también le hablaban como si fuera uno más y siempre lo hubieran conocido, cosa que a mí no me sucedió.
—Verte en clase es como ver a un animal extinto —Se burló, sin quitar la vista de la pizarra—. Y aún con eso, dicen que eres de los mejores cinco estudiantes.
Sujeté el bolígrafo con un poco más de fuerza, pausando la escritura de mis apuntes para meditar sus palabras con mayor detenimiento. Lo miré de reojo, después solté un indiferente "ah, ¿sí?" que provocó una ligera curva en sus labios.
Lucien no mentía del todo. Yo siempre fui buen estudiante y eso ni siquiera las faltas o el acoso lo impidieron. En general resultaba sencillo; los exámenes se resolvían descubriendo patrones, no tenía distracciones ni amigos, y los profesores no dejaban proyectos laboriosos. Incluso mi memoria solía ser buena antes de que el incendio separara mis recuerdos de lo que alguna vez fui.
—Veo que eres de pocos amigos —comentó después de un minuto sin interrupciones—. ¿Tienes algo qué hacer para este receso?
Tensé un poco los labios, volví a posar los ojos sobre él. Sabía cómo comenzaba esa historia. Pasó con Adam, pasó con Daron y no quería que ocurriera por tercera ocasión. Ya no quería depender de nadie que se hubiera tratado de ganar mi confianza de forma inofensiva. Respiré profundo, pensé en mi respuesta mientras miraba hacia el techo.
—¿Qué quieres hacer? —Fue mi contestación, esperando que sirviera para no aceptar a ciegas.
—Ya sabes... —Hizo un ademán con la mano para simular que fumaba—. Y ponernos al día.
Su trato tan familiar conmigo me causaba incomodidad, pero no pude evitar que la curiosidad me llamara al escuchar sus últimas palabras. ¿Se refería a lo que pasó después de que dejé la escuela? ¿Qué podía saber él sobre las personas que me molestaban? Honestamente quería descubrir hasta el último detalle, aunque eso pudiera torturarme aún más devolviéndome al pasado.
—Bien. —Me limité a decir, desviando la vista hacia la clase.
El siguiente par de horas pasó bastante rápido, en especial porque me distraje pensando en mi futura charla con Lucien. Tomé apuntes en automático, agité una de las piernas por la ansiedad, le di cien vueltas al asunto con cierto agobio. ¿Realmente me contaría sobre algo que quisiera escuchar? Porque no me sentía con ánimos de oír lo bien que le estaba yendo a mis acosadores.
Una vez que el timbre del receso sonó, Lucien me hizo una seña con la cabeza para que nos fuéramos. Me despedí de las chicas en apenas un movimiento de manos, hasta que Kyla me detuvo por un corto momento para preguntarme a dónde iba y si todo estaba bien.
—Solo andaremos por ahí. —Le dije a la brevedad—. No conocemos muy bien las instalaciones.
Y en parte no mentía. Era mejor que creyera que estaba haciéndome de nuevos amigos también, tal y como en varias de sus pláticas me sugirió. Me sonrió con ligereza antes de dejar que me fuera, no sin antes pedirme un pequeño favor; si me cruzaba con nuestro asesor, que le avisara por mensaje porque tenía un recado pendiente que darle.
Iba a sugerirle que fuera a buscarlo a su oficina porque casi el 90% de las veces se encontraba ahí en los recesos, pero me retracté por una pequeña espina mental. No quería encontrarme con el mismo escenario del día anterior; el de Daron hablando cálidamente con Lucien. Me inquietaba que la oficina donde yo me sentía seguro fuera ocupada por más estudiantes cuando yo necesitara estar a solas ahí. Le dije a Kyla que me encargaría de buscarlo yo mismo por ella.
Después seguí a Lucien, callado en todo momento. Me mantuve un par de metros alejado, pero siempre observando a su espalda y escuchando sus breves comentarios que no decían realmente nada interesante. Ignoramos al resto de los estudiantes y finalmente salimos por una de las puertas traseras sin que nadie nos viera.
Caminamos unos cuantos metros para alejarnos de los inmensos contenedores de basura y nos sentamos en el suelo de concreto, recargados en la reja que marcaba el fin del territorio de la escuela. Lucien estiró las piernas al frente, rebuscó en uno de sus bolsillos y sacó una cajetilla de cigarros. Se llevó uno a la boca, después me tendió el resto para que fumara con él. Igual que con Daron, acepté sin renegar.
—Normalmente a los miedosos como tú les tiembla demasiado la mano cuando intentan fumar donde no deben —comentó, pasándome el encendedor—. Pero tú actúas como si lo hubieras hecho muchas veces.
Como venía pensando anteriormente, mis nervios se inclinaban más hacia el desenlace de nuestra plática que por pasar el rato con otro estudiante problemático del instituto. La sensación de su compañía se percibió muy diferente a la de hace años. ¿Quién diría que alguien como yo estaría relacionándose con el chico más intimidante de todos?
Lucien tomó la iniciativa de iniciar la conversación. Tal y como se lo propuso, me habló de nuestro viejo instituto y de las cosas que pasaron después de que me fui por completo. Lo escuché atentamente sin interrumpirle ni una vez, esperando oír todos esos nombres que yo tenía grabados en cada una de las cicatrices de mis brazos.
Dos de mis principales abusadores estudiaban en la misma universidad y seguían siendo buenos amigos. Otro iba a una universidad distinta y del cuarto no se sabía gran cosa. Si acaso que estaba de empleado en alguna tienda local.
—Y bueno, no podía faltar el estúpido muerto que quiso pagar primero —siguió, conteniendo una sonrisa—. ¿Qué te puedo decir? Yo solo vi el incendio desde mi ventana.
Al principio no pude reaccionar. Todo mi cuerpo se tensó en automático, como si hubiera recuperado una memoria antes que mi cerebro. Junté las cejas, seguí escuchándole de fondo mientras intentaba interpretar sus palabras.
—¿Tú lo...? —murmuré, pero no pude terminar.
—Éramos vecinos. —soltó, llevándose una mano tras la nuca y alzando el rostro al cielo para soltar el humo de sus pulmones—. Vivía en la casa de enfrente.
Su revelación me sorprendió con creces. Mis párpados se abrieron más de la cuenta, mirándole. Fui incapaz de hablar; la lengua se me quedó trabada en el interior de mi boca. Las piernas me temblaron con ligereza.
—También sabía que tú y él se veían después de clases —siguió, como si mi reacción no le importara en lo más mínimo—. ¿Por qué te dejabas utilizar así? ¿Te obligaba?
Se me formó un pesado nudo en la garganta, mis ojos se humedecieron de forma inevitable. Por alguna razón me inquietó mucho que él supiera de mi relación con Adam. Todos estos años pensé que lo habíamos ocultado bien, que me llevaría el secreto a la tumba y que él siempre sería para el resto una víctima más de suicidio por acoso escolar.
Tampoco pude contestar mentalmente a su segunda pregunta a causa de lo mal que me estaba haciendo sentir.
—¿Te soy honesto? Odiaba a ese tipo —No le podía parar la boca—. Cada vez que me lo cruzaba me daban ganas de golpearlo, aunque a todo el mundo le agradara.
Me quemé los dedos porque no me di cuenta de lo rápido que se consumió mi cigarrillo, pero ese dolor ni siquiera se comparó con el que se manifestaba en mi interior.
«No llores, Alroy. No llores o no acabará de hablar».
Antes de que pudiera verme hacerlo, me dispuse a salir de ahí. Mis piernas flaqueaban y seguramente tropecé al levantarme, pero no podía soportar un minuto más junto a Lucien. Su insensibilidad era demasiado dañina y confusa, tanto, que después de este encuentro tan breve estaba más que seguro de que no quería hablar nunca más con él.
—Por fortuna nadie intervino cuando finalmente lo hice —Y sin más, cerró los ojos y se dejó caer en el concreto para recostarse en su suciedad.
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