Capítulo 16
Aproveché mi descanso del instituto para planificar y llevar a cabo la visita a casa de mi padre. Para eso reuní toda la información posible gracias a Tyler, que no tenía ni la menor preocupación por compartir en sus redes sociales datos como la ciudad donde vivía y la universidad donde estudiaba.
Él sería el puente que me llevaría hasta su familia.
El lunes y el martes revisé sus perfiles para ver si había nuevas actualizaciones; nada que me fuera útil. Recopilé todo en el bloc de notas de mi celular, incluso las preguntas que planeaba realizarle a mi padre en cuanto lo viera. El resto de esos dos días solo me di tiempo para dormir, pensar poco y volver a ver las fotografías de la familia por la que fui reemplazado.
Tuve fuertes impulsos de hacerme daño de nuevo, deseando que el dolor físico sobrepasara al emocional, pero logré contenerme. No quería aparecer frente a su puerta con una imagen lamentable ni probarle así que jamás me recuperé.
Me dije mentalmente que todo saldría bien, sin importar cualquier resultado. Ya había hecho suficiente con buscar a mi padre para hablar. Si él se rehusaba, de igual forma no iba a perder nada que no tuviera. Él ni siquiera participaba en mi cotidianidad, salvo para atormentarme con los malos recuerdos y las ilusiones de mi cabeza.
Con eso en mente, el miércoles llegó sin dificultades y con ello, la siguiente parte de mi plan.
Mamá se despidió de mí a las ocho de la mañana para ir al trabajo. Volvería para la cena, así que yo tendría bastante tiempo libre y a solas. Esa semana era mi única oportunidad antes de volver al instituto, así que debía aprovechar cada instante y explotarlo hasta el fin, hasta que ya no quedara nada.
Después de asegurarme que ella estuviera fuera, me vestí a prisa. Pantalones holgados, suéter con capucha negra para cubrir lo llamativo de mi cabello, mi celular y un par de billetes para tomar el autobús. La noche anterior revisé la ruta más corta para ir desde la estación hasta la universidad de Tyler, donde esperaba encontrarlo y posteriormente seguirlo.
Salí con los auriculares puestos, escuchando música que tenía mucho tiempo sin reproducir. Caminé hasta la estación más cercana, sin prestarle el mínimo de atención a las cosas, y abordé el metro para llegar a la estación de autobuses que me llevaría a la ciudad vecina.
Los vagones estaban casi vacíos, lo que me brindó tranquilidad por una parte corta del trayecto. Me senté cerca de las puertas y esperé, revisando el celular por si aparecía algo interesante. Agité una de las piernas durante todo el camino, ansioso. Tenía un pesado nudo en el estómago y mi respiración pesaba a cada inhalación.
Intenté tranquilizarme, diciendo que hacía lo correcto. El método de seguir al otro hijo de mi padre hasta su casa quizás no era la forma adecuada de arreglar las cosas, pero mi desesperación no veía alternativas más rápidas y eficaces. Podía meterme en graves problemas, pero a cambio sabría más de la persona que comenzó con todo ese desprecio que me tenía a mí mismo.
Imaginé su reacción al verme. Mi corazón quería que fuese emotiva como en las películas, pero mi raciocinio repitió una y otra vez que estaba siendo demasiado iluso. Lo único que no quería, definitivamente, era que la situación se tornase violenta. Yo no era capaz de controlar mis reacciones cuando de frustración o presión se trataba, pero eso muy posiblemente lo heredé de él.
Salí del metro con calma, viendo el celular en todo momento por si alguien en esa familia actualizaba sus redes. Caminé por inercia hasta la estación de autobuses, que se ubicaba a tan solo un par de cuadras. Compré el boleto para ir a la ciudad vecina y en menos de diez minutos abordé. No éramos muchas personas, pero sí las suficientes para que esos buses salieran cada media hora.
Me senté junto a la ventana para contemplar todo el trayecto. Ver el exterior ayudaría a que me tranquilizara, pensara con más frialdad, organizara mis ideas y se redujera mi ansiedad. Cada vez me acercaba más a mi padre y hermanos. Iba a conocerlos, sabrían de mi existencia, intercambiaríamos palabras. Mi emoción, que no sabía si era positiva o negativa, incrementó.
Según el mapa de mi celular, solo tendría que caminar por veinte minutos para llegar hasta la universidad de Tyler. Y así lo hice en cuanto puse un pie en la ciudad, a prisa, sin ganas de perder el tiempo. Cada paso que daba me brindaba más seguridad; ya había llegado hasta ahí, ¿cierto? No iba a marcharme con las manos vacías.
Llegué sin contratiempos, acompañado únicamente de la música que sonaba cerca de mis oídos. Las instalaciones eran enormes, con un gran jardín rodeándolas. Decenas de estudiantes descansaban sobre el césped y bajo los árboles, solos o en grupos, riendo o simplemente conversando.
Pasé sin inconvenientes, como si fuera un estudiante más. Tal y como sucedía desde siempre, nadie me prestó atención. Me paseé con facilidad por los alrededores, buscando el rostro de Tyler, que ya tenía bien memorizado en muchos de sus ángulos.
No esperaba topármelo tan fácilmente. Después de todo, había muchas personas deambulando por los alrededores y era pleno horario de clases. Pero ocurrió. Y con una facilidad tan grande, que pensé en automático que el destino quería que viera a mi padre ese mismo día, tal y como me lo propuse.
Yo caminaba cerca del edificio principal cuando él apareció, saliendo justamente por una de las puertas. Venía acompañado de otras dos personas, en mitad de una cálida conversación. Caminaban aprisa entre risas y ligeros empujones. Sonreía con amplitud y su rostro rebozaba de brillo y vida.
Sentí un regocijo, incluso náuseas. Verlo en persona fue muy diferente a hacerlo en fotografías, tras una pantalla. Era tal y como lo había visto; un joven aparentemente feliz, con una estabilidad mejor que la mía. Mi papá lo había criado bien y no podía evitar sentir envidia por eso, envidia porque vivía con la tranquilidad que yo también creí merecer.
Comencé a seguirlo, manteniendo cierta distancia, observándolo en todo momento para que no se extraviara de mí. Escuché parte de su conversación, banal en su mayoría. Las clases de ese día terminaron temprano, así que iría a casa para adelantar tareas y salir en la noche, como acordaron. Frases y planes de un joven adulto, universitario y común.
Los tres chicos salieron de las instalaciones, sin percatarse en ningún momento de mi presencia. Avanzaron solo unos pocos metros para llegar a una pequeña base de bus en la esquina. Tyler se formó y los otros chicos se quedaron de pie a su lado. Permanecí cerca de un poste, esperando a que un par de personas más se formaran detrás y me mantuvieran lo suficientemente alejado.
Sus amigos no iban a tomar el mismo camino. Se despidieron pronto y se marcharon por la misma calle. Nos quedamos únicamente él y yo. Nadie más vino a esperar el autobús, así que no tuve más opción que acercarme. Caminé con duda, temblando de las piernas. Guardé las manos en los bolsillos de mi sudadera para que se calentaran, agachando el rostro.
Tyler me miró en cuanto me detuve a un metro de él. Nuestras miradas conectaron por un instante que percibí eterno. Los mismos ojos que yo, claros como el agua. La misma curva de la nariz, que también compartíamos con mi padre. En ese momento el aire en mis pulmones se redujo de manera asfixiante, el pecho me dolió.
Afortunadamente él no se dio cuenta, pues volvió la vista hacia la calle, concentrado en la pronta llegada del bus. La puerta se abrió y ambos entramos en silencio, como los desconocidos que éramos. Él tomó asiento en la parte trasera y yo me senté hasta adelante, evitando sospechas. Lo observaría por el espejo cóncavo de la esquina.
Nunca había tenido un hermano. La sensación era extraña, pero cálida. Una mezcla entre la felicidad y la ira. Felicidad porque toda la vida me sentí solo y en realidad existían otros dos chicos en mi minúscula familia. Ira porque no podía perdonarle a mi padre que me privara de conocerlos y acompañarme. Tyler y Dylan no eran culpables por nacer. Los tres éramos víctimas de la misma persona.
Quería hablar con mis hermanos menores también, aunque pudiera salir mal. No podía dejar que papá se saliera con la suya.
Después de quince minutos acumulando rencores, Tyler se preparó para bajar. Caminó con cuidado hacia la puerta trasera y esperó. Yo me preparé para hacer lo mismo, pero dejaría que el bus avanzara unos cuantos metros más.
En cuanto Tyler salió, caminando en dirección opuesta, y el transporte volvió a andar en marcha, me puse de pie a toda prisa y me acerqué al conductor.
—Disculpe, acabo de darme cuenta de que también bajaba allá atrás —Elevé un poco la voz, con los nervios en la garganta—. Lo siento, es la primera vez que uso este transporte.
El conductor fue muy amable al detenerse, pero pidió que me apresurara porque tenía prohibido parar en sitios que no fueran una base. Le agradecí y obedecí, satisfecho de que mi plan estuviera dando resultado.
Una vez en la calle, busqué a Tyler con ligera desesperación. Se encontraba aproximadamente a unos veinte metros. Me apresuré para no perderlo de vista, cuidando mis propios pasos. Dobló a la izquierda para adentrarse en las casas del vecindario.
Eran mucho más amplias que en la ciudad. Con grandes jardines que parecían bazares de chatarra, calles repletas de árboles, viento frío, silencio y escaso movimiento. Daba un poco de miedo, debía reconocer.
Finalmente se detuvo en su casa. Sabía que era esa porque caminó tranquilamente por el jardín, sacó unas llaves de su bolsillo y entró. Era momento de acercarme a la vivienda de mi padre, buscarlo, reclamar.
Me paré enfrente, sobre la acera. Miré fijo hacia su hogar, sorprendido por el gran parentesco que tenía con uno de mis sueños recurrentes. Sobre el césped y la tierra estaba estacionada la camioneta de mi padre, la misma que conducía desde mi infancia. El tiempo la desgastó, pero parecía seguir funcionando.
«Él está ahí».
Solo había una forma de comprobar mi corazonada. Empuñé las manos, aguanté la respiración, cerré los ojos y me dije a mí mismo que lo hiciera, que tocara a la puerta, que lo buscara o al menos revelara al resto de su otra familia quién era yo.
Mientras más me lo repetía, más me acercaba a la entrada. Nada malo iba a suceder, o al menos nada que me matara. Estaba listo. Tenía que estarlo. Ya había llegado demasiado lejos como para retractarme justo en la puerta. ¿Qué iba a perder, de todas formas?
Fue en ese instante cuando me atreví a dar el gran paso. El índice tocó al timbre de manera inevitable. Quería vomitar, correr, fingir que me había equivocado de casa para no enfrentar el problema; por eso me retracté en menos de cinco segundos.
Di media vuelta y bajé de las escaleras principales tan pronto como me fue posible. Con el cuerpo tenso, traté de marcharme por el mismo camino por el que llegué, pero la puerta me interrumpió al abrirse tras mi espalda.
—¿Necesitas algo? —exclamó mi hermano.
—Me equivoqué de casa, lo siento. —Miré hacia atrás solo por un segundo, sin saber que eso me costaría demasiado.
Oí que se aproximaba, pidiendo que esperara un momento. No lo hice hasta que él mismo abrió la boca.
—Eres el chico del bus, ¿no? —mencionó, acercándose cada vez más—. ¿Me has seguido hasta acá?
El corazón me palpitaba con fuerza en los oídos. Traté de ignorarlo, principalmente por el miedo de haber sido descubierto así. Solo tenía dos opciones: Correr o decirle la verdad. Y la primera opción parecía más tentadora.
—¿Por qué me seguiste? —Me tomó del brazo y me giró con cierta agresividad para que finalmente pudiéramos vernos.
El gorro de mi sudadera cayó, exponiendo mi apariencia. Ya no podía huir.
—Es que yo... —titubeé, entre murmullos. Volvimos a vernos a los ojos, esta vez con algo de sorpresa y mutuo interés—. Vine porque...
Pero no me salieron las palabras, el pánico de la situación las atascó. Tyler frunció el entrecejo, acercándome más a él, arrastrándome casi de vuelta a su casa. Volvió a pedirme que hablara, con un poco menos de brusquedad que al inicio.
Abrí la boca, dispuesto a inventarme alguna excusa que pudiera liberarme. Sin embargo, y justo cuando desviaba la vista para no sentirme tan intimidado, vi a mi padre observando la escena desde la entrada.
Fue como si el pánico hubiese desaparecido de golpe y el rencor tomara su lugar. Mi objetivo estaba casi completo. La sangre me hirvió y con ello, volvió una temporal y fingida seguridad. Podía acabar con mis dilemas; la oportunidad por fin llegó.
—Soy tu hermano. —revelé.
Tyler me soltó con un fuerte empujón tan pronto como me escuchó decirle aquello. En su rostro se notó una evidente confusión. Mientras me tambaleaba para no caer a causa de un repentino mareo, mi padre se acercó con rapidez hasta nosotros.
—¿Qué está pasando? —preguntó, sujetando a Tyler por el hombro. Me observó con intriga y molestia.
—Dile, papá. —Alcé la voz, permitiendo que me viera.
Era la primera vez que le dirigía la palabra en más de diez años y al parecer lo supo sin que tuviera que añadir ningún tipo de explicación. Si la sorpresa de Tyler fue grande y evidente, la de mi padre se multiplicó por tres.
De inmediato, y sin quitarme los ojos de encima, puso una mano por enfrente de su otro hijo y lo obligó a retroceder.
—Entra en la casa. —ordenó, con severidad—. ¡Ya!
Esa última exclamación nos sobresaltó. Tyler intentó encontrar una explicación a lo que sucedía, pero el hombre lo empujó de nuevo para que hiciera caso. Mi hermano se marchó en ese momento, mirando de vez en cuando por encima de su hombro, con la preocupación y la confusión en la cara.
En cuanto cerró la puerta tras de sí, mi padre y yo tuvimos nuestro tan esperado reencuentro.
—Vete, Alroy.
No íbamos a abrazarnos, ni a conversar, ni a solucionar nada. Mis pocas esperanzas se rompieron con esas dos palabras, pero no dolió demasiado. En su lugar, mi ira se alimentó; era momento de soltar los reclamos que venía acumulando por casi una vida entera.
— ¿Por qué nos dejaste? —solté, con la voz quebrada y los ojos húmedos.
—Vete ahora mismo o voy a llamar a la policía. —contestó, con la misma seriedad con la que siempre se dirigió a mí.
Tenía canas y arrugas que no recordaba, pero, después de todo, habían pasado alrededor de doce años de ausencia. Lo único que no cambió fue su odio hacia mí. Sus gestos y el tono de su voz eran exactamente iguales a los de ese entonces.
—¿Por qué nos remplazaste por otra familia? —Señalé hacia su casa con la vista.
Él suspiró antes de empujarme igual que a Tyler, logrando que retrocediera. Su rostro, enrojecido por el coraje, me indicó que las cosas iban a salir mucho peores de lo que imaginaba. Y no precisamente porque fuera capaz de golpearme o provocar que me arrestaran, sino por la verdad que escupió.
—¿No lo entiendes, Alroy? —Alzó la voz, casi en un grito—. ¡Tú y esa mujer son la otra familia!
No quise creerle, pese a que su comentario fuera cierto. Permanecí quieto, con la respiración bastante acelerada y las mejillas húmedas, viéndolo fijamente, temeroso, analizando toda esa información que ignoré a conveniencia.
Mi padre decía la verdad; yo fui el que interfirió en su verdadera familia. Lo supe desde que leí la fecha de nacimiento de Tyler en Facebook, que probaba ser mayor que yo por casi un año. Yo sobraba, junto a mi madre, a pesar de que mereciera el mismo afecto.
—Pero sigo siendo tu hijo... —dije, soportando la fuerte presión en el pecho.
Él hizo una rápida negación de cabeza, avanzando un paso y consiguiendo que yo retrocediera con miedo.
—Yo no soy padre de ningún monstruo.
Esa oración, tan breve pero muy hiriente, fragmentó lo último que me quedaba del recuerdo de una infancia feliz. No pude añadir nada más para tratar de convencerlo. Mis esfuerzos y esperanzas se esfumaron de golpe para dar entrada a la tristeza... y a la incontrolable frustración.
Escuché de nuevo la amenaza de mi padre sobre llamar a la policía si no me iba en ese momento, pero no pude reaccionar con normalidad. Permanecí firme sobre la tierra, con el cuerpo rígido, la mirada perdida y los oídos cada vez más enfocados en las oscuras palabras de mi mente.
Una vez más aparecieron los recuerdos de una infancia dura a su lado. Él ahogándome en la bañera, el cadáver del gato, sus manos llenas de sangre y claro, esa difusa visión donde él me agitaba por los hombros mientras la casa de Adam se incendiaba.
«Tú eres el verdadero monstruo, papá».
Mi repentino silencio causó que me empujara otra vez. Reaccioné a cambio de no expresar abiertamente lo que pensaba de él. Aquella brusquedad con la que fui tratado sirvió para que supiera que lo mejor era irme, así que di media vuelta y me dirigí a la salida, sin mirar atrás ni por un instante.
No podía respirar, me sudaba la frente, me hervía la cabeza, mis manos temblaban. El llanto fue imparable, como el fuerte sofoco de mis pulmones. Cada paso era más pesado, difuso y extraño, igual que lo que percibía en mis adentros. De nuevo la consciencia comenzó a desprenderse de mi cerebro sin que lo pudiera controlar.
—Cobarde. —Escuché la voz de Adam, al otro lado de la acera.
Alcé la cabeza tan pronto lo oí, con las pocas fuerzas que me quedaban. No vi a la sombra ni al cadáver calcinado; estaba tan solo como al principio. Tensé los labios, apreté los puños y traté de ignorar cualquier cosa relacionada con Adam. Pero no resultó.
«Va a suceder».
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