Capítulo 10
En la mañana del lunes le dije a mi madre que no iría al instituto porque me sentía enfermo. Pero aunque ella hubiese accedido bajo el argumento de que tomarme descansos del exterior era lo mejor, me retracté de último momento y al final sí fui.
Durante todo el trayecto no dejé de sentirme nervioso y afligido. Jugueteé con los dedos, agité una de las piernas, miré hacia la ventana para apretar los labios sin que mi madre se percatara, aunque no funcionó. Me preguntó si realmente me sentía bien y si no quería que volviéramos. Yo me rehusé bajo la excusa de que solo eran leves síntomas de gripe y que, si al final empeoraba, yo mismo volvería a casa para descansar.
No podía dejar de pensar en que vería a Daron después de un caótico encuentro el fin de semana. Tenía bastante miedo de lo que pudiera suceder cuando nos viéramos las caras. ¿Sería capaz de reconocerme sin el disfraz? ¿Iba a poder fingir que nada sucedió entre nosotros? Porque fueron horas constantes de imaginar que le revelaría todo para calmar mi culpa.
¿Cómo iba a reaccionar cuando lo supiera? ¿Existía una forma mejor de hablar del asunto sin que nadie saliera herido? Al menos para esta última pregunta creé más de un posible escenario. Si las circunstancias en el instituto me favorecían, podía realizar una prueba y dejar que el destino se hiciera cargo de lo demás.
—¿Cómo te has sentido en el instituto, Alroy? —Me interrumpió mi madre, sin despegar la vista del camino.
Era el mejor en el que había estado y claramente se lo dije. No porque me gustase Rynne, sino porque por fin me sentía incluido, tenía amigas y nadie me molestaba dentro o fuera del aula. Me encontraba en paz —excluyendo el tema de mi profesor— y la concentración en mis estudios incrementó.
Mi madre sonrió al escucharme; yo me sentí más relajado gracias a su intento de conversación. Volvió a repetir que, si no me gustaba, siempre podíamos buscar nuevas opciones.
—Podemos mudarnos si quieres —añadió—. Ni siquiera tu padre nos detiene.
Ellos se separaron cuando yo tenía ocho años; nunca hubo matrimonio. Los motivos jamás me resultaron claros, pero siempre recordaba los constantes señalamientos con la mano que él realizaba hacia mí durante sus discusiones. A veces escuchaba directamente mi nombre, otras veces él me miraba con rencor para expresarlo todo.
Mamá me contó que hubo un tiempo durante su relación donde él no nos permitía salir; mis primeros años de primaria fui educado en casa gracias a esa orden. Mi adaptación al mundo se dio más lenta de lo normal.
Jamás estuvo en mi vida, ni siquiera para mantenerme. Lo único que me quedaba de mi propio padre era su rostro en mis pesadillas, reclamándome sobre cualquier cosa, usando las mismas palabras. E irónicamente yo siempre me reía. ¿Qué reclamos tendría un hombre tan irresponsable hacia un niño?
Yo no lo encerré, ni le grité, ni lo ignoré. Él hizo todo eso y algo mucho peor; él nos remplazó.
Agradecía que viviera en la ciudad de al lado para no tener que cruzármelo ni a él, ni a su otra familia, cuyos hijos de alguna forma también eran parte de mí. Saber que tenía hermanos —cuyos nombres no conocía— era realmente extraño, así que preferí nunca considerarlos como tal.
—Me gusta aquí. —contesté yo en un murmullo.
En especial porque tenía nuevos intereses. Intereses un poco dañinos que realmente necesitaba profundizar. No me sentía tranquilo dejando las cosas incompletas.
Porque si de algo sirvió lo que pasó esa noche del sábado, fue exactamente para encontrar un nuevo propósito. Todavía no estaba muy seguro de cuál era, pero mi profesor de Ética era parte de él. Pensar al respecto me aterraba tanto como emocionaba, ya que era la primera vez que me atrevía a apreciar a alguien de esta forma.
Rynne me atrajo en un inicio como el sustituto de Adam y terminó siendo bastante mejor. Era un hombre compresivo, amable y atento que se preocupaba por mí a pesar de que solo fuera su estudiante. Nadie fue así conmigo, por eso me sentía tan culpable de ocultarle la verdad.
Una voz interior insistió en que le confesara todo cuanto antes, pero no era tan sencillo.
Tenía miedo de que nada funcionara a causa de mis propios impulsos, pues la desesperación a veces me hacía cometer imprudencias, algunas más graves que otras. No podía echarlo a perder, sobre todo porque era incapaz de asumir consecuencias que no siempre lograba recordar.
Con eso en mente llegué al instituto. Me despedí rápidamente de mi madre y entré junto con el resto de estudiantes. Agaché la cabeza, miré mis propios pasos, medité con cuidado todo lo que tenía que hacer y lo que no. Mis manos temblaban en el interior de mis bolsillos, respiraba con un poco de inquietud.
Kyla y sus amigas me saludaron con entusiasmo una vez que aparecí en el aula. Me senté en el mismo lugar de siempre y volví a sumirme en pensamientos mientras fingía que escuchaba sus anécdotas del sábado. Formé parte de varias de sus oraciones, pero no se detuvieron mucho en mí; si acaso bromearon un poco con mi disfraz y mi repentina desaparición.
Diez minutos después apareció Daron, saludando con energía e invitando a todos los presentes a recuperar el orden y el silencio. Lucía bastante normal y tranquilo, como si solo existiera para dar clases y no tuviera una vida privada.
Encogido de hombros, lo observé con discreción. El corazón se me aceleró de golpe y mis mejillas se percibieron cada vez más calientes. Traté de controlar mi respiración y lucir lo más normal posible, pero los recuerdos no me dejaron hacerlo muy bien.
No podía dejar de mirar su rostro y rememorar cada una de nuestras acciones. Había probado sus labios, olido su piel, tocado su intimidad. Las sensaciones placenteras me recorrieron de pies a cabeza, provocando cosquilleos en mi pecho y estómago.
Mantuve las manos quietas bajo el pupitre para que dejasen de temblar. Mis piernas se agitaron ansiosas, el aire lentamente me hizo falta. Rynne se giró hacia el pizarrón para anotar parte de la actividad del día, explicándola en voz alta. Yo no pude prestarle la atención suficiente por concentrarme en mi tranquilidad, algo que notó un par de minutos después, cuando puso una hoja en blanco sobre mi pupitre.
—¿Todo en orden? —Apoyó la mano en la hoja, inclinó un poco el rostro para verme mejor.
Observé de reojo a los alrededores, creyendo que estábamos llamando la atención. Mis compañeros escribían y conversaban con cierto ánimo como parte de la actividad del día, ignorándonos a los dos.
Encogido de hombros, miré en otra dirección. Asentí como respuesta, en un movimiento muy ligero. Tragué saliva, evadí su cercanía tanto como me fue posible. Vi que sus dedos se movieron con cierta impaciencia, sentí su mirada fija sobre mí.
—Bueno, cuéntame sobre lo que has pensado escribir.
La vergüenza pronto se me subió a la cara, pues no tenía ni la más remota idea de lo que debía hacer. Tras varios segundos de silencio incómodo, Rynne soltó un corto suspiro y se apartó un poco.
—¿Necesitas otro lugar para concentrarte? —preguntó, enarcando las cejas, manifestando cierta preocupación—. Si el ruido de aquí es excesivo, puedes hacer la actividad en mi oficina.
Las múltiples voces del aula no me molestaban, aunque fueran más escandalosas que otros días. Sin embargo, era mejor que Rynne asumiera cualquier cosa sobre mí antes de saber que en realidad me encontraba aturdido y distante por él.
Iba a responder que me hallaba bien, pero de mi boca no salieron palabras. En su lugar, alcé el rostro, lo miré fijo e hice un breve movimiento que expresó todo lo contrario a mi voluntad. El Sr. Rynne sonrió con sutileza, entrecerró los ojos y me pidió que fuera con él.
A pesar de que deseara explicarle que malinterpretó mi gesto, no tuve el valor suficiente de rechazar la invitación. Me costaba mucho negarme a las cosas, decir que no; eso sin dudas me trajo decenas de consecuencias que jamás hubiese querido vivir.
Me levanté de la silla, tomé la hoja de mi mesa y con la cabeza agachada caminé hasta él. Sujetó mi hombro solo por un instante antes de anunciarle al resto que volvería en unos minutos para revisar los trabajos de manera grupal.
Recorrimos el mismo camino solitario, aunque esta vez él no se adelantó. Esperó a que mi paso se asemejara al suyo para que camináramos juntos. Creí que el silencio me mantendría a salvo de sus interrogantes, pero a Rynne en serio le gustaba convivir con sus alumnos.
—Entonces, Alroy, ¿qué has pensado para la universidad? —rompió con el silencio, mirándome de reojo.
Su pregunta me tomó desprevenido. Apreté los puños, me cohibí sin dejar de andar. Nunca había pensado al respecto.
En ese momento me resultó sorprendente darme cuenta de que, si no hubiera perdido el año escolar a causa de mi aislamiento, justo estaría cursando el primer semestre. Para mí el tema de la universidad era algo lejano e improbable, ya que durante toda mi adolescencia jamás fui capaz de ver mi propio futuro y en el presente seguía siendo así.
A diario imaginaba que moriría, pero ninguno de mis días se sentía como el último. Ni siquiera tenía motivación suficiente para eso; solo esperaba a que ocurriera. Por eso nunca pensé en la universidad, en tener una relación, en casarme, trabajar o tener familia. Yo me veía solo. Solo y muerto. O quizás a salvo en un hospital, como sucedió en más de una ocasión.
—Nada.
Rynne me observó con un poco más de cuidado. Preguntó si no tenía alguna carrera que me gustara o alguna habilidad que pudiera facilitar mi elección. A ambas cosas respondí con una tajante negación.
El rostro de Rynne volvió a lucir intranquilo, pero también apagado. No supo qué más decir hasta que llegamos nuevamente a su oficina. Me invitó a pasar y a sentarme en su silla al otro lado del escritorio.
—Tengo que seguir en clase, Alroy, pero en cuanto termine vendré —avisó, forzando una media sonrisa—. Por mientras, voy a pedirte que realices algunos test vocacionales en internet, que escribas en la hoja todos los resultados y que señales cuáles te gusta más, ¿ok?
Asentí, no muy convencido.
Durante su ausencia hice todo lo que me pidió. Al ya no verlo ni escucharlo, fue un poco más sencillo concentrarme. Anoté los resultados de al menos seis test, sin estar del todo atraído por alguna opción. Todas eran demasiado diferentes y eso me confundía.
En un resultado podía estar medicina con el mismo porcentaje que artes. Y en otro podía ser leyes o matemáticas. Fue como si me dijeran que era habilidoso en casi cualquier área, pero para mí era más bien una demostración de que yo no estaba seguro de ninguna cosa en mi vida.
Una vez que me aburrí de contestar decenas de preguntas repetitivas, puse videos aleatorios en YouTube y esperé a que el Sr. Rynne regresara. Di vueltas en la silla, jugueteé con varios de sus papeles y al final, cuando ya me hallaba entretenido con los videos, fui interrumpido por Daron.
Saludó con entusiasmo, alzando su única mano desocupada. En la otra cargaba un café humeante y un paquete de galletas que sostenía con dos dedos.
Me levanté casi en ese instante, pero él pidió que no me moviera de mi sitio. Dejó sus cosas sobre el escritorio y tomó una silla que tenía cerca de la puerta. La colocó frente a mí antes de sentarse, conmigo observando cada uno de sus movimientos.
—En dos minutos comienza el receso —anunció—. Terminé un poco más temprano, así que podemos revisar tu actividad.
Antes de que pudiera hacer o decir cualquier cosa, Rynne extendió el brazo en mi dirección, ofreciéndome las galletas. Dijo que las trajo para mí, igual que el jugo de naranja que guardaba en su maletín y que también buscó para ofrecérmelo.
No pude aceptar el regalo de inmediato. Antes de recibirlo de sus propias manos, saqué uno de mis pocos billetes con la intención de pagarle. Sin abandonar la gentileza de su rostro, Daron hizo una pequeña negación y con la misma comida golpeó mi mano para que la bajara. Repitió una vez más que él invitaba.
Era adulto, después de todo. No parecía realmente afectado por comprar unas galletas y un jugo. En su vida debían existir gastos mayores e importantes, así que al final terminé por ceder a su gesto y empezar a comer.
Leyó mi hoja, concentrado, tomando café con precaución. Mantuve la mirada fija en él, esperando encontrar algo en las pocas expresiones de su rostro. Asentía de repente, agitaba un poco la pierna, dejaba el café en la mesa para rascarse la ceja.
—Yo creo que eres muy inteligente, Al —mencionó una vez que terminó con mi trabajo—. Cualquier opción es buena para ti. ¿Qué te gusta más?
Pero yo no tenía la motivación suficiente para intentar cualquiera de ellas. Tragué saliva, agaché un poco el rostro para pensarlo mejor. No venía ni una sola idea a mi mente que no tuviera que ver con Rynne en ese momento y su auténtico interés.
El corazón me palpitaba con fuerza. El pecho me ardía por el calor. Temblaba un poco, pero tras el escritorio era capaz de ocultarlo bien. Sujeté mi pantalón con la mano desocupada, apretando con fuerza para disminuir mi ansiedad.
«Me gusta usted».
Fue un pensamiento espontáneo e inesperado, un recordatorio repentino a mis nuevas emociones, una manera de aceptar lo que sentía.
Yo era muy consciente de que estaba prohibido y que era incorrecto. Que lo que sucedió en su casa fue una coincidencia y que nuestro rol de profesor-alumno no tuvo nada que ver esa noche. La realidad era distinta y ambos respetábamos eso como la propia ley de la sociedad lo imponía.
Quizás yo tenía serias dificultades para aguantar mis propios deseos, pero él, que no era nada consciente de lo que realmente sucedió entre nosotros, lo hacía con facilidad. En cuanto eso tuviera la oportunidad de cambiar, Daron me mostraría su verdadero ser por encima de su trabajo y su autoridad.
Mi mayor temor era su odio. Que su trato hacia mí fuera negativo, que dejáramos de frecuentarnos en los recesos y que en clases me tratase con la mayor de las indiferencias, como si no estuviera ahí.
Solo por esas razones, por un comportamiento que para mí resultaba malo, pero que en realidad era lo normal entre un profesor y sus estudiantes, decidí que lo mejor era callarlo todo y dejar mi visita a su casa como una fantasía cumplida.
Sin embargo, poco duró el secreto, pues al alzar la vista y ver de nuevo a Rynne, noté en sus facciones auténtica sorpresa. Al principio no fui capaz de comprender lo que ocurría, pero él mismo, a través de sus palabras, me lo explicó.
—De verdad no sé qué decir —bajó un poco la voz, forzó una sonrisa—. Yo, eh... es la primera vez que un chico me dice algo como esto.
Fruncí las cejas, mantuve la mirada fija en su rostro para encontrar una explicación. Una de mis piernas se movía bastante por la ansiedad; mi mente y corazón se detuvieron un momento, cada vez más conscientes de lo sucedido. Finalmente, algo en mi cerebro hizo clic.
Había pensado en voz alta.
Ni siquiera fui capaz de moverme. Permanecí quieto y atónito en mi asiento, procesando lo que hice. ¿Cómo es que no me había percatado de mis propias palabras? Era el fin del mundo.
—Te agradezco, de verdad —Entrecerró los ojos, siguió curvando los labios—. Es solo que... bueno, ya sabes, yo no...
Pude confirmar su repentino nerviosismo a través de la torpeza de sus movimientos. Agachó un poco la cabeza, evadió mi mirada. Trató de tomar su café nuevamente con una mano temblorosa, pero falló al principio.
Tiró por accidente un bote de lápices y bolígrafos que yacía cerca de su bebida favorita. Todo se esparció por su escritorio y el suelo. Soltó una breve disculpa mientras negaba con la cabeza y reacomodaba todo con las dos manos.
Mi rostro ardió de vergüenza. La incertidumbre comenzó a consumir parte de mi calma. Me dolía el pecho porque el corazón me golpeaba con intensidad. Los ojos me ardieron un poco; en cualquier momento emergerían las primeras lágrimas de pánico.
No obstante, Rynne tampoco lucía muy tranquilo. En su rostro también fue evidente el sonrojo y la confusión. Respiraba más a prisa, se rascaba la nuca para pensar mejor en lo siguiente que diría.
—Lo siento, Alroy. —Volvió a hablar—. No estoy interesado en los hombres. Además, eres mi estudiante y debo respetar eso.
Esa mañana yo me desperté con bastantes nervios y ansiedad, pues ya no era capaz de ver a mi profesor de la misma manera. Estaba dispuesto a olvidarlo todo, a seguir con mi vida, a no esperar que las cosas del fin de semana se repitieran.
Pero en lugar de eso terminé en su oficina, a solas con él, declarándome de forma accidental por una traición de mi mente y siendo finalmente rechazado. Todo lo que quería evitar terminó por suceder en mucho menos tiempo del que cualquiera hubiese esperado.
No sabía cómo afrontar mi propia equivocación. Quería irme de ahí lo más pronto posible, llorar en la soledad de mi habitación, no volver jamás al instituto. Mi garganta se cerró lentamente, las primeras lágrimas brotaron sin que pudiera evitarlo. Entreabrí la boca para respirar, ya que la asfixia me mareaba.
Era tarde para excusarme con una broma o para fingir que jamás dije lo que dije.
—Por favor, Al, no quiero que te sientas mal —Recuperó parte de su compostura, alzando la vista, manifestándome preocupación—. Eres muy joven, siempre puedes conocer a otros chicos de tu edad.
Negué con la cabeza, rechazando sus palabras. Los hombres de mi edad me detestaban más de lo que yo los detestaba. Casi todos los jóvenes que conocía me generaron daños permanentes; era difícil que le tuviera confianza y aprecio a cualquier otro que quisiera acercarse a mí.
Rynne jamás lo entendería. Ni el hostigamiento, ni la repentina aparición de la sombra de Adam que se hallaba justo por detrás suyo, observándonos sin ninguna expresión.
—Tengo que irme. —Me sequé las lágrimas con violencia y me levanté de la silla con prisa, dispuesto a desaparecer.
Él se giró en mi dirección, con más palabras en la boca que al final no logró expresar. Intentó seguirme cuando me marchaba de su oficina, pero no logró ir tras de mí a tiempo. Salí a toda velocidad, cerrando la puerta a mi espalda y no mirando atrás.
«Va a suceder, va a suceder».
Mi cuerpo se sentía tenso y extraño, como si mi alma y mente estuvieran a punto de desconectarse de mi cuerpo. El pasillo ondeó de un lado a otro, provocándome náuseas y debilidad física. ¿A dónde debía ir?
Respiré profundamente una vez más, apretando los puños y los dientes. La última cosa que vi fue la máquina expendedora al final del pasillo. Después de eso, todo mi entorno se apagó.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro