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Capítulo 2: El Niño Bendito

La felicidad había sido arrebatada de la misma manera en que había llegado, los pequeños pueblos empezaron a padecer de escasez, y pronto, el pánico invadió como una plaga. Se preguntaban si los dioses los habían abandonado y estaban viviendo las primeras consecuencias de su ausencia, se preguntaban si iba a empeorar y si Romanoff caería en un período sombrío.

Los años pasaron, el imperio empezó a sufrir gradualmente, hasta que el miedo y el pánico se instaló de forma irremediable en lo más profundo de Romanoff, ante la repentina muerte del emperador. Todo mal se vio representando como el olvido de los dioses y la muerte del gran, y amado emperador, fue el primer castigo doloroso de los dioses, sembrando un luto por su muerte que anunciaba solo sufrimiento y un mañana siniestro. Se había perdido la esperanza, se creyó que solo tiempos oscuros cubrirían el cielo de la tierra donde el sol siempre brillaba.

Antes del nacimiento del príncipe, los emperadores habían consultado con los oráculos del palacio por un presagio, eran hombres y mujeres que vivían su vida en las catatumbas y guardaban un pacto de silencio que solo era roto ante el permiso de algún dios, ellos habían dado las buenas nuevas de un sol brillante para el reino y sus tierras, habían dicho que todos los ruegos al fin habían sido escuchados.

En aquel momento se asumió al nacimiento del príncipe y al hijo de los Jung, pero aquel presagio fue olvidado ante la decepción de muchos. Hasta que unos hermosos ojos dorados fueron abiertos en una de las otras dos grandes familias, haciendo recordar entonces aquellas importantes palabras.

La gran emperatriz viuda recibió el repentino aviso de uno de sus caballeros imperiales, un aviso que anunciaba que el hijo de dios había nacido dentro de la familia Kim. Subió a un carruaje y viajó personalmente hasta la impecable mansión Kim, en silencio, buscando que aquella enorme noticia no se filtrara aun, para poder confirmar con sus propios ojos si los dioses al fin habían escuchado sus plegarias.

Fuera de todas las comodidades y preparativos que una vez se vivió para el nacimiento del pequeño Jung, esta vez, la emperatriz entró a la ostentosa habitación de los Kim, en un ambiente privado donde solo los sirvientes más cercanos a los nuevos padres estaban presentes. Tomó entre sus brazos aquel pequeño ser, tranquilo y vestido con un encantador traje blanco, el corazón de la emperatriz se llenó de regocijo cuando vio el destello dorado del bebé caer sobre ella, para luego, cerrar sus ojos en un pequeño y tierno bostezo, lleno de inocencia.

Fue la primera vez que la historia en Romanoff cambiaba, la primera vez que las tradiciones se rompieron y abrieron paso a lo desconocido, pero en aquella habitación solo había buenos deseos para aquel niño que crecería para convertirse en emperador junto al príncipe heredero.

Seis años habían transcurrido desde aquel momento y el pueblo se había dividido entre los que habían celebrado y los que vieron con incredulidad el nacimiento de aquella promesa dentro de los Kim. Lentamente, durante ese tiempo, las condiciones del imperio habían mejorado, prueba de que no había error en la divinidad del niño, como muchos pensaban debido a su linaje.

Y, aun así, los Kim fueron presa de la duda, dudaban de la legitimidad de aquel que la viuda emperatriz había nombrado como el nuevo hijo de dios, prometido del príncipe y futuro gobernador.

Los descendientes de la luna, los Kim, provenientes de las frías tierras del Norte, eran guerreros con corazón frío, audaces y orgullosos. Romanoff los respetaba, aplaudían y celebraban sus victorias, pero temían de ellos por su frialdad y su poca empatía, incluso sus caballeros eran instruidos en aquel mismo camino. Razones por las cuales el pueblo miró con recelo que el primer hijo de Kim Namjoon, el general de los caballeros de Avalon, tuviera gracia ante los ojos de los dioses y les diera la bendición que tanto esperaban. La gente, en especial los nobles, los comparaban con los Jung, preguntándose si una familia militar iba a ser capaz de criar al futuro emperador.

Lo cierto era que todos conocían al hombre que lideraba tropas y defendía la frontera Norte del imperio, pero solo veían a un hombre que sabía blandir su espada y que no dudaba en derramar sangre. Pensaban todo aquello y más, sin conocer la fidelidad hacia su familia y la adoración por su hijo.

El pequeño Jimin, había traído consigo un panorama muy diferente al que los Kim ya tenían en sus vidas y enseñaba una parte singular de Kim Namjoon a las personas que lo rodeaban.

Pocos aun conocían aquella singularidad, pero había llegado a oídos de varios, los cuales aun no podían terminar de creer en los rumores.

Jimin fue protegido celosamente al nacer, había sido contado con una sola mano las veces que salió de la mansión después del anuncio de su nacimiento, veces que salió de visita al palacio y luego era nuevamente protegido en el ducado de su familia. Gracias a esas cortas visitas, hubo testigos de aquellos hermosos y sobrenaturales ojos dorados, sobresaliendo de una manera casi mágica entre aquel cabello plateado, heredado de su familia, dando fe de que el encantador bebé, si era el niño bendito.

A penas aprendió a caminar, empezó aprender a comportarse, no solo como el príncipe de Isir, también como el futuro emperador de Romanoff. Tenía una estricta educación que prometía aumentar conforme fuera creciendo, era algo que se desconocía fuera de los terrenos de los Kim y que ningún noble esperaba.

Pero una tragedia atacó a la familia y aquello hizo que Kim Namjoon, cerrará por completo las puertas de su hogar, protegiendo y criando a Jimin en silencio dentro de ella, incluso, negó sus visitas al palacio y fue entonces donde el imperio realmente desconoció a su bendición, preguntándose si algo estaba mal con aquel niño.

Hasta ahora.

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