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Tristan: Un Pequeño Favor.

Llegamos hasta cierto punto en caballo, pero unos hombres de una gran altura, con vestimenta un poco andrajosa, pero con grandes armas nos guían a pie. Edmund me dice que son los matones de la familia Grey. Nos adentramos a Oldtown, caminamos por unas calles estrechas y luego por unas más amplias. Llegamos hasta una especie de residencias, dos hileras de casas de piedra gris y deprimente. Cada casa es igual a la otra, cada una no da buena impresión y mucho menos confianza. Vine con tres hombres de Cedric y con él, siento la mirada de Cedric diciendo que esto es una pésima idea. Pero ya es tarde para arrepentirse porque los matones de los Grey abren una puerta, la vista me deja confundido. Al menos tumbaron como tres casas para construir un bar.

 El ambiente es un poco festivo hasta que los presentes se dan cuenta de nuestra presencia. Todo se detiene y las vistas recaen en nosotros.

—¡Vaya, hasta que por fin llegan! —exclama un hombre detrás de una barra sirviendo cerveza—. La jefa los está esperando arriba.

 Los matones nos guían hasta unas escaleras en el fondo del lugar. Las personas siguen bebiendo sus jarras de cerveza, pero no nos quitan la vista de encima. Llegamos a un piso de madera donde se encuentra varias oficinas con las puertas cerradas. Llegamos a una puerta y uno de los hombres la abre, con la mirada nos indica que entremos. El lugar es una sala de reuniones, una mesa larga de madera rustica, cinco sillas por ambos lados y dos en las puntas. Una mujer de aspecto dominante y severo me observa de pies a cabeza.

—Así que tú eres el nuevo gobernador de este desastre llamado planeta —habla la mujer observándome desde la punta extrema de la mesa, ella tiene un vaso de cristal con licor—. Edmund, sé lindo y sirve vino para todos.

 El señor Borges deposita los planos en la mesa y se va un mini bar, agarra cuatro vasos y los deja en la mesa. Vuelve al mini bar y toma una jarra de vino, sirviendo en cada vaso el vino.

—Por favor siéntense —la señora Moira habla tranquila. Edmund nos indica donde sentarnos cada uno. Yo me siento al lado de la señora Grey en lado derecho, me siguen la silla de Edmund y luego la de Cedric. Sus dos hombres se quedan de pie observando todo—. Nunca había estado tan cerca a alguien de la realeza, señor Godness.

—Creo que este es un día para las primeras veces, señora Grey —respondo cortés.

—Edmund dijo en su carta que quería hablar conmigo sobre unos proyectos que usted quiere realizar —ella me examina con mucho cuidado.

—El señor Borges no se equivoca —respondo sereno—. El plan empieza en Oldtown y quería de su parte que nos ayudara con ese proyecto.

—¿Y cómo yo podría ayudarlo a usted, señor Godness? —ella se recuesta en su silla.

—Necesitamos que despejes a tu gente de las calles para que podamos trabajar —responde directo el señor Borges, él se levanta y trae sus planos. Lo estira al frente de nosotros—. Como ya sabrás el olor a mierda ya es insostenible y ya no puedes cubrir otra epidemia de cólera.

—¿Y qué propone tu gobernador y tú? —ella se pone seria—. Usted es nuevo, ¿supongo que nunca ha vivido una epidemia? —ella me pregunta crítica.

—No, nunca he vivido una epidemia —le respondo tranquilo. Tampoco puedo decirle que nunca me he enfermado en mi vida—. Pero pretendo hacer todo lo que está en mi poder para que no vuelva a suceder.

—¿Y su plan es limpiar las calles de la mierda? —ella replica escéptica.

 Edmund empieza a explicar lo que se hará paso por paso en la vieja ciudad. Se creará una red de alcantarillado de aguas negras y limpias para que estas se encarguen de sacar la porquería y para que llegue agua limpia a las casas de la zona. También se creará un sistema de recolección de desechos. La señora Moira escucha atenta a las palabras de Edmund y observa los planos con mucha atención.

—¿Y supongo que nosotros tenemos que cargar con los gastos otra vez? —replica la señora Grey firme.

—El financiamiento correrá por nuestra parte —respondo por Edmund—. Lo que queremos de usted es que nos deje trabajar sin ningún tipo de contratiempos.

—¿Y cuáles serían esos contratiempos? —pregunta observándome crítica. Sus ojos cafés oscuros como su melena recogida en un moño desordenado.

—No somos tus enemigos Moira, y lo sabes —Edmund habla serio—. Queremos hacer las cosas bien, mejorar las cosas ¿o acaso has visto a parte de mi otro ministro acercarse a estas tierras? Solo te pido no tener problemas al momento de trabajar y que mantengas a raya a tus ladrones de nosotros.

—Tienen que comer Edmund, y eso tú lo sabes —ella lo mira alzando una ceja—. Pueden trabajar, no voy a poner ninguna traba. Si es cierto que quieren ayudar, háganlo. Pero si mis chicos tienen hambre ¿Quién soy yo para detenerlos?

—Su jefa —replico serio.

—Es fácil para usted juzgarnos —ella me mira enojada—. Usted creció rodeado de lujos y la comida nunca le faltó. Pero aquí sobrevive el más fuerte y si tiene que robar o peor para vivir, que lo haga.

—Tal vez no tenga el suficiente conocimiento de sus experiencias, supongo que no fueron fáciles. Pero le aseguro que no vengo a causarles problemas a usted y a su gente —suelto una media sonrisa—. El señor Edmund empezará la obra cuando este invierno acabe, así nos dará tiempo en conseguir todos los materiales que se necesita y terminar los planos restantes. Espero que eso no le cause ningún inconveniente para usted o su familia.

—Está bien señor Godness —ella estira su mano hacia mí, yo la estrecho—. Cuando inicie la primavera veremos si todavía quiere ayudarnos.

 Todos los presentes nos levantamos. Edmund recoge los planos y los cinco salimos escoltados por los matones de la señora Grey. Salimos del bar, todos estamos en silencio, no nos atrevemos a decir ni una sola palabra. Está claro que tenemos que reforzar todos los materiales y hombres que trabajen en esa construcción.

 Salimos de Oldtown con nuestros caballos, nos dirigimos hacia el capitolio. Necesito estar un momento a solas para empezar a contemplar un plan. Las sombras hablan, y me hablaron de una mujer en particular. Resulta que la señora Moira tiene cuatro hijos y dos hijas, y la esposa de su hijo mayor tiene una sombra incrustada en su cuerpo. La sombra no quiere dejar el cuerpo y debido a eso, la señora Grey encerró a su nuera por los múltiples problemas que causaba.

 Llegamos al capitolio, Cedric se va a cumplir con su trabajo y se despide con una mirada de "hablamos después". Edmund también se va a su oficina y yo a la mía. Realizo un círculo con arena que había recolectado de la playa. Me siento dentro del círculo cruzado de piernas, recito unos hechizos de rastreo. Mi mente está en una sombra que viaja por toda la ciudad hasta llegar a Oldtown, busco por todas las casas hasta que doy con un grupo de hombres que hablan de la mujer que estoy buscando.

—Tenemos que irnos a vigilar a Lucia —habla uno de los matones de la señora Grey. Sigo al hombre que se va a una de las casas opuesta a la que había entrado más temprano. Entra a una sala un poco vacía de cosas, pero no de personas. Se escucha varios gritos de hombres y mujeres apostando quien sabe que cosa.

 El hombre va a una puerta en el fondo de la sala y la abre. La oscuridad me ayuda a disfrazarme, bajo con el hombre hasta una habitación con otros dos hombres más. Uno de ellos está sentado al frente de un muro de hierro y vidrio.

—Diego, levántate —habla el hombre que seguí—. Tu madre quiere verte.

—Estoy con mi esposa —habla Diego observando a una mujer encerrada—. Que se espere.

—Dice que es urgente, que el gobernador del planeta vino a verla —el hombre que seguí, se acerca a Diego sentado en una silla.

—Eso es una novedad —logran llamar su atención. El tal Diego va a la pequeña ventana—. Lucy, ya me voy.

—Está bien —habla una mujer dentro del muro de hierro—. Cuídenla o sus cabezas rodaran por el bar.

 Los hombres asienten. Al parecer la mujer fue atacada por una sombra y esta se niega a salir. Me acerco al muro de hierro y lo traspaso, Lucía se percata de mi presencia y me materializo.

—No tengo mucho tiempo —susurro—. Soy Tristan y quiero ayudarte.

—Váyase de aquí, no está a salvo —ella se aparta de mí—. ¿Cómo entró?

—¿A caso no te quieres deshacer de esa sombra? —le pregunto recostándome de la pared de concreto.

—Nadie puede, ella no quiere salir —la mujer se abraza a sí misma.

—Te puedo ayudar, pero necesito que hagas todo lo que te digo —me acerco a ella. Le tomo de la mano—. Necesito que te sientes.

 Ella obedece, me transporto de mi oficina hasta la celda. Ahora estoy en mi forma física, no puedo liberar a las sombras si soy una de ellas.

 Liberar una sombra es sencillo. Lo difícil es cuando ellas ponen resistencia y maltratan al huésped en cuestión. Esperemos que este no sea uno de esos casos. Empiezo a recitar los hechizos correspondientes para que la sombra tome el cuerpo de la mujer. Sus ojos se tornan rojos como un rubí. La sombra me mira fijo.

—¿Quién es usted? —me interroga con voz ronca y en el idioma espectral.

—Tu amo —le respondo en su idioma—. Y te ordeno que salgas de este cuerpo.

—Usted no es mi amo, yo no tengo amo —ella sonríe.

—Me decepcionas, quería liberarte por las buenas, pero no me dejas más elección que matarte —replico sombrío. Con una mano toco su frente y con la otra su boca.

 Empiezo a recitar los cantos de liberación. El cuerpo tambalea, pero el color de la piel se está aclarando, me levanto y la sombra empieza a salir a regañadientes por su boca. Una masa negra con ojos tan rojos como un rubí sale del cuerpo de la pobre mujer.

—Te condeno a morir por tus crímenes —le hablo firme y sosteniéndola con las manos. Escucho voces procedentes de afuera de la prisión de hierro.

—Usted no es nadie para condenar a ninguna sombra —habla la criatura intentando liberarse de mi agarre.

—En eso te equivocas —replico malicioso. Con mis poderes, transformo su esencia y empieza a brotar de la criatura una luz bastante cegadora, pero también lo suficientemente brillante para matar a la desgraciada.

 La luz desaparece como lo hace la sombra. Me aseguro que se haya ido y me voy hacia la mujer.

—¿Se encuentra bien? —le pregunto sosteniéndola en mis brazos.

—¿Se fue? —susurra débil.

—Ya se fue y ahora toca que me vaya —le acaricio su rostro—. Si vuelven hacerte daño o a cualquiera de los tuyos, búscame y vendré.

—Pero ¿cómo lo busco? —cuestiona abriendo los ojos y chocando con los míos.

—Me llamo Tristan —la dejo en el suelo. Escucho pisadas y el sonido de varias llaves—. La señora Moira sabe quién soy.

 Desaparezco antes que los matones de la familia Grey me vean. Vuelvo a mi oficina, me siento un poco desorientado. Pero valió la pena, espero con ese pequeño favor ganarme a la familia Grey. Recojo la arena y la vuelvo a poner en la bolsa de cuero. Pongo la arena en un cajón de mi escritorio. Me siento en la silla pensativo, pero mis pensamientos no duran por mucho tiempo porque entra mi secretaria anunciando la llegada de Lina.

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