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Tristan: Problemas Que Nos Unen

Hui de la casa porque no quería enfrentarme a Lina. A pesar de que me había prometido de que me daría mi lugar, había algo en mí que no cuadraba, algo que no me hacía conectar con ella por más que me repitiera que la quisiera. Desde que llegaron sus guardias y sus damas, no me sentía cómodo en mi propia casa, incluso con mi madre allí.

 Estoy ahora en mi oficina viendo que estrategia aplicar para empezar a mejorar este planeta. Me llama la atención los planes de saneamientos, ha habido un incremento de las enfermedades en los últimos cinco años. Ahora tengo a Lina y a mi hija viviendo en el planeta y lo menos que quiero es una enfermedad para ellas. Cuando llegue Olena con sus cosechas y el duque Black con sus barcos, podré ejecutar mis planes. Le ordeno a mi secretaria que llame al ministro del interior Edmund Borges, quiero planificar un buen plan de acción. Los ministros saben lo que soy capaz de hacer y por qué deben temerme, pero las personas no saben lo que yo soy capaz de hacer por las buenas y por las malas.

 Redacto una carta, pero abren la puerta de mi oficina de forma abrupta.

—Que lindo te ves —mi señora Laila entra en mi oficina con mala cara—, sentado en tu linda oficina, hasta pareces un rey —ella cierra la puerta y yo me levanto rápido.

—No la esperaba aquí —respondo con un nudo a la garganta—. Supongo que mi padre le habrá contado sobre el embarazo de Lina.

—Sí lo hizo, pero al parecer ese es el menor de tus problemas —ella llega al centro de la sala—. Ya hablé con Lina y resolvimos ese asunto. Pero lo que realmente me preocupa es el pequeño bastardo que ya está aquí.

—Atlas no lo reconoce su padre —replico poniéndome al frente del escritorio.

—No necesitas que reconozca a su bastardo, con que lo hagan las grandes casas sombrías y presionen a Robert es más que suficiente —ella me mira hecha una furia.

—Lo sé, pero por los momentos está aquí en el planeta —intento buscar las palabras correctas—. Olena y Robert no están en buenos términos. Olena quiere una alianza conmigo, no sé si sea de fiar, pero al menos es una buena forma de acercarme a la corte sombría. Quiero una alianza con ella, y necesito una alianza con ella.

—Ella no es de fiar, te traicionará cuando menos los esperes —gruñe enojada.

—No me dejó opción, créame que no tengo opción —me acerco a ella y le tomo la mano para llevarla a mi cabeza—. Vea y mire por favor.

 Ella examina mi cabeza hasta el más mínimo recuerdo del último año, todo lo que hice, todo lo que dije y todas las muertes que ocasioné. Ella ve todo y no pongo ninguna resistencia. Me suelta y se voltea.

—Olena no es de fiar, pero ambos necesitamos ayudarnos para superar a Robert —le digo firme—. Robert me trajo aquí a morir, y no pienso complacerlo.

—¿Estás consiente que pones en riesgo tu corona? —ella se voltea—. Pones en riesgo tu propia vida.

—Lo sé, pero eso forma parte de gobernar —la miro con una mueca—. Usted me lo dijo hace unos años.

—Ese niño será tu ruina, tienes que encargarte que nadie más sepa de su procedencia —ella me toma del rostro—. Aunque de eso me encargo yo.

 Me suelta y desaparece de la oficina. Me quedo pensativo hasta que mi secretaria entra cautelosa y me dice que el ministro Edmund ya está aquí. Paso todo el resto del día con el señor Edmund, él me plantea muchos planes y cuales serían mejor abordar. Él me pide que lo acompañe a ciertos lugares para darme una idea y sí, no estoy equivocado que un plan de saneamiento es la prioridad. El olor de las calles es insostenible y ya las fosas sépticas no están funcionando.

—Por eso le digo que esta es la mejor forma de invertir el gasto público —él me guía hasta la plaza principal donde nos sentamos en unos bancos—. Si en serio quiere ayudar a estas personas, tiene mi apoyo. Pero por favor consúlteme y téngame en cuenta para este trabajo.

—Como sabrá, le había pedido al arquitecto Maxwell que viniera para que me ayude a reconstruir esta ciudad y las siguientes —observo a mi alrededor—, pero admito que no podré pagar para arreglar todo. Lo que quiero llegar es que usted me ayude a adelantar lo que está en sus manos arreglar y no quiero cosas a medias, quiero que todo esté a la altura.

—Comprendo, puedo hacer varios planos al respecto. Hablar con mi equipo y cuando tenga un buen plan se lo presento a usted y al consejo —él comenta optimista—. Espero que usted me dé el trabajo.

 Él estira la mano y yo la estrecho. Ambos nos levantamos y él se va con su escorpión guardiana en el hombro. Edmund es bastante alto y con muchos años, creo que tiene quinientos años y un poco más; su aspecto físico es musculoso, eso se agradece a su otra vida como constructor. Llegó hace dos años como ministro como forma de pago a las increíbles deudas conseguidas por la administración anterior. Este planeta nunca ha tenido un gobernador fijo, todo se manejaba en forma de consejo y el que lideraba ese consejo ya murió. Los ministros y sus familias han hecho una herencia o algo parecido mientras que ellos lidian su duelo. Yo pongo algo también, pero no he visitado a la familia March, no me he atrevido hacerlo. Yo causé su muerte, yo les causé ese horrible sentimiento; quisiera no haberlo hecho, pero no me había dejado opción. Simon, donde sea que se encuentre, tenía que morir.

 Camino de regreso al capitolio pensando en muchas cosas. Mis padres me habían criado con un sistema de creencias ambiguas, mi madre era más moralista que mi padre. Mi padre decía que podíamos hacer cosas malas como robar, matar o torturar siempre y cuando fuera por el bien de la familia. Mi madre si rechazaba tajante los dos de tres, dejaba la muerte como un último recurso por si nuestras vidas corrían peligro o algo parecido. Ambos tenían sus diferencias en el tema de crianza bastante distintivas, mi madre quería que fuéramos humildes; mi padre quería que nos comportáramos como los príncipes y princesas que somos. Mi madre nos llevaba a mis hermanas y a mí a recorrer el reino viendo lo bueno y lo malo, viendo que no todos tenían nuestros privilegios, ella quería que fuéramos consientes y que, si llegáramos a gobernar algo o nada, al menos no fuéramos unos imbéciles como los hijos de los nobles.

 Creo que ese sería el rumbo que tomaría con mi hija, tal vez nazca y Lina la críe como una princesa, pero también quiero que sea una persona consiente del mundo que la rodea. Con sus cosas buenas y malas por igual. Recorro las calles observando a las personas, nadie me presta atención ¿por qué lo harían? Cada quien está metidos en sus asuntos, nadie le presta atención al otro.

 Llego a la calle del capitolio, miro hacia arriba y ya no hay luz, ya todo está oscuro. Hay algunas farolas alumbrando las calles. Cruzo la calle hasta la escalinata, entro en el lugar y me dirijo hacia la recepcionista.

—Hola Sara ¿sabe si el señor Blackwood estará por aquí? —le pregunto amable.

—Yo lo vi arriba —comenta su compañera Raquel.

—Muchas gracias a ambas —me despido de las dos, ella también lo hacen.

 Subo por las escaleras hasta el piso de los ministerios. Me imagino que estará con Bernadette, esa va a ser mi apuesta. Me dirijo a su oficina correspondiente, es extraño ir a ese lugar, pero no puedo hacer más nada. La secretaria toca la puerta y Bernadette acepta.

—Gracias Marta —ella asiente y vuelve a su trabajo. Entro en su oficina y sí, mi apuesta fue segura.

—Pensábamos que ya te habías ido a la casa —Cedric habla desde un muro con el mapa de la ciudad.

—Supuse que nos iríamos juntos —hablo monótono—. ¿Les falta mucho?

—Más o menos —responde Bernadette con un carrete de hilo rojo—. Tenemos bastante trabajo con los ladrones del sur y este de la ciudad. Los robos han aumentado y no tenemos muchos hombres.

—¿Cuántos necesitan? —ellos dos se miran nerviosos—. Hablen por favor, no leo mentes.

—Un buen número. Los guardias cumplen ciertas zonas y están controladas, pero no pueden cubrir toda la ciudad. También están las fronteras y esas tropas no las voy a tocar —habla Bernadette entregándole el hilo a Cedric.

—¿Y no se pueden traer más soldados de las otras ciudades? —les pregunto tomando asiento al frente del mapa.

—No, las otras ciudades se las apañan ya con lo que tienen —Bernadette se cruza de brazos—. Tampoco ayuda el reclutamiento, hemos aumentado el sueldo de los guardias para animarlos a trabajar.

—¿Hay algún modo operativo o patrón que sigan? —les pregunto. Ellos empiezan a enumerar con el hilo rojo los lugares que han robado con más frecuencia, también como operan y como evitan los soldados.

—Mayormente los delincuentes se esconden aquí —Bernadette pone un punto rojo en la región sur—. No hemos podido entrar gracias a la protección de la misma gente.

—Los protegen porque los alimentan —Cedric se sirve una copa de vino—. Medicamentos, alimento, ropa. Cosas necesarias para vivir.

—Me has dado una idea —les comento lo que hable con el señor Borges.

—¿Quieres arreglarles la vida? —Cedric me mira escéptico.

—Quiero brindarles la oportunidad de salir de la pobreza o al menos que lo intenten —me levanto y voy al mapa—. Aquí terminan los desechos residuales de la ciudad. Tenemos un motivo importante para entrar, los guardias con la excusa de proteger a los trabajadores y el material estarán allí. Resolverles un problema, sembrará la idea que no han sido olvidados. Luego viene el hospital —señalo otra región—. Al darles lo que los ladrones roban, dejaran de cubrirlos o al menos una mayoría de ellos. Lo importante es restarles poder.

—¿Y crees que funcionará? —Bernadette pregunta desconfiada.

—No lo sé, pero igual va. Ya no se puede ni caminar por ahí y mucho menos vivir de esa forma —los miro a ambos—. ¿Cuento que me ayudarán?

 Ambos asienten y seguimos en la oficina de Bernadette bien entrada la medianoche. Los tres salimos de su oficina, ya el pasillo está desierto, solo quedan cinco guardias custodiando el largo pasillo de oficinas. Los tres bajamos las escaleras conversando cosas triviales.

—¿Y cómo van las cosas con Lina y la nueva bebé? —pregunta Cedric imprudente como siempre.

—No lo sé —respondo honesto.

—¿Te harás cargo de tu hija? —pregunta Bernadette, su imprudencia si es extraño de ella.

—Por supuesto que me haré cargo de mi hija —respondo firme.

—¿Y Lina y tú seguirán juntos o solo fingirán por la niña? —pregunta Cedric abriendo la puerta para los dos.

—Seguiremos juntos —gruño. La pregunta es buena, pero la respuesta no lo es tanto. Si quiero a Lina y por supuesto que me haré cargo de mi hija, pero siento que todo está yendo a un ritmo bastante apresurado. No pensaba ser padre a esta edad, no pensaba tener ese tipo de compromisos tan joven y con tantas cosas que quería hacer antes de sentar cabeza. Quería tener una buena estabilidad económica para poder proveerles a mi familia, esperaba poder al menos estar a un paso de la corona sombría. Quería que mis hijos fueran príncipes y todos los beneficios que eso contrae, pero no he logrado nada de lo que quería.

 Los tres cabalgamos a un ritmo veloz hacia la casa, a lo mejor vuelvo a dormir en el sofá de mi oficina porque Lina ya deberá estar dormida, y sus guardias no me dejarán entrar en mi propia habitación. Tengo que hablar con ella de muchas cosas, entre esas conversaciones estarán la forma de crianza; sé que su senescal le había dicho que mi hija no podía ir a su palacio, pero conociendo a Lina, ella pasará por alto esa regla. Tengo que tener horarios con Lina, compartiré la custodia, pero eso no significa que Lina viva conmigo. Ella estará aquí por los momentos para mantener la discreción de su embarazo, pero la conozco muy bien para saber que no soportará estar en mi casa más de una semana. Mi casa es humilde, no está lista como para decir que tendré a la reina viviendo allí. Estoy consciente que le hace muchas mejoras, pero no las he hecho por falta de dinero, no de ganas.

 Llegamos a la casa, guardamos los caballos y los tres entramos en la casa. Las luces están encendidas, me imagino por los guardias de Lina y de ella. Los tres nos vamos a la cocina a ver que hay de cenar. Bernadette saca las tazas mientras que Cedric enciende el fogón para calentar la comida.

—Busca el vino y sirve por favor —habla Cedric removiendo la inmensa olla. Me voy a la bodega y encuentro las pocas botellas que quedan de vino, solo quedan tres botellas. De una vez reviso la alacena, no queda muchas cosas. Tengo que darle dinero a la señora Jenkins para que haga un buen mercado, tengo a Lina aquí y sé que querrá variar la comida.

 Regreso a la cocina y Cedric sirve la comida, mientras que Bernadette pica unas rebanadas de pan.

—¿Por qué tardaste? —Cedric me entrega un tazón.

—Estaba revisando la alacena —dejo la botella en el mesón.

—¿Hace falta comida? —pregunta Cedric comiendo su cena.

—Les tengo que pagar a la señora Jenkins para que haga un buen mercado —busco unas copas y las dejo en el mesón. Sirvo el vino y todos comemos en silencio. Cada uno sumergido en sus propios problemas, pero que cada problema nos une queramos o no.

 Cada uno se va a su cuarto. Me sorprende no encontrar a Lina y a sus guardias en la casa. Entro en mi cuarto y no la veo. Entro en su habitación y me tranquiliza un poco que sus cosas siguen aquí, la curiosidad me invade y reviso sus cosas. Las cajoneras están vacías, no hay muchas joyas, las que sí están, se encuentran en unas cajas hechizadas. Me voy a su armario y el lugar me sorprende, me doy cuenta que tiene un hechizo de profundidad, el lugar se encuentra varios vestidos de varios colores exuberantes, con piedras bordadas; me percato que tiene zafiros, diamantes, rubíes y cualquier piedra de alto valor cosidas a sus vestidos. Cada uno es más exuberante que el otro.

 Salgo de su habitación abrumado. Por supuesto que no vivirá aquí, por supuesto que no le gustará estar conmigo. Me tengo que hacer la idea que lo nuestro no durara por mucho tiempo.

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