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Tristan: Conociendo Facetas.

Mi abuelo me guía por afuera de la habitación, mis primos y Luna me miran con pena y miedo. Que te llame el abuelo Kenan, por lo general no debe ser algo bueno que digamos. Bajamos las escaleras de la casa, los guardias, las damas y las sacerdotisas esperan paciente a que su señora los solicite. Mi abuelo me guía hasta mi oficina, él abre la puerta y se hace a un lado dejándome entrar. Él cierra la puerta detrás de sí.

—Sé que hice mal por involucrarme con Lina, que manejé mal las cosas —intento buscar las palabras correctas para mi defensa.

—Manejaste las cosas como podías —él pasa a un lado de mí y se recuesta en mi escritorio—. ¿Qué me enoja que hayas embarazado a mi nieta y heredera? Por supuesto, también tengo sentimientos. Sin embargo, ya has escuchado suficientes reclamos y ya te han denigrado lo suficiente como para decir lo que ya sabes.

—¿Y entonces no estoy en problemas? —pregunto consternado.

—Tristan, sé que tú y yo no hemos tenido mucho tiempo de calidad abuelo/nieto, pero igual me preocupo por ustedes —él se cruza de brazos—. Me preocupo lo suficiente como para interesarme en su futuro, que también es el futuro de la familia y del universo. Lo que hagas, yo lo sé; bueno o malo, igual lo sé —él respira profundo—. Yo trazo varios caminos para que ustedes escojan el más idóneo de acuerdo a mis planes. Este es el plan de vida que escogiste o que las circunstancia te obligaron a tomar. Engendraste a una hija por un propósito, un propósito que será revelado con el tiempo.

—¿Por qué me cuenta todo esto? —pregunto intrigado.

—Porque necesito que te quedes en el camino seleccionado para ti, un camino que te llevará a tus objetivos, pero que será lento por el bien de muchos y malestar de otros —responde solemne—. Algún día portarás la corona sombría, pero pasarán muchos años en los cuales se te pondrán distintas pruebas para demostrar que eres digno de tal honor. Donde la importancia de fuertes aliados será de mucha ayuda para tu ascenso al poder y que tu reclamo sea sólido.

—¿Hablas de Atlas? —pregunto temeroso—. Solo es un niño, lo tengo bajo mi cuidado. Lo criaré y lo educaré.

—Tienes que mantener una influencia bastante significativa en ese niño para que no se convierta en tu ruina y la de Lina —él apoya sus manos en el escritorio—. Necesito que me prometas que estarás para Lina, que te quedarás con ella siempre.

—Lo prometo —respondo serio—. La cuidaré con mi vida.

—Es bueno escuchar eso —él asiente tranquilo—. El destino del universo dependerá de las acciones de todos mis nietos, los quiero unidos en cualquier tipo de relación que se pueda.

 Lo miro confundido, pero él no dice nada porque se dirige hacia la puerta y se va. Lo sigo por la casa, él sube las escaleras y va a la habitación de Lina. Los presentes se quedan en silencio, mi abuelo pide cargar a mi hija. La señora Laila se la entrega y él la carga por un rato hasta que la devuelve a Lina, le da un besa en la frente a ambas y él con mi abuela Eva se van de la habitación y de la casa.

—¡Estás vivo! Eso es maravilloso —exclama sarcástica mi señora.

—No le iba a hacer nada —comenta mi padre irritado.

 Lina sale de la habitación y se va a la habitación de Seraphine donde se encuentra a Luna sosteniéndose se su antigua cuna. Lina acuesta a la bebé con cuidado para dejarla descansar.

—¿Puedo ponerle la lámpara que le traje? —Luna le pregunta a Lina, ella asiente y Luna saca de la caja de madera una bola azul brillante. Ella pone la lámpara en una repisa cerca de la cuna, con un delicado hundimiento de la bola, esta empieza a brillar en un tono azul bastante potente; de la lámpara empiezan a salir criaturas de hielo que vuelan por toda la habitación y postrándose en las barandillas de la cuna—. Son criaturas inofensivas de hielo, las personas de mi reino ponen estas bolas cerca de las cunas de los niños para protegerlos de cualquier cosa que los lastimen. Y también en sus sueños serían sus guardianes.

—Es un lindo gesto de tu parte —comento tranquilo, Lina asiente observando las criaturas postradas en la cuna vigilando a mi hija.

—Tengo hambre —declara Lina tocándose el estómago.

—Déjame ver si las cocineras prepararon la cena —digo tocándole el hombro, ella asiente y salgo de la habitación. Afuera se encuentran Taurus y Estrella conversando a gusto, Sol está hablando con su madre y mis padres hablan con mi señora. Bajo las escaleras y me dirijo hacia las damas de Lina diciéndole que su señora quiere comer, ellas asienten y se van a la cocina a buscar la comida para su señora. Voy a subir otra vez las escaleras, pero se abre la puerta y entran el señor Seth acompañado por Cedric.

—Vengo por tu madre —declara firme, sus características prendas negras y una gran espada sujetada en la espalda.

—Está arriba —señalo al techo—. Ya se la llamo —digo triste, sé que esto siempre sucede, pero eso no quita que duela menos.

 Subo las escaleras abatido y busco con la mirada a mi madre. Mi mirada conecta con la de Estrella y ella busca a mi madre, Luna sale de la habitación y me mira preocupada. Pero ella también sabe que significa mi mirada, ella también busca a mi madre. Mi madre sale de la habitación de Lina y va a despedirse rápido de su nieta, mi padre carga a Atlas.

—¿Qué sucede? —pregunta Atlas confundido. Mi señora se acerca hacia mí y baja las escaleras y se lanza a los brazos de su esposo.

—Aryana ya se tiene que ir y tú te quedarás con Tristan mientras que regresa —le responde mi padre de forma gentil a Atlas. Él niega con la cabeza, mi madre sale de la habitación acompañada por mis hermanas, ella le besa la frente al niño y le dice que lo quiere mucho.

 Atlas empieza a patalear y a llorar, mi padre lo intenta calmar. Mi madre se acerca hacia mí y me abraza.

—Sabes que te quiero y que cuando venga estaré para ti y tus hermanas —ella susurra en mi oído y se aparta de mí para darme un beso en la mejilla. Asiento serio y ella baja las escaleras donde Seth estira su mano y ambos desaparecen por la puerta. La señora Laila observa cruzada de brazos la puerta y niega con la cabeza, se voltea y me mira fija.

—¡Estrella, ya tenemos que irnos! —ordena seria, sus ojos negros están puestos en mí.

 Mi hermana se despide de mi padre y de Atlas que sigue llorando, se despide de Lina, Sol, Taurus, mi tía y de Luna. Ella camina hacia mí y me abraza.

—Felicidades, serás un gran padre —ella susurra y me suelta, baja las escaleras y se va con la señora Laila por la puerta, cerrándola de tras de sí.

 Luna se acerca a Atlas y le toca la frente, el niño cae dormido en los brazos de mi padre.

—Se despertará en una hora —declara mirándome—. Creo que ya es mejor dejarlos descansar.

 Ella se despide de mi padre, Sol se despide de su madre y de Lina; Taurus también se despide de todos y los tres se aceran hacia mí y estrechan mi mano.

—Cuida a nuestra hermana —me advierte Sol, Taurus también me mira amenazante.

—Espero que podamos hablar pronto —Luna dice con una leve sonrisa y se va con Taurus y Sol. Los tres bajan las escaleras y salen por la puerta.

—¿Dónde lo acuesto? —pregunta mi padre señalando al niño, me acerco hacia a él y abro la habitación que está al lado de la mía. Mi padre entra y acuesta al niño con cuidado—. Traeré sus cosas luego, tu madre le había comprado ropa y juguetes.

—Tengo que contratar a una niñera para que lo cuide y lo eduque —comento observando al tierno niño en la cama.

—Tu madre y yo ya habíamos buscado a una ¿te parece bien que la traiga a vivir para acá? —pregunta observando a Atlas tranquilo.

—No tengo opción, es por el bien de Atlas —hablo firme, lo arropo bien porque aún hace un poco de frío.

 Salgo de la habitación, Lina se encuentra sentada comiendo en el escritorio y mesón de la habitación de Seraphine. Su madre está observando con cuidado a mi hija.

—Dejaré a una sacerdotisa al cuidado de mi nieta y para que los ayude con esta tarea —dice sin quitarle el ojo a mi hija. Lina asiente comiendo su sopa de mariscos.

—Cualquier cosa, por favor búsquenme, estaré pendiente de su llamado —la señora Venus se despide de su hija y ella la abraza. Se acerca a nosotros—. Por favor cuida a mi hija y a mi nieta.

—Se lo prometo, mi señora —me inclino un poco, ella asiente y se despide de mi padre.

—Voy a buscar a la sacerdotisa y las cosas de Atlas —él comenta cuando ya la madre de Lina se había ido. Él se despide de Lina y se acerca a la cuna de mi hija, él sonríe y se va por la puerta.

—¿Por qué tu padre buscará a otra sacerdotisa y las cosas de Atlas? —pregunta Lina levantándose con cuidado de la silla, me acerco hacia ella y la sostengo. Ella camina hacia a la silla mecedora que había comprado.

—Mi madre era la que cuidaba a Atlas, como ya no está debo hacerme cargo de él —me aparto de ella, una de sus damas entra y recoge rápido la taza donde comió Lina—. Debo cuidar de él.

—No es tu responsabilidad cuidar de Atlas, de eso debe procurar sus padres —comenta irritada.

—Su padre no lo reconoce y eso debe ser así —respondo rascándome la cabeza—. Y su madre me amenazó ¿qué otra alternativa tengo?

—No lo sé, solo digo que no me parece que cargues con responsabilidades que no son tuyas —ella se empieza a mecer y se calma un poco.

—Lo sé, pero no tengo de otra. A demás, él es un buen niño y no va a ser ningún problema cuidarlo —me arrodillo delante de ella—. La sacerdotisa lo cuidará mientras que mi madre no esté, cuando vuelva al reino de los vivos; verás como no se la pasará por aquí.

—Igual mantengo mi postura sobre Atlas —ella declara tajante—. Como sea, me voy a dormir, quiero descansar por estos días hasta que pueda volver a trabajar.

—Pero ¿no deberías estar aquí cuidando a la niña por lo menos tres meses? Por lo que dijo tu madre sobre el lazo madre e hija y todo eso —digo confundido.

—Sé de ese vínculo, pero ese lazo se desarrolla con el paso de los años —ella se levanta y camina hasta la cuna—. No puedo dejar a mi reino desatendido por tanto tiempo, tengo que arreglar disputas, planificar rutas marinas y demás cosas. Y sentada en la casa escribiendo cartas, no lo va a arreglar.

—Comprendo esa parte, pero no hace mucho estábamos hablando de cómo los padres de Atlas se han deslingado de su hijo ¿y ahora tú harás lo mismo? —la miro un poco molesto.

—Primero, no me compares con esa gente —ella se voltea enojada—. Segundo, no estoy abandonando a mi hija con un completo desconocido. Y tercero, yo tengo mis responsabilidades bien en claro. Cumpliré con mi reino y con mi hija, buscaré la forma de balancearme. Pero no quiero presiones.

—Yo solo quiero saber si podré contar contigo con las cosas de la niña y no me refiero al tema económico —la miro firme—. Quiero saber si estarás presente.

—Estaré presente en la vida de nuestra hija como mi reino me lo permita —ella declara firme—. Tú también tienes tus responsabilidades con tu planeta y no te lo recrimino. Así que mantengamos los límites y ambos buscaremos la forma de estar el mayor tiempo que nuestros deberes nos los permita ¿está claro?

—¿Es una orden? —pregunto alzando una ceja.

—Tómalo como quieras —ella me mira desafiante—. Ahora si no te importa, quiero descansar, he tenido un día bastante largo.

 Ella camina fuera de la habitación enojada y se encierra en su habitación, sus guardias se postran en su puerta impidiéndome la entrada. Me encamino hacia las escaleras para comer y volver con mi hija. Le digo a una de las sirvientas que m sirvan de la misma sopa que le habían dado a Lina y que me la subieran al cuarto de mi hija.

—¿Cómo está la bebé? —pregunta Cedric detrás de mí—. No he querido subir por tu familia, me intimidan hasta el punto de cagarme encima.

—Como siempre sutil —respondo con una sonrisa—. Vamos, para que la conozcas.

—¿Sí puedo? —pregunta asustado—. ¿Sabes? He visto la muerte muchas veces, pero tener al dios de la muerte al lado es surreal.

—Lo es y más cuando está con su esposa y se empiezan a manosear, se vuelve más surreal —subimos las escaleras.

—Por favor, no me metas esa imagen en la mente —él responde asqueado—. Es como imaginarte a tus padres cogiendo.

—Algo así —contesto en el umbral de la habitación de Seraphine, la sacerdotisa está al lado de la cuna observando a mi hija. Ella me mira y hace una reverencia.

—Estaré vigilando a su hija toda la noche —dice con un tono de voz dócil.

—Está bien —asiento serio, acompaño a Cedric hacia la cuna y él mantiene la distancia entre la cuna y él, se inclina un poco y observa a mi hija con una sonrisa.

—Hija de su padre por ese tono de cabello —responde volviéndose hacia mí—. ¿Por qué la habitación tiene una luz azul y esas criaturas? —señala a los pequeños animales de hielo.

—Es un regalo de Luna, es una lámpara —la señalo en el estante—. Y las criaturas son guardianes para cuidarla de cualquier daño y en sus sueños también.

—Lindo —responde observando una de ellas—. Supongo que así son los regalos en tu familia, algunas solo regalan juguetes de madera y la amenaza de tener a los suegros en tu casa por lo menos los dos primeros años de vida del bebé.

—Estarán mis padres bastante seguido por acá —me encojo de brazos.

—Solo, porque por más increíble que suene, tu madre es la más normal de todos —él declara tajante—. Aunque tu hermana Estrella también.

—Estrella te puede agradar —comento mirando la cuna—. Vamos hacia fuera, no quiero molestar a mi hija mientras duerme.

 Me despido de la sacerdotisa y salimos de la habitación. Observo que una de las sirvientas viene con una charola con la sopa y una copa de vino, me acerco hacia ella y tomo la copa. Le indico que me la lleve a mi cuarto, le abro la puerta y ella entra en el cuarto; deja la charola en la cama y se retira.

—¿Ya comiste? —le pregunto mientras que me siento en el suelo, dejo la copa a un lado y tomo la sopa que está caliente.

—Sí, ya comí —responde sentándose al frente de mí en el suelo—. ¿Cómo te sientes ahora que eres padre?

—Aún no empieza el desafío —agarro la cuchara y pruebo la sopa. Ahora entiendo el buen humor de Lina cuando se la comió, lo salado de los mariscos combinado con las verduras y el caldo un poco naranja, pero delicioso—. Cuando empiece, te aviso. ¿Cómo terminó la reunión?

—Que los ministros comprendieron tu emergencia, que muchas felicidades y que el señor Meyer está dispuesto a negociar contigo siempre y cuando cumplas con tu parte del trato.

—Me pide que lo ayude a dar con los criminales que azotan con el planeta de su padre, pero no puedo con los míos —respondo comiéndome unos camarones.

—No digas eso —él niega con la cabeza—. Se han apresado a bastantes criminales, la tasa de robos descendió por lo menos un cinco por ciento. Los Grey están tranquilos porque negociaste un plan social para la zona sur y resolviste el problema de los trabajadores que estaban robando en la recolecta de impuestos. Estás teniendo resultados, a un ritmo lento, pero buenos.

—Es bueno escuchar eso —sonrío mientras que me devoro la sopa.

—¿Verdad que está deliciosa? —pregunta cuando ya dejo el tazón vacío en el suelo, asiento cansado—. Las cocineras se lucieron, también ayudó que Lina haya traído esa tanda de mariscos como para alimentar a media ciudad.

—A ella les gusta, y si los preparan de esta forma, si me los comería —respondo llevándome la copa a la boca y acabarme el vino de un solo tirón.

—Cuando creces cerca del mar, te vuelves amante de su gastronomía —él asiente nostálgico.

—¿Cuánto tiempo pasaste en alta mar? —pregunto recogiéndome las piernas. Y él se sienta delante de mí

—Lo suficiente como para saber respetar el océano, aprender sus costumbres —él estira sus piernas—. Mi familia, en su mayoría son navegantes o comerciantes, o ambas. Tienen sus posesiones y el apellido bien establecido en los océanos del reino del Oeste.

—¿Y por qué no seguiste sus pasos? —pregunto recostando la cabeza en la cama.

—No era lo mío no tener un lugar que llamar hogar —él habla serio—. Mi hogar era el barco de mis padres, navegar incontables mares, explorar distintos lugares era fascinante, pero no quería exponerme de esa forma —él suspira endureciendo sus facciones—. Me enlisté al ejército cuando cumplí veinte años, mis padres estaban molestos, pero comprendieron mis razones. Y el resto de la historia la conoces bastante bien.

—Tanto que trabajaste para que un mocoso de diecisiete años tomara el control de la frontera con el reino del Norte —me río cómplice.

—No sabías el odio que te tenía en ese momento —él me mira furioso, pero también se ríe.

—En mi defensa, no fue mi elección —levanto las manos.

—Tampoco la mía de protegerte, pero nuestra señora fue bastante convincente —él dice incómodo, no lo culpo, si la diosa de la oscuridad amenaza a toda tu familia con la muerte, es evidente que obedecerás.

—Sí, digamos que no resultó tan mal —me encojo de hombros. Él me mira mal—. Estamos aquí y eso es todo lo que importa.

—En serio hay momentos que se me olvida que eres un príncipe —él niega con la cabeza.

 Voy a responderle. Pero escucho la voz de mi padre llamándome, me levanto de inmediato y salgo de la habitación. Él se encuentra al frente de las escaleras con una sacerdotisa.

—Ella es Emilia Weyland, ella se encargará del cuidado y la educación de Atlas —mi padre la señala y ella hace una reverencia—. Ya ha cuidado a Atlas en algunas ocasiones.

—Me parece bien —me llevo las manos a los bolsillos del pantalón—. Él sigue dormido, no sé si ya había comido cuando estaba con ustedes o no.

—Había cenado, de seguro seguirá durmiendo, pero igual hay que estar pendiente —él me entrega un bolso—. Allí está la ropa de Atlas, tiene un hechizo de espacio para que tengas cuidado. También la señorita Weyland tiene los libros que usará para la educación del niño.

—Le enseñaré a controlar sus poderes y le brindaré una excelente educación, mi señor —habla la sacerdotisa en un tono firme, pero con amabilidad. Su característica calvicie y las runas llenándola por completo, es alta, esbelta y con un rostro agraciado. Su familia es abanderada de mi padre, y es la única mujer de los hijos de Michael Weyland y Verónica Weyland.

—Está bien —asiento—. ¿Quiere instalarse o estar con el niño?

—Instalarme, mi señor —ella asiente y mi padre se despide de mí.

 Cedric aparece con la taza y la copa.

—Señorita Weyland, le presento a mi capitán de mi guardia, el señor Cedric Blackwood —ambos se inclinan hacia delante—. Ella se encargará de cuidar deº Atlas.

—Me parece bien —él asiente—. ¿Dónde la instalarás? Las habitaciones de servicio ya están llenas y creo que lo más prudente es que la hospedes en las habitaciones de la casa para que pueda estar pendiente del niño y también aplica para la otra sacerdotisa que cuida de Seraphine.

—Tienes un buen punto —puntualizo cansado—. Por favor sígame, señorita Weyland.

 Cedric baja las escaleras a llevar la taza y la copa a la cocina, mientras que yo llevo a la señorita Weyland a la última habitación del pasillo, abro la puerta y me hago a un lado para que la sacerdotisa pueda entrar.

—Creo que lo más importante que le diga el sistema horario del planeta —dejo el bolso con las cosas de Atlas a la orilla de la cama—. Aproximadamente, dentro de dos semanas iniciará la primavera y con eso volverá la luz al planeta. El día se constituye en tres periodos, la mañana; se dará cuenta con el amanecer; el medio día, que empieza a descender el sol hasta que llega el atardecer dando así el inicio de la noche. Por lo general la mayoría de actividades se hacen con la luz del sol y pido que las actividades que vaya a realizar con Atlas sea en las mañanas, para que cuando llegue la noche sea su hora de dormir.

—Comprendo, mi señor —ella asiente obediente.

—Mañana le daré un reloj para que pueda ubicarse con la hora —comento saliendo de la habitación—. Por favor acompáñeme, le voy a mostrar la habitación donde descansa Atlas.

 Los dos salimos de la habitación y caminamos hasta llegar a la habitación de Atlas. Abro la puerta con cuidado y él todavía sigue dormido. Atlas abraza con ternura una almohada y tiene la boca media abierta, provocando que babee un poco.

—No sé si quedará cuidando el niño mientras duerme o preferirá ir a descansar usted —digo en voz baja.

—Me quedaré un rato hasta ver que si sigue dormido —ella responde observando a Atlas.

—Bueno, me iré a descansar —me despido de ella—. Mi habitación es la de al lado, llame si necesita algo.

 Ella asiente y levanta una silla dejándola al lado de la cama de Atlas. Yo por mi parte me voy a dormir. Me acerco a la habitación de mi hija y veo que la sacerdotisa está sentada en la silla mecedora mientras que lee un libro. Me dirijo hacia mi habitación, me quito las prendas y las pongo en la cesta de la ropa sucia. Me voy al cuarto de baño y me sumerjo en la tina rápidamente, no tardo por el frío y por el sueño. Salgo del baño con el camisón puesto y me voy a la cama para por fin dormir.

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