🦋Cap5: Celebración De Cumpleaños
Celebrar un cumpleaños...
Ya son quince años para nosotros dos, nunca podré tratar este cuerpo como el de una sola persona porque cada día al amanecer Lysander se apodera de mí y deja de ser mío.
Daren Roosevelt... algo nacido de la noche. Muevo mi copa llena de sangre mientras las mujeres bailan con la música de la habitación llena de regalos y cubriendo sus atributos con delgadas telas.
La muevo ensimismado en el líquido rojo, mientras observo todo con la mirada vacía, nada de esto llena completamente mi ser. Una se acerca sentándose de frente a mí mientras besa mi cuello y trata de seducirme con sus manos en mis muslos, llevándome a tomar sus cabellos hacia detrás y clavar mis colmillos en su yugular, disfrutando de una sangre alcoholizada, pero que reanima el rojo de mis ojos. Acompaño el acto con la sinfonía de la copa cayendo al suelo en pedazos al ya no necesitarla por este nuevo manjar.
No me detengo a pesar de las lágrimas que corren por su rostro ante el dolor qué causan mis colmillos. Es una humana, ¿qué más da? Cierto, es nueva, no parecía saber de esto. Debe de estar buscando un hijo mío o ganarse mi favor para resaltar entre sus cinco compañeras ligeras, pero no es que pueda acostarse conmigo ninguna en esta sala.
—¡Daren! —grita Charlotte desde la puerta llamando mi atención al abrirla de golpe.
La ignoro hasta que llega a mí y aguanta mi mano para que libere a la mujer de cabellos rubios y ojos asustados. Me encanta su miedo, podría saborearlo. La sangre en mis labios me recuerda que precisamente lo estoy haciendo y no puedo evitar reír mirando a Charlotte al relamerlos.
—Es mi cumpleaños, puedo permitirme esto al menos, ya que no me dejan salir de mi cárcel nocturna, ni del palacete —le contesto sin levantarme de la cama, una rodeada de almohadas y las prendas que me faltan—. No la iba a matar.
Vivimos en el palacio central de Rotia, uno con construcciones propias de nuestra zona desértica, pero los tonos coloridos y cálidos no me desagradan, vuelven todo más carnal.
Ella deja de mirar mi cuerpo y sube solo la mirada a mi rostro al darse cuenta que mi camisa de hilo se encuentra abierta en el pecho dejando ver sin problemas este.
—Si Helios se entera de esto vas a volver a ser encerrado en las celdas, compórtate al menos ahora que tienes algo de libertad —dice ella sin retroceder un solo paso.
—Sigue viva, necesitaba alimentarme y así es más cómodo. No me gusta la sangre directamente de los vasos —respondo sin moverme—. ¿Vas a arruinar mi cumpleaños? Solo son las mujeres de mi harem.
—No puedes dañarlas así, no lo merecen. Si no las deseas, simplemente déjales ir a casa, pero las tratas como bolsas de sangre andantes —dice Charlotte haciendo presión en mi muñeca, una que no es tan fuerte como podría.
Me levanto, acercándome a ella y al darse cuenta de su postura me libera. Nunca ha sido la mejor amenazando, sobre todo por su corazón demasiado noble. Sus ojos muestran lástima en lugar de miedo y eso provoca una rabia indescriptible en mí, no es divertido si no está asustada.
—Me voy, guardarme el secreto y déjame salir de casa, lo has hecho antes —le comento pasando por su lado hacia la ventana para tratar de abrir los barrotes y la corriente recorre mi cuerpo haciendo que mis manos se quemen por segundos hasta regenerarlo—. ¿¡Qué hiciste!?
Le reclamo volteando a verla, baja su mirada como si supiera de esto. No dice nada y comienzo a golpear la pared causando que tiemble ante el impacto, luego otro y otro hasta que veo la sangre en mis manos.
—¡Déjame salir de aquí! —le grito a Charlotte.
—No... es por tu propia seguridad... Lysander lo entiende —dice ella avanzando hasta donde estoy y aguantando mis brazos para que no siga.
—Porque él tiene más horas que yo, quiero ser libre, Charlotte —digo tratando de hacer más fuerza que ella, pero es imposible, nadie le gana a esta mujer en fuerza.
Muerde sus labios como si mis palabras le hubiesen afectado. El aire entra por la rendija electrificada moviendo mis largos cabellos blancos a la par que los suyos. Su cerquillo no deja ver los ojos de mi niñera hasta que me libera e ignorando la corriente arranca la ventana como la bestia que es.
—Iré contigo y te esperaré a donde vayas —cede como cada noche en mis cumpleaños, demasiado fácil a veces—. Debemos volver antes de que vuestro padre se entere, joven amo Daren.
Tras sus palabras solo sonrío y las demás mujeres en la sala caen como muñecas dormidas al cortar mi hipnosis de golpe. Ella mira la imagen a nuestras espaldas y antes de marcharnos, las acomoda en mi cama buscando el cuidarlas. Siempre hace cosas como esa...
No la espero, escapo por el agujero creado y observo la luna en el cielo, mi compañera y la que me permite vivir estas cortas ocho horas nocturnas al menos. Miro a mi lado y Charlotte cae desde el edificio junto conmigo, preparada para ser mi niñera una vez más y protectora aunque no es que la necesite.
No importa cuántas veces he peleado contra ella, nunca le he podido ganar ni una sola vez. Su súper fuera e indestructibilidad la hacen el mejor soldado, pero sé que en el fondo se le puede convencer por su corazón si solo me dejase tocarla unos pocos segundos más.
—¿Vamos donde Alcarena, no? —comenta Charlotte.
No le contesto, simplemente le dejo una sonrisa de medio lado y soplo mi dedo índice, pidiéndole que guarde el secreto. Alcarena es la única mujer de este reino qué me interesa al menos un poco, una de las brujas del pueblo qué porta hermosos cabellos violetas. A pesar de todo, no desea casarse conmigo por mi naturaleza esquiva en los momentos de Sol y tampoco es que la ame como para ello.
En el jardín, nos escapamos por encima de los edificios de una planta. Las paredes rocosas en naranja nos permiten escalar con facilidad apoyándonos en las columnas. Alguien nos ve, pero la alerta se detiene cuando ven a Charlotte, la mano derecha del padre de Lysander. Mi padre es Lewelyn, no Helios.
En las afueras de la ciudad nuestros pasos retoman la calma, volviéndose un paseo nocturno sin aparentes prisas.
—Oye, Charlotte, me gustaría volver a Axtrinia y salir de Rotia —le comento a mi niñera.
—No debe, Daren, no hasta que vuelva vuestra madre —contesta Charlotte, apretando su pecho como si se la comiesen los recuerdos.
—Con el paso de los años he entendido que ella no volverá —contesto con toda la seriedad del mundo, soltando los anhelos—. Daren Roosevelt...
—Vuestro nombre, pero no importan los apellidos, todos nosotros somos una gran familia —contesta Charlotte, cortándome el paso y colocándose delante de mí con una amplia sonrisa. La inocencia se la come a pesar de los años, posee treinta e incluso me dobla la edad, pero la siento como otra niña, una eterna niña inocente. Mas, ella puede permitírselo, pocos en le mundo podrían tocarla siquiera o dañarla.
Sus palabras me molestan, paso por su lado, golpeando su hombro con fuerza por tal afirmación. Solo ella me considera una familia, los demás me ven como un peligro por ser parte de Lewelyn Roosevelt. Si pudiesen, desearían que yo no existiese. Si pudiesen, me mantendrían todo el tiempo encerrado.
Me escapo de su lado, buscando las calles de Rotia en la capital, Bangor. Me deleito con las luces nocturnas y los bailes callejeros de las bailarinas con ropas ligeras, con telas que parecen alas a cada movimiento mientras enseñan el abdomen.
Ya no me sigue de cerca mi niñera, me observa dándome mi espacio, como si comprendiese lo molesto qué es tener esta clase de maldición. Me deja hacer y deshacer, comprar, hablar, coquetear e incluso criticar a otros con extraños. Me deja sentirme libre por al menos unos segundos.
Cómo una luz en la oscuridad estrellada, aparece la luna en la multitud. Alcarena goza de mover sus caderas al ritmo de la música de las panderetas y cajones. Sus telas doradas y rosadas hacen un contraste hermoso con su ondulado cabello hasta la cintura. Se divierte como el viento, como la misma libertad personificada.
A pesar de mis cabellos blancos, notorios en demasía, no hace aun reparo en mí, pues sus ojos se mantienen cerrados como si estuviese entregando el alma al baile. Me centro en ella, lo disfruto, hasta que veo como algo se escurre en la oscuridad a mi lado, desapareciendo un hombre de la multitud como si nada.
Juraría qué estaba ahí hace un segundo, pero desapareció sin más. Charlotte se acerca hasta mí con la sonrisa borrada de su rostro y sosteniendo su rosario en el pecho. Me molesta cuando mantiene las manos ahí, pues posee demasiado busto.
—Se lo llevaron con un portal —contesta Charlotte.
—No es mi problema —respondo, volviendo mi mirada al escenario, donde el baile casi termina.
—Es problema de la familia —responde ella, sumamente seria ante tal sentencia.
—No me estropees la noche de cumpleaños, Charlotte —le respondo bruscamente, buscando que ella ceda.
—Daren, hay que trabajar —me dice ella, saliendo de mi alcance mientras la multitud se despeja ante la obra terminada. Ella persigue a Alcarena junto a los suyos, y yo voy tras ella para detenerla, pero en Charlotte no puedo usar mis poderes, no con ella.
Mi niñera me detiene, ocultándonos al doblar la esquina, sin que nos aprecien, pero podemos escuchar todo lo que hablan. Cubre mis labios con su mano y con sus ojos me pide silencio. Disfruto los latidos de su corazón ante ese tacto de su piel y lamo su palma para forzarla a que me libere. Por mucho que quiera, mis colmillos no son capaces de traspasar la piel de Charlotte.
Ella al darse cuenta que me ha tocado por largos segundos, retira el contacto, pues sabe lo que podría pasar de seguir.
—Tienen a tres, serán suficientes suministros para hoy. Deben estar llegando a Axtrinia en la mañana por el hueco de la barrera —resuena en mis oídos la voz de Alcarena.
Otros dos hombres se ríen junto con ella, ambos de cabellos morados como los de su aquelarre, el de los portales. Parece que ellos tienen la capacidad de traspasar la barrera con su magia...
—Esto es peligroso, no podemos dejar que hayan entradas a Axtrinia —susurra Charlotte en mi oído, inconsciente de que es imposible que no reaccione a esa cercanía. Aprieto el puño en su espalda para evitar aprestar su cintura y solo miro a un lado. Maldita bendecida.
—No me interesa Axtrinia ni voy a ponerme en contra de Alcarena —contesto, susurrando de igual forma.
Charlotte tiene sus motivos, todos lo tienen y son capaces de llegar lejos por el grupo, Helios, Bralen, Charlotte y el tío Walker. Por lo mismo, Helios moriría si entrase algún bendecido a Axtrinia, exactamente a Narciso, alguien que represente a la iglesia en específico, como Charlotte, aunque ella no trabaja con ellos, por eso está exenta. Es parte de un viejo pacto de Lewis con un demonio.
Charlotte toma mi mano y comienza a escribir con su dedo en la palma, para evitar hablar. "Yo iré a pos los dos, necesito que la inhabilites a ella para poder interrogarla y saber quiénes están debilitando la barrera".
Sus letras van acompañadas de una duda naciente en sus ojos, como si un recuerdo se apoderarse de ella al pensar en esas cosas. Bendecidos, su real facción, la que abandonó por mi madre.
Tomo su mano, y devuelvo su pedido con uno mío, al menos esperando que cumpla lo que deseo. "¿Qué harás si hago lo que quieres y dejo ir a Alcarena?"
Su rostro se llena de duda, baja la mirada como si la solución estuviese en la punta de sus dedos. No es así, está en sus labios, pero no lo hará, no le entregaría su cuerpo a otro que no sea Dios, al final su deseo siempre ha sido ser una monja y lo abandonó para cuidarme.
Resoplo, molesto conmigo mismo y el ceder ante la nada que me propone esta mujer inocente. Coloco la mano en su cabeza y beso su frente por un segundo como si le diese mi bendición en lugar de la de su dios.
—Alcarena —comento, saliendo del callejón y dejándome expuesto delante de ellos. Ella duda en saludarme al verla aquí en un angostillo, pero al momento disimula y avanza hacia mí, con total confianza, la de unos enamorados.
Sus labios se juntan con los míos y la tomo de la cintura para hacerlo más largo. Debe estar sorprendida, porque normalmente la aparto lo más rápido que puedo tras ese contacto, sin saber ella el por qué lo hago.
—Te extrañé, pensé que no vendrías más desde la última discusión. Tranquilo, son amigos —dice acerca de los dos hombres que andan con ella.
Callo sus palabras con otro beso, robando su aire y disfrutándolo como el último. Siento sus ropas entre mis manos y al cabo de unos pocos segundos, su piel se convierte en polvo que se lleva el viento, sin dolor alguno, ni darse cuenta de cómo murió.
Sus compañeros gritan por la contrariedad apreciada, me preguntan que hice y tratan de abrir un portal bajo mis pies para mandarme lejos, pero a penas estiran la mano, activo mi poder y la desintegro en polvo hasta el codo del primero, dejando que la sangre brote.
—No se muevan, aunque solo uno vivirá, no necesito dos ratas —comento, sintiendo como la sed se apodera de mi cuerpo ante la sangre. Voraz, un apetito exagerado se crea en mi interior ante tal muestra, no soy bueno controlándolo, pues siempre se me ha limitado la existencia.
Trago en seco mientras arreglo mi camisa por la zona del cuello, como si fuese una correa.
—¡Déjanos en paz, si eres una criatura deberías estar a favor de la rebelión contra la reina Victoria! Somos aliados —dice el que está sano. El herido trata de huir y justo por ello lo vuelvo polvo desde la distancia para no preocuparme más por su existencia.
—Las criaturas me importan muy poco, los humanos también, todos son ratas que se arrastran viendo cual puede levantarse el ego y aparentar ser el mejor —comento, mientras avanzo hacia él. Me deleito con mis pasos, disfruto el desastre y el miedo, lo saboreo.
—¿Quién eres? No me hagas nada malo, por favor —me suplica el único hombre vivo. Yo sonrió y desintegro una de sus piernas, ¡dejándolo caer al suelo y divirtiéndome con tal atrocidad tan poética!
Me deleito con sus gritos, con cómo se arrastra preguntándose si no lo iba a dejar vivir. Quiero torturarlo un poco más, solo por diversión, pero Charlotte me golpea por la espalda, pegando mi cuerpo al suelo tras un estruendo y agarrando las manos a mi espalda como mi captora.
—¡Suéltame, Charlotte! —grito, sabiendo el naciente escarlata en mis ojos como ardientes llamas.
—Detente, Lysander, lo necesito vivo para interrogarlo, pero no tienes que asesinar de forma tan cruel al hombre, me recuerdas a... —sus palabras se detienen, pero no parece que vaya a decir algo bueno. Ya lo he escuchado antes, Lyra.
Lo sé, ninguno de ellos aprecia a nadie de la familia de la que provengo, los viejos verdugos qué castigaban a las criaturas atrevidas a dejarse conocer por los humanos y romper las reglas.
—Lo hice por ti, ni se te ocurra regañarme, te entregué lo que querías e incluso a mi diversión, a Alcarena —contesto, tratando de hacer fuerza para pararme, pero ella no me deja.
—Lo siento —susurra, como retractándose un poco—. Solo... no hagas más allá de lo necesario...
Me libera, haciéndome controlado, permitiéndome levantarme de mi prisión entre el suelo y sus manos.
Observo al mago delante de nosotros, por nuestra distracción abre un portal para huir y logra escapar. Intento detenerlo, pero es muy tarde a pesar de que desintegro parte de su trasero desde la distancia al pasar.
—Bueno, hice lo que pude —le comento a Charlotte, sacudiendo el polvo de mi camisa blanca.
—Tenemos que encontrarlos —me responde ella, preocupada seriamente por la situación—. Saben de tu existencia, tenías el cabello blanco, es signo de los Roosevelt y ese poder destructivo es como el de la rama masculina de la familia. Pero me preocupa más ese comercio ilegal, es una entrada muy peligrosa al reino de las criaturas.
—Muy bien todo, pero ya casi me tengo que ir —le comento a Charlotte, señalando el naciente Sol en la lejanía, un anuncio de mi inminente encierro en la cárcel de sombras.
—Deberíamos ir a casa —dice ella, comenzando a caminar.
No la dejo seguir, la detengo atrapando su cintura en mis brazos por la espalda y apoyando mi mentón sobre su cabeza. Disfruto el contacto todo lo que puedo, aprovechando que soy mucho más alto que ella, aunque por ahora, más débil.
—Si me tocas mucho tiempo, moriré —me susurra, sin atreverse a mover. No sé si es porque le agrada o simplemente no quiere arriesgarse.
—En el amanecer no tengo poderes —respondo en su oído, dejando un beso en su mejilla, a pesar de que puedo aún saborear la saliva de la difunta.
Me llena de vida un pequeño detalle en sus mejillas, las cuales se sonrojan ante mi acto al igual que sus orejas. No puedo, no resisto y me parece sumamente deliciosa su inocencia. Puedo hacer muchas cosas por ti, Charlotte, pero no sé exactamente por qué. Quizás porque me gustas, o puede que sea por lo delicioso que sería corromperte.
Voy perdiendo el control de mi cuerpo. Sin solucionar el comercio ilegal o pasar un cumpleaños memorable. Simplemente me marcho, para dejarle el cuerpo al maldito humano con el que debo compartirlo. Aunque Lysander y yo compartamos el recipiente, no somos lo mismo, no somos el mismo y mucho menos, queremos algo similar.
Debo volver con Victoria Roosevelt, la reina, y así, ella podría ayudarme a obtener un cuerpo propio con su poder de creación. Pero si lo hago, debo llevarte conmigo, Charlotte, o me aburriré demasiado.
Buenas, Kirara por acáaaa!!
Estaré subiendo capítulos regularmente, estoy a full con este tomo. Por otra parte, trataré de que sea al menos uno semanal pro no me maten xd.
Que les parece Daren Roosevelt? uno de los lados del hijo de Lewis :3
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