Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Una pijamada en pareja (parte dos)


Una pijamada en pareja parte dos.

Capítulo veintinueve: un poco de alcohol en el sistema.

Adler no quería, pero al final Sugar salió victoriosa y se tomó tres cervezas para el momento en el que llegaron al cine. Ella se había tomado seis y ya estaba algo chispeante por el alcohol. En realidad, ambos lo estaban.

No estaban ebrios, pero sí había una adrenalina culposa en su sistema que los incitaba a desinhibirse y actuar como tontos en un lugar público. Llegaron riendo y Sugar se estaba tambaleando por puro gusto, solo para que Adler la sostuviera del brazo mientras fingía que se columpiaba en él. Adler trataba de mirarla con severidad, pero siempre terminaba riendo junto con ella y dejando que hiciera lo que quisiera con su brazo. Parecían encantados de estar atontados y juntos, pero eso acabó en el momento en el que elegían la película y discutir por todo pareció ser su actividad favorita.

Normalmente cuando Sugar y Adler pasaban más tiempo juntos, haciendo actividades que no fuera una simple conversación sentados al pie de un árbol, se notaban más las diferencias entre ambos. Era más fácil para ellos hablar en un espacio abierto, sin nada más que sus almas y sus sentimientos, que ponerse de acuerdo para cosas rudimentarias en las cuales no tenía muchas preferencias en común, y eso, sumado al alcohol en su sistema, causó una disputa que fue muy evidente desde el momento en el que entraron al cine hasta el instante en el que salieron.

Su primer problema fue decidir la película; Adler quería ver una de acción distópica basada en una novela gráfica y Sugar quería ver una comedia romántica del estilo de Jenifer Aniston. Esa discusión los llevó a perder la función más cercana de ambas películas y al final entraron a ver una película animada para niños, siendo una de las únicas disponibles—la otra era de terror y sugar lo detestaba, y había otra de Adam Sandler a la cual Adler se negó rotundamente a entrar—.

Después, no podían decidirse por cual dulce, palomitas y refresco comprar, y fracasaron tanto en eso que para no perder la función, compraron cada uno lo suyo y abandonaron la utópica idea de compartir. Ya una vez en la sala, ambos pelearon por el asiento del pasillo. Sugar lo ganó, pero justo cuando se acomodaba, en el asiento de enfrente se sentó un hombre que no dejaba de soltar gases, y Sugar decidió pedirle el cambio a Adler casi a gritos. También discutieron por eso.

Alguien ajeno a su extraña dinámica podría encontrar todo eso frustrante, pero la verdad era que en la mayoría de las veces, Adler y Sugar solo "discutían" por el mero gusto de debatir y con una sonrisa inmensa en los labios. Al final, terminaban cada discusión con sonrisas, empujones cariñosos y un gesto dulce, pero descabellado de cada uno, como Adler sosteniendo la puerta para Sugar y llevando su comida, mientras Sugar respondía como francesa dramática, con reverencias falsas y acento, o como ella discutiendo con la señora sentada detrás de su amigo, la cual se quejaba de que este era muy alto y no la dejaba ver. Sugar se puso a amedrentarla tanto que se fue de la sala murmurando algo sobre la juventud del momento, aunque después tuvo que regresar porque había olvidado a su sobrino en la sala. Luego, terminaban abrazándose y jurando dar la vida uno por el otro.

Para cuando terminaron los comerciales, ya ambos estaban riendo, con las manos entrelazadas de forma involuntaria y sonriendo como si cada minuto juntos les regresara la felicidad que no sabía que habían perdido.






—Se va a morir—murmuró Sugar media hora después del inicio de la película, señalando a un personaje en específico.

—Sugar, es una película para niños.

—¿Y? el rey león también, y ve como terminaron Mufasa y Scar.

—Es Shakespeare, ¿qué esperabas?—interrogó Adler, riendo ligeramente.

—¡Que el rey viviera!

—¡Shhh!—los callaron los presentes, siendo ya la quinta vez que los silenciaban. Ambos chicos no habían parado de hablar.

—No—dijo cortante y se volvió a ella —. Pues la vida no es lo que quieres. Pero este no va a morir; él es el bueno y el principal. En las películas infantiles el bueno principal nunca muere, porque le darían un mensaje turbio a los niños. Nadie quiere crecer sabiendo que el mal triunfa sobre el bien.

—Ajá, pero que no lo hagan no quiere decir que el mal no triunfe algunas veces. Que alguien le enseñe a los niños que la vida es dura y a veces las hienas se comen a los buenos, no solo a los tíos malvados.

—¡Shhh!

Ella gruñó frunciendo las cejas y les levantó el dedo medio, haciendo pucheros. Adler rio y estiró su brazo para atraerla a su pecho y abrazarla, dándole exagerado consuelo a su exagerada reacción, como si fuera una niña llorando y no una adolescente haciendo dramas de telenovela. Esa fue su posición durante el resto de la película, y hubiera sido ameno para todos si Sugar no se hubiera encargado de decir en voz alta que la vida era dura y que la caricatura mentía, o si Adler no hubiera estado lanzando comentarios de lo improbable que eran las cosas y recitando las leyes y datos verídicos. Ambos estaban siendo insoportables, y eso de alguna forma les divertía. Sus cerebros disfrutaban de la fiesta, y secretamente, ambos se agarraban del alcohol y su influencia para actuar alocados por consciencia.

—¡Ya siéntese señor!—le gritó un adolescente harto sentado unas filas más abajo.

—¿Cómo crees que está, sonso?—lo defendió Sugar. Tal parecía ese día iba con ganas de discutir.

—¿Parado sobre el asiento?

—No seas envidioso, Minion de mierda. Te voy a enseñar... —dijo alzando los puños y levantándose de su asiento, haciendo ademán de querer saltar a la otra fila. Adler fue rápido y tomó su brazo con una mano y su cintura con la otra, evitando que cometiera alguna imprudencia.

—Cariño, tranquila. No estamos en un programa de artes marciales Mixtas. Relájate.

—Pero...

—Ya, no pasa nada. No te exaltes.

—No estoy exaltada—murmuró ella aparentando compostura mientras acomodaba su cabello y bajaba una pierna del asiento de enfrente—. Estoy calmada.

—¡Le dio miedo!—exclamó el adolescente con burla.

—¡Engendro de...!

—Shhhh.

—Shhh ustedes, idiotas.

—¡Sugar! Es un horario familiar, hay niños presentes—la regañó Adler.

—Ups, cierto. Feos, quise decir feos. Shhh ustedes, feos—gritó ella como niña y después se giró a Adler—. ¿Mejor?

—Mucho mejor—le respondió levantando los pulgares. Ella celebró y se sentó, pero pronto escuchó otra voz detrás de ellos.

—Fuera de mi cine.

—¿Ah sí? ¿quien lo dice?—dijo. Sugar solo se sentía encantada con ese nivel de desinhibimiento. La cerveza, la adrenalina, el hacer lo que quisiera, estar acompañada, todo eso le daba vida.

—El dueño—volvió a decir la voz grave y en ese momento las luces se encendieron. Sugar giró la mirada y le llegó un ápice de vergüenza y miedo cuando vio al dueño del cine con sus brazos cruzados sobre su pecho y una mirada dura. Ella se hundió en el asiento y se cubrió con el brazo de Adler, pero fue inútil.

—¿Hola?

—Están haciendo mucho desorden y molestan al resto de los clientes. Le pediré amablemente que se retiren, por favor.

—No.

—¡Sugar! Con más modales, por favor.

—Ah. Sí sí. No, gracias, amable y gor... caballero con sobrepeso—dijo voz su voz aniñada y cantarina.

—Así, sí—la felicitó su amigo, orgulloso de los modales de Sugar. El dueño estaba tiritando de furia, enrojeciendo. La miró con enojo como si fuera alguna retrasada, y la chica frunció el ceño.

—¡Deja de llamarme estúpida!

—No le estoy diciendo nada.

—¡Claro que sí! Con los ojos—dijo levantándose de un salto y picando sus ojos azules, haciéndolo gruñir cual bestia—. Y de pilón tiene rabia. Vaya al veterinario, estúpido. Yo no soy estúpida. ¿Verdad Adler?

—Exacto. Nada estúpida; es más, su cerebro es dos por ciento más avanzado que el resto—la defendió el nombrado, levantándose a su lado.

—¿Dos por ciento? ¡Doscientos por ciento!

—Ese porcentaje no existe en esta escala.

—¿Y! Este estúpido no lo sabe.

Sugar y Adler habían estado tan distraídos que no notaron cuando dos guardias de seguridad llegaron y se ubicaron a un lado de ellos, sujetando sus brazos con firmeza. Ella rio y le ladró al dueño, quien los miraba con odio intenso y ganas de arrancarles la cabeza.

—A mí no me mire así, yo no hice nada. La loca es ella.

—¡Traición! ¡Perderá la cabeza!

—La que la trae perdida eres tú.

—¡Silencio! ¿Qué les pasa?—interrumpió el dueño, quedándose sin paciencia.

—Nada. No estoy borracha o algo así—dijo Sugar batiendo sus pestañas. La mentira le duró el tiempo en el que tardó el hipo en delatarla.

—¡¿Entraron a mi cine intoxicados?!—bramó el señor, meneando su bigote.

—No, ¿cómo cree?

—Sí, ¿no lo había notado?


Dijeron Adler y Sugar al mismo tiempo. El dueño gruñó, Adler miró a la rubia con la boca abierta y mirada casi inocente, sorprendido por su respuesta tan directa y Sugar rio estruendosamente.

—Es inaceptable. No acepto ese comportamiento en mi cine. Desde hoy, les pido que se vayan y jamás regresen. Desde hoy, han sido vetados de este establecimiento.

Ambos amigos ladearon la cabeza al mismo tiempo y se miraron confundidos cuando, procediendo a sus palabras, todos los presentes de la sala estallaron en aplausos. De pronto se dieron cuenta de que todo se había detenido a su alrededor. La película había sido pausada y todos los estaban mirando. Sugar bufó, zafándose de los guardias y con cinismo sacó de su bolso una lata de cerveza, la abrió y tomó un gran trago. Después la alzó, y comenzó a vociferar.

—Mis no queridos Snobs insoportables...

—Nosotros también somos snobs, Sugar.

—Silencio Prince, estoy dando mi discurso—le dijo poniendo un dedo sobre sus labios y tomando otro trago de su lata—. Snobs insoportables, no aceptan la diversión y celebran a la monotonía. Son una vergüenza para el pueblo y para esta sociedad, que la transforman en una cerrada y conservadora. Por eso, este día yo, por mi propia cuenta, elijo abandonar el cine y no volver jamás, no al revés.

—Solo váyase, señora.

—Bah, irritantes. Mejor me voy, ni que quiera estar aquí. Todos son tontos, y feos, y malos. Ojalá los atropelle una vaca.

—¿Una vaca?

—Tú cállate. Traidor.

—No soy un traidor. Yo soy cool.

—Ay ajá.

—¿Estás diciendo que no lo soy?—renegó e hizo un puchero que a Sugar le causó ternura.

—Claro que sí. Eres cool y hermoso.

—¡Sí!—rio él liberándose de los guardias y situándose a su lado—. Vámonos de aquí.

—Sí, ni quien los quiera—dijo Sugar y caminó hacia su lugar, tomó sus palomitas y su queso—. Y me llevo esto porque yo lo pagué.

Empezaron a salir y vieron a los guardias tratando de volver a sujetarlos. Sugar se zafó.

—Puedo sola—espetó golpeando su mano. Una vigilante intentó escoltar a Adler tomando su brazo y Sugar le pegó un manotazo también—. Él también puede solo, golosa. Suelta.

Ella levantó su rostro, digna, Adler fue detrás de ella en silencio y todos los observaron salir, hasta que ya estaban fuera otra vez.

En vez de irse a casa, fueron a un parque cerca de ahí, tomaron un poco más, Sugar bailó sin música y Adler fingió ser un juez que la calificaba. Después, ambos subieron al auto, cuando Adler todavía no estaba tan tomado, compraron un poco más de cerveza y fueron a una colina a las afueras desde la cual se veía todo el pueblo. Una vez ahí, sentados en el auto, sacaron más cervezas y tomaron unas cuantas.

—¿Qué piensas de la vida? —preguntó Adler.

Estaban en esa etapa de ebriedad en la que hacían preguntas confusas y respondían cosas aun más confusas. Disfrutaban de la compañía mutua sentados en el capo de su auto, mirando arriba con aires pensativos.

—Mierda.

—¿Y que piensas de la muerte?

—Vacío.

—¿Y qué prefieres?

—Prefiero vivir en la mierda hasta que ya no aguante y me ahogue en ella. Igual me moriré al final—se encogió de hombros la rubia, tomando otro trago de cerveza.

—Probablemente no vivimos ni morimos.

—No digas bobadas. La cosa es simple; o se muere o se vive.

—Nada es taaan simple. Si no sería fácil y aburrido. Podemos estar aquí respirando, pero, ¿Realmente sabemos de la vida? Y podemos dejar de respirar y nuestro cuerpo dejar de funcionar, pero, ¿Realmente no hay nada después? Probablemente mutamos a los árboles y la tierra, formamos parte de eso—Adler se creía poeta en ese momento, mirando las estrellas y tocando inocentemente la mano de Sugar—. El cuerpo humano y sus defectos no es compatible con la mente humana y los propios. Tal vez es un experimento y a la hora de la muerte alguien decide su verdadera esencia. Quien sabe, tal vez estamos destinados a ser pasto.

A Sugar sus palabras le recordaron un par de cosas; Gina y su consejo de disfrutar su vida con equilibrio y Natch con su poema de estar muerta en vida. Quería decir algo al respecto, pero intoxicada como andaba solo alcanzó a decir algo que no tenía mucho que ver.

—¿Entonces cuando era pequeña e iba detrás del árbol a cagar, le cagaba a mi tía abuela Gertrudis?

—Pues tal vez. Igual vivían en el excremento en la vida—reflexionó Adler—. Ya sabes; la vida es mierda.

—Pero el excremento es materia orgánica y se degrada.

—Entonces, ¿La vida en general acaba solo por acabar? ¿O se degrada con el tiempo? —preguntó Adler.

—No para todos. Solo para unos. Unos mueren al nacer, porque limpian la caca en cuanto sale; otros mueren lentamente de enfermedad, como la caca que degradan sintéticamente. Y la muerte natural es la degradación natural del excremento.

—Cierto. La vida es como el excremento. Cada una tarda su tiempo en degradarse, y la que llega primero, naturalmente se va primero.

—Al menos que haya cambios en ella y se vaya antes—completó Sugar.

—Y así perdemos la vida antes de tiempo. Se degrada como el excremento—repitió Adler.

—Claro. Cuando somos jóvenes es como popó recién salido y cuando ya estamos viejos está apunto de convertirse en nada.

—Y claro, la popó se apesta más con el tiempo antes de comenzar a disminuir. Así es la vida.

—Amén. ¡Viva la mierda!—dijo Sugar chocando latas con Adler.

—¡Amén!

Rieron de nuevo y volvieron a cantar las canciones que sonaban en el estéreo de Adler. Después de eso, comenzaron a hablar para conocerse más, pero de una forma rara. Adler le contó de como robaba las muñecas de su hermana para jugar a examinar una sociedad a los seis años. Sugar le contó de como jugaba a ser un hada de farytopia con Gwen y fingían que Gill era Laverna. Adler habló un poco en latín y en francés, Sugar imitó sus a acentos y luego rieron otra vez. Ya cuando el alcohol comenzaba a bajar, cambiar de dirección y la adrenalina cambió, se acostaron en el pasto mirando al cielo y señalando estrellas.

En uno de esos, Sugar recordó su misión y se giró para mirarlo.

Detalló su perfil un momento, admirando cada parte de él, su piel pálida reluciendo con la luna y su rostro exótico, que lograba ser delicado y varonil al mismo tiempo. Adler era la definición de equilibrio imposible, y eso a Sugar le encantaba. Extendió su mano a su mejilla y la acarició, sintiéndolo estremecer bajo su toque. Eso la hizo sonreír.

—Adler...

Él, con suavidad, giró hacia ella con una sonrisa.

—¿Sí?

—¿Y si me llevas a un concierto el viernes?—preguntó con un puchero, acariciando su mejilla. Él estaba concentrado en ella, pero así medio confundido logró procesar las palabras y fruncir el ceño.

—¿A un concierto?

—Sí. Al concierto de la banda favorita de Enit. Podemos ir con ella.

—Agh, sabía que esa niña jugaría sucio—renegó, negando con su cabeza y haciendo que la mano de Sugar cayera—. Ya le dije a Enit que no la llevaría.

—Pero yo quiero que me lleves a mí. Nunca he ido a uno—murmuró, ahora posando su mano en su pecho—, y esa banda suena interesante.

Él continuó negando, pero los ojos grises de Sugar fijos en los suyos y su mirada suplicante eran su debilidad. Suspiró y la miró con duda.

—¿De verdad quieres ir tú a ese concierto?

—Sí, quiero experimentar cosas nuevas. Ya modifiqué mi estilo, mi actitud... ¿por qué no buscar nuevos gustos? Nunca sabré si de verdad no me gusta si no lo pruebo—cada vez que hablaba, se levantaba más, de forma que su cuerpo se acercaba más a él y se apoyaba en Adler y no en el suelo —. Vamos, llévame. Llevamos a Enit solo porque hay tres boletos, pero... llévame a mí.

Adler trataba de organizar bien sus ideas y encontrar la lógica, pero con su mente intoxicada y Sugar con su cuerpo delgado y curvilíneo cada vez más cerca del suyo, le era difícil crear pensamientos coherentes. Solo podía concentrarse en controlar sus impulsos, y lo demás se borraba de su mente.

—No sé...

—Por favor. ¿No quieres ayudarme a distraerme? ¿A sentirme mejor?—dijo con voz aterciopelada y sensual, y solo porque quería y podía, se incorporó, literalmente sentándose a horcadas sobre su abdomen y acariciando su pecho.

Una parte de ella sabía que estaba mal, pues se estaba aprovechando de sus debilidades propias del género, y de su falta de sentidos para lograr algo, pero ella quería ayudar y no pensaba con claridad. Y una parte de ella, quería y añoraba esa cercanía, y solo se aferraba a cualquier excusa posible para hacerlo. Puso las manos sobre su abdomen y se estremeció cuando sintió unos sutiles pero marcados músculos bajo la camisa. Estaban bien trazados, y pensamientos no muy inocentes le llegaron a la mente.

—Sugar...—murmuró él, acalorado. Trataba de mirarla a los ojos, pero había otro par de cosas que le dificultaban la tarea. Respiraba profundamente y sentía los latidos de su corazón muy acelerados—. ¿Qué haces?

—El suelo está muy duro y frío. Aquí al menos hace calor—se encogió de hombros—. Entonces, ¿dirás que sí?

—No lo sé...

—Vamos—murmuró acercándose más a él, poniendo sus manos en sus brazos para sostenerse y fijando la mirada con más intensidad. Sus cuerpos estaban demasiado cerca y ella casi podía sentir su corazón.

—Sugar, no te acerques tanto, por favor—murmuró, tragando fuerte—. Me distraes.

—Lo sé. Solo di que sí.

—¿Que sí qué?—preguntó confundido—. ¿De qué hablábamos?

—De que me llevarías al concierto el viernes—murmuró, y solo para aumentar presión, se acercó más, hasta que sus pechos tocaban el suyo. El jadeó.

Su corazón latiendo junto al suyo igual de rápido, los relieves de su pecho rosando el suyo y su perfecto rostro a centímetros. Era demasiado para él, sentía que se iba a volver loco.

—Ah, sí, sí. Nos vemos el viernes.

—¿Me llevarás?

—sí, sí—murmuró, más concentrado en su labios que en la conversación.

—¿Y a Enitritte también?

—Ajá, claro—respondió atontando. Tenía su rostro demasiado cerca y solo podía pensar en lo hermosa que era. Se perdió en sus ojos grises y su piel dulce que a luz de la luna y por el calor del alcohol la veía con la tonalidad de un ángel escarchado de humanidad por el sonrojo adorable en sus mejillas.

—Gracias—susurró, terminando con la distancia por un segundo y dándole un suave beso en la comisura de los labios. Saboreó el pequeño contacto, abarcando más mejilla que otra cosa, y cuando volvió a separarse ambos se sonrieron, acalorados y brillando en añoranza de algo más. Algo que deseaban, pero que no pasaría; no ese día y no bajo esas circunstancias.

Ella acarició su mejilla una última vez, se bajó de su cuerpo y se volvió a acostar a su lado como si nada hubiera pasado. Se sentía satisfecha, pero culpable, mientras pensaba en que al día siguiente fingiría que nada pasó. Culparía al alcohol, diría que solo recordaba lo que había dicho y no lo que había hecho. Eso iba a hacer.

Y mientras eso pensaba, a su lado, Adler solo podía pensar en lo mucho que le gustaba. 



••••


¿Qué les pareció? este capítulo me poseyó. Se escribió solo, punto. la tensión finalmente está explotando.  ¿Les gustó? 


Avances del próximo capítulo: 


Sugar: 

°°°°


Eso es todo por hoy. 

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro