La conexión entre dos chicas llamadas Sugar (Parte uno) [+13]
Capítulo diecinueve:
La conexión entre dos chicas llamadas Sugar Parte uno: Las cicatrices de Nacht.
Advertencia: Este capítulo presenta escenas fuertes de violencia, problemas psicológicos y contenido no apto para publico sensible. Recomendado solo para mayores de trece años o personas acostumbradas a esta clase de situaciones.
Hasta ese momento, Sugar pensaba que su situación no podía ponerse más confusa de lo que de por sí ya estaba, pero como era costumbre, se equivocó.
Al día siguiente, o al menos cuando despertó del extraño episodio que había protagonizado, se encontraba en su habitación en medio del día, o al menos ella creía que esa hora era. Había tantas cosas por digerir al mismo tiempo que ni siquiera sabía por dónde empezar; qué inspeccionar primero y cómo tomarlo. Por reflejo y por inercia, observo primero su entorno, tan confuso que se plantó por un momento el estar en otra dimensión. Y al final de cuentas, no estaba tan equivocada.
Su ventana estaba abierta y unos rayos de sol se colaban a través de las cortinas rojas, tan rojas que, en contraste con las paredes negras, parecía alguna especie de habitación vampiro bañada de sangre y oscuridad. De su antigua alcoba solo quedaba el espacio geográfico y la división arquitectónica, puesto que todo el contenido era diferente y desconocido. Estaba oscuro, y todo tenía un aire tétrico; La cama con dosel parecía sacada de una mansión vieja y oscura de las que suelen ser sede de historias de terror, las sábanas negras y rojas estaban desordenadas, y a pie de la cama, sobre un pequeño sillón, había extraños dibujos góticos y nada bonitos. Colgado en la pared había un cuadro de gran tamaño de un vampiro sombrío y elegante, evidentemente pintado, por cuyo semblante no podía ser otro más que Vlad Drácula.
Pero esa no era la única decoración que había en las paredes. Había afiches de bandas que ella desconocía, dibujos de películas de terror y fotos de boybands con temáticas rosas, con los integrantes pintarrajeados con marcador metálico negro. Sugar reconoció varias bandas inglesas y coreanas que le gustaban, pero sus rostros estaban opacados por infantiles bigotes y barbas toscas que evidentemente había dibujado la dueña de la habitación. No había luz encendida, y el resto de las decoraciones hacían ver a la habitación como si fuera ese el resultado de dejar al conde Drácula ser decorador de interiores.
En cuanto a Sugar, se encontraba en una posición extraña, en más de un aspecto: le hubiera gustado mirar a todos lados, correr por su habitación y demostrar toda su histeria por los cambios, pero no podía. Sentía su presencia física, pero al mismo tiempo sentía que no tenía control sobre esta. Trataba de moverse pero nada respondía, en vez de eso, se mantenía en la misma postura en la que había estado desde que despertó.
Y no era una postura común: Estaba sobre un cuerpo, en una posición tan extraña que incluso con su extensa experiencia de momentos íntimos, le resultó desconcertante; sentada la espalda de alguien—quien estaba a su vez en el piso de la habitación— , cuya complexión lo hacía parecer ser un barón, aunque bastante menor. Tenía una pierna a cada lado del cuerpo inerte y con una de sus manos sostenía la pierna del chico desconocido, mientras con la otra sostenía uno de sus brazos torcidos y lo mantenía estirado, al igual que lo hacía con la otra extremidad. De la boca del chico salían exclamaciones ahogadas de dolor, mientras Sugar ejercía fuerza, pero su mente asustada trataba inútilmente de evitarlo.
—¡Retráctate, bastardo! —Gritó Sugar con la voz rasposa y agresiva, una voz que le asustó y en definitiva no ayudó a controlar el ataque de pánico que le estaba dando. Todo era demasiado irreal.
—¡Pero si no he dicho nada!
—Oh, pero lo pensaste.
—Sugar, piedad por favor—chillaba el chico debajo de ella. Ella duplicó la fuerza y él chilló. Era notablemente menor y era desconocido para ella. Quería parar, realmente quería hacerlo, pero no podía. No tenía control sobre ella misma. Solo podía ver lo que ella hacía— Te juro que no hice nada, por favor.
—Maldito mentiroso. ¿Quieres verme enojada?
Su respuesta fue inmediata.
—¡No, para nada!
—Entonces confiesa. ¿Qué le hiciste a mi shampú?
—¡Nada, nada!
—A pinocho le creció la nariz por mentir, hermanito, pero yo no seré tan amable como esa hada. Mi cabello está rosa por tu culpa, cucaracha inmunda.
—¡Yo no fui!— el chico debajo de Sugar estaba chillando de forma ruidosa y si hubiera podido detenerse en ese momento lo hubiera hecho. Trataba de actuar, pero era como si su cerebro estuviera desconectado.
—¿Entonces quién fue, el gato?
—N-no… yo…
—Deja de chillar tanto. Es simple; solo admite tu error, niño. ¿Qué no sabes que con las hermanas mayores uno no debe de meterse?
—Yo no fui. Fue.…
—¿Quién? ¿Quién fue?— ella aumentó la presión y el chico comenzó prácticamente a aullar.
¡Para, por favor para!
Gritaba Sugar mentalmente a la nada, sin encontrar su voz. ¿Dónde estaba su voz?
—¡No sé quién era! Pero yo no fui, así que suéltame, pe…
—¿Perra? ¿Eso es lo que ibas a decirme?— su voz tenía un matiz afilada que ella jamás pensó que podía tomar. Era diferente; ese nivel de agresividad ella no sabía como controlarlo — ¡Ahora sí te voy a lastimar, insecto!
¿“Ahora sí”? ¿Qué había estado haciendo antes entonces?
Detente — rezaba Sugar en sus pensamientos— No sé quién eres, pero por favor detente. No lo lastimes.
Era su mantra, y ella pensó que sería inútil, pero lentamente ella comenzó a disminuir la fuerza hasta soltar al chico con un resoplido de fastidio.
—Es inútil— suspiró la chica— Ahora lárgate. Y no le vayas a llorar a Mamá— es lo que dijo antes de levantarse bruscamente y tirarse en su cama.
—sí-sí— dijo él tembloroso, y ella aprovechó para observarlo. Era un niño de unos doce años, tal vez menos, con cabello rubio, ojos azules y mirada dulce. Aparentemente se parecía a Sugar, pero el sí tenía vida, sí parecía estar vivo. Sus ojos desbordaban calidez, al igual que su rostro entero, y su piel rosada simulaba a la primavera, mientras que la pálida Sugar de ojos fríos y grises solo podía fulminarlo con una furia y resentimiento que ni siquiera pudo entender.
El chico asentía mientras se alejaba, pero una vez atravesó la puerta, comenzó a gritar a todo volumen.
—¡MAMÁÁÁÁÁÁ!— gritaba mientras corría escaleras abajo— ¡MAMÁ, SUGAR ME GOLPEÓ OTRA VEZ!
—¡NO ME LLAMES SUGAR, RATA SOPLONA! —vociferó ella, caminando hacía la puerta en ansias de comenzar a perseguirlo— ¡Vuelve aquí, Lionel!
—¡Mamá!
—Eres un marica. Un niño de once años llorando por su mami, ¡Qué patético!
—¡Cállate! Tu seguías durmiendo con tu ardillita rosa de peluche y no digo nada — la lucha de gritos que figuraban seguramente se escuchaba por toda la casa; Sugar estaba a un extremo de las escaleras y Lionel estaba en otro— Por cierto, te mentí, ¡Sí fui yo quien trituró a Mr. Nueces!
La furia inundó a la chica y comenzó a correr escaleras abajo. Lionel se asustó, pero en ese momento la puerta se abrió y su rostro se iluminó.
—Oh, mierda—susurró Sugar en voz baja mientras Lionel corría hacía su madre y le comenzaba a contar todo lo que su hermana le había hecho con todo y exageración.
—¡Y me amenazó con una de esas navajas suyas! —decía él exagerando su llanto— ¡Casi me mata, Mami!
—No seas dramático— trinó ella— No es mi culpa que seas una nena que no aguanta unas simples llaves. ¡Sé hombre!
—Sugar…— dijo su madre enfurecida. Sus ojos casi echaban chispas.
—¡Soy Nacht! Sugar es el nombre más horrible del mundo.
—Claro, porque Nacht es divino.
—¡Cierra la boca, animal!
—Sugar, no le hables así a tu hermano.
—Oh, Perdona. Olvidaba que Lionel es tu preferido. Pero te informo que es mi medio hermano, MEDIO. Por mí que se pudra.
¡Qué horror! Ella quería controlar sus palabras, pero su cuerpo actuaba por sí mismo, al igual que sus labios. Su interior estaba llorando, gritando, pidiendo explicaciones, pero en su exterior era una persona totalmente distinta.
—No dejaré que me hables con ese tono— la mujer ya estaba enfurecida y comenzaba a correr escaleras arriba. Sugar corrió a su habitación— Nunca aprendes, Sugar. ¿Por qué no puedes ser la hija que quiero? ¿Por qué no dejas de ser tan decepcionante?
—¡Por mis huevos!
—¡Cuida tu lenguaje!
—¡Oblígame, Perra! —y con ese grito, se encerró en su habitación y cerró con seguro la puerta. Ella retrocedió hasta chocar con un espejo mientras su Mamá golpeaba la puerta con sus puños.
— ¡Abre la puerta, Sugar!
—Mi nombre no es Sugar, es Nacht. Como la noche, ¡Porque soy una hija de la noche, apartada de mi cuna y suprimida de mis orígenes! No soy hija de nadie más que de la oscuridad que me abraza y me lleva a la luz— habló ella. Y pensó que lo que sea que había invadido su cuerpo realmente se creía un vampiro, y no de los sexys que brillaban y se enamoraban de humanas , sino de aquellos tétricos y aterradores, pero también poéticos y diplomáticos. De aquellos vampiros originales de la literatura gótica.
—No digas tonterías, niña ridícula. Abre la puerta.
—¡No! Lárgate.
Sugar parecía estar protagonizando un berrinche adolescente, pero al prestar más atención, era notorio su temblor. Todo su cuerpo temblaba, pero no hacía frío. Se aferraba al espejo con fuerza mientras apretaba sus ojos para no llorar.
¿”Llorar”? ¿Ella tenía ganas de llorar?
Necesitaba verse. Saber en qué estaba convertida, por qué sus manos temblaban y sus ojos pestañeaban con tanto apuro por espantar lagrimas traicioneras que querían resbalarse por sus mejillas.
Por favor, gira hacia el espejo. Déjame verte. Por favor.
Como si algo, o más bien, ella misma, escuchara sus súplicas, Sugar despegó suavemente su espalda del espejo y comenzó a girar con lentitud hacia él, casi como si tuviera miedo de verse a sí misma. Y cuando dio la vuelta completa, abrió los ojos y observó su reflejo con parpados temblorosos, ella entendió porqué.
Estaba más delgada y más pequeña, casi podía jurar que era uno o dos años menor. Vestía totalmente de negro, un vestido largo con corte de princesa la edad media que al parecer era para dormir, y llevaba mangas largas, como si quisiera ocultar algo. Su cabello estaba un poco húmedo, lo cual evidenciaba que acababa de bañarse, y efectivamente, este era de un color rosa intenso y empalagoso a la vista que hizo que cerrara sus ojos con desagrado.
Su rostro estaba más pálido que de costumbre, lo que ya era decir mucho, y bajo sus ojos había unas marcadas ojeras que parecían ser de meses, cosa que la hubiera alarmado de no ser por lo tenues hematomas y cicatrices que surcaban su cara. Eran poco perceptibles, pero ella, quién por alguna razón se sentía lista para detectar cada imperfección, notaba la cicatriz en la comisura de sus labios y en la esquina de su ceja, y notaba los restos de hematomas en sus pómulos.
Las ganas de llorar incrementaron, haciéndola emitir leves sollozos. Los golpes en su puerta de pronto habían cesado, pero eso no disminuyó la pesada tristeza que se cernía sobre ella. Lentamente, sus manos levantaron las mangas de su vestido, revelando moretones y aruñazos, y desató los cordones de su vestido, solo para inspeccionar su abdomen y clavículas, también lastimadas. Le traía recuerdos dolorosos, y no eran propiamente suyos, sino de la de la Sugar que veía en el espejo, de la nombrada Nacht. No reconocía los recuerdos, pero sí el sentimiento, y una sensación de agónico dolor cayó sobre ella, siendo aplastada por una pesadumbre sin presencia.
Nacht seguía revelando su pálido cuerpo lastimado, mientras lagrimas que se sentían como sangre corrían por sus mejillas. De impotencia, encajó sus uñas con fuerza en las cicatrices, aullando de dolor.
¡Para, para!
Por alguna razón, Sugar sentía el dolor de Nachr, lo sentía palpable en su pecho y grabado en fuego en sus recuerdos, imprimiendo nuevas sensaciones en su alma mallugada. Y le dolía tanto que le suplicaba que parara.
¡Detente! Deja de torturarme.
Nachr alejó sus manos de sus cicatrices y volvió a cerrar su vestido, pero sus lágrimas seguían rodando.
—¡Te odio!— le gritó a su reflejo y con fuerza golpeó el espejo con sus manos hechas puños— ¡Te odio, eres horrible! ¡Eres una mierda!
Sugar estaba anonada. Nunca en su vida había visto esa clase de comportamiento. Había personas que vestían al igual que Nacht en su escuela, que mantenían la misma mirada fría que Nacht había portado antes de desmoronarse. ¿Así se sentían? ¿Realmente había personas que se sentían así?
Esas sensaciones abrumadoras hacia sí misma jamás las había sentido y le hubiera gustado no haber tenido esa experiencia. Unas ganas de dejar de existir la embargaron; quería dejar de sufrir, y no veía muchas salidas.
Ella seguía golpeando el espejo, astillando sus nudillos, y cuando paró, no pudo pasar ni un segundo en calma cuando la puerta se abrió con un estruendo y un bufido enojado se escuchó en el umbral.
Ella se estremeció y corrió hasta situarse detrás del espejo.
—No te puedes esconder, Sugar.
—Ya me castigue yo. Ya lo hice—su voz de pronto estaba temblorosa y aterrorizada— No necesitas… No…
La risa fría de su madre, gutural y anti-natural, le dio escalofríos. Y por alguna razón la encontró familiar.
—No niña, creo que eso lo decido yo— y siendo sorprendentemente rápida, la acorraló detrás del espejo y tomó su cabello con fuerza, jalándolo. Ella gritó de dolor, tanto Sugar como el cuerpo que no podía controlar pero que ahora se sentía suyo. Trató de correr, pero la fuerza de su madre era inhumana; siempre lo había sido. Con sus cabellos en su puño, impidió su escape y la fuerza emitida hizo arder a su cuero cabelludo. Ya no quedaba nada de aquella actitud altanera y desafiante, solo había lágrimas y agonía— ¿Quién te crees para lastimar a mi hijo? ¿Es que nunca aprendes?
—M-mamá…
—¿Qué voy a hacer contigo? —se preguntó mientras la arrastraba hacía la puerta— Sabes que quiero lo mejor para ti, hija. Que te comportes como una señorita, que seas quien debes ser… ¿Por qué me lo pones tan difícil?
—¡Porque no quiero ser un monstruo! ¡Tú me haces un monstruo, como tú!
—¡No me hables así!— vociferó Gill y la empujó con fuerza. Ella impactó contra el espejo ya comprometido y lo terminó de romper con su frente. Miles de fragmentos de vidrio volaron por los aires y sintió uno grande cortar la piel de su sien, haciendo un tajo profundo que le desgarró tanto la piel como el alma. Aulló de dolor mientras la sangre bajaba por su frente hasta su mejilla. La mujer suspiró— ¿Por qué no puedes ser la hija que quiero, Sugar? ¿Por qué resultas ser tan decepcionante?
Ella no respondió, tan solo lloró en el suelo con la sangre caliente llegando a su cuello y manchando su vestido.
—Si tan solo fueras una muchacha normal. Si fuera así no me vería obligada a hacer esto— se arrodilló a su lado y tomó su rostro en sus manos con gentileza, casi con cariño— Ve lo que me obligas a hacer, hija. ¿Lo ves? Todo esto no es necesario, ¿Por qué me haces hacerlo?
—Yo… no….
—Shh, shh, no lo niegues. Sabes que es tu culpa, cariño—limpió la sangre que cayó en su parpado— Tú lo sabes, ¿Verdad?
Ella solo pudo sollozar y asentir, con el sufrimiento palpable grabado en cada parte de su rostro.
—Eso es… Ahora ven conmigo, sabes lo que sigue.
Si rostro denotó el mayor de los terrores, y negó con su ensangrentada cabeza muda, mientras se hacía un ovillo y oponía resistencia.
—Sabes que lo mereces, lo sabes— dijo, mientras su voz se elevaba unos cuantos tonos con algo que advertía peligro— Has las cosas fáciles, cariño.
Ella seguía negando y Gill movió su mano mientras la fulminaba con unos ojos oscurecidos hasta parecer negros. Inmediatamente, ella deshizo su ovillo, aterrorizada, y la mujer comenzó a patear su estomago. Ella sentía como sus músculos se contraían y sus órganos se quejaban; quejidos que salían por sus labios en forma de suspiros ahogados.
—¡Obedece, Sugar, obedece! —gritaba ella mientras pateaba y la arrastraba fuera de su habitación. Una terrible sensación de deja vú la embargó, haciéndola gritar más.
Y en ese momento, algo aún más loco y sorprendente pasó; la imagen se comenzó a disolver, como si fuera una cortina bizarra cayendo poco a poco. Ella salió del cuerpo inerte de Nachr, o al menos así lo sintió, y lo veía desde un punto cada vez más y más lejano. Cuando volvió a sentirse en un cuerpo, la imagen no había cambiado mucho, y al contrario de la situación anterior, esa la reconoció al instante.
Eran sus memorias.
El panorama era el mismo; una Sugar mucho más joven— de unos trece años— en el suelo de su habitación, con sangre en la sien y lagrimas en las mejillas mientras Gill Bronson la aporreaba murmurando acerca de como era por su bien aquella tortura.
Las diferencias, sin embargo, le dolieron más que las similitudes; esta vez su vestido no era negro, era una dulce pijama rosa manchada de sangre, y su habitación era alegre y dulce, tal y como ella simulaba ser a esa edad. No había ningún hermano, solo un sinfín de “Debes ser lo que yo quiero que seas” por parte de su madre que le taladraban la cabeza. Ese era uno de sus recuerdos más extraños; siempre lo olvidaba, y su mente estaba nublada en respecto a esas situaciones, pero estaba segura de que incluso con el cerebro lavado reconocería esas escenas vívidas que atormentaban su mente incluso cuando ella no sabía qué causaba ese tormento. En ese momento la realidad le cayó como un balde de agua fría.
¿Eso realmente había pasado? El dolor, el sufrimiento, el palpitar de sus sentidos y el sabor metálico de la sangre en su lengua se sentían tan real no solo por estar sintiéndolo en ese momento, sino porque parecía que estaba en un recuerdo muy vívido.
—Nunca aprendes, Sugar, nunca aprendes— murmuró ella después de darle una cachetada— ¿Qué más puedo hacer contigo? —le dio otra patada.
—No, Mamá, ¡Por favor, perdóname! Seré buena, lo prometo—lloraba con voz temblorosa Sugar, varios tintes de llanto decorando su timbre vocal. Su cabeza sangraba, al igual que su nariz. ¿Qué clase de madre hacía eso y decía que era por su bien?
—¿Serás una niña buena?
—Sí, sí, lo prometo.
—Te creo, bebé, te creo— la mujer se arrodilla a su lado y acaricia su mejilla. Sugar estaba temblando de miedo, y sus ojos brillaban con terror—Pero tu sabes que tengo que asegurarme de que lo comprendas, ¿Verdad?
Ella negó frenéticamente.
—No, no por favor. Me quedó claro, te juro que me quedó claro. Por favor, no me lleves.
—Sabes que no tengo opción, cariño. Lo sabes—tomó su muñeca con fuerza descomunal que le cortó la circulación y la comenzó a arrastrar por el suelo. Cuando Sugar divisó la temida puerta negra al final del pasillo, gritó de miedo.
—¡NO, NO! ¡POR FAVOR NO!
—Debes de ser lo que yo quiero que seas, Sugar. Debes de ser lo que yo quiero que seas— y con eso, abrió la puerta negra y la tiró dentro de ella. La mesa metálica con correas de cuero le dio la bienvenida, mientras Gill procedía con su tortura y Sugar lloraba desconsolada suplicando que no lo hiciera.
Lo único que supo de ese procedimiento fue que dolía horrores, pues al despertar, se encontraba en posición fetal en una esquina del cuatro lúgubre y gris que la resguardaba. Solo con levantar la mirada, supo que estaba otra vez en la línea de ser o no ser Nacht, la Sugar desconocida que era tan diferente pero tan igual a ella. Desde ese extraño viaje, había decidido llamar a esa versión de ella Nacht, pues no podía ser Sugar, por más parecidas que fueran física y mentalmente. Se separaba de ella porque comprendió entonces que habían vivido cosas diferentes y por eso eran personas diferentes. Pero de igual manera, sentía las emociones de Nacht en ella, incluso sin saber claramente el porqué de estas.
El cuerpo le dolía, el alma le dolía, y esas sensaciones arrolladoras otra vez la aplastaron, porque había abrazado de alguna forma el interior de ella, y sus emociones se sentía tan suyas que resultaba abrumador. Frente a ella había un espejo roto, pero lo suficientemente grande como para ver su reflejo. Gill sabía lo mucho que Nacht odiaba verse a sí misma y utilizó eso contra ella.
Ella observó primero su entorno; era una habitación gris de aspecto lamentable, con pocos muebles. Solo estaba la cama metálica con correas que Sugar por alguna razón odiaba y que prefería evitar, un plato con comida y agua, un inodoro, y una manta. Suspiró y sin mucho apetito, se aproximó al espejo. Tomó una intensa respiración antes de observarse.
Su cabello estaba esponjado y sucio, y una parte había sido afeitada para poder suturar su herida. Una venda cubría lo que antes había sido una gran tajada, y sus ojos, morados en una combinación de ojeras, lagrimas y hematomas, se encontraban muertos. Parecía un cadáver viviente, y verla de esa forma desgarró el alma de Sugar de tal forma que, incluso años después, esa herida seguía ahí, en memoria de Nacht.
Ella sollozó y a eso le siguió un torrente de lagrimas. No era llanto desesperado y gritado como el anterior; ese era más sereno, pero al mismo tiempo más doloroso porque lloraba con todo el silencio que guardaba el dolor de su alma. Lloraba por no poder hablar, por tener tanto miedo de decir su dolor pero también por el miedo del qué pasaría si siempre estuviera callada. Su lluvia de tristeza y miseria no purificaba, pero si alertaba. Era un grito silencioso de auxilio que nadie escucharía, porque su maldición siempre sería el silencio.
E hizo todo eso frente al espejo porque necesitaba mirar a la receptora de su odio, a la razón de su sufrimiento. Mirarla directamente a los ojos y decirle con esa expresión “es tu culpa y solo tuya, por no ser valiente”. Y todo eso hizo que las lagrimas no fueran solo de Nacht hacia Nacht, sino también de Sugar hacia Nacht. Compartía sus sentimientos porque eran demasiados que cargar por si sola.
Y así, mirando el espejo, llevó sus temblorosas manos a la venda sobre su cabeza y comenzó a quitarla, con sus labios emitiendo mudos tartamudeos y sus ojos reflejando una firmeza presente y vacía. Quitó la venda y observó directamente la fea cicatriz que abarcaba el lado derecho de su sien y bajaba hasta un poco más arriba de su mejilla, quedando donde terminaba su pómulo.
La cicatriz escocía de forma acalorada, y decoraba su pálido rostro, incluso cuando aún estaba reciente la herida y una serie de puntadas con hilo clínico la sostenían. Ella supo que eso no sería fácil de ocultar, incluso cuando las costuras se fueran, que aquello la marcaría. Pero ¿Qué diferencia tenía una cicatriz más?
Al final de cuentas, todos sabían que era una escoria. ¿Qué más daba si todos veían sus cicatrices?
°°°
¡Uffff!
Este capítulo no es tan largo, pero sí es bastante intenso. Dudé bastante en si debía publicarlo o no, ya que algunos carácteres explícitos no van con lo que aparenta ser, pero al final decidí que estas escenas son necesarias para que la personalidad de Sugar comienze a dar más forma y se estabilice todo.
Espero que les guste. No sé si será el único capítulo con contenido no apto para todo público, pero de ser así, ¿Les gustarían más? ¿O creen que con este es más que suficiente?
Eso es todo por hoy.
Con amor de locos,
Lia :3
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