La conexión entre dos chicas llamadas Sugar (Parte dos)
Capítulo veinte:
La conexión entre dos chicas llamadas Sugar Parte dos: El nacimiento de la empatía.
Horas después en el mismo cuartito, Nacht aún sentía ganas de llorar, pero sus lagrimales estaban secos y no podía derramar ni una lágrima más, de forma que solo se arrastró por el suelo sin ánimos de levantarse, levantó un ladrillo de la pared baja y sacó un libro de Drácula que había escondido ahí no hacía mucho tiempo.
Nacht abrazó unos segundos el libro y luego comenzó a leerlo tratando de olvidarlo todo, pero no podía concentrarse, pues a través de las grises paredes escuchaba las voces risueñas y felices de una familia dichosa conformada por Gill, Lionel y Gerald, su padre—aunque en esa realidad solo era padre de Lionel—. Ellos reían, hablaban y compartían momentos melosos como si solo fueran una familia de tres. Un sabor amargo se instaló en Nacht, ya acostumbrada a ese dolor; a ser excluida por quienes, se suponía, eran su familia, pero parecían ser mucho más felices sin ella.
Déjame entrar a tu mente, Nacht. Déjame saber que piensas.
Sugar había descubierto que no iba a lograr nada forzándose a sí misma a controlar el cuerpo, pues aunque físicamente lo pareciera, ese cuerpo no era suyo. Más que la dueña del mismo, se sentía como una huésped, y no podía simplemente tratar de tomar el control de Nacht como si fuera ella. Debía de pedírselo, buscar su permiso para poder saber. Compartir el espacio.
Nunca se había sentido así; forzada a compartir su propia existencia, pero parecían tan clara la respuesta que ni siquiera lo pensó en ese momento, sino después, cuando la situación ya había pasado a segundo plano.
Por favor déjame entrar a tu mente.
Siguió con su petición hasta que poco a poco comenzó a escuchar y pensar lo que Nacht pensaba, y si anteriormente había pensado que sus emociones eran abrumadoras, no tenía nada que ver con aquello. Había un torrente de palabras, imágenes e ideas que se arremolinaban al tiempo en el mismo espacio policromático que le arrebataba el sueño.
Entonces, experimentó realmente como dolían sus risas, como pequeñas espadas encajándose en su espina dorsal, arrasando con sus nervios en un dolor abrumador. Pudo observar recuerdos del pasado, de los días anteriores cuando para ellos parecía ser mejor que ella no estuviera. Trató con todas sus fuerzas de concentrarse en la lectura, de escapar de la realidad a través de las palabras, pero sus voces alegres taladraban sus oídos recordándole que era solo ella la que les causaba pesar.
En momentos como esos, ella deseaba que su sala de tortura fuera a prueba de sonido, así la renovada tortura de escuchar la felicidad que los embargaba cuando ella no estaba no se sumaría a la lista.
Cuando Nacht comía con su familia, el ambiente estaba tenso y pesado, todos estaban callados, decaídos y de ellos emanaba una energía ambigua. Y si no era de esa forma, la ignoraban deliberadamente o solo le echaban en cara todo lo que hacía mal, que, según su mamá, era todo.
Ella tenía muchas virtudes, o al menos cosas que no estaban tan mal. Sabía dibujar bien, pintaba y escribía poemas. Tenía un conocimiento completo y clásico de la moda, tenía imaginación, sentido del humor y facilidad con las palabras. Pero no podía usar nada de eso en el estado en el que siempre estaba. Y eso era de las cosas más tristes de su situación; que había matado su espíritu tantas veces que dudaba que este volviera a ser el mismo, incluso si se alejaba de los asesinos de su esencia.
Volvió a querer espantar esos pensamientos, dejar de pensar, y ya se estaba transportando a su lectura, al mundo sombrío que dibujaba Stokes, cuando una voz muy cerca de ella la detuvo.
—¿Sugar, estás ahí? ¿Estás despierta?
Nacht suspiró en silencio y no dijo nada. Probablemente si pretendía estar dormida su hermano se iría. No era la primera vez que se sentaba pegado al otro lado de la puerta para hablar con ella.
—Sé que estás ahí, veo tus pies.
Silencio
—Y también te escucho resoplar, así que sé que estás despierta.
—¿Si lo sabes entonces para que preguntas, bobo?
Él rio suavemente, pero a ella no le hizo gracia. Sabía por qué estaba ahí, y no estaba de humor para soportarlo.
—Porque usualmente es lo que se dice para iniciar una conversación con una persona a la que no puedes ver.
—No creas todo lo que te dice la televisión, niño. Hollywood miente.
—Pero logra hacer que le crean las personas suficientes como para transformarlo en realidad.
—Deja de robarte las frases de mi dia… libro secreto de pensamientos oscuros.
—¡Ja! Admitiste que tienes un diario.
—Y que lo robaste tú.
—Siempre lo supiste.
—Por supuesto, Lionel. Pero aquí no importa lo que sepas tú o lo que sepa yo. Aquí importa lo que le haces creer a Mamá.
El niño rio de forma que a Sugar se le antojó macabra.
—Si tú no tuvieras tantos problemas de ira, no caerías en cada pequeño truco mío, hermanita.
Ella bufó.
—Mira, entiendo tu maniobra de “blanca palomita/oscuro demonio”, pero no estoy de humor para esto. Vete a tu cuarto y déjame a mí en el mío.
—¿Ahora no estás de humor?— dijo él burlón— ¿Tan cómoda está esa celda tuya? Ya sé que estás atrapada en la época donde se quemaban a las brujas, pero no pensé que te meterías tanto en tu papel, bruja.
Ella cerró los ojos, suspirando. Mentiría si dijera que ya no le dolía su actitud hacía ella. Todo lo que ella quería era a su hermano, pero al parecer él no pensaba lo mismo. Se divertía haciéndola sufrir.
—De verdad, Leo. Solo vete.
—Ya que insistes, creo que iré a tu habitación. Tal vez ahora utilice la botella de tinte verde, y no la rosa. Serías un adorable troll.
—Atrévete y te juro que…
—¿Qué?— interrumpió él entre carcajadas cínicas— ¿Me vas a golpear? Quiero verte intentarlo. Quisiera saber que tanto soportas sin comer si te atreves a golpearme.
—Eres un bicho despreciable.
—Gracias hermana, también te quiero— se carcajeó y ella soltó un fuerte bufido— No te sientas mal. Creo que si ya hubieras entendido el mensaje, ya te hubieras ido, así que mejor te lo diré; estamos mejor sin ti.
Ella ya respiraba ruidosamente, y de pronto las ganas de llorar volvieron, pero hizo lo posible para contenerlas. No lloraría mientras él estuviera ahí.
<<Ya lo sé, engendro>>
Dijo su voz interna, amargada. Nacht había querido irse desde hacía años, convencida de que nadie ahí extrañaría su presencia, pero, ¿A dónde iría? No tenía amigos, no tenía apoyo, ni familia lejana. Sin trabajo, dinero o fuerzas, lo más seguro era que saliera y terminara muerta en menos de tres días. Y ella no soportaría tanto tiempo para morir. Si decidía abandonar el mundo—una idea muy persistente en su cabeza— lo haría de forma rápida e indolora.
Además, aunque le doliera admitirlo, aún albergaba las vanas esperanzas de ser amada. De que algún día, esas risas, sonrisas y cariños fueran también para ella.
—Si fueras inteligente ya no estarías aquí, pero mírate. Después de todo sí nos quieres, ¿Verdad Nacht? — su risa macabra sorprendió a Sugar, pero a Nacht, que ya estaba acostumbraba, solo le dio un pinchazo— Eres dulce, hermanita, aunque quieras aparentar lo contrario. Tú sí quieres a las personas.
Lionel se levantó del suelo en donde estaba sentado, dio unas palmadas a la puerta y se rio.
—Lástima que nadie te quiera a ti.
Y con eso, se fue y la dejó sola, con la espalda apoyada en una fría pared y lágrimas silenciosas rodando por sus mejillas otra vez.
°°°
A Sugar le hubiera gustado que, al día siguiente, ella hubiera vuelto a su realidad. Que todo lo sucedido con Nacht hubiera sido un sueño, una noción perdida de otra oportunidad. Que ella hubiera estado en su casa, después de haber tenido una maravillosa velada y una terrible pesadilla.
Pero las cosas no pasaban como a ella le gustaría.
Sugar pasó las siguientes dos semanas atrapada dentro de Nacht. Había pasado tanto tiempo en ella que ya hasta había olvidado la sensación de liderar su propia vida, de ser ella quien dictara sus actos. Fueron días tan oscuros que, sin importar cuántos años pasaron, jamás pudo olvidar las sensaciones frías que sintió. Aún cuando en el futuro trató de olvidarlo, esas semanas marcaron un antes y un después en su vida, la hicieron sentir no solo culpable de sus actos pasados, sino también empática hacia todos aquellos que solían ser el blanco de sus burlas.
Su rutina diaria era incluso más aburrida que la que tenía cuando era Sugar original. Iba a la escuela en autobús, donde se sentaba en el asiento de la esquina del fondo sola, porque las personas le tenían asco o miedo, y no se atrevían a acercársele. En el almuerzo se iba al árbol que reconocía como su punto de encuentro con Adler, pero se sentaba ahí sola dibujando a carboncillo sobre sus hojas opalinas. Dibujos que a veces se arruinaban por sus lágrimas.
Pocas veces comía en la escuela, pues tenía una maldición sobre ella y cada vez que lo hacía terminaba con su ropa manchada o en la enfermería porque aquello que comió la hizo vomitar. Prefería volver a la casa y comer alguna pizza congelada o lo que sea que hubiera en el refrigerador, pues también ellos se iban a comer y la dejaban sin nada.
Se regresaba de la escuela caminando, mientras dejaba que el aire se llevara sus lágrimas y limpiara su rostro, dejando que sus penas volaran con la brisa del ambiente. Solo entonces sonreía, imaginando que algún día ella sería como el viento; que volaría libre dejando su rastro en todas partes y en ninguna, ayudando a quien la necesitara para alejar sus penas y dejarlas donde nadie pudiera verlas.
Pero solo ahí sonreía, porque cuando llegaba a su casa lo lúgubre del lugar la arrastraba con ella y la hacía oscurecer la mirada hasta ser un caparazón sin vida.
Pasaba su tarde en su habitación, con el pestillo cerrado y la música a todo volumen mientras el resto de su familia la ignoraba, a menos que fuera para amedrentarla o, en el caso de Lionel, tratar de provocarla para exonerarle la paciencia y hacer algo con lo que él pudiera hacerse la víctima después y ella sufriera las consecuencias. Solo le funcionó una vez, en la que Nacht duró un fin de semana en el pequeño cuartito gris, tan crudo e inhóspito que le daban ganas de llorar solo de acordarse.
Cuando caía la noche, organizaba sus dibujos y diseños y escribía en su diario grandes pesares oscuros acerca de su triste vida, para después tratar de dormir, ser víctima del insomnio y empezar un nuevo día con los ojos más rojos y ojerosos que el día anterior.
Sugar no se hubiera dado cuenta de lo cansado que era ese estado de ánimo si no se hubiera visto obligada a soportarlo por dos largas y tortuosas semanas. Poco a poco, ella también sentía su dolor, su cansancio, sus penas y sus ganas de desertar. Poco a poco sus pensamientos se veían invadidos por los de ella, hasta el punto de no distinguir bien cuál era cuál. Sus antiguas penas parecían ser juguetes a comparación con aquellas, que se aferraban fuertes a su corazón, para invadir otra alma con su oscuridad.
A veces Nacht trataba de no pensar, de quedarse viendo un punto fijo en donde su mente quedara tan en blanco como los lienzos en los que plasmaba su dolor, pero al final solo obtenía peores resultados. La única forma de drenarlos, era pintando.
Se paraba frente al lienzo y, frustrada de no poder blanquear sus pensamientos como aquel lienzo, cuyo vacío limpio se le antojaba envidiable, comenzaba a volcar todo en él, plasmando con pinturas y lágrimas todo lo que su boca estaba tan asustada de decir. Hablando en pinturas que luego quedarían tan abandonadas como ella, cerradas por miedo a dar su grito al mundo. Quedarían en un rincón de su habitación, dejando su auxilio a medias, evitando que su mensaje llegara a manos ajenas. Manos que tal vez, si las dejaba, sí podrían hacer algo.
Cuando terminaba, Nacht secaba sus lágrimas con suaves rosas, de aquellas que dejaba en su habitación para ver como se marchitaban sin siquiera abrir totalmente sus pétalos, sin dejarle ver al mundo su verdadera belleza porque cortaban sus tallos y las dejaban en la oscuridad antes de tener tiempo de brillar. Así se sentía ella, cortada como una flor marchita, con un tallo de daño irreparable, sin importar que alguien tratara de hacerla vivir en vasos de agua y luz artificial.
Cuando Nacht dormía, Sugar no lo hacía. No podía. Estaba en un insomnio eterno, condenada a pensar todas aquellas cosas que durante tanto tiempo evitó pensar. Pensaba en su vacío, en su tristeza. En aquellos diseños olvidados, esperanzas perdidas y sueños mallugados que había tratado de dejar atrás antes de mancharlos con nostalgia, aún cuando la nostalgia ya estaba ahí. Pensaba en Gwen, e imaginaba sus ojos llenos de decepción que la miraban desde un paraíso eterno durante los años que ocultó su verdadero ser.
Pensaba en su madre, y trataba de recordar momentos en los que hubiera manifestado una pizca de afecto por ella. No encontró ninguno.
Pensaba en el baile, su única fuerza, y comparaba sus danzas en la soledad con las pinturas de Nacht. Sus pinturas eran hermosas, pero ninguna tenía emociones positivas, todas revelaban su alma muerta y una tristeza que la acompañaba como cadenas que arrastraba a donde fuera, sin encontrar la llave. Su baile era como esas pinturas; su forma de drenar su pesar, la vida contenida que deseaba vivir y lo que más extrañaba hacer en esos momentos.
Esos pensamientos la llevaban rápidamente a su audición fallida, lo que, a su vez, le recordaba lo que Segel le hizo. Había estado recordándola con rabia y resentimiento casi todos los días, dándole a ella la culpa de todo lo que le pasaba, pero mientras más pasaban los días, esos sentimientos se extinguían. Al principio era porque los sentimientos de Nacht eran tan abrumadores, que no le daba tiempo de odiar a nadie más, pero después comenzó a pensar en lo desdichada que era antes sin darse cuenta y le dio las gracias por limpiar su vida de aquello. De abrirle los ojos a su verdad, porque la vida que le había dado parecía tener más significado que aquella que ella misma se había construido.
Y pensando en ello, sus divagues viajaban hasta Adler, y ahí permanecían con frecuencia. Lo extrañaba, porque sabía que si él hubiera estado ahí, su presencia ayudaría a disipar el pesar que la amedrentaba y asfixiaba hasta el punto de apenas sobrevivir y no sentirse viva. Sabía que incluso el alma oscurecida y acorazada de Nacht, blindada por tanto dolor, se ablandaría y curaría lentamente por aquella energía pura que el chico desprendía.
Extrañaba su sonrisa, sus dulces palabras y sus bromas imprudentes. Extrañaba, en general, su presencia, la forma en la que su corazón sentía una calidez suave cuando él estaba, como si siempre cargara una tonelada de aplastante equipaje y Adler le diera un descanso a su espalda de llevar esa carga.
También pensaba en cómo estaba él, si las cosas en la otra realidad habían retomado su curso o se había detenido todo con su partida. Pensar lo segundo era egoísta, así que en caso de la primera, se preguntaba si él también la extrañaba, aunque sonara tonto e infantil ese cuestionamiento. También se imaginaba cómo sería él en aquella vida, dónde estaría.
Pensando en ello, uno de los días de la primera semana ahí le pidió a Nacht que lo buscara. La chica, que atraía miradas indiscretas y extrañadas por su vestido negro y largo con capucha que que trataba de cubrir inútilmente un cabello rosa y una cicatriz que abarcaba gran parte de su rostro, no podía ponerse a preguntar y observar en la búsqueda, aún cuando él era una persona difícil de pasar por alto.
Así, sin saber bien por qué, se dirigió a las oficinas de la escuela y preguntó por un estudiante llamado Adler Prince. No había nadie. Luego intentó con Adler Malk, pero los resultados fueron los mismos. La mujer que la atendió la miró de forma extraña mientras respondía sus preguntas. No sabía si era por la clase de preguntas, por su cicatriz o porque mientras preguntaba se veía ida, como si no supiera porqué lo hacía. Tal vez era el resultado de la combinación.
—¿Para qué necesitas esa información, cariño? —había preguntado la mujer tratando de mantener la calma y forzando una sonrisa aunque la chica parecía un muerto viviente de porcelana. Observa a Nacht era como ver a un zombie. Sus ojos muertos, sus cicatrices, su cuerpo raquítico y esquelético, la forma en la que respondía en monosílabos cuando le preguntabas algo, y cuando hablaba, parecía que lo hacía de forma automática. Estaba vacía, y eso provocaba inquietud a quienes la rodeaban, por eso la evitaban. O si no, se burlaban de aquello, de su forma de vestir, de su afición con Drácula, la pintura gótica y con su forma de escribir poemas en la clase de literatura.
Algunos la llamaban zombie, vampiro o apelativos parecidos, y ella solo los miraba con esos ojos muertos y profundizaba su mirada hasta que les daba tanta inquietud y miedo que se callaban. Aquellos que se burlaban incluso de ese acto, eran esos que no la miraban a los ojos. Quién sí lo hacía, sentía frío y dolor, como observar la oscuridad preocupante de un pozo sin fondo, con la certeza de que su negrura advierte peligro.
Rindiéndose en el intento de contactar con Adler, Sugar resignó a ser solo una espectadora dentro de Nacht, y durante todo ese tiempo, aprendió cosas.
Primero aprendió empatía. Recordaba como años atrás ella había sido quien se burlaba del aspecto de personas como Nacht. Su forma seca de ver la vida, la vestimenta ambigua y oscura, como si fuera a un velorio. Recordaba decir con sus amigos entre carcajadas fuertes como se veían ridículos, aburridos y estúpidos. Ahora veía, con arrepentimiento, el panorama completo.
Solía pensar que aquellas miradas vacías eran solo una forma de repeler al mundo, de jugar al muertito y ser ridículo, pero ahora notaba que realmente tenían problemas, que de verdad se sentían muertos, lastimados, como si la vida fuera la muerte y el infierno lo estuvieran viviendo.
Eso mismo escribía en sus libretas para sus poemas, poemas de los cuales solían burlarse, pero que exhalaban talento puro.
La vida es la muerte.
La muerte está entre los vivos.
Acecha sus nidos y busca entre las filas de los mortales su inexistencia.
Entre infiernos vivo
Y por el cielo espero.
Si la vida te castiga, ¿Por qué esperar a tu deserción?
El infierno está en vida y en el ahora.
Ardemos entre sus llamas mientras pensamos que lejos nos aguarda.
La peor tortura es aquella que recibes mientras esperas.
Por que si supieras que es tortura, ¿Realmente sería tortura?
¿Será que estamos muertos mientras creemos que vivimos y no es hasta que morimos que finalmente vivimos?
¿Será que la muerte es el verdadero dios, y que quién nos odia es aquel que nos hace vivir?
Por la muerte aguardo y a su guardiana venero.
Porque lo que me espera no puede ser peor a lo que ahora tengo.
Daba miedo la dolorosa verdad de que Sugar, en momentos de su vida, pudo haber estado totalmente de acuerdo con Nacht, y así se dio cuenta de que la apariencia—a veces— solo es una forma de diferenciar a dos personas iguales y asemejar a dos totalmente distintas.
Nacht y Sugar eran iguales por dentro y diferentes por fuera, pero lo único que las diferenciaba era su forma de manifestar y tratar con su dolor. Sugar fingía ser vacía, y Nacht solo externaba como se sentía. De esa forma, ella comprendió que la gente a tu lado puede ser la que más sufre en silencio, porque la gente piensa que es lo suficientemente fuerte como para soportar sus demonios por sí mismos.
Eso le enseñó a Sugar a apreciar a las personas, a tratar de comprenderlas. Lo que la llevó a preguntarse cómo se sentía Segel. Ella veía lo que le había hecho, pero no veía el porqué, no se molestaba en tratar de comprender sus razones, en saber si le dolía algo, si estaba sufriendo. ¿Qué tal si ella la molestaba, a ella y a los demás, para mitigar algún dolor, como ella alguna vez hizo? Si eso era cierto, entonces ambas también eran iguales. No podía odiar a quien se sentía tan perdida como ella, y así como así, se le quitó el odio hacia Segel. Comenzó a sentir empatía por ella, por todos. A aceptar a la gente y dejar de criticar. Se convirtió en su meta desde ese momento, meta que cumplió hasta el final.
Segel era una víctima también, aunque sus actos estaban mal. Pero todos cometían errores y malos actos en el intento de buscar aquello que te haga sentir vivo. Su enemiga, y como decía Gina, “Tu peor enemigo es aquel tan similar a ti que ambos luchan por lo mismo sin querer compartirlo”.
La mujer decía que tu enemigo podría ser tu amigo, que las similitudes no necesariamente no encajaban, sino que no las sabían encajar. Decía que en ocasiones era más difícil hacer funcionar juntas las similitudes que las diferencias, pero que el resultado podía ser maravilloso gracias a eso, porque nadie puede entenderte mejor que aquel que te odia por ser lo mismo. En esos tiempos Sugar decía que eran estupideces, pero ahí, encerrada en el cuerpo de una persona vacía, le dio toda la razón, y otra vez lamentó el no tener a su nana a su lado. La extrañaba con locura y la necesitaba a su lado de nuevo. Nunca dejaría de arrepentirse por tratarla tan mal. Ella era más madre de ella que la propia, el único recuerdo que le quedaba de quién fue su luz por mucho tiempo.
Gwen era la persona más importante para ella. Su luz, su amiga, aquella que la hacía feliz y la hacía pensar. Recordaba haber llorado a mares con su muerto, haber maldecido al mundo y al cáncer por instalarse en las personas más maravillosas y llevarlas a la muerte. Su corazón pesaba por su ausencia, su vacío le dolía tanto como su propia existencia.
Y ahí notó que la única persona que había podido apaciguar ese dolor, era Adler.
Trataba de no pensar en él, de mantener lo suyo como una amistad en su mente y no dejar que viajara a más, pero su corazón la contradecía, al sentirse tan en calma solo con recordarlo, al sentir que finalmente podía latir cuando sus dedos tocaban su mejilla y sus ojos verdes le compartían vida cuando la miraba. Tuvo que admitir entonces, que probablemente sentía más por él de lo que quería aceptar.
Esa clase de pensamientos la obligaron a querer concentrarse en la vida de Nacht, comenzando a hablar con ella tanto que comenzó a desarrollar el papel de consciencia, rebajando su enojo por la vida y haciéndola sentir mejor.
Y era una suerte, porque el último día, cuando Sugar ya se estaba acostumbrando, alguien se acercó a ella, y no hubiera salido vivo de no ser por ella.
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