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El poder de las palabras

Capítulo veinticinco: El poder de las palabras.


Cuando Adler llegó a la casa de Gina y dejó a Sugar en la puerta, podía escuchar desde el auto los desenfrenados latidos de su corazón mientras miraba asustada a la puerta color caoba que la separaba a ella de la figura de una versión probablemente muy diferente de su nana. Los nervios la comían viva; tenía miedo y terror, pues no sabía qué la depararía y no sabía si soportaría un desprecio de quien fue prácticamente su familia. Era hipócrita teniendo en cuenta todo el daño que ella le hizo en sus deseos de olvidar, pero no podía evitarlo.

Resopló una vez más, y Adler, quien se iba a quedar en el auto para darle su espacio, pudo ver cómo temblaban sus extremidades y cómo murmuraba cosas a sí misma en un intento por tranquilizarse antes de tocar el timbre. Movía sus pies y sus brazos, con los dedos temblando. Respiró profundamente justo antes de que la abriera y una expresión cansada y extraña se asomara por la puerta.

Sugar alzó la cabeza del suelo y observó el rostro demacrado de Gina, luego tragó saliva. La mujer lucía igual, pero a la vez muy diferente; tenía más arrugas que antes, una expresión más seria y dura y su cabello castaño no poseía brillo alguno, tampoco sus ojos avellana. Se veía acabada y endurecida, y la culpa, el dolor y el amor golpearon el corazón de la rubia. Gina la observó por un momento, esperando que su visitante dijera algo, pero estaba petrificada. Incomoda y extrañada por la atención, carraspeó.

—¿Disculpa, quién eres?

Sugar sintió el dolor. Tenía ganas de dar media vuelta y huir, pues su valentía se había esfumado con el vacío de los ojos que la criaron.

—Eh... yo—empezó con voz quebrada. De pronto sus palabras se perdían entre el manojo de sentimientos que le dificultaban la respiración—; soy Sugar. Sugar Bronson.

Al principio Gina no reaccionó, pero luego su rostro se endureció en una expresión no muy feliz que preocupó a Sugar.

—No tengo nada de qué hablar con alguien de esa familia—fue su respuesta y le cerró la puerta en la cara. La chica palideció, inundando sus ojos de lágrimas.

—No, por favor—gritó a la puerta, con una voz quebrada—. Necesito hablarte. Necesito verte. Por favor.

Nada. Solo escuchaba suaves respiraciones aceleradas al otro lado de la puerta. Su desesperación creció.

—Gina, te lo suplico. Me siento perdida y te necesito—continuó, pegando su rostro a las orillas de la puerta—. No sé bien qué pasó contigo y con Gwen, pero no fue mi culpa. Yo también lo sufro, pero ya no tenemos que sufrirlo solas. Lo entendí tarde, pero lo hice. Por favor no me alejes.

Lentamente la puerta se abrió apenas unos centímetros y la mujer, que se esforzaba por no llorar, sacó la cabeza.

—¿A ti qué te importaba mi nieta? Nunca la conociste.

—Sí lo hice. Y la amé con mi vida en los años que estuve a su lado—murmuró. El dolor y desesperación que su voz y sus facciones reflejaban suavizaron a Gina, aunque también la confundieron.

—¿Cómo?—dijo anonada—. Tú apenas tenías cinco años.

—Sí, era una niña de cinco años en un crudo campamento, lo sé. Pero he vivido más de lo que crees. Cosas confusas y dolorosas. Estoy asustada—sollozo en la última palabra y la voz se le quebró. Gina no pudo más y abrió la puerta por completo, dejándola entrar con sus brazos abiertos, en los cuales Sugar se refugió como una niña pequeña.

—Te extrañé—le murmuró, y aunque ella estaba confundida e incómoda, la rodeó con sus brazos. Por más años que hubieran pasado y por tanto rencor que sintiera hacia esa familia, Sugar le recordaba mucho a su nieta, y no podía ser cruel con ella. No tenía culpa de nada.

Después de unos largos minutos, se separó de ella y cerraron la puerta.

—Gracias por abrir. Y lamento todo lo que haya pasado, aunque no lo recuerde.

—No fue tu culpa, niña—susurró, y Sugar deseó tanto que la hubiera llamado hija o cariño, como lo hacía en la otra realidad. La culpa aun no la dejaba—. Eres bienvenida, pasa. Necesitas algo de agua y comida.

Gina comenzó a caminar y Sugar la siguió con las manos unidas frente a ella y una expresión tímida. Se sentía como una niña de nuevo, limitándose a mirar el entorno mientras esperaba que le dkijeran algo.

Era una casa pequeña de un solo piso, pero considerablemente amplia. De la puerta se extendía un pasillo con dos puertas, una a cada lado, adornando con su blanca textura las paredes color naranja suave, y cuando llegaba al claro, se encontró con una habitación dividida por una diminuta bifurcación; a un lado estaba una amplia sala, con techo color beige y paredes de un naranja celeste solo un tono más oscuro que las del pasillo. Había un comedor pequeño y redondo de cuatro sillas, de madera clara, y a un lado se encontraba una amplia sala. Había un diván a un lado, un sillón de tres plazas a otro lado y dos sillones juntos y reclinables en otro. Frente al sillón de tres plazas se encontraba un mueble con una televisión pantalla plana encendida, y a un lado de esta estaba una silla negra acolchonada y extraña.

Al otro lado se extendía la cocina, que era amplia, color caoba y en forma de escuadra, abarcando dos paredes, con una isla en el medio de compartimientos en los lados y espacio para preparar en la superficie. Ahí fue donde Gina condujo a Sugar, sacando un vaso de agua y sirviendo de la jarra. En sus gestos y movimientos se notaba su incomodidad. Gina tenía razón; no la conocía en lo absoluto, pero sabía que dentro de ella todavía estaba ese amor hacia ella. Esperaba que estuviera.

—Gina, ¿Eres tú?

Sugar se sobresaltó por la voz suave y amable que habló. Miró a todos lados y descubrió que en el sillón de tres plazas que se veía de espaldas desde la cocina, estaba una mujer que rondaba los treinta, mirando la televisión y sin moverse.

—Sí, Lina, soy yo—respondió la mujer, dándole el vaso a Sugar. Ella tomó agua despacio.

—¿Y quién tocaba la puerta? Escucho otra respiración, y no es el perro porque está aquí conmigo—inquirió la voz, animada—. Si no, he estado acariciando una rata todo este tiempo.

Gina sonrió y se veía genuinamente alegre, pero sus ojos ya no brillaban; parecían estar apagados.

—Es una visita para mí. La hice pasar.

—¡Tienes visitas!—exclamó, emocionada—. Eso es genial, no quiero que te aburras aquí conmigo todo el tiempo.

—No me aburro, tú eres muy agradable. La verdad es que la presencia de Sugar aquí fue una sorpresa.

—¿Una visita sorpresa?

—Así es.

—Pero si esas son las mejores. ¿Podrías hacerme el favor de traerme un trozo de pastel, por favor? Y también a tu visita. Tal parece que le comió la lengua el ratón y no quiere saludar.

Sugar se sonrojó, apenada.

—Lo siento.

—No te preocupes, cariño, no te estoy acusando de nada. Me gusta conocer personas, así que acércate. Asusto pero no muerdo.

La voz sonaba extrañamente enérgica y positiva, y mejoró instantáneamente el humor de Sugar. Gina, que ya había servido el pastel, le guiñó el ojo y le hizo un gesto con la cabeza para que se acercara. Temblorosa, Sugar la siguió hacia la sala. Gina se acercó y extendió el plato al bulto acostado en el sillón. Cuando Sugar se presentó ante ella, lo primero que hizo fue sonreír y hacer un gesto con la mano, pero la mujer no hizo nada. Volvió a hacerlo, pero en medio del gesto, se paralizó, de pronto notando los detalles.

Lina era una mujer a mediados de sus treintas, de cabello negro y rasgos ligeramente asiáticos, se encontraba recostada en el sillón con sus manos sobre un chihuahua negro y pequeño al que acariciaba suavemente. Tenía la mirada fija en la pantalla plasma y los ojos negros, pero estos estaban vacíos; no carentes de emoción ni oscurecidos como los suyos o los de Gina, no, ella más bien tenía los ojosdesconectados, como si no funcionaran. Las pupilas estaban desviadas a los lados y se veía desorientada.

—¿Ya estás aquí, chica?

—Sí, aquí estoy frente a usted.

—Oh, pues es un gusto no verte.

Sugar de pronto entendió. Miró a Gina anonada, esperando que le confirmara sus sospechas, y su asentimiento de cabeza fue todo lo que necesitó para aclarar lo que ya creía.

—Lo mismo digo, es un gusto que no me veas—respondió ella y se encogió, dándose cuenta de que había sido una frase de mal gusto. Quiso disculparse, pero Lina se rio.

—Me agradas—dijo simplemente—. ¿Alguien me cambia el canal? No estoy viendo, pero estoy casi segura de que escuché gemidos. ¿Qué clase de cosas me pones en la tele, Gina?

—¡Tú lo escogiste, Lina!

—¿Es que no me ves? No debes de confiar en los criterios de una ciega.

Gina rio.

—Pensé que querrías ver porno.

—No siento ni mis piernas ni mi vagina. ¿Para qué voy a querer ver porno? Si ni siquiera veo.

—No lo sé.

Sugar se sentía perdida, pero extrañamente entretenida y tomó el control para cambiarle la televisión a un documental de historia arqueológica. Gina notó su mirada y recordó su angustia y ganas de verla. Con un suspiro, decidió que debía de terminar con el asunto de una vez. Quería hacerlo, y una parte de ella se preocupaba por la adolescente, por su crianza y por su vida.

—Bueno, tengo que hablar con Sugar. ¿Estarás bien sin mí?

—¡Claro! No soy una inútil, y ni que tuviera piernas para escaparme. Vista me va a cuidar—añadió señalando al perro, que, al escuchar su nombre, movió la cola y se sentó en actitud protectora. Sugar rio suavemente—. Sus ojos son mis ojos. Es un placer conocerte, Sugar. Ojalá estés cómoda en mi casa a prueba de ciegos y lisiados.

La rubia miró a su nana confundida ante su sentido del humor, a lo que ella solo asintió, con una suave sonrisa y condujo a Sugar de regreso a la cocina.

—Estoy confundida. ¿Quién es ella?

—Lina.

—Ya sé. Yo me refiero a que ¿Por qué está aquí?

—Es su casa, yo trabajo cuidándola a ella y el lugar. Ella me ayuda y me hace compañía, ambas estamos solas y nos complementamos— y así, entraron en un ambiente pesado y de pérdida. Sugar había estado segura de que quería ver a Gina, pero en esos momentos no sabía de qué hablar ni qué decir. La mujer era una extraña, y verla a ella no era lo mismo sin tantos años de convivencia en su memoria. Se quedó sin decir nada, sintiendo esa pesadez en el pecho hasta que Gina tomó la palabra.

—¿Por qué estás aquí, Sugar?—le preguntó. Su tono no fue agresivo, pero sí crudo y directo. Era la misma persona, pero más endurecida, más firme.

—No sé—respondió en voz baja, y Gina alzó una ceja en su dirección, exigiendo más explicación—. Pensé que lo sabía, pero creo que no. Solo quería verte, quería saber más de ti. Saber qué pasó contigo y con ustedes. Te extraño terriblemente.

—Apenas y recuerdas...

—No es cierto. Gina, sé que es difícil de creer, pero yo pasé doce años de mi vida con ustedes—Gina se confundió e hizo el amago de decir algo, pero Sugar lo impidió—. Ya sé, es imposible.

—sí, lo es. Yo recuerdo bien todo, Sugar, y tú nunca estuviste ahí, no de forma permanente.

—Sí, entiendo, pero es difícil de explicar.

—No tengo tiempo para esto, de verdad.

—No me importa. Todo éste peso no me deja respirar, y necesito sacarlo, te necesito a ti. Por más raro que parezca, yo lo sé; sé que ustedes fueron más. Es confuso, pero estos últimos días he estado viviendo tanto, y dudo que algo sea imposible. Sé que Gwen era mi mejor amiga, que era mi escape; cuando estaba con ella todos mis problemas se disipaban. La recuerdo ahí, al otro lado de la puerta negra, hablándome y haciéndome reír cuando no podía parar de llorar por las torturas, por las ataduras y el dolor. La recuerdo elevando mis ánimos cuando mis padres me hacían sentir como mierda. Está en todos mis recuerdos, está ahí cuando hablábamos de historia, cuando jugábamos a ser hadas, cuando reía y era feliz.

<<Recuerdo haber estado ahí, presa de lágrimas en la sala de espera del hospital cuando la salud de Gwen empeoraba, recuerdo haberme cortado el cabello casi por completo la primera vez que Gwen tuvo su quimioterapia para que no estuviera sola. Todas sus lágrimas yo las secaba, así como ella secaba las mías. Y todo eso es real, no puede no serlo. En toda mi vida, en aquellos momentos en los que de verdad vivía y no solo existía ella estaba ahí, y tú también.

La mujer se sorprendió, pero sus ojos vidriosos no podían abandonar los de la rubia. Su voz estaba cargada de sentimiento y honestidad.

—Te recuerdo, Gina. Recuerdo como llevabas pasteles a mi habitación cuando estaba enferma y castigada a mis trece años. Te recuerdo enseñándonos a Gwen y a mí a nadar. Sé que estabas ahí en cada cosa que me hacía feliz, sé bien que eras tú quien se presentaba a las juntas de padres de familia en la primaria y fuiste tú quien me llevó a mis clases de baile. Eso no puede ser mentira, y aunque no lo recuerdes, debes de sentir algo. Porque yo siento que te quiero y eso no puede ser mentira. Ustedes fueron parte de mi felicidad, y no lo estoy inventando, no lo estoy haciendo. Que esto haya pasado en otra vida no significa que no sea real, así que créeme, por favor.

Gina parpadeó varias veces, ordenando sus ideas.

—Por favor—murmuró, con voz quebrada. La mirada anonada de Gina no le daba muchas esperanzas, pues ella se veía incrédula y renuente a creer cualquier cosa. Sugar comenzó a dudar. ¿Acaso su emoción solo estaba basada en una ilusión de alguien que no existía ahí? Ese pensamiento le provocó un inmenso vacío en el pecho.

Gina resopló, con los ojos muy abiertos y se dejó caer en uno de los bancos que rodeaban la isla de la cocina. Llevó su mano a su pecho y lo frotó, como si estuviera sanando algún dolor con su mero tacto.

—Bien, ahora creo que yo soy la que necesita agua—murmuró, con voz aun shockeada, como quien acaba de ver una sirena después de negar su existencia durante toda su vida. Sugar se quedó inmóvil, desconectada. Su miedo a que ella la rechazara la comía viva. La mujer la miró de reojo—. Sugar, ¿crees que podrías...?

—¿Ah?—preguntó desorientada. Gina hizo varias expresiones señalando algo en específico, pero la chica no captó. Su cerebro estaba desconectado por la paranoia.

—Agua.

—Ah, claro, claro, agua—dijo sacudiendo su cabeza, desubicada. Se movió en círculos y luego ubicó el garrafón, caminando hacia él con pasos atropellados—. Perdona, ya te la sirvo.

Tomó un vaso, sirvió el agua y se lo tendió. Después de aquello, observó a Gina beberse todo el contenido con apuro y después de dejarlo de nuevo en la barra. Lamió sus labios por puro reflejo y le hizo una seña a la chica para que tomar asiento en la silla alta frente a ella, luego comenzó a hablar.

—¿Estás totalmente segura de todo lo que dijiste?

—¡Sí, te lo he dicho!

—Okey, okey, calma; solo quería asegurarme—reparó, y otra vez se sumieron en un silencio aterrador en donde solo se escuchaban de fondo las quejas que Lina le daba a Vsita, su mascota. Después de unos segundos, Sugar se atrevió a hablar;

—¿Me crees?

—Eso creo—murmuró como respuesta—. Diría que no, pero tus palabras suenan tan reales, que de alguna manera siento que lo son. Pero no siento nada de eso conocido, y tampoco lo recuerdo, solo me parece familiar, como algo que sí podría llegar a pasar; como algo real. Pero no para mí, yo no lo recuerdo.

—Lo sé. No esperaba que lo hicieras.

—¿Entonces qué esperabas?

—No lo sé, honestamente. Ahora que estoy aquí ni sé que buscaba con venir. Supongo que quiero saber de tu vida, saber qué pasó y después, tal vez tu cariño, tus palabras, tu apoyo... no lo sé, algo de ti.

Ella asintió pensativa, como si estuviera procesando sus palabras.

—¿No recuerdas nada de lo que pasó en la vida real?—cuestionó y a Sugar le molestó que hablara como si se tratara de solo un sueño todo lo contado, pero no dijo nada.

—No. Mi amigo me contó algo, pero no sé nada más además de eso.

La mujer suspiró y asintió de nuevo, aceptando sus declaraciones. Se paró, fue al refrigerador y sacó un pastel de limón, sirvió dos trozos y le dio uno Sugar y otro lo tomó ella, se sentó de nuevo, se tomó su tiempo para instalarse y regresó su mirada a la rubia.

—Mi hija tenía diecisiete años cuando se embarazó. Vivíamos en un puerto y quedó prendada de un joven turista. Él la abandonó en cuanto supo del embarazo y ella tuvo que pasar aquellos nueve meses sola, para luego morir al dar a luz por complicaciones en el parto. Gwen quedó a mi cuidado, y al ser una niña recién nacida, tuve que apañármelas sola para darle la mejor nutrición posible, aunque supongo que todo eso ya lo sabías.

Ella asintió y Gina prosiguió su relato. Era la versión resumida, por supuesto: no quería entrar en llantos y sentimentalismos.

<<Pocas personas me aceptaban en esas condiciones; no tenía muchos estudios por cuestiones económicas, tenía una niña pequeña conmigo y nada asegurado, así que vine aquí para buscar algo mejor, y me encontré con los Bronson. Tus padres no eran jefes amables y comprensivos, pero al menos pagaban bien y ofrecían vivienda. Me dejaron quedarme, aunque a regañadientes, porque yo me encargaba también de ti y las cuidaba a ambas, de modo que Gwen no les causaba problema. Recuerdo que eras una preciosa niña de dos años cuando comencé a cuidarte. Tu cabello y tus ojos eran más oscuros, pero seguías siendo igual de bella. Aún siendo una niña, parecías nunca reír, como si hubieras nacido triste, pero hubieras estado destinada a ser feliz. Yo te cuidaba por ello, y te daba cariño, pues parecías falta de luz, y Gwen y tú jugaban como hermanas, pero luego te mandaron a un campamento largo en el mismo momento en el que se detectó la enfermedad de Gwen.

<<Tus padres no quisieron lidiar con una niña con cáncer y me despidieron. Yo no pude pagar los tratamientos de Gwen, y tampoco a alguien que la cuidara mientras trabajara, por lo que tanto su enfermedad como nuestra condición económica empeoraron. Un año de esas penosas condiciones y me vi obligada a viajar de nuevo. Llegué a una ciudad pequeña donde había varios hospitales. Uno de ellos tenía un área de internos; ahí había personas que habían sufrido daños graves ya hacía tiempo y estaban estables, pero ya no podían mejorar y vivían ahí como si fuera un asilo de enfermos. Necesitaban cuidadores y yo un trabajo y dinero, así que llegamos a u acuerdo; yo trabajaba y ellos, con mi sueldo, atendían a Gwen en su enfermedad. Era un trato razonable; me daban vivienda y comida a mí y tratamientos a mi nieta, y a cambio yo trabajaba a tiempo completo cuidando a sus huéspedes.

Sugar la escuchaba con atención, sintiendo como su admiración por ella crecía; siempre había sido una mujer fuerte, pero ese era simplemente otro nivel.

<<Eso iba bien, pero el detalle era que el cáncer en Gwen estaba muy avanzado, y sin importar qué tratamientos caros le dieran, ella simplemente no se curaba. Le faltaban meses para cumplir los ocho cuando murió. No pudo soportar más su sufrimiento y se fue, dejándome sola. Yo, por mi parte, aún debía mucho de lo gastado en su tratamiento, así que me quedé ahí trabajando para saldar mi deuda. Me sentía terrible, pero no me derrumbé porque al trabajar en una clínica de esas, convivía con personas que sufrían aun más que yo, eso me ayudaba a no auto-compadecerme; me mantenía en la realidad. Una de ellas era una mujer de veinticinco años ciega de nacimiento que había quedado paralítica en un accidente de auto después de destrozarse la columna lumbar.

—Lina...—murmuró Sugar, de pronto entendiendo todo.

—Sí; Lina—afirmó ella, dando un bocado de su pastel y continuando su relato—. Ella acababa de ser internada ahí apenas tres meses antes de la muerte de Gwen, pues su condición minusválida era irreparable y debía de quedarse ahí por la poca disposición de su familia por cuidarla. Al principio estaba algo amargada, pero pronto llegó a la conclusión que no podía seguir lamentándose por todo lo que le pasaba, y que, si podía con su ceguera, podría con aquello. Ella era de las personas de las que yo me encargaba y hablábamos mucho. De alguna forma, su compañía me ayudó a no sentirme tan sola y desdichada; después de todo, ¿qué podía decirle yo a ella de dolor y pérdida? Ella sabía más que yo de eso y aún sonreía, así que no vi razón para no tratar de hacerlo yo también.

<<Nos hicimos cercanas, pues yo la cuidaba como a ella le gustaba y ella me quitaba la soledad; nos complementábamos. Pronto, su familia quiso dejar de pagar ese lugar y además, pensaron que era mejor que viviera en un sitio conocido y familiar, incluso cuando ella alegaba que era ciega y no vería la diferencia. Pero insistieron; creo que fue porque la culpa de haberla dejada en esa clínica a su suerte los comía vivos y querían hacer algo para dejar de sentirse así, aunque no fuera mucho. Le acondicionaron la casa y la dejaron contratar a alguien para que la cuidara. Como cosa sorpresiva para mí, me eligió.

<<cuando menos lo pensé, ella ya había pagado lo poco que quedaba de mi deuda y me había ofrecido el trabajo, con hospedaje y alimento incluido. Como ya no quedaba nada que me atara ahí, acepté y vine aquí con ella, y estamos juntas desde entonces. Me ayuda cuidarla, digamos que solo nos tenemos la una a la otra, porque que a su familia no le importa mucho dar señales de vida.

Sugar estaba muda. No se esperaba para nada esa historia; definitivamente no. Pero por raro que pareciera, tampoco le sorprendía mucho la fuerza de su nana; ella siempre supo que la poseía.

—Eso es asombroso. Realmente te admiro—dijo, sin querer guardarse su impresión. Ella sonrió y terminó su pastel.

—¿Y bien?

—¿Qué?

—¿Me vas a decir ahora qué pasa contigo? Sé que necesitas algo Sugar. Te voy a escuchar y no te juzgaré, lo prometo.

Gina sonrió; fue una sonrisa amplia, una donde se arrugan las comisuras de sus ojos, se marcan hoyuelos suaves en sus mejillas y se asoman por sus labios sus blancos dientes. Aquella sonrisa cálida le dio tanta confianza, que decidió contarle todo, sin importarle sus dudas. Emitió un ruidoso suspiro y al abrir la boca, escupió todo incluso antes de darse cuenta. Le habló de su dolor, de su vida real, de los momentos que pasaron, cómo se separó de ella, cómo se arruinó y cómo después aquel extraño suceso la trajo de regreso.

Gina la escuchó con atención, incluso cuando lo que ella decía era inverosímil. Su mirada no le transmitía la sensación de estar siendo una loca, ya que Gina la miraba con ternura y comprensión, casi como una madre y una sensación cálida llenó su pecho al no verse juzgada.

Contó todo y no se calló nada, incluso cuando le habló de lo sucedido con Nacht y de su probable enamoramiento— esperaba que pasajero—con Adler. Cuando terminó, se quedó mirando a su regazo, evitando soltar lágrimas de tanta conmoción; otra vez su vida era, temporalmente, una marea de emociones.

—¿Entonces?—le preguntó con timidez, como si estuviera esperando que la llamara loca.

—¿Entonces qué?—inquirió ella aparentando tranquilidad.

—¿Qué opinas?

—Opino que estás loca, niña—respondió, mirándola con fijeza—. Pero te creo. Ni siquiera sé por qué, todo eso suena tan inventado por una esquizofrénica. Pero te creo.

—¿Por qué?

—Acabo de decir que no sé, tontita—rio, sacudiendo su cabeza—. Solo puedo decirte que te creo; suenas bastante honesta, y la verdad tú no serías tan creativa ni loca como para inventarte todo eso. Las emociones son difíciles de describir, más si no las sientes, y todo lo que dices... bueno, si no eres tan creativa como para inventarlo, ni tan buena actriz como para fingirlo, entonces debe de ser real.

—Vaya, acabas de hacer que me sienta aliviada y ofendida al mismo tiempo.

—Bueno, tú me has dicho muchas locuras en diez minutos; estoy en mi derecho de decir lo que pienso—la miró con algo de cariño—. Pero supongo que no estás aquí solo para que te escuche, ni solo para verme y dejar de sentirte culpable. ¿O me equivoco?

Ella negó lentamente.

—No. Nunca lo haces cuando se trata de mí.

—Entonces, ¿qué es lo que quieres?

—Quiero consejos—susurró, aún comiendo pastel a diminutos bocados—. Quiero que me ayudes a digerirlo como algo normal y que me digas qué hacer. Me estaba ahogando con todo esto yo sola y eres en la persona que más confío.

—Bueno, en mi versión de tu realidad—señaló ella, pero se arrepintió después de vet su mirada apañada—. Ya, perdón, sé que estoy siendo algo brusca contigo, pero la verdad no sé cómo actuar. Esa persona de la que me hablas... no soy yo. Pasé por muchas cosas y me faltaron muchas personas como para serlo.

<<Soy lo que pude ser y me alegra, pero dulce no. No puedo. Tal vez fuiste tú quien indirectamente me transformó en aquello; el instinto maternal que pude haber tenido hacia ti, el amor, el recuerdo. Pero tus padres nos quitaron esa oportunidad, así que perdona, pero no puedo ayudarte de la forma en la que quieres.

Sugar suspiró, sintiendo el peso de la negativa sobre sus hombros.

—Pero—añadió ella, haciendo que Sugar alzara la mirada con sorpresa—, puedo ayudarte de la forma en la que yo sé. Puedo ayudarte como la persona que soy ahora. Y lo haré, porque recuerdo a esa pequeña niña soñadora y dulce que rompía una sonrisa cada vez que sus padres le decía algo hiriente, la rechazaban y maltrataban. Sufrías cosas que ninguna niña debe de sufrir, y siempre sentí debilidad por ti, porque eras una niña maravillosa y tus padres jamás supieron apreciarlo.

Los ojos de la rubia brillaron, sintiendo una inyección de adrenalina por sus palabras.

—No te culpo por haber sido como fuiste. Yo misma siempre supe que todos esos desplantes a la larga te harían daño, y aunque no sé cómo te volviste en esta realidad, si sé que probablemente te hice más daño estando junto a ti, pero si hubiera tenido la oportunidad de haberlo hecho aquí, lo hubiera hecho, porque creo que nos necesitábamos. Las cosas pasan de formas misteriosas y nunca sabré algunas cosas que imaginaba, pero se debe de aprender a aceptar la verdad, sea donde sea. No digo que te conformes; la conformidad es el enemigo de la superación, porque nunca verás a futuro si no quieres cambiar tu presente, pero tampoco puedes odiar tu presente por cosas que ni siquiera los dioses podrían cambiar. ¿Por qué contenerse? Sugar, tú fuiste de un extremo a otro; pasaste de preocuparte por todos a solo preocuparte por ti, y eso no está en tu naturaleza, por eso te causó tanto dolor cuando finalmente despertaste. No existe un todo o un nada, y la razón por la cual hay muchos problemas en todos lados, es precisamente porque la gente se niega a hallarse en un punto medio, a querer de todo en su vida.

<<Te daré un resumen, no como tu nana, sino como una figura adulta que te entiende; hiciste mal en cerrarte. Las personas sufren más cuando cargan con su dolor solas, yo lo sé. Y el hecho de que Lina estuviera ahí para mí dándome los golpes de realidad que necesitaba, fue lo mejor. El cáncer es más normal de lo que debería, Gwen no fue la única que murió ese año a causa de eso, y lamentablemente, vivimos en este mundo donde no somos inmunes a nada. Pero debes de sentirte bien sabiendo que la hiciste feliz el tiempo en el que estuviste con ella, probablemente fue más feliz ahí que lo que lo fue aquí conmigo, encerrada en hospitales. Debes de sentirte orgullosa de haberle dado esa felicidad, pero que eso pase no significa que no debas de sufrir ni mostrar tu dolor. El sufrimiento es tan humano como la felicidad y no es raro que lo sientas. Si alguien te dice que no, que se joda, porque esa persona quiere limitar a la vida, y eso no es posible. Como dije, no hay por qué irse a un solo lado de la balanza, por algo existe el centro. Si quieres mi consejo general, te diría que vivas. ¡Solo vive y no limites tu vida! Que solo hay una, y ya has perdido mucho tiempo lamentándote por la que te tocó. Dale la vuelta, se feliz, pero también sufre.

—Eso no tiene sentido, Gin. ¿Cómo puedo ser feliz y sufrir al mismo tiempo?

—De la misma forma en la que podemos llorar y reír al mismo tiempo. De la misma manera en la que podemos llorar muriendo de rabia, o sonreír en nuestro lecho de muerte. El ser humano no es básico ni plano, nuestros sentimientos no son así. Somos una mezcla de colores y sabores diferentes, y es imposible sentir una sola cosa a la vez. Por algo la vida está compuesta de tantos matices, por algo en el clima existe la lluvia; porque no solo el sol es necesario. El solo tiene que descansar, por eso las nubes lo bloquean, por eso la luna tiene que suplirlo en las noches. Pero la luna y la noche también tienen su belleza y las nubes también nos ayudan a descansar a aquellos que se cansan de tanto ver brillar al sol.

<<Así que solo vive. Sé feliz, sé triste, sufre, llora y exterioriza tu dolor, pero no te ahogues en él. Siéntelo, asimílalo y prepárate para ser feliz otra vez, para rabiar y para asustarte, que todos esos sentimientos existen por una razón. La muerte llega sin avisar, a veces rápida o a veces lenta y acechándote por años, sí, pero siempre llega. Y mientras llega, permítete disfrutarla como se debe. No te contengas. Porque si lo haces, ¿qué podrás decir cuando la muerte llegue? Solo deja de lloriquear por aquello que no puedes cambiar, y deja de holgazanear y dedícate a cambiar aquello que sí puedes.

Sugar parpadeó varias veces, sin poder decir una palabra. Esta era la mujer que recordaba y necesitaba, aquella que amaba. Menos dulce, menos suave, más ruda, pero era lo que necesitaba. Un golpe de realidad, palabras francas de quién la conocía y de quién la quería. Con lágrimas de conmoción, se lanzó a abrazar a la mujer, que la recibió con fuerza y la rodeó con sus brazos, besando su coronilla. Acarició su cabeza, mientras ella sonreía, lloraba y reía al mismo tiempo.

—Gina...

—¿Sí?

—¿Tú crees que me habrías perdonado? Ya sabes, la otra tú. Por todo lo que dije e hice.

Gina no lo dudó ni un segundo.

—Sí. Si ella te quiera la mitad de lo que yo, estoy segura. Todos cometen errores, y sé que estaría orgullosa de la persona que eres en este momento, de lo mucho que creciste tan poco tiempo, porque yo me siento así—le respondió con un tono tan dulce y maternal, que Sugar no vio diferencia alguna—. Pero hay una cosa que te reprocharía.

—¿Cuál?

—El hecho de que seas una pequeña cobarde y no te atrevas a decirle a ese chico que te encanta.

Ella se sobresaltó con sorpresa y levantó su cabeza de pronto, con sus mejillas rosadas.

—¿D-de qué hablas?

—Vamos, no me mientas a mí. Pasaste veinte minutos hablando de él—le reprochó de forma juguetona, haciendo que sus mejillas se sonrojaran más—. Su cabello, su altura, su personalidad, su voz... puaj, ya me llenaste la cabeza de cursilería. ¿Has pensado en escribirle poemas? Material tienes.

—¡Gina!

—¿Qué? Sabes que es cierto. Estás atontada, admítelo. Y te lo digo yo, que ni te he visto con él.

Ella resopló, con un puchero refunfuñon.

—No es tanto. Solo me gusta... creo. Es que no lo sé.

—Sugar...

—Es cierto. Me asusta y me confunde todo esto, y no estoy preparada para decirle algo, no hasta que yo me aclare la mente. Si le digo de una vez y resulta ser algo pasajero o superficial, acabaré con nuestra amistad y no quiero que eso pase; es demasiado valiosa para mí.

—Eso no pasará.

—¡Claro que sí! me pasó con Jaden ; sentí que me gustaba, comenzaba a alborotar mis hormonas y me hacía sentir bien que al menos alguien me diera atención. Entonces eso, la presión y las ganas de estar con alguien me obligaron a confesarle todo de una forma muy atropellada y lamentable, que nos hizo empezar con ese intento de relación y cuando menos lo pensé nuestra amistad se fue al caño.

—Eso no era amistad.

—Para mí sí. Era bueno conmigo, y ciertamente era mejor como amigo que como novio. Nos hicimos daño con esa falta de cariño, casi como obligados a estar juntos y sé que esto no es igual, pero no me quiero arriesgar. ¿Qué tal si no siente algo por mí y se aleja para evitar incomodidades? O ¿qué si lo siente y se ilusiona, pero luego yo descubro que mis sentimientos no eran algo serio y lo lastimo? No puedo decirle nada si no estoy segura de ello. No cometeré ese error dos veces.

Gina asintió, con sus labios apretados.

<<Además, no está siendo honesto conmigo. Tal vez sí en sus acciones y en sus emociones, pero no en sus secretos. Tiene muchos y no me siento cómoda con eso. Lo acepto, pero no me da tranquilidad, y no puedo solo dejarlo pasar. Quiero hacer las cosas bien esta vez; tengo miedo de arruinarlo, en especial con alguien como él.

—Sigo pensando que deberías de decirle—dijo mientras Sugar volvía a tomar asiento en la silla—. Pero comprendo tu punto y lo acepto. Solo quiero que seas feliz. Lo mereces después de todo lo que has pasado, y me alegra que ya hayas tomado la genuina decisión de serlo.

Sugar le sonrió, apretando su mano con cariño.

—¿Y tú eres feliz?

—Estoy cómoda y conforme con lo que soy. Mi vida fue dura y ya estoy vieja; no soy la misma persona que era y no tengo las mismas oportunidades, pero me gusta lo que hice con ellas. Lina es una buena compañía y me da tranquilidad saber que hice todo lo que pude por mi nieta y mi hija, y que ellas ahora están juntas esperando por mí.

—Ojalá algún día yo tenga esa sensación y temple.

—Lo tendrás. Tengo fe en ti.

—Se siente bien—suspiró ella, sin dejar de sentirse satisfecha y plena—. Se siente bien que haya personas que tengan fe en mí. Hacía mucho que no sentía eso.

—Nunca lo olvides. Y tampoco olvides que eres buena persona, ni que está bien sufrir. No olvides tu dolor, recuérdalo y supéralo.

—Gracias por todo. Eso es lo que haré—contesta, con su corazón más sereno que nunca. 

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