El dolor del odio
Capítulo veintiséis: El dolor del odio.
Sugar se sentía como una observadora. Usualmente ella era el centro de atención de cualquier convivencia, el sol alrededor del cual todo se movía. Si tuviera que llamarse a sí misma de una manera en dichas situaciones, diría que era el titiritero o el cerebro; los presentes esperaban sus movimientos y palabras para proceder con los suyos, y aunque a Sugar eso le producía una satisfacción morbosa, también en el fondo le resultaba cansado, como si indirectamente ella tuviera que dirigir sus acciones y ya nada resultara espontáneo, como la programadora de robots interactivos, solo codificados con aquello que ella había dicho, pero con la apariencia de valer mucho más. Por eso, ser una observadora en ese momento, ver todo pasar sin ella mientras solo sonreía por la convivencia ajena, le resultó extraño y refrescante.
Otra vez estaba en el gimnasio del grupo de baile de la preparatoria, esperando su oportunidad para una nueva audición. Habían pedido permiso para faltar la última clase y en ese momento Sugar solo veía a sus probables compañeras acomodar el lugar mientras reían y hablaban entre sí, con carcajadas genuinas y movimientos espontáneos. Verlas a ellas, un grupo tan amplio, actuar de forma tan real, le emocionó; pensar que tenía la oportunidad de estar en un grupo donde ella no cargara todo el peso de la convivencia, fue una idea tan liberadora y alentadora, que sus nervios se acomodaron casi por completo en la dirección correcta, un paso delante de la promesa de vivir la vida que le había hecho a Gina y a ella misma el día anterior.
Desde su conversación con Gina la tarde anterior, Sugar había decidido vivir más y dejar de pensar en las razones de aquello. Aquel día, cuando volvió a subir al auto de Adler, ella estaba radiante de felicidad y él le preguntó por qué, pero solo había sonreído, besado su mejilla y comenzado una conversación diferente que, aunque fue difícil, terminó por relajarlo y distraerlo. Sugar se sintió bien, finalmente dejando de lado sus pensamientos pesados de buscarle tantas razones a sus sentires, y disfrutando de aquellos cosquilleos presentes en ella cuando estaba al lado de él.
Pero no solo en eso radicaba su decisión de disfrutar. Quiso, por una vez, dejar de pensar en lo que pasaría si fallaba esa audición y concentrarse en disfrutarla, en meterse en sus movimientos y olvidar que la veían, y luego, sonreír y aceptar la negativa o la afirmativa. Fuera cual fuera el resultado, ella habría dado lo mejor de sí.
Pero decidirlo no era lo mismo que ponerlo en práctica; los nervios prevalecían, y el hecho de que todo el equipo estuviera ahí no ayudaba a calmarlos. Sin embargo, hacía lo mejor que podía.
—¿Estás lista?—preguntó Sonya llegando a su lado, lustrando una bonita sonrisa en sus labios. Llevaba un short negro de licra ajustado y una camisa roja con el logo del equipo, que le llegaba arriba del ombligo y dejaba al descubierto parte de su abdomen firme y su cintura tonificada. Una vez en su vida Sugar había sentido envidia por el cuerpo de Sonya, pero había sido tan pasajero y absurdo que ya ni lo notaba.
—Vamos a averiguarlo—respondió con energía, regresándole la sonrisa para infundirse a sí misma confianza.
—¡Esa es la actitud! Las chicas están listas y las bocinas preparadas con tu canción, ahora solo esperamos tu señal—dijo ella y solo entonces Sugar sintió como si fuera a vomitar todos sus nervios. Sonya lo notó.
—Eh... claro.
—¡Tranquila! Deja los nervios. Si apruebas, te llevo de compras el sábado, ¿está bien?
—¿Y si no paso?
—Pues te llevo otro día.
Eso finalmente le arrancó una risa.
—Está bien entonces— asintió, tragando saliva junto con su timidez y se dispuso a avanzar hacia la pista, tomando valor con cada paso que daba.
—¡Eso chica! Suerte—exclamó Sídney desde su lugar, alzando sus brazos para animarla. Ella se detuvo y la miró, regresándole la sonrisa.
—Esta vez Segel no estará, así que ve y lúcete.
—¿Era necesario mencionarlo, Vane?—preguntó Sonya algo irritada y con los ojos entrecerrados.
—Sí. No olvidamos lo que pasó la otra vez.
—Genial, aquí vamos otra vez—murmuró una pelinegra que Sugar no conocía mientras sonreía divertida.
—No lo olvidamos, pero no tienen por qué reprocharlo—respondió Sonya, trinando de enojo e ignorando olímpicamente a la chica. Sugar, que seguía siendo una auténtica seguidora del chisme, se sentó en uno de los sillones para escuchar.
—Sonya, tranquila. Sé que no te gusta alejarte de Segel, pero no andes así. Parece que estás embarazada.
—¿Tu novia celosa te embarazó?—se burló otra chica desconocida, de cabello rubio cenizo. Todas rieron, pero por alguna razón no sonaba como burla. Aun así, Sugar no se rio, pues no entendió el chiste.
—¿De qué hablan?—preguntó ella desorientada.
—Segel y Sonya están medio peleadas—explicó otra chica pelirroja que Sugar no ubicó. Su rostro era tan poco familiar que parecía nuevo—. Es una mierda de "dijimi istir cin mis imigis" y la otra de "Ni, ni ti impirti qii mi siinti mil y mi dijis sili", y así. Es una tremenda bobada. Andan de estúpidas, como matrimonio separado.
—¡Sefie! Cuida tu lenguaje—le regañó Alejandra, mirándola con severidad. La chica se encogió de hombros con cinismo.
—Nah, no tengo ganas. Solo estoy diciendo las cosas como son.
Sugar no pudo evitar preocuparse por Segel, incluso cuando no estaba en los mejores términos con ella. Su empatía emergente le impedía desearle mal.
—Espero que las cosas mejoren—dijo Sugar con honestidad.
—No lo sé. Lo que pasa es que Segel es una cascarrabias y al parecer le molesta que Sonya se junte tanto contigo, con eso de que no le caes muy bien, y tampoco nosotras. Ella le reprochó que anda con personas con las que ella no puede estar ya que no le agradan y siente que la desplaza, y entre esas cosas, al final Sonya le gritó "pues tú le caes mal a todo mundo y eso no me impide tener los ovarios de soportarte"—comentó otra vez la pelinegra.
—Y Segel se ofendió y le dijo que si eso pensaba, entonces ya no tenía por qué soportarla. Y se fue—complementó Glen, a la cual Sugar no había notado ahí.
—Eso fue el martes y Sonya se altera cada vez que alguien la nombra.
—¿Sí o no son bobadas?—interrumpió la nombrada "Sefie" con mirada cansada. Sus amigas no le hicieron caso y ella les levantó el dedo medio, molesta.
—Y también cada vez que alguien habla de mis cosas sin mi consentimiento—espetó Sonya con mirada molesta—. Entiendo que sea un gran chisme, pero les pido que no se metan en mis asuntos. Segel está pasando por cosas que no entenderían, su comportamiento es normal, y los problemas que tenga con ella no son de su incumbencia. Les recuerdo que es mi amiga, no la suya.
Después de esas duras palabras, el gimnasio quedó en silencio. La morena suspiró, apartando el cabello de su cara.
—En fin. Mejor hay que comenzar esto de una vez, que no queremos que Sugar se retrase.
Ya entonces nadie se atrevió a renegar ni decir nada, y Sugar, sintiendo otra vez la atención ella, se levantó de su asiento y caminó hacia la pista. Cerró sus ojos para mentalizarse un poco y cuando escuchó la primera nota de una melodía, los abrió y dejó que todos sus músculos se inundaran de aquella canción. Su plan era mostrarles su versatilidad con algo de hip-hop retro, alegre y movido. Quería tomar su vida de forma alegre y usar su sensualidad al momento de bailar siempre le había hecho sentir poderosa, así que no dudó y movió sus caderas y brazos al ritmo de la música.
El ritmo la hacía sentir viva, desinhibida. Siempre le había gustado el género y el baile urbano—aunque esa canción no era urbana, el baile lo era—, pero su madre decía que era un baile vulgar y exhibicionista que sexualizaba a la mujer y miles de cosas más que le impedían disfrutar de él, haciéndola sentir como una enferma si le gustaba. Pero ahora a Sugar se le antojaba mandar a la mierda cualquier cosa que su madre le hubiera prohibido. Quería hacer lo que le gustaba, sin reprimirse en nada. Y la furia y libertad que le salía la utilizaba para moverse al compás del ritmo pegadizo que tanto le pedían disfrutar.
Si era vulgar o inapropiado, no le importaba. Había decidido hacer lo que le hiciera sentir, y a veces, el cuerpo solo quería plenitud y algo de descontrol, cosas que solo le dieran vida aunque no fuera profundo o elegante. En sus movimientos, proyectó todo eso, y la vivacidad con la cual se desplazaba tenía a todas anonadas.
Cuando terminó, el gimnasio se quedó en completo silencio. Ella alzó la mirada, rompiendo su burbuja de soledad, y cuando lo hizo, las vio a todas oscilando entre la sorpresa y la admiración, con pequeñas sonrisas en sus labios y los ojos bien abiertos. Al mismo tiempo, las chicas se levantaron y corrieron a ella, estallando en aplausos y vítores, abrazándola y felicitándola, pero Sugar seguía muda. Lo había hecho, finalmente había dejado el peso. Finalmente había bailado con todo su corazón en público.
Lo había logrado. Era imposible.
Sonrió. De verdad sonrió, con sus ojos brillando y sus mejillas acalambradas por la amplitud de su sonrisa. No podía con su emoción ni su sorpresa.
Fue hasta que sintió el fuerte zarandeo feliz de Sidney que reaccionó.
—¿Qué? ¿Sí pasé?
—¿Qué si pasaste? ¡Nos dieron ganas hasta de quitar a Yolanda y ponerte a ti de titular!
—¡Oye!—dijo otra rubia a un lado de Sidney, pretendiendo estar ofendida.
—Es broma, es broma—reparó ella, pero Sugar no le creyó mucho.
Un tumulto de chicas llegó a felicitarla, gritando y saltando de emoción. Estaban bastante eufóricas, como si acabaran de ver a una profesional, y eso hizo sentir a Sugar bastante bien. El desorden era tal, que Sonya tuvo que intervenir, sonando un silbato ruidoso por sobre las cabezas de todas.
—¡Relajen la pelvis, chicas!—exclamó con voz autoritaria. Esperó unos minutos a que la multitud se calmara, y una vez que lo hizo, comenzó su discurso de capitana, con una gran sonrisa en su rostro—. Ahora vamos a iniciar una reunión oficial. Primero quiero felicitar formalmente a Sugar Bronson por tan alucinante audición—comenzó a aplaudir y todas le imitaron—. También, quiero darte la bienvenida a nuestro equipo de baile. Es un honor tenerte aquí con nosotras.
<<Sé que la cosa es como suplente, pero con tu talento estoy segura de que pronto conseguirás más. Eres una persona genial y nos alegra tenerte con nosotras— Otra vez aplaudió y el resto del equipo hizo lo mismo, haciéndola sentir bienvenida.
—Muchas gracias, de verdad—dijo sin poder dejar de sonreír, sintiendo una felicidad plena que no había sentido en años.
—¿A nosotras?—soltó la pregunta Sefie—. Eres un monstruo para el baile, cariño, creo que hasta me excité—dijo, abrazándola por sus hombros, y Sugar rio suavemente, rodando los ojos ante sus acaloradas palabras.
—Te lo mereces, Sugar—sonrió Sonya—. Eres parte de nosotras ahora, y es hora de que conozcas a todas. Te presentaré al equipo formalmente. Somos un equipo de diez bailarinas titulares; a veces necesitamos menos, a veces una más, por eso aquí tenemos la política de que nadie es más importante que nadie, y todas nos queremos y respetamos de igual forma.
<<Tus futuras compañeras son—dice y comienza a señalarlas de forma dramática—; Vanessa Howks, Sidney Harrison, Glenda Mare y Alejandra Calera, a quienes ya conoces—asintió en dirección a Sugar para asegurarse de que entendiera, luego pasó al siguiente grupo—; Aquí están Legia Weiss y Layla Marlon. Ellas son las integrantes que ya estaban el año anterior. Y aquellas que entraron en este periodo de audiciones son; Harriet Sanders—dijo mientras alzaba la mano una chica de piel muy morena y cabello rizado que no había hablado, pero mantenía sonrisa alegre— Yolanda Vinne y Perséfone VanJouque.
—¿Perséfone?
—Excéntrico, ¿Cierto?—dijo la susodicha.
Cuando escuchó eso, la pelirroja a su lado sonrió de nuevo y alzó sus cejas. Sugar se sorprendió, pues Perséfone había sido tan integrada y alegre desde el principio, y además parecía de su edad—cosa que Harriet y Yolanda no eran, pues parecían uno o dos años más jóvenes—, que desde un principio creyó que era de las originales también. El grupo de baile era bastante diverso; Perséfone de ojos grises profundos y cabello rojo intenso que caía en forma de perfectas ondas, casi se parecía a una peligrosa deidad con cuerpo curvilíneo y senos prominentes que exhalaba confianza. Harriet era alta y de cuerpo atlético, de piel bastante oscura, casi acaramelada, con cabello negro muy rizado y ojos verdes, tenía un semblante dulce y sereno, aunque no era muy habladora. Yolanda era rubia con ojos café, su cabello casi daba al amarillo, le llegaba hasta los hombros y tenía un semblante serio y aburrido. Era delgada, tal vez demasiado, y mucho más baja que Harriet, mas no la más baja de todas.
Leyla era la rubia ceniza que había hablado antes, de ojos negros y andar despreocupado. Tenía un cuerpo voluptuoso y marcado, aunque distara de llamarse a sí misma esbelta. Legia, la pelinegra de ojos verdes, tenía un aire intelectual y sabio, era baja de estatura, con el cabello largo hasta su espalda baja y cuerpo pequeño y promedio. Sugar ya conocía a las otras cuatro, pero eso no le impidió apreciar sus características más simples; Vanessa, alta, rubia y de ojos marrones, Alejandra, castaña, ojos negros, de estatura promedio y algo ancha de cuerpo, pero muy bonita. Sidney, probablemente la más enérgica de todas, tenía cabello castaño oscuro que Sugar vio color negro, ojos avellana, era la más baja de todas y poseía un diminuta cintura larga, de forma que sus piernas quedaban cortas, y Glenda tenía el cabello color cobrizo miel, los ojos azul oscuro y también tenía estatura promedio. Eran todo un grupo variado, y a Sugar le agradaron todas de inmediato, con la intención de comenzar de nuevo dedicándose a disfrutar.
Después de esa presentación, todas comenzaron a hablar entre sí, era algo nuevo ver como todas hablaban de forma desordenada, riendo, gritando, exclamando y repartiendo cariños e insultos por igual. Incluyeron a Sugar al grupo de inmediato, y para el final de la hora, ya podía seguir los chistes y bromas internas a la perfección, así que no tuvo problemas para integrarse. Una vez llegado el momento, Sugar había hasta olvidado el reloj y la hora, hasta que sonó el teléfono.
—¿Hola?—respondió ella, aún con las risas de fondo de sus compañeras.
—¿Sugar, dónde estás?
—Eh... en el gimnasio, ¿Por qué?
—¿No se te olvida algo?—preguntó la voz de Adler al otro lado de la línea con notable paciencia.
—Nop.
—¿Segura?
—Claro. ¿Qué se me pudo haber olvidado?
—Te daré una pista—murmuró y separó el teléfono. Un segundo después, se escuchó el sonido de la bocina y a Sugar se le iluminó la mente.
—¡Mierda, el trabajo!—exclamó asustada y se levantó del sillón de golpe—. ¿Estás ahí afuera?
—Sí, te estoy esperando en la puerta de la escuela.
—¿Tú? Pensé que no te gustaba meter tu auto a la escuela.
—No me gusta, pero es lo que me haces hacer. Ahora sal, que te quedan diez minutos.
—¡Santos tomates!—gritó alterada y colgó de golpe. Cuando se giró, observó como todas la observaban con curiosidad y algo de complicidad.
—Tengo que ir a trabajar.
—¿Trabajas?
—¡Sí! Se me olvidó por completo—dijo de forma atropellada mientras corría por su bolso y sus cosas.
—Ya somos dos—murmuró Layla, mirando al techo.
—Bueno, me tengo que ir. ¡Adiós!
—Adiós—gritaron todas mientras Sugar salía como turbo por la puerta.
°°°°
Una vez que Sugar se fue, poco a poco todas las presentes comenzaron a disiparseas, las últimas que quedaban eran Sonya y Legia. Ellas caminaban hacia la salida conversando de forma animada, pero se detuvieron cuando observaron desde la distancia a Segel, caminando con pasos arrastrados como si buscara algo. Cuando levantó la mirada y sus ojos pálidos se fijaron en los de Sonya, ambas tragaron saliva al mismo tiempo, manteniendo el contacto visual sin moverse un solo centímetro. Legia, al notar eso, se despidió de su amiga y continuó su caminata sola. Solo cuando ella desapareció por la puerta y Segel y Sonya ya estaban solas en el pasillo, Segel decidió dar el primer paso y caminar hacia ella.
Se veía terrible, pero se sentía mil veces peor. Su cabello ya estaba casi descolorido por completo; apenas y se alcanzaban a ver unas motas rosadas en las puntas y el resto lucía un color azul descolorido mucho más gris que azul y tenía las hebras duras. Sus ojos opacos, la súbita redondez de su cara y su cansancio le quitaban chispa. Ahora todos notaban que a Segel le pasaba algo; que no era la clásica reina de terror que habían visto y en cierta medida, a algunos les alegraba. Pero a Sonya no.
Su corazón dolía al verla, más porque de alguna forma podía ver a través de ella y su dolor le escocía el alma, la forma en la que todo lo que hacía lastimaba. Se sintió repentinamente culpable por haberse alejado y aunque solo fueron unos días, no soportaba la lejanía. No porque no pudiera ser feliz sin ella, sino porque aunque fuera masoquista, sentía que su presencia le hacía bien a Segel—y a ella también—, y lo único que quería en aquel último mes era hacerla sentir bien.
La amistad de ambas siempre había sido complicada, pero sencilla de tratar. Sonya no aceptaba mucho su actitud déspota, pero nunca había hecho daño grave y aunque fuera egoísta, poco le importaba todo el odio que le lanzaban. Estaban juntas siempre, reían, hacían bromas y se sentían cómodas la única con la otra. Segel solo era sincera con ella y Sonya se sentía libre con su amiga. Pero eso había cambiado abruptamente desde su enfrentamiento con Sugar.
Segel ya no reía, ya no bromeaba; ahora solo mantenía una mirada profunda de dolor que Sonya instantáneamente había deseado cambiar. Sus sentimientos se removieron, porque parecía que le hubieran cambiado a la mejor amiga; era más seria, más dura y vacía, pero de alguna forma, también notó como su belleza jamás disminuía, por más debilitada que se encontrara, y una luz de esperanza se encendió en ella cuando le hablaba con tanta profundidad y sinceridad, una que no conocía de nadie más, una nueva inteligencia, nueva perspectiva. Un poder de revolverla y hacerla sentir en un satisfactorio trance al mismo tiempo.
El problema era que siempre estaba enojada, o al menos la mayor parte del tiempo. Cuando estaban solas eran felices, hablaban horas y horas, jugaban, actuaban como dos extrañas que se conocían de toda la vida; conociéndose en todo pero sin saber nada. Pero cuando los terceros entraban, las cosas se ponían feas. Ya no era una simple actitud déspota; ahora Segel miraba todo y a todos con una furia cegadora y rencorosa que quemaba. No soportaba ver tanto odio y dolor en alguien a quien quería tanto, pero tampoco podía tolerar su rechazo hacia todo, como si de repente fuera una ermitaña malhumorada a quien sacaron del vientre a la fuerza. Segel ahora era agresiva, venenosa y cruel, y eso le molestaba y dolía en partes iguales.
Aquella ya no era la chica que conocía. Y por alguna razón, eso en vez de alejarla más de ella, la acercaba. Sentía ganas de hacerla sentir mejor, de estar a su lado, de iluminar su mente con Segel y de ser ella quien provocara su sonrisa. Era una sensación adictiva. Adictiva porque deseaba hacerla feliz y al mismo tiempo disfrutaba de sus conversaciones acerca de las estrellas, la ignorancia y las multitudes. De la amabilidad escondida en su sonrisa y el brillo que sus ojos habían perdido, pero cuyo rastro veía en su profundidad. Ella veía más de Segel, y quería verlo todo.
Y eso Segel lo sentía. Ella sabía que Sonya podía ver a través de ella con más facilidad de la que debería de ser permitida. No necesitaba hablar para que ella notara sus emociones, y veía más que una crueldad desmedida que la chica no podía controlar.
Segel se sentía exhausta. No solo el hecho de estar en un lugar que drenaba su vida, sino el hecho de albergar tanto odio en un corazón que no estaba hecho para odiar. De no saber a quién dirigir su resentimiento, o más bien, de su resistencia a atribuirla a quien merecía. Porque, ¿Quién está preparada para aceptar que su propia madre pudo hacer aquello de lo que en el pasado la protegió? Saber que su pueblo estaba en peligro, que probablemente todas las especies lo estaban, mientras ella estaba atrapada e inutilizada en un mundo dónde no dejaba de sufrir, la estaba volviendo loca. ¿Qué sería de todos? Confiaban en la persona equivocada, como ella lo había hecho, se enterarían demasiado tarde, y su princesa no estaba ahí para salvarlos.
Y sin embargo, cuando tenía todas esas y más razones para odiar a su madre, no podía hacerlo. Se negaba a hacerlo. Trataba con ansias desviar ese odio arraigado que se aferraba a ella, que trataba de hacerla escupir todo aquello que lloró hacia la mujer que lo causo en primer lugar, pero cuando trataba de hacerlo, había una voz en su cabeza que le decía que mentía, que sus ojos la habían engañado, porque era imposible que la mujer que la había criado y transformado en la persona que era—al menos antes de su expulsión—, la había impulsado a crecer, amar y ser benévola, ahora era algo más parecido a una bruja malvada. No era posible. Su madre no era eso. No podía serlo.
Todos mentían. Sus propios ojos mentían.
Pero era agotador seguirse auto-convenciendo de eso. Y ya estaba cansada de odiar, pero no sabía cómo parar. Porque temía que del odio siguiera un sentimiento aun más aterrador, y prefería quedarse en él, que sufrir algo peor. Poe eso mismo, prefería gritar malverbios hacia Adler Prince, Sugar Bronson o cualquier persona con la que se topó. Porque no era justo que ellos pudieran salir del estanque y ella no. Porque su mente de repente egoísta la hacía pensar que si ella no era feliz, ellos no tenían derecho de serlo, nadie lo tenía.
Nadie más que Sonya.
Su pureza y dureza eran su debilidad, y al mismo tiempo, su fortaleza. Cuando estaba con ella, la sentía como una anestesia; alegraba sus días grises y la distraía de cualquier dolor. Ni en un mundo, ni en otro, y seguramente ni en una docena encontraría a alguien cuya sonrisa la hiciera olvidar cualquier otra razón de vida. Sonya era diferente a cualquier persona o ser que conocía o fuera a conocer; le hacía frente, podía hacerla sonreír con la misma rapidez con la que podía hacerla pensar. De alguna manera, su dolor menguaba cuando estaba con ella y se intensificaba si la sabía enojada o lejana, justo como en esos momentos. Pensaba que había sufrido antes, pero el vacío que la había embargado ese último par de días, no tenía comparación.
Y por ello, no le importó mucho tirar su orgullo cuando no pudo más y se apresuró para llegar a sus brazos y rodear su cintura con fuerza, refugiándose en sus brazos, tratando de escudarse y de dejar fuera aquellos problemas que la carcomían dese adentro. Y Sonya, sin preguntar, la recibió y descansó su cabeza sobre la de ella, curvando sus labios en una triste sonrisa de alivio cuando finalmente estuvo con ella.
—Perdona—susurró Segel, y aunque el suave bamboleo de su cabeza cuando negó con ella le decía que no necesitaba hablar más, ella quería hacerlo—. Nunca debí de haberte reprochado eso. Actué tan mal, tan celosa, tan egoísta.
—Segel, no importa.
—Sí, sí importa, porque tienes razón. Eras la única que me soporta, y me sentí tan celosa de que tú tuvieras tantas personas a tu alrededor. Personas reales.
—Siempre seré tu mejor amiga, Seg.
—Yo no me refiero a eso—suspiró, alejándose unos centímetros para mirarla con nada más que tristeza—. No estoy celosa de ellas por tenerte, estoy celosa de ti por tenerlas a ellas. Por tener a personas que realmente te quieren, que aprecian tu amistad y te ayudan. ¡Diablos!, tienes a tantas personas a tu lado, que rara vez te sientes sola o incomprendida. Tú sabes en qué vives, sabes que lo que vives es correcto. Encajas en algún lado y puedes ser solamente tú, sin temores y sin todas estas ataduras. Yo no tengo nada de eso. Yo solo te tengo a ti, y es tan egoísta creer que estarás siempre para mí, como si solo yo existiera.
<<No soy la única persona en tu vida, pero tú sí eres la única en la mía. Estoy sola. No tengo a nadie. No tengo a mi madre, no tengo a mi hermano ni a mi padre. Nunca tuve amigas reales y acabo de perder mi motivo para vivir. Solo soy sostenida por ti ¿Cuán injusto es eso? Para ti. Para mí. Lo es para todos. Y odio eso—culminó, con la voz rota y temblorosa. Jalaba de las hebras tiesas de su cabello descolorido mientras una lágrima caía por su mejilla, adornando aquella mirada perdida y frustrada que Sonya no soportaba ver. Quería su sonrisa. Añoraba verla feliz, y le partía el alma verla perder la cabeza y sufrir tanto.
<<Odio verte reír con alguien más, odio que tengas quien te haga reír, odio no ser yo quien lo haga porque me muestra que no me necesitas y también odio no tener a alguien más que me haga reír. Odio lo que me hizo Sugar Bronson y odio que ella pueda ser feliz y yo no. Me repudian las personas a mi alrededor , sus existencias tan vacías, cómo no saben ni por qué viven y no tienen nada más que seguir que a otros que están tan perdidos como ellos. Nadie sabe qué hace pero lo hacen porque se sienten menos inútiles haciendo y odio eso, lo odio, pero no más de lo que odio estar cayendo en lo mismo. Odio ser lo que odio y odio sufrir tanto y vivir tan poco. Y estoy cansada, tan, pero tan cansada.
—Lo sé—murmuró, luchando por no derramar ni una lágrima—, te cansas de tu dolor y de vivir.
—No. Estoy cansada de odiar—le confesó, y su voz se le quebró en la última sílaba—. Estoy cansada de sentir tanto odio, de esta rabia que no me abandona. Me duele odiar, me duele sentir ganas de desaparecer todo, de gritar y mover cielos, de querer abandonar mi cuerpo porque no soporto estar en él. Odiar es tan agotador, porque yo no debo de odiar, porque yo no odio a quien debo porque no quiero—mientras hablaba, las lágrimas caían una detrás de la otra sin dar paso a pausas, mojando la camisa roja de Sonya con sus saladas gotas, mezclándose con las de ella. El dolor en su voz la tenía destrozada. Estaba derrotada, desgarrada por dentro y aun así, el odio traspasaba su voz.
—Entonces no odies—le dijo de forma suave—. ¿Por qué odiar tanto?
—Porque me odio a mí misma. Odio en lo que me convertí y a quién me transformó en esto, ella debía de amarme, debía de cuidarme con su vida, y simplemente me tiró—sollozó, enterrando la cabeza en su pecho—. Ya no quiero esto. Por favor ayúdame.
Sonya besó suavemente su cabeza, acariciando su espalda.
—Siempre te ayudaré. No te volveré a dejar, no hasta que me digas que lo haga.
—Nunca lo haré. Eres mi mejor amiga.
—Entonces nunca me iré.
••••
¡Hola!
Con dificultad, pero he podido publicar. este fue tanto difícil como fácil. me encanta escribir sobre Segel y Sonya, tanto individual como por separado. ambos son personajes profundos, y aunque son secundarios, no puedo evitar querer escribir sobre ellas de vez en cuando, ya que las cosas que siente y le apañan a Segel son importantes en este historia.
¿Qué les pareció? déjenme su opinión, lo que opinan del avance de Sugar y de los pensamientos de Segel.
Este capítulo va dedicado a Anna_Banana0504 , la inspiración para crear a Perséfone VanJouque, un personaje que ando planeando con ella desde hace tiempo.
Eso es todo.
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