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15. Larva























Por Sen Takatsuki
SH Editorial

[♚]

«[...]Qué haré si tienes tus ojos
Muertos a las luces claras
Y no ha de sentir mi carne
El calor de tus miradas![...]»

Alba, Federico García Lorca.


    Una tarjeta, o un número telefónico. Quizá una dirección. Pronto revolver entre los papeles se convirtió en una tarea casi obsesiva. Tenía que encontrar algo en alguna parte.

    No suele invadir su espacio, ni husmear entre las esquinas de su habitación, quizá por el miedo a lo que pudiese encontrar en ellas. La última vez que merodeó allí sin su permiso le valió un castigo que a día de hoy le hace estremecer.  Nunca volvió a hacerlo, pero desde entonces, sin importar en donde vivieran, cada que veía la habitación de su madre desde la antesala o desde los pasillos, su cuerpo parecía recordar otro de tantos dolores y se quedaba estático, con la sangre bombeando en púrpura a su alrededor.

    No tarda mucho cuando encuentra una tarjeta amarillenta, cuyas esquinas dobladas desgastan un poco del logo. Es el número de un psicólogo y el nombre, Tae Hyung lo reconoce de inmediato, ha estado huyendo de él en los últimos seis meses: Daiki Shigeoka.

    ¿Por qué su madre tenía la tarjeta de este hombre?

    Debajo de la tarjeta, descansa un cuaderno recubierto con lo que parece piel de color negro. Al leer el encabezado, las letras a mano claman:

    «Young Ae».

    Guarda la tarjeta del psicólogo en su bolsillo, mientras con lentitud toma el cuaderno y lo abre. Las hojas tiesas y amarillentas ceden ante él y sus ojos curiosos. Al principio hay muchas páginas blancas, unas diez para ser exactos. Después le siguen dibujos de ojos que miran siempre hacia la izquierda... Después bocas redondas, como flores, siempre en la misma posición. Se parecen un poco a los labios de su madre.

    «Me han traído en contra de mi voluntad, pero ¿cómo puedo defenderme si he estado actuando como una auténtica lunática?».

    Tae Hyung no entiende nada, pero está demasiado hipnotizado con las letras como para hacer preguntas.

    «Creo que no me maltratan, pero para ser sincera... Estoy demasiado drogada como para saber si eso es verdad o mentira. Los ataques de rabia disminuyen con el tiempo, pero cada vez me siento un poco menos como yo misma. Es extraño... ¿Papá estará tranquilo ahora? Si te soy honesta... Es todo lo que me interesa. No me importa, si estoy bien o mal... Solo quiero que él deje de pensar acerca de mí».

    ¿Hablaba del abuelo Kim?

    «Le pregunté si creía que le había arruinado la vida a mi hermanito. No dijo que sí, pero su silencio se sintió como una afirmación. Solecito... Lo siento mucho. Noona lo siente muchísimo. Te juro que no decidí nacer de esta forma tan asquerosa».

    «Si pudiera pedir un deseo... Desearía que fueras hijo único».

    El toque en la puerta es estremecedor. Los papeles se revuelven un poco pues cierra las manos por instinto, como si quisiera armar los puños para defenderse. Ni siquiera le ha dado tiempo de hacer conjeturas pues, hasta donde él tiene conocimiento, su madre no tenía hermanos; entonces siente un tirón a lo largo de todo el brazo cuando nota la tensión. Al confirmar que el llamado viene del exterior, obliga a su cuerpo a tranquilizarse y respirar profundamente. Los golpes en la puerta son pesados. No era ella.

    Deja el cuaderno en donde lo encontró y cierra el cajón de inmediato.

    Al dejar los papeles y se aproxima en total silencio, cuidando que ni siquiera el reptar de sus calcetas sobre la alfombra sea detectado. No puede ver debajo de la puerta gracias al burlete, pero escucha su respiración y el cómo toma aire para hablar, firmeza ganada gracias a la rutina piensa. Relame sus labios en inercia. Es como un ladrón que está a punto de ser acusado, a pesar de que todavía no ha tomado lo que no le pertenece.

    (Aunque si le preguntan, todo en aquella gran hazaña le pertenecía).

    —¡Buen día!, ¿señora Kim? —escucha. Voz de hombre, es amable. Pero también es inquietante si repara en ella por más de tres segundos pues resulta indudablemente fuerte, definitiva. Como la de aquellos que están acostumbrados a avanzar por el mundo dando órdenes y poniendo en su sitio las cosas que creen fuera de lugar, sin importar las realidades externas o las opiniones ajenas—, el vecino del edificio de enfrente nos dijo que podría haber alguien en casa. Necesito hacerle un par de preguntas.

    Kim piensa con rapidez, no sabiendo si debe o no abrir la puerta. Da un rápido vistazo a la habitación. ¿Era este el protocolo que solía usar la policía de Japón?, ¿no sería que alguien estaba imponiendo sus métodos para adelantarse a la Prefectura? Estaban desesperados, lo podía oler a kilómetros. Y si ellos ya estaban fuera de sí, eso le daba una ventaja.

    Las cajas están en orden y en la sala principal no hay nada extraño. Debe actuar como si nada estuviese pasando. Pero… No. Tiene que guardar la calma. Si no puede controlar esta situación, no podrá sobrellevar nada más adelante, cuando el caos termine de estallar por completo sobre sus cabezas.

    Caos.

    «Miles de cabezas dibujando una flor de muerte…».

    Caos. ¿Ese caos?

    Inhala profundamente y retiene el aire para obligar a sus pulmones a relajarse. Y cuando por fin suelta todo, se siente vacío, liviano y dispuesto a ser quien necesite ser para no arruinar su tarea. Kim TaeHyung no sirve... ¿entonces quién será?

    ¿Quién era?, ¿quién es?, ¿quién sería?

    Esa fue la primera vez que a consciencia comenzó a jugar con su propia cabeza. Si Kim Tae Hyung, el hijo de Kim Young Ae, no era capaz de hablar con un oficial de la policía sin trabarse, entonces trataría de ser otra persona.

    Solo TaeHyung, sin los apellidos. Eso sería suficiente.

«Déjame intentar a mí».

    En aquel momento, no fue consciente del peligro de aquel último pensamiento. ¿A mí? Pero si él era TaeHyung, él podía. TaeHyung era un tipo popular por su facilidad al hablar, ¿no es cierto? Cuando llega todos los días a la universidad (porque no falta ni un solo día), saluda con efusividad al vigilante de la entrada, y este le saluda de vuelta con entusiasmo pues se conocen y son buenos amigos, ¿no es así? Tiene tantos amigos que es difícil buscar un momento para estar a solas, pero no importa porque en verdad adora su compañía. De esta forma, el huevo comenzaba a escribir su propia historia, una en la que era el protagonista necesario para sobresalir en su hazaña. Bien, el Kim TaeHyung del capítulo uno quizá no podría con algo tan simple como esto, pero el TaeHyung de ahora, el de Larva, por supuesto que sí.

«Sería un problema si no. ¿No lo crees? Kim... Tae... Hyung...»

    Abre con notable cautela.

    —¿Sí? —Su voz sale rasposa, es evidente que está un poco nervioso, pero se esfuerza por mantener la compostura y, por primera vez en años piensa, que para que toda su empresa funcione, tiene que dejar atrás la imagen de un ser ermitaño y desconfiado. Si las personas no pueden confiar en él, ¿cómo logrará convencerles de que no ha sido el verdadero pecador?, ¿cómo les hará saber que toda esta obra de teatro la hacía por un bien común?, ¡por sus propios futuros!, ¿cómo les explicaría que, si podían disfrutar de una vida plena y tranquila, era porque Tae Hyung había sacrificado la suya?; Pero es difícil. Es borrar todo lo que ha estado en su mente durante casi veinte años. Es renegar de las enseñanzas y obviar el dolor. Y piensa que aún tiene tiempo de mejorar… La primera prueba, sería tratar con cualquiera que se plantara frente a sí, buscando unir las piezas de un blanco rompecabezas del que solo él es dueño y señor.

    —Jung Ho Seok —exclama al tiempo en que extiende un carnet con su identificación. Y la sangre corre helada en sus venas. No recuerda haber escuchado el nombre, pero el uniforme blanco y el mal acento colocado tras su lengua, le hace saber que es uno de los coreanos. Huele a café y tabaco. Eso aumenta el desagrado que le tenía de entrada—. De la Jefatura de Policía Tomisaka.

    Y traga saliva.

    Y termina de abrir la puerta, solo un poco.

    Y… Y… Ella está bien (en el museo), yo estoy bien (en casa), tú estás bien (en… en… en… ¿en dónde?).

    Concentración.

    —Oh, entiendo… —exclama con amabilidad. Mamá no está en casa. Eso lo hará más fácil porque no la tiene al lado para distraerlo, él puede hacer esto. Tiene que sortear a este hombre, observarlo con cuidado y, de ser necesario, guiarlo hacia el lado contrario del sendero para que le deje el camino libre hasta su reina. Ni siquiera la idea de compartir la victoria le hace entrar en razón. Tae Hyung no compartirá la muerte de su madre con nadie. Ellos no tenían ningún derecho de perseguirla como a una presa; pues se comprende un poco como ese dios celoso del que hablan las escrituras católicas, esos en donde el egoísmo y la individualidad arrebatan todo hasta a los seres más divinos y omnipotentes. ¿No es curioso?, ¿Qué una fe que jamás ha profesado le haga sentir que sus acciones tienen una razón de ser? Para colmo, una razón que roza lo divino—. ¿En qué puedo ayudarle, oficial?

    Razón y Ser. Dos cosas que no comprende.

    El semblante del huevo es amable, es noble.

    Todo en él es la imagen de la pureza. Su cabello rizado le cae sobre la frente en desordenados mechones, y aunque su apariencia luce solo un poco desalineada, no termina de parecer desagradable. No es más que un muchachito joven, cansado del estudio y de la presión que la sociedad nipona ejerce sobre sus estudiantes.

    —Solo haré unas sencillas preguntas. Nada en especial. —Kim asiente con suavidad, mientras arregla su postura y se planta bien sobre su espalda. Si lo observa con atención, es un poco más alto que el oficial. Eso le daría una ventaja si aumentara su musculatura solo un poco. Porque podría su cuerpo lucir más grande, pero no sería capaz de sostener una lucha contra un oficial entrenado en caso de que…—. Si no es mucha indiscreción, podría decirme... ¿Hace cuánto viven en este departamento?

    «Y luego el cuerpo incluso sería pesado para esconder» piensa en consecuencia.

    —Unos cuatro meses —responde con seguridad.

    «¿Qué harán si muere un oficial extranjero?, ¿enviarían más?» indaga.

    —¿Tiene todavía el contacto de la persona que le rentó el departamento? —Es casi imperceptible, pero Tae Hyung puede notar la manera en la que el oficial está haciendo un escaneo visual de todo a su alrededor. Una mirada de soslayo, y es bueno fingiendo que no está poniendo demasiada atención al interior del departamento. Aunque no tiene sentido fingir. Y Jung le da miedo, mucho miedo.

    Pero ha sentido miedos peores, está seguro.

«Su muerte tendría que ser tan ejemplar que nadie tenga el valor de venir y luchar en su contra».

    —Por… Por supuesto, eh… —responde con el nerviosismo de un estudiante normal. Piensa en Jung Kook para su actuación. Ah, Jung Kook... ¿Cómo reaccionaría él en esta situación?, ¿hacia dónde dirigiría la mirada al hablar?; De nuevo, su cuerpo adopta los ademanes mesurados de Jeon pues de alguna manera, le gustaría ser un cordero inmaculado, justo como él lo es—. Araki-san vive en la planta de arriba... ¿Hay algún problema? —pregunta con falsa inocencia, mientras rasca con suavidad su nuca.

    —No. Claro que no —responde Jung de manera tajante. Su voz es amable, pero hay algo en sus ojos que es inquietante, es como si despreciara al mundo que tiene en frente. Un invencible y severo juez de la humanidad, así lucía el pelirrojo para Tae Hyung. Un segador—. Debemos revisar todos los edificios cercanos cada determinado tiempo. ¿Es la primera vez que inspeccionan desde que se implementó el toque de queda por los casos de homicidio? —pregunta con extrañeza.

    —En realidad… no lo sé. Siempre regreso temprano a casa —responde—, para ayudar a mi madre con sus compras —exclama con firmeza, pero con mucha tranquilidad—. ¿No es su trabajo saber esas cosas? —indaga, la desconfianza se ha filtrado en sus verbos en contra de su voluntad. Desesperación. Demasiado rápido. Debe frenar su entusiasmo. Todo esto le es ajeno y eso es lo que debe pensar el oficial—. Quiero decir...

    —Estamos en eso.

    Kim duda por un segundo, sin saber a ciencia cierta si es que el oficial está mintiendo. Su voz suena firme y serena, pero hay algo en su mirada filosa que le descoloca.

    —¿Eso es todo, oficial? —pregunta, esforzándose por no sonar alterado ni grosero—. En realidad, tengo un examen importante en unos días y debo ir a buscar unos libros a la universidad. Justo iba de salida.

    Afianza el agarre de su bandolera con seguridad. Una suerte que todo este tiempo haya estado colgada en el perchero de la entrada. Ni siquiera se había molestado en revisarla para ordenar sus deberes.

    —Solo una pregunta más.

    —¿De qué se trata?

    —¿Sabe a qué hora puedo encontrarme con el dueño del edificio?

    —En realidad no, pero por las tardes riega las flores de su cobertizo, sin falta —exclama, seguro de que el hombre del edificio no dirá nada sobre su madre, ni sobre él. En aquel momento, Tae Hyung no sabía exactamente cuánta información sería demasiada. El apellido coreano elevó su pánico hasta el inicio de su paladar. No era extraño, debía primero protegerla para acabar con ella. Porque sería sencillo mostrarle el interior del departamento, escupir las verdades que le carcomen el interior de los intestinos, pero... ¿en dónde quedarían sus derechos? Lo tratarían como una simple víctima de abuso doméstico, como un simple cómplice, un ser cuyo patetismo no le permitió ejercer su voluntad ni una sola vez y dios, ¿cómo viviría con eso?

    —Muchas gracias por tu ayuda. —Por el contrario, si quieren investigar, que pregunten a los alrededores, que olfateen por donde quieran como perros desesperados. Para cuando ellos tengan una pista, él ya habría efectuado su cometido. Para cuando ellos se sienten a la mesa, él ya habría terminado con su cena. Les dejaría los restos para que hicieran sus conjeturas si tanto les interesaba, pero el plato fuerte era suyo.

    Segundos más tarde, en los que después de divisar desde el pasillo exterior a su madre a punto de aprovecharse de la vulnerabilidad de la señora Jeon, el espanto y el enojo corroen bajo su piel. Necesitaba largarse y el estúpido de Jung Ho Seok no se decidía a largarse de su hogar, de su edificio, de su ciudad, de su maldito país.

    «Aprende su nombre. Él es el enemigo».

    Siente que será un problema si lo deja solo en el edificio, a su extensa libertad de arruinar su vida husmeando por donde no debe, por lo que espera a que se mueva antes de irse por completo, fingiendo que revisa algo en su mochila. Sin embargo, cuando piensa que deberá seguirlo hasta el piso de arriba para arriesgarlo todo, el agente recibe una llamada.

    Parece serio, por lo que se despliega una enorme ansiedad en el cuerpo de la larva, pero también confusión. Lo nota bajar las escaleras y perderse entre las calles de nuevo y aunque desea desde el fondo de sus entrañas que esta sea la última vez que tenga que verlo, muy en el fondo sabe que su camino contra el Agente Jung apenas ha dado inicio, lo que causa nauseas en el muchacho, pues no puede imaginarse ligado a una persona tan repulsiva.

«A ti también te da miedo. Cobarde».

    —Ese cabrón no me da miedo —masculla, un segundo antes de tragar saliva y notar lo tensos que están sus dedos sobre el cinto de su bandolera. Es tanta la fuerza que, al liberar los puños, la piel yace blanca y se siente caliente. Juguetea con sus dedos en una necesidad por acomodar el anillo en su anular, a pesar de que la joya está en perfecta posición. Cierra con llave la puerta de su departamento en un azote y se dispone a bajar a tropezones. Gruñe involuntariamente. No tiene nada entre las manos, pero piensa en que puede ingeniárselas después—. No me asusta, ¿entendido?

    Sin embargo, a tal frenética carrera de los avernos y a los mascullos que se dedica a sí mismo en soledad, llega un obstáculo irritante y cuarentón.

    La altura que Kentaro le saca de ventaja es irritante. Un vistazo a las botellas de licor en la puerta del departamento eleva los pensamientos de Kim hasta las nubes, sin embargo, se limita a presionar los dientes y fingir que está demasiado distraído como para notarlo.

    —¿TaeHyung?, ¿está tu madre en casa? —no es precisamente un regaño, pero la apariencia desalineada de Sakaguchi-san le hacen sentir que se trata de algo importante. Parecía un poco, solo un poco, desesperado por encontrarla—. Necesito hablar con ella. Es urgente y tengo prisa.

    «Me importa una mierda que tengas prisa».

    —No está —responde de mala gana.

    —No juegues conmigo, pequeña mierda —Kentaro gruñe sus palabras y endurece la quijada. El verde natural de su rostro lo hacen lucir como un hombre en verdad perdido, como un condenado caminando por el corredor de la muerte. Las cosas están en punto de desbalance, no es momento para peleas sinsentido con el engendro y lo sabe, pero el chico no cede—. Mi trabajo es protegerlos, y para eso necesito que de vez en cuando uses el cerebro y cooperes conmigo.

    Aquellos susurros que salen de sus labios resecos son aún más irritantes. ¿Habría venido junto con el extranjero?

    Kim aprisiona los dientes con tal indignación.

    —¿Protección dices? —bufa, completamente ofendido —Haces tan bien tu maldito trabajo, que los perros coreanos ya están olfateando los alrededores —susurra. De no ser porque lo tenía en frente, Kentaro habría jurado que se trataba de otra persona.

    —¿A qué te refieres?

    —Averígualo por ti mismo. Desde ahora quiero que me dejes en paz —dice altanero, claro y fuerte—, si no evitaré que sigas frecuentando a mi estúpida madre, al menos ten la maldita decencia de no dirigirme la palabra.

    —Vaya, por fin. Un poco de voluntad de tu parte —se burla el agente—. ¿Estás enfermo o algo?, ¿qué sucede contigo, mocoso? Lo que sea que te pase, basta.

   Había dicho sus palabras en voz alta. Toma una gran cantidad de aire por la nariz para no arrepentirse de lo que ha soltado.

    —No me pasa nada. —Pero lo cierto era que el tono que Ken usaba al hablar solo le hacían desearlo muerto. Tae Hyung ya casi no estaba allí para preocuparse por los recurrentes deseos de asesinar que comenzaba a frecuentar desde que decidió que acabaría con su madre. Es como si la aceptación de una minúscula parte de su ser, dejara al desnudo todo lo que había detrás. ¿No sería entonces su madre como un candado? El no imaginar qué sería aquello que saldría al romper aquel seguro, quizá fue uno de tantos errores que cometió en su adolescencia. Debió hacerlo, debió preverlo. Pero más adelante, en su adultez temprana, aceptaría que los errores que cometemos durante nuestra juventud, nos forjan y nos empujan a convertirnos en adultos. Por eso es que, los errores que está a punto de cometer, le perseguirían por el resto de su vida—. ¿Qué tal a ti?

    Pero también le enseñarían un par de necesarias lecciones.

    Torció los ojos, notando la burla que esta pregunta significaba en los labios de Kim.

    —Tendrán que ser reubicados —En la lejanía, se puede escuchar el trotar del tren sobre su riel, así como el trinar de un par de aves que se esconden entre las ramas de los árboles para dormir, ¿estas aves le delatarían cuando las llamasen para los interrogatorios?—, pero eso es algo que debo hablar con tu madre. En tanto eso pase, quédate dentro del departamento y no te metas en la conversación como te encanta hacer.

    ¿Cómo se atrevía a darle órdenes?

    —No tengo tiempo para tus estupideces. —El huevo masculla otra vez, divisando el camino libre al que lo conducen las escaleras. Una minúscula oportunidad. Es todo lo que necesita. La continuidad de las sombras provocadas por el ocaso resulta una tentación. Las paredes se impregnan de naranjas que provocan lo que gusta llamar el rojizo, emulando a la sangre o a la muerte. Liberación. El pecado será al inicio perdición, pero después será victoria y por tanto, libertad.

    Sakaguchi parpadea, perplejo ante el atrevimiento del muchacho. Parece enojado, indignado.

    —¿Qué diablos has dicho... —Pero ya no da tiempo para hacer preguntas, pues Kim ha extendido los brazos y ha empujado las palmas de sus manos contra su pecho, no, más bien, ha tirado el peso de su cuerpo para empujarle. Kentaro gruñe por la sorpresa. Intenta sostenerse del barandal a su izquierda, pero los guantes hacen mal su parte. Resbala y, un segundo después de trastabillar, su cuerpo está cayendo escaleras abajo. El ruido es estridente. Lo ve rodar y golpearse una y otra vez antes de yacer inmóvil con los brazos extendidos a los lados y una pierna que tiene una dirección un tanto extraña. Parece que está rota. Todo en Kentaro Sakaguchi está roto y por eso ahora el mundo ha decidido detenerse.

    Tae Hyung escupe un gemido, estático, preso del pánico.

    Apresurado baja las escaleras saltándolas de dos en dos. Inspeccionando como un desquiciado que no haya nadie que lo haya visto. Que no haya nadie que lo señale y le culpe por sus heridas. No hay nadie...

    No hay nadie.

    Sin testigos.

    Piensa con detenimiento. Es jueves. Las personas que viven en el edificio de enfrente están aún en el trabajo, los niños están a punto de salir del colegio, pero eso le da a lo muchos veinticinco minutos antes de... Mierda. ¿En serio está pasando esto? Su respiración se acelera, ¿no era esto lo que quería?, ¿entonces por qué se siente tan...? Un pequeño chorro de sangre emana de la cabeza del hombre, y sus ojos están abiertos de par en par.

    Ese par, ese terrible par...

    «Sácalos, para que no nos vea».

    «Sácalos, para que ni siquiera su cadáver pueda reconocernos».


    —Jod... —El huevo siente la garganta seca. Todo el aire alrededor se ha vuelto pesado y seco. Caliente y espeso. Definitivo y distante. Sus pisadas no emiten el más mínimo sonido, las aves aún trinan, buscando su sitio en algún árbol, pero todo le sabe tan lejano que parece un sueño. Kentaro no podía estar muerto, ¿no es así? Extiende dos de sus dedos temblorosos y los coloca bajo su mentón para verificar su pulso. Primero silencio. Después quietud. Esteticidad... ¿Y luego?

    Muerte.

    No puede ser cierto...

    Toma el cuerpo del hombre desde los brazos y lo coloca boca arriba.

    —: Hey, idiota... Despierta —demanda—, despierta ya.

    Al abofetear su rostro con suavidad y no obtener respuesta, trata de retroceder aún en cuclillas, pero sus piernas fallan y termina por azotar su culo contra el concreto de las escaleras. Está sudando. El cabello pica en su frente y sus mejillas, y su aliento se siente hirviendo, pero no puede moverse ni respirar más allá de bocanadas cortas y superficiales que no terminan de ser suficientes. Lo había empujado. Él... Lo había empujado y ahora estaba...

    La sangre escurre desde su cabeza sin intimidarse de la rugosidad del suelo. Tan roja, tan viva. Los ojos. Esos ojos que ha odiado desde que es un niño, ojos de la burla y de la malicia.

    «Sácalos».

    Extiende su brazo, juntando dos de sus dedos. Se mueve con una lentitud que no compagina con el galopar de su corazón o la ansiedad que crece bajo sus uñas, se muere, se ahoga. Pero al tocar los párpados de Kentaro parece que puede respirar un poco mejor. Está bien. Él se lo ha buscado. Sakaguchi-san no es un santo, no es una blanca paloma. Este es un final que merece. ¿O no? Mierda, no está seguro. ¿Y si se había equivocado?, ¿y si en realidad era un aliado?, ¿y si tal vez pudo convencerlo de...?

    Cuando vuelve a poner atención a su empresa, el calor envuelve sus dedos flexionados. Ya está dentro. Al principio es suave, el globo ocular hace un hueco para acunar sus dedos, como si esperasen a que alguien llenara el espacio para estar completos. Sus uñas cortan todo a su paso, aunque tiene que esforzarse un poco para que los tejidos cedan. Kentaro tiene los labios entreabiertos, y de allí, TaeHyung ve salir una horda de moscas negras. Las moscas salen por borbotones, vuelan estrepitosamente, se golpean entre sí, mientras el asqueroso sonido que provocan se queda pegado en sus tímpanos. Después de las moscas, ruedan las larvas, gusanos negros que se arrastran lentamente hacia el exterior y un sapo gordo se esfuerza en liberarse de los dientes para después saltar lejos del cadáver. El aroma es putrefacto, todo dentro de aquel cuerpo sin vida está podrido.

    ¡Lo sabía!, ¡Kentaro estaba podrido desde el principio!

«¡Sá-ca-los de a-llí!, ¡No lo repetiré más!».


    Siente una extraña necesidad por tapar esa boca con algo. Algo que bloquee toda la podre que sale de entre esos dientes amarillentos y desgastados por el tabaco. En esa cavidad, desde esa horrible cavidad del averno, asoman los orbes de más alimañas provenientes del rojizo.

    Las moscas aún suenan dentro. Hay más, hay muchas más. Si aproxima su oído al estómago, las puede escuchar.

    «Los ojos... hasta la garganta. Si bloqueas el paso no saldrán más moscas. Es como llenar los orificios de un cadáver con algodón».


    Se inclina sobre el cuerpo y tira de los dedos hacia adelante con decisión. La sangre sale por los costados, pero tiene tantos colores que no puede decir cuál es en esta ocasión. ¿Es toda gris, o toda roja?, ¿es toda verde o toda guinda?; Y entonces... ¡Hacen plop!, ¡están fuera! Se resbalan de entre sus dedos, quieren huir, justo como los gusanos. Una ráfaga de calor y orgullo invade el pecho de Tae Hyung, quien no ha podido siquiera parpadear ante su accionar que, a este punto, parece automático, fugaz y al mismo tiempo, cargado de una maestría que le provoca un poco, solo un poco, de orgullo.

    —Pregunté si está tu madre en casa. —Con una fuerte sacudida, el muchacho se suelta del agarre petulante del oficial. Tae Hyung duda en dar un paso hacia atrás. Sus manos están limpias, todo su cuerpo lo está. Traga saliva con dureza. En el paisaje, algo lo inquieta; cree escuchar un susurro tras su oreja. Esta vez no parece el de sus pensamientos, no. Viene de afuera, y resulta mucho más incómoda. ¿Qué han dicho?, ¿en la lejanía de la ciudad alguien ha susurrado? Al notar que no hay ni un alma tras su espalda y que la única persona cercana es el oficial, el miedo se apodera de su cuerpo. Y quiere huir, pero los enormes ojos de Kentaro aún esperan por una respuesta. Allí, al borde de los escalones, quería matarlo de esa forma y estaba ansioso por hacerlo—. Necesito hablar con ella, es urgente.

«Esa me gusta...» escucha de nuevo.

   No desconecta la flecha que sale de sus orbes hacia el oficial. Sorprendido, aterrado. Por las voces que escucha en su interior por primera vez y por los deseos insanos de hacer lo que le dictan.

«Pero tengo una idea mucho mejor».









14082022

Love, Sam 🌷

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