12. Polilla
Por Sen Takatsuki
SH Editorial
[♚]
«hay un pájaro azul en mi corazón que quiere salir
pero soy duro con él,
le digo quédate ahí dentro, no voy
a permitir que nadie
te vea»
Pájaro Azul by Charles Bukowski
—¡Tae Hyung! —grita con premura mientras entra al departamento—. ¡Tae Hyung, ¿en dónde estás, mi amor?!, ¡no hagas esperar así a mamá! Tengo algo para mostrarte. Mamá tiene una sorpresa para ti, pero tienes que ayudarme a subirla —entre tintes cantarinos, se esfuerza por subir lo que arrastra con las manos temblorosas y cansadas.
La mujer ingresa con la respiración ataviada, mientras se esfuerza en meter la enorme maleta en el departamento. Acaban de mudarse. Tae Hyung corre desde su habitación, en donde ha estado leyendo algunos mangas desde que su madre le prohibió salir tras su última riña, y una vez abajo, sabe que no puede aplazar más la realidad. Traga saliva con un naciente nerviosismo y siente picar sus manos. Reconoce en aquella aperlada sonrisa la travesura que, escondida y recelosa, se pavonea de vez en cuando entre sus orbes. Entonces presiona las manos con fuerza, cerrando sus puños con tanto ímpetu que piensa que dejará de sentir la mano en cualquier momento, y cuando no puede más, las libera, dejando que la sensación se extienda desde las puntas de sus dedos hasta el resto de su cuerpo.
Esa es la única manera que tiene de mantener el control sobre sí mismo.
De pronto, parece que algo le traga la mirada, porque se pierde por un breve instante en ellas, en sus uñas, quizá un poco más abajo, en los rasguños de sus muñecas. Ella parece notarlo de inmediato y se pregunta si ya es el momento en que pueda entender el primer eslabón de su condición. La mirada aterrada, y el ligero temblor en sus hombros le hacen saber que, por primera vez, su muchacho ha visto lo que su herencia significa. Y sonríe con dulzura. Son las vivencias a su lado las que otorgan un regocijo entre sus costillas, y a manera de comisuras levantadas, le hace saber lo feliz que se siente.
—Ah, ¿las ves ya, TaeTae?, ¿tan pronto? —exclama con amabilidad, apenas siendo consciente del temor que en aumento acrecienta el pánico en el niño. Suela la maleta y se agacha para acariciar sus rizados cabellos, ¿cuándo se había vuelto tan alto?, ¿cuándo había crecido u por qué nunca parecía darse cuenta—. No te preocupes —exclama para dar alivio a su niño—, nadie más las verá.
El chiquillo sale de su estupefacción y corre hacia las escaleras del complejo, para ayudarla con la maleta. Hay un ligero repiqueteo en el ambiente, como el de las aves que chocan sus picos con los vidrios de los edificios. Tae Hyung había pensado que nunca vería animales en la ciudad... Pero podía escucharlos de vez en cuando si se lo proponía. Entre los dos la cargan para subir los últimos escalones y la adentran a través del dintel de la puerta. Puede observar cómo el área de donde ha estado tomando la maleta, se tinta de una profunda negrura, gracias a aquella substancia grasosa que parece adherida a la piel de sus manos y traga con fuerza, tratando de digerir la extraña sensación que la mancha provoca.
—T-tú... ¿Ni siquiera tú, mamá? —pregunta con nerviosismo. Su voz no ha cambiado siquiera, es un poco alto para su edad, y delgaducho también. Pero todavía es un niño. Es la primera vez que ha presenciado algo tan asqueroso a una distancia tan pero tan corta. Una incomodidad embarga su pecho, ¿cómo se suponía que andaría por el mundo con las manos llenas de...—. Quiero decir...
Ella niega amablemente. Cierra los ojos con suavidad, y sonríe de manera que se puedan incluso encontrar un poco de las facciones del chico en ella. El niño es, en ocasiones, su mayor orgullo.
—Solo tú.
—¿Qué son? —¿Cómo podría evitar la pregunta?, ¿de qué manera enferma podría ignorar la curiosidad que abrumadora calaba entre sus huesos? Porque de pronto aparecen y manchaban todo a su alrededor. Y de pronto desaparecen sin que sepa la razón, dejándole en la memoria la sensación que pelmaza recorre sus pieles en los peores momentos de nerviosismo.
—Nuestra marca de herencia —La escucha. Por supuesto que la escucha. Y ha guardado esa pequeña frase en su memoria, casi como una maldición que se pronuncia con amor y regocijo. Pero la idea no es del todo clara. ¿Podría ella explicarle sin que sus cuestionamientos avivaran su enojo?
—¿Por qué tengo algo como esto? —El pequeño Kim levanta la barbilla, esperando una respuesta para su cuestionamiento, sus enormes ojos grises la miran desde abajo. Como un portal hacia un inframundo, en donde bestias sin nombre pueden esconderse entre el humor vítreo y la córnea de su inocencia. ¿Qué aspecto tendría si los arrancaba entonces?, ¿serían tan bellos como cuando la miraban con tanto cariño?, ¿con tanto amor?
—Para que cada vez que las veas, recuerdes quién es tu madre. —Ha pronunciado sus palabras con tanta dulzura, que Tae Hyung se siente dichoso. Ella se aproxima hasta su rostro y después de tomar sus mejillas con ambas manos, reparte besos generosos por todo su rostro entre risas y miradas de afecto. El niño sonríe ante el contacto amoroso y suspira también, abrazándola de la cintura, por primera vez no sintiendo pena de manchar su vestido cuando la abraza. Y escucha su corazón palpitar... Y se sintió tan dichoso de tenerla consigo. Young Ae ahoga una mueca de disgusto cuando el niño presiona su vientre con sus escuetas fuerzas. Las muestras de afecto directas no parecen ser de su agrado, no si no vienen de ella. Pero lo ha observado tan lindo que no se atreve a apartarlo para hacerle saber que no lo quiere cerca, así como tanto odia que la toquen sin su permiso—: Ahora ven, pequeño. Tendré que irme pronto. El museo tendrá un evento importante, iré temprano en la mañana, y todavía no hemos estudiado nada.
Tae Hyung asiente con suavidad, ocultando el nerviosismo de su mente. Dedica una mirada expectante ante la ternura de su madre, y junta los labios con pena. Ella había estado empecinada en que su educación fuera la mejor de todas, pero, para Tae Hyung, no había nada más incómodo que las horas de estudio con ella.
—Sí, madre —responde con obediencia, mientras cierra la puerta del apartamento con llave, justo después de dar un rápido vistazo a los desérticos pasillos del edificio. La arrastra hasta el centro de la sala y suelta un enorme suspiro después de que lo ha logrado.
En la mesa de su nuevo comedor, extiende la carne con mucha suavidad. El brazo había pertenecido a una mujer con hipoacusia que corrió a través de la estación de trenes, y Young Ae casi sonrió burlona cuando se dio cuenta de que los vigilantes habían estado demasiado distraídos en otra sección del recinto —justo como Kentaro le había informado unos días antes—. La había estado observando durante un par de semanas, y notó casi de inmediato que tan sola como llegaba muy temprano en las madrugadas, de la misma manera solitaria se retiraba de la estación. Young Ae había llevado a Tae Hyung a verla alguna vez, y le preguntó qué era lo que pensaba de ella. Él había respondido que le parecía una mujer triste. Y eso le pareció una observación tan interesante, que no pudo evitar bautizarla como su siguiente juguete. Por supuesto, Tae Hyung jamás se enteró a quién pertenecía aquel brazo, ni mucho menos lo que había ocurrido con el resto de su cuerpo, que temerario yacía hinchándose a dos horas de la ciudad, en el fondo del lago Okutama.
—Entonces... Antes de comenzar, TaeTae, repíteme la primera y más importante lección de todas —Y en parte era un alivio que no se enterara. Su hijo era increíblemente talentoso. Pero tanto como talentoso, también era en extremo endeble con las personas a su alrededor. Se preguntaba de dónde habría sacado tal debilidad y, sin encontrar respuesta, se daba a la tarea de perfeccionar esas partes blandas de su pequeño.
Tae Hyung miró hacia los costados, incómodo por la mirada de la mujer.
—Las personas se dividen en dos principales especies: cabras y corderos —exclama casi con religiosidad, mientras mantiene las manos presionadas fuertemente contra la silla, desde donde evitaba con toda el alma no mover la pierna incesantemente en señal de nerviosismo. Porque el nerviosismo es debilidad, se lo ha dicho, y porque no quiere fallar en esta lección—. Los corderos obedecen a dios. Las cabras toman sus propios caminos.
Ella asiente con una dulce sonrisa.
—Los corderos obtienen...
—El cielo.
—¿Y las cabras?
—Libre albedrío.
—¡Muy bien! —dice con alegría, mientras simula aplaudir con sus delgaduchas manos sin que choquen realmente entre sí. Entonces acomoda el trozo de carne sobre la mesa. Un finísimo mantel transparente cubre la madera y la protege del pequeño vestigio de sangre que aún yace impregnada en el miembro. Tae Hyung desvía la mirada, notablemente incómodo con el aroma. Sin embargo, cuando nota que está escondiendo la mirada, se reprende internamente y repasa los tendones para que ella no se enoje, ni lo sepa distraído. Reconoce el palmar largo y el flexor cubital del carpo, casi de inmediato. No puede decir nada más allá, que algunos de los músculos se han perdido durante la extracción, por lo que solo quedan los tendones colgantes, en la espera de las piezas faltantes que jamás recuperarán—. Cuando tratamos con alguien demasiado efusivo —señala—, y sobre todo con una masa muscular mayor a la nuestra, lo principal será atacar a las áreas más vulnerables, como lo son las piernas, para que no corra, y los brazos para que no pueda golpearte. Si no quieres que grite, atacas la garganta, desde la parte de atrás si es posible, porque por delante, podrían salir con vida, y entonces no solo obtendrás un juguete roto, sino que tu turno se acaba y el juego termina también. Podrás vivir el resto de tu vida en la cárcel, si es que no te sentencian a muerte. Aunque para eso tendrías que acumular muchos, ¿sabes? Los hombres cordero siempre son dramáticos, les gusta sentir pena por ellos mismos, por eso puedes percibir en sus gritos de agonía un deje a mentira. Es como si no lloraran de verdad. Casi como si hubiesen esperado el momento para que tú, como cabra, le quitaras la desdicha de sus vidas.
—¿Cómo estás tan segura de que es así?, ¿por qué un hombre que camina desprevenido desearía morir?, ¿no se levantan todos los días para luchar con su día a día?, ¿no siguen adelante pese a sentirse perdidos?
—¿Y qué?, ¿piensas que avanzar en un rumbo perdido es un verdadero avance? ¡Tae Tae, por favor! Es como si estudiaras mal, te lees la misma lección errónea una y otra vez por el terror que le tienes a no avanzar correctamente. Pero el verdadero error es no avanzar. Tranquilo. Es normal que estés abrumado, corazón mío. La vida de cordero no se abandona fácil... Ha sido error mío hacerte vivir como cordero todos estos años. Pero debes recordar que nunca has sido como ellos. Jamás. Aún en mi vientre, eres diferente, ¿sabes por qué?
—¿Por qué?
—Porque naciste cabra. Y nada de lo que suceda en el mundo va a cambiar esa realidad.
—No tiene sentido. Un desorganizado siempre deja un hilo del cuál tirar. Se ha comprobado que la Cabra Negra no tiene un patrón muy disciplinado que digamos. Actúa con brutalidad, por lo que suponemos tratamos con un hombre que sucumbe ante la ira, ¿no? Los furibundos cometen errores cuando están en frenesí —exclama el oficial Midorima a la sala de juntas—. ¡Ya deberíamos haberlo atrapado, joder!, ¿¡es que se burla de nosotros!?, ¿o quiere que pensemos que tratamos con un fantasma?
—¿Por qué no solo encordamos las calles? Podemos patrullar durante las noches. Se puede mover al cuerpo policial para eso.
—No tenemos tanto personal como para vigilar todo Tokyo. Lo intentamos en el ochenta y ocho, y déjame decirte que fue en vano —el hombre al mando recuerda cómo fue la última vez que acordonaron la ciudad, buscado en cada pequeño rincón en donde se hubiese podido esconder. Al cabo de seis noches de búsqueda incansable, pensaron que quizá se lo había tragado las alcantarillas, y por más que siguieron alerta, los ánimos (así como las esperanzas de en verdad atraparlo), se fueron apagando justo como la flama de una vela a la media noche—. Seguirá moviéndose y el pánico va en aumento entre los habitantes. —Si algo ha aprendido Midorima Renzo, el hombre al mando de la operación, es que lo más importante en estos momentos de crisis, es evitar a toda costa el pánico entre los ciudadanos. Y está dispuesto a decir en voz alta sus inseguridades, cuando una cabellera pelirroja que se recarga sobre la mesa de juntas, aumentando el estrés que de por sí yace en la boca de su estómago, yace recostada ignorando fervientemente todas sus preocupaciones—, ¿oficial Jung... está usted durmiendo?
—¿Qué? Por supuesto que no —dice el analista en tanto se restriega los ojos con entusiasmo. La apariencia de Jung nunca fue del tipo desalineada, por lo que Midorima piensa que comete sus acciones con el único propósito de burlar su autoridad—, les presto atención. Es que esta plática comienza a ser aburrida... Y lo siento, pero espero que al idiota que se le ocurrió hacer esta sala libre de tabaco sea despedido a la menor oportunidad.
—Tiene algo de relevancia que aportar a la junta, ¿o solo viajó desde Seúl para burlarse de nosotros? —El hombre mayor a su lado lo mira con desdén, siempre manteniendo esa postura de falsa suficiencia. No sabe por qué razón, pero Jung siente unas profundas ganas de molestar a Kentaro, como un entusiasmo apabullante por picarle en las costillas con un arma, hasta el momento en que explotase, ya fuera en rabia o frustración.
—No me burlo, Sakaguchi-san, no podría hacer tal cosa —responde casi de inmediato, el respeto con el que debe impregnar sus palabras le sabe nauseabundo—. Pero me parece intrigante la manera en la que ignoran la salida más obvia para su pequeña redada de policías y ratones. Es, cómo decirlo... Preocupante. Me alegra que solo sea un tipo problemático y no toda una raza de comehombres. Estaríamos fritos con ustedes al mando.
—Él no quiere decir que sean incompetentes —añade Min con una velocidad impresionante.
—Por supuesto que no. Gracias, Yoon. No quiero decir que sean incompetentes.
—¿Y cuál cree usted que sea la salida más obvia, Jung? —Kentaro indaga con la mirada desinteresada, sin embargo, en la boca de su estómago comienza a revolverse una ansiedad inquietante. Le avisó que el tipo sería un problema, pero Jung Ho Seok parecía sediento de un poco de la aventura que no tenía en Seúl, lo que solo aumentaba los problemas para todos.
—La Cabra Negra tiene contactos entre la misma prefectura. Eso, o tiene superpoderes psíquicos que le dejan saber cómo y cuándo huir en cada ocasión. Me gusta la idea de los superpoderes, lo hace más emocionante pero, dadas las circunstancias de nuestra horrible y aburrida realidad, creo que sabemos qué opciones nos quedan.
—¿Está usted insinuando que ese hombre tiene un cómplice entre nosotros?
—Oh, por supuesto que no, Sakaguchi-san, jamás me atrevería a señalar a hombres tan distinguidos como ustedes. Evidentemente me refiero a alguien más, yo sugeriría... Una revisión exhaustiva de los elementos que se mantengan en una estrecha cercanía al caso. Empezaremos de cero—Jung asienta una carpeta natural a la mesa. Los asistentes a la junta le miran curiosos y a la vez, desconfiados—, patólogos, científicos forenses, oficiales. Todos, deben ser registrados para descartar cualquier anomalía.
—Las posibilidades de que alguien esté filtrando la información de los operativos al asesino no son del todo imposibles —añade por primera vez el detective Min de manera pausada y atenta—. Y el hecho de que los papeles estén tan desorganizados apoyan la teoría.
—Yo no creo que nuestros empleados...
—Tienen una secretaria muy guapa —interrumpe Jung—, la fuimos a visitar hace dos días, fue muy amable con nosotros. Pero algo había llamado nuestra atención, entre tantas cosas, como su lindo corte de cabello y esa disposición innata al coqueteo, era más la manera en la que nos negó el acceso a los archivos que fuimos a buscar. Y después de una plática más o menos fastidiosa, debo admitir, accedió a darnos el reporte. Estaba vacío. Resultó de pronto que la policía no ha logrado recolectar ni la más mísera prueba biológica del asesino. Qué hombre tan intrigante, ¿no crees? Se la pasa por allí regando las entrañas de la gente como si fuera pintura barata, y después se desaparece sin que podamos seguirles las pistas.
“A pesar de que sus pisadas también dejan huellas de pintura que deberían guiarnos él” quiso agregar, pero aguardó silencio cuando Yoon Gi le dedicó una pequeña mirada de estás hablando demasiado.
—La Cabra Negra ha sido un contrincante minucioso, es verdad. Pero no es la primera vez que tratamos con un hombre como ese.
—De hombre nada, tampoco, Sakaguchi-san, dejemos de hacernos los idiotas —exclama Jung Ho Seok, la determinación adorna sus filosos y amarronados orbes, ignoran el silencio que se ha formado entre los oficiales al mando de la operación, quienes no pueden creer que el Jefe de Operación le permita al joven analista tal insubordinación. Siempre supieron que los coreanos eran más groseros y eso sirvió también para llevar en aumento el disgusto por su presencia—, el departamento parece haber olvidado un detalle importante. Lidiaron con ella hace unos doce años, y yo sé que la vejez les hace olvidar cosas de pronto, ¿pero no recordar de quién se trata, o cómo procede?; ¡Con suerte y se repasan de memoria cuáles son sus métodos!, ¿Es que todos fueron despedidos en ese entonces? —El oficial parece desinteresado, sin embargo, suelta sus palabras con ácida indignación, por la manera en la que todo el departamento parece guardar en blanco la memoria.
Él no podía simplemente olvidarla. La había mirado a los ojos en aquella ocasión, uno de sus más fieles compañeros había perdido la vida a su causa, y simplemente la tragedia no les permitió perseguirla. Estaba seguro, era una mujer. Y quizá fue la inexperiencia, quizá fueron los últimos alientos de su compañero los que le obligaron a buscar venganza en aquel tiempo. Y aunque pensó que de alguna manera, su uniforme podría ayudarle a hacer justicia, sin que nadie le diera una explicación, lo relegaron del caso. Lo habían desechado como a una inservible pieza de ajedrez, sin importar que muy en el centro de su carne deseara, no, necesitara, venganza.
La excusa de «nosotros nos encargaremos», reptó en sus memorias durante años.
Y ahí estaban, doce años después lidiando todavía con sus destrozos. Con novatos por todas partes, entrando en pánico en cada ocasión en la que hallaban a una nueva víctima entre los contenedores de basura, o una nueva "pintura" entre sus pavimentos.
—Esas son acusaciones muy serias, Jung. Le recuerdo que usted está aquí como apoyo, no como un elemento que añada más tensión a la situación. Si lo que está diciendo es una broma...
—Nada de bromas. Están tan metidos en el caso que ya no pueden ver las cosas con frialdad. ¿Acaso fui yo el que envió una carta al gobierno coreano para prestar ayuda a su problema de plagas?; No quiero sonar grosero, pero... No tienen más opciones, o aceptan la ayuda, o aprenden a lidiar con lo que sus ratas le hacen a su propio país. ¿O todavía no se sienten preparados para dejar atrás su egocentrismo?
—¿Egocentrismo? —exclama un oficial novato, tiene la cara roja, quizá demasiado revuelta en nacionalismos innecesarios, pero de igual manera, disgustada—. Jung, ¿tiene usted idea de dónde exactamente proviene esta rata? Japonesa no es.
—Señores... Creo que hemos estado demasiadas horas despiertos, es natural, dada la magnitud del operativo. ¿Les parece si nos tomamos un descanso y reanudamos esta misma tarde después de los reportes?
—Bien, por supuesto. Con tres víctimas a la semana, yo creo que es el momento perfecto para tomar un poco de café —Les cuesta trabajo. Pero después de un par de segundos en que las miradas terribles de desaprobación entre Sakaguchi y Jung se vuelven demasiado densas para mantenerse en pie, todos salen de la sala de juntas, suspirando cansinamente, hastiados de lo rutinarios que se han vuelto los días desde que esa bestia apareció de nuevo.
—¿Por qué te enojas tanto? —pregunta Min con propiedad, mientras extiende un vasito de café hacia su compañero—. Dijiste que veníamos a divertirnos y de nuevo te lo estás tomando personal.
—No me gusta que me quieran ver la cara de idiota —responde tajante. Min entiende la indirecta y saca de su bolsillo una cajetilla de cigarrillos y la extiende hacia Jung. Él la toma con rapidez y se dispone a encender la lumbre y exhalar un enorme suspiro a la par que el tabaco entumía su sistema. Y es que, desde que habían llegado, lo único en lo que pudo pensar el oficial Jung, era en esa escena del crimen, esa perfecta e impoluta escena del crimen. No lograron encontrar nada que conectara a la víctima con su victimario, como si la Cabra Negra fuese un fantasma. Nada dentro de aquel caso tenía sentido. De Tokyo habían salido ya bestias parecidas hacía unos años. Y fueron los mismos deseos ilusos de mantener a su basura cerca, los que obligaron a su departamento a pelear con la Cabra Negra en aquel tiempo. Jung Ho Seok tenía una vaga idea de cómo y cuándo tratar con la Cabra, porque había visto lo que ocasionaba y había sufrido por sus heridas en carne propia. El único obstáculo que tenía, era que su verdadero enemigo no era la adolescente de cabellos negros a la que se enfrentó la última vez en Seúl, sino que había alguien más allá arriba, empecinado en entorpecerle los pasos y colocarle piedras en el camino con mucha minuciosidad.
Pero Jung se considera en extremo astuto... Y ya encontraría la manera de podar a la maleza del camino. ¿No?
—La encubren —masculla con indignación.
—¿Qué?, ¿quién la encubre? —pregunta Min con el ceño fruncido y la boca fina torcida en una tenue mueca. No es un novato pero, en palabras del mismo Jung... Se distanciaba demasiado como para sentir enojo por cualquier cosa.
—No lo sé —responde con la nariz arrugada, el raspar en su garganta le hace saber que necesitaba más ese cigarrillo de lo que estaba dispuesto a admitir en voz alta—. Pero no voy a dejar que permitan su huida. No esta vez.
«Etiam capillus unus habet umbram»
La Cabra Negra de Tokyo apareció por primera vez en 1988, cuando se reportó la violenta muerte de un hombre en un callejón de Ginza. Algunos decían que la víctima era un fuereño de la prefectura de Saitama, otros que venía más de rumbos como Yokohama, o quizá que venía de la misma ciudad de Shinuya para rentar un departamento para él y su familia. Había extraído los glóbulos oculares, y a notar por el nervio óptico intacto que le enrollaba como si acunara a un bebé, habían sido extraídos con una delicadeza magistral. No había señales de alguna herramienta en particular, pero los forenses pusieron en el reporte que el corte en la garganta que le traspasaba desde atrás, había sido efectuado con un arma cortopunzante. Un cuchillo. Había más cosas para describir, pero eso se lo había quedado el reporte principal, cuya custodia, estaba reducida a unos cuántos dentro de la investigación.
Fuera como fuera... Lo cierto es que no pudieron encontrar al asesino, a pesar de la muestra de cabello encontrada en la escena, pues, al inspeccionarla, encontraron las muestras de al menos quince personas diferentes que en nada tenían que ver con el homicidio.
Para cuando lograron contactar a todos los relacionados, el asesino se había largado. Entonces desaparecieron unas diez muestras más, junto a las identidades que las relacionaba con el caso... Y ya no pudieron seguirle la pista.
Era como si se cubriera a sí mismo con muchísimos señuelos, en la promesa de que le encontraran algún día y justo cuando pretendían alcanzarle... Aquellas pistas que fungían más como una broma que como un error del asesino, desaparecían. Como si el responsable se mofara desde las sombras, como un adulto que le muestra un dulce a un niño y luego se lo arrebata, justo antes de que pueda tomarlo con sus manos. Los oficiales comenzaron a pensar que incluso ya habían hablado con él, y ni siquiera se habían dado cuenta. Hey, ¿por qué no has completado el rompecabezas?, ¡pero si te he dejado todas las piezas ahí, hombre! Pero de lo que nadie hablaba, era que había combinado ese mismo rompecabezas con muchos otros más, haciendo cada vez más difícil encontrar justo el que querían, o en este caso... el que necesitaban.
Entonces pensaron que quizá había tenido antecedentes con la policía de Japón. Alguna especie de estudios o conocimiento que le ayudara al momento de esconderse. Quizá la idea de pensar en el asesino como una especie de genio, hería menos el orgullo de los oficiales que le buscaban incansables sin encontrar respuesta. Era menos humillante tratar con alguien excepcional, ¿no? Era menos humillante perder ante un oponente digno.
Jung pudo sentir que se le iba la vida siendo burlado, cuando se dio cuenta que no había nada más lejos de la realidad. La Cabra Negra no era ninguna clase de genio. Simplemente sabía jugar sus cartas en los momentos adecuados.
En aquel tiempo, el oficial apenas había sido promovido. No era más que un novato que debía estar siempre a la espalda de su superior, quien analítico y minucioso, era el tipo de hombre que nunca actúa antes de pensar, ni mucho menos se deja llevar por los impulsos; al principio, pensó que su jefe le trataba así para protegerle de aquellas cosas que no podría ver. Pero con el pasar de los meses, entendió que el oficial Kim solo lo mantenía a salvo a como diera lugar, sin importar las ansias que tuviese Jung por ser promovido, ni los enormes deseos que tenía de ayudar. No porque pensara que a Jung le faltara madera para el puesto, sino porque Kim nunca hubiese tenido la fuerza de cargar con su muerte.
Y Ho Seok pensó que la muerte del viejo le sería indiferente. En aquel verano del ochenta y ocho... Se habría dado cuenta de lo equivocado que estaba.
Allí fue cuando la vio por primera vez. Era casi una niña. No pasaría de los veinte años cuando la vio esconderse entre las escaleras exteriores del edificio. No escondía del todo su rostro, pero podía escuchar la risita que altanera se le escapaba a manera de suspiros. Lo estaba disfrutando la muy hija de puta. Al colarse entre uno de los departamentos, salió presuntamente por una de las ventanas (se aseguró de abrirlas todas antes de que pudiera entrar forzando la puerta, quizá pensó que así despistaría al oficial) y ya nunca más la vio.
Para un oficial novato, presenciar un asesinato debió ser algún tipo de huella bastante fuerte. No que no estuviera preparado, pero había una impresión muy grande dentro de su pecho que no pudo bajar hasta que los asistentes de su superior fueron a llevarle un pequeño vaso de agua, casi como si le dieran un premio de consolación por el rotundo fracaso que había sido su primera misión. De pronto recordó al oficial Kim, y algo tembló muy dentro de su cuerpo... Para cuando regresó al mismo piso en que había sido agredido por la muchacha, el oficial estaba muerto. Y el mundo comenzó a dar vueltas, muchas vueltas.
Le costó mucho recuperarse de ese golpe. Tanto como para aceptar sin rechistar las vacaciones obligadas a la que lo sumieron los de arriba.
Al cabo de unos días, lo llamaron para declarar.
Estaba seguro de que la atraparían. Él había visto su rostro, la describió con premura, esperando no olvidar ni el más mínimo detalle. Cabello largo y lacio, negro, boca ancha. Cuando sonreía su boca formaba un cuadradito de dientes tintandos en sangre, lo que le daba una idea de para qué exactamente mataba. Un lunar que se colaba en el pómulo derecho, bajo las sedas que usaba para cubrir su mirada. Y una complexión delgada que en nada concordaba con la fuerza ejercida en el homicidio del profesor universitario que ahora yacía sin pulmones entre las costillas.
Para su desgracia, no vio alguna cicatriz característica, ni ninguna marca de nacimiento. Pero recordaba un guardapelo dorado como los que tenía su hermana, antes de perderse por completo en su mente. De esos que daban en Horyu-Ji... Un templo budista en Ikaruga, la prefectura de Nara. Su padre también había estado internado en ese templo antes de perder la cabeza por completo. Males de familia, explicó a los oficiales a cargo.
Dio detalles, todos los que pudo. Les dijo de qué manera estaba relacionado aquel lugar con el collar que había visto y clamó a los cuatro vientos que estaba seguro, allí debía haber una pista para llegar hasta la muchacha.
«No tienes nada de qué preocuparte...» le dijo en aquel momento el oficial al mando de la operación. «Por lo pronto, tienes que concentrarte en tu recuperación. Nosotros nos encargaremos». Y ahora se daba cuenta, después de que la decepción calara en el centro de sus huesos, de que nunca hubo un nosotros.
19112021 | Love, Sam 🌷
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