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10. Ampolla

 Por Sen Takatsuki 

SH Editorial 

[♚]

«(...) entonces, oh, belleza mía, di a los gusanos
que te comerán a besos,
¡que he guardado la forma y la esencia divina
de mis amores descompuestos!»

Una carroña, Las Flores del Mal, Charles Baudelaire.

    Aún recuerda la primera vez que la vio matar a alguien. Aunque no está seguro de catalogar aquello como un crimen. Fue más bien un... accidente. ¿Pero no es así como comienzan las grandes historias?, ¿no sería este un buen comienzo para ella?, ¿o para él?

    No es como si el escrutinio ajeno pudiese saciar la urticaria de sus dolencias. Porque no basta con reconocer los males para acabarlos; hay que escarbar, hay que mancharse las uñas, hay que herirse en el proceso de sanar y quizá arrancarnos un poco de la piel para dar pie a una horripilante costra. Entonces solo quedará en el usuario, decidir si quiere llorar para siempre o rasgar la coraza para salir del propio infortunio; Para su desgracia, llegó hasta ese pensamiento mucho después de lo planeado. ¿Puede alguien hacerte daño sin siquiera conocerte?, ¿puede alguien herirte sin siquiera tocarte?

    Porque eso es lo que siente el cordero le ocasiona. Dolor. Es el dolor de saberse indigno el que le acobarda, el que le toma de las mejillas y le explica que un ser tan repulsivo nunca será digno de recibir tanta luz.

    No se confundan, Kim Tae Hyung no piensa en el menor de los Jeon como un santo... Pero es ese mismo pensamiento el que otorga incoherencia a sus deseos de otorgarle devoción. El mal, el bien, la suerte, la injusticia... Todo carece de sentido cuando son esas trémulas manos las que le saludan con paciencia. Y es la misma impaciencia la que acuna sus acciones, es la mente dispersa y entumecida la que no le deja avanzar con claridad, hablar con la elocuencia que guardaba antes de saberse quebrado, perdido.  

    No espera respuesta. Se sienta a su lado, sin aguardar por una afirmación, ¡y qué bueno! Porque de otra manera, el estudiante disperso le habría dicho que no, que no lo quería cerca, que sería mejor que se largara hacia algún rincón en donde no llegase el fétido aroma de su propia vida aconteciendo sobre la tierra virgen.

    Está lejos, aún está un poco lejos de su consciencia. Hay mucha distancia entre sus traumas y sus verdugos, sin embargo, la idea de un acercamiento peligroso e imprudente, no abandona su mente, como la misma tentación por una manzana podrida. Por el contrario, está allí cerca, como una pequeña vocecilla que proviene de los recuerdos, recuerdos que, tan enterrados como los mismos muertos, quieren salir a flote para reclamarle por todos los pecados que ha cometido, así como por los que está a punto de cometer a consciencia.

    —Kim-Sempai... —el apodo le suena a insulto divino. Siente que la cabeza le va a estallar en cualquier momento. Sin poder controlarse, da una rápida mirada alrededor para asegurarse que nadie mira, que nadie le juzga por cruzar palabra con alguien a quien no debería hacer perder el tiempo. Mamá le ha dicho en muchas ocasiones “quién en su sano juicio perdería saliva por ti”. ¿Quién realmente se molestaría en escuchar lo que saliese de sus labios, con esa horrible voz que proviene de las cavernas del abandono, con esa capa de hipocresía que recubre sus pieles cicatrizadas y corroídas?; Y por más que quiere ignorar sus palabras, por más que quiere convencerse de que ella está mal, es difícil arrancar a la preciosa presencia de sus meninges, domarla, aplazarla, llevarla hasta lo más profundo de la tierra y sepultarla allí, junto a los recuerdos de una vida arrebatada, jamás redimida—. Qué bueno que le encuentro. Quería hablar con usted sobre esto.

    El muchacho extiende un panfleto en la mesa, aprovechando que Tae Hyung parece no querer tocar su almuerzo. Las letras azules del volante brillan suaves, y la imagen de un florero emerge de entre los trazos finos de grafito. Tae Hyung siente hervir el pecho, como en una vergüenza inminente que amenaza con acabar con la poco de confianza que osa resguardar tras caja torácica.

    —Usted las hizo, ¿verdad? —pregunta el cordero con efusividad.

    De inmediato Tae Hyung mueve una pierna hacia afuera de su asiento, pero es la inhóspita sensación de nerviosismo, la que no le permite tomar sus piernas y huir hacia algún lejano callejón de la ciudad. ¿Una vida normal?, ¿estudio? Tae Hyung quiere reír de lo estúpido que se siente en el momento. El juego de la persona común estaba llegando a su fin, el poco tiempo que pudo disfrutar de los días en las aulas, se consumía como la cera de una vela en medio de una noche sin estrellas. Simplemente había gozado de un par de meses, pretendiendo que todo estaría bien... Y así, aunque su historia no había terminado de comenzar, ya cometía la osadía de desmoronarse.

    Siente una enorme tristeza al ver el pequeño trozo de papel groso. Un canson repleto de turbulenta sangrina... Pero la tiene enfrente, así como tiene enfrente al chico que, aunque no le ha tocado en lo más mínimo, parece tener la fuerza suficiente para retenerlo, porque no puede huir, ni de Jung Kook, ni de los trazos delatores que lleva entre las manos.

    El pasado de pronto le sabe ridículo.

    —Sí... —admite, como un rendido. Quiere taparse la cara con las manos, sucumbir ante la vergüenza y la tristeza porque no importa si salió de casa para ser libre, en los breves minutos de autoengaño que se permite, nada importa cuando esa presencia lo persigue al igual que un alma errante persigue a un asustadizo. Sin embargo, no se tapa la cara con las palmas. Se obliga a mantenerlas quietas, estáticas, pétreas, porque teme mirarlas y corroborar que hay algo desagradable en ellas. Porque sabe, si se ve ensangrentado, serán ilusiones, serán falsedades, pero su corazón no está preparado para diferenciar a la vigilia del sueño. Y entonces cuando piensa, ¿es esto otro de tantos sueños?; Recuerda al modelo de su dibujo, y es difícil obligar a sus lagrimales para no estallar a la menor oportunidad—. Yo... Yo las hice...

    El muchachillo sonríe victorioso, ignorando la naturaleza del modelo de los ojos cerrados, ni de las circunstancias de su creación. El dibujo mantiene una composición preciosa. Es un niño con los ojos cerrados, tomando un ramillete de flores, que entre blancuzcos borrones, se corona al centro del papel con elegancia y dulzura. Empero, es la tristeza de esos ojos cerrados los que otorgan una pizca de tragedia a su misma belleza. 

    —¡Increíble! —exclama el niño Jeon, genuinamente asombrado—. ¿Entonces es cierto que sus obras están en el Yayoi Kusama? Ah... y siendo tan joven..., este siempre ha sido mi favorito... ¿Quién es él... si puedo preguntar...?

    Ignora la última pregunta. En el papel se redibujan los bordes de su maldad heredada. Es el engendro de su madre. Un dibujo de la bella mujer con un niño en brazos... ¿Entonces sí la había enviado después de todo? Se siente de pronto traicionado, pero no se sorprende en lo más mínimo. Ella siempre ha estado lista para incomodarle, para hacer hasta el más mínimo de los actos para hacerle la vida todavía más desagradable. Porque si los dibujó, fue porque ella se lo había pedido... De cuando apenas era un niño... Le obligó a recordar la pérdida, le mostró las fotografías del pequeño, de su hermano menor, y le dijo “dibújame con él, cumple el capricho de esta madre herida”. Y lo hizo. Tomó el grafito y bocetó, esforzándose por imitar las líneas en las fotografías, ignorando lo amargo de los recuerdos de Daegu... O lo que esos mismos recuerdos difusos traían a su mente.

    Si su hermano estaba muerto, quizá, solo quizá... Era también su culpa. ¿Lo habría metido en cajas de arena también y lo habría olvidado?, ¿a cuántos había olvidado ya?, ¿a cuántos restos sin nombre, la arena les habría callado los alaridos suplicantes de justicia?

    —No... Estudio farmacéutica. No tengo tiempo para eso —responde, altivo. Se esfuerza por mantenerse íntegro al tiempo en que traga saliva. Y aunque no lo planea de esa forma, la voz se le ha tornado un poco más bajita. Es una voz enterrada que no tiene el valor de salir como si no ocurriese nada. Como si temiera que entre las sílabas se le escapasen todas sus verdades y todas sus mentiras.

    —Vamos... Sé que casi no asiste a clases, es usted famoso entre los estudiantes de Todai —lo observa esbozar esa tierna sonrisa, los ojos se le tornan aún más grandes y brillosos... No sabes absolutamente nada... Pero es la presencia la que le pone aún más nervioso. Son los recuerdos de saberse interesado. Tantos años de admiración, tantos meses observando desde la lejanía, tantas ilusiones que podían destrozarse en una milésima de segundo si es que efectuaba un mal movimiento, si es que cometía un error. Porque no entiende que para mantener algo, se deben sacrificar otras cosas a cambio.

    Porque no se puede jactar de mantener ambas glorias intactas. Entonces todo se transforma en una simple elección. Tu vida tranquila... O tu vida sin ella.

    Tu vida lejos de tu amada madre, o tu vida sin él.

    —¿Eres alguna clase de acosador?

    Jung Kook parece sonrojarse ante sus palabras. De pronto parece demasiado avergonzado, lo sabe por la manera en la que se lleva los cabellos del flequillo detrás de la oreja, siempre con la mano de los tatuajes dispersos, porque lo conoce, porque ha tenido el tiempo y la disposición de memorizarse hasta el más mínimo de sus ademanes.

“Qué hipócrita resultaste, Tae Tae”.

    ¿Quién de los dos era el verdadero acosador?

    ¿Una vida sin ella?, ¿Una vida sin amor? Porque sí, eso es lo que traduce tras su sombra, nada más allá que un profundo y retorcido amor que dejó de pretender que entendía hacía muchos años. Amor de rasguños, amor de caricias, amor de golpes, de palabras de consuelo y de insultos. Amor de burla, amor de paciencia, de crimen, de madre. Eso le recuerda que debe llevar las mangas de su chaqueta hacia afuera, por simple precaución. Se cubre a ciegas, sin mirar nunca hacia sus manos.

    —No. No quise sonar de esa manera, Sempai... — exclama Jeon a tropezones. Y Tae Hyung solo puede sentirse culpable. Pero no tiene opción. Si quiere comportarse de esta forma tan arisca, tan distante, no es por voluntad propia, no es por gusto. Es más... como el único método de autodefensa que conoce y que puede efectuar en un último atisbo de desesperación. ¿Qué más se supone que haría?, ¿Seguirle la conversación?, ¿entablar el inicio de una amistad de la que ella ya sospecha? En el momento en que confirmase que, en efecto, hay algo de lo que realmente se preocupa... entonces ella terminará por estallar en una insoportable ira con la que no se ve capaz de lidiar. No quiere averiguar cómo reaccionará, cómo se tomará la realidad, cómo enfurecerá al saberlo libre, independiente, solitario, ajeno.

    Y es enfermo.

    Pero es la realidad que tiene en las manos. La que se escurre de sus dedos como la misma arena, como el mismo humor acuoso que sale de los ojos al aplastarlos con suavidad.

    Y luego estaba Jung Kook... Ya cometió demasiados crímenes por encubrimiento... ¿qué pensaría él si enterase?, ¿lo repudiaría de la misma manera que los abuelos repudiaron a su madre?, ¿o de la manera en la que su padre lo repudió si bien nacer?

    —Aléjate de mí, por favor —Tae Hyung afianza su agarre en la bandolera vacía que lleva sobre los hombros y hace amago de levantarse, escupe sus palabras con la mayor suavidad que la situación le permite. Pero el chico no le despega la mirada, ni parece dispuesto a rendirse.

    ¿No estaría él sellando su destino sin saberlo?

“¿Qué está haciendo mamá ahora?, sin vigilancia se pondrá más violenta”.

“Tienes que volver para frenarla”.

“Mentira”.

“No podrías hacerlo, ni aunque quisieras”.

    —No... No, le prometo que no soy ningún acosador. Soy estudiante de este plantel también —explica Jeon—, aunque aún voy al instituto. Me preparo para asistir a esta misma universidad.

“¿No quiero?”

    —F... Felicidades —musita, mientras lo observa con la guardia en alto. Por la manera en la que se planta frente a sí, no parece dispuesto a dejarle ir. Y quisiera, de verdad quisiera, aunque fuese, contestar cordialmente a los saludos, pero es imposible. No podrá. Si mira sus manos, se acaba. Si abre la boca y envía el mensaje equivocado, se acaba. Si camina sobre la cuerda y dubitativo clava la mirada en el vacío... Se acaba.

    —Escuche, sé que esto es repentino. Pero he estado viendo sus obras y me parecieron magnificas, en serio —explica, sacudiendo suavemente el sobre entre sus dedos—. Fui a preguntar por más de su material, pero en el museo me dijeron que...

    —Ya no envío mis dibujos allá. Hace tiempo que no... No tengo tiempo para eso. Tengo que irme... —miente, descaradamente, preparando raudo su siguiente mentira—, además, no sé quién eres.

    —Jeon Jung Kook. Estudiante de preparatoria —el chico extiende su mano para saludarle. Mientras Tae Hyung solo puede quedarse estático, en los brevísimos segundos en los que Jeon entiende que no le devolverá el saludo—. Dios, esto está yendo muy mal, ¿cierto?; Empezamos mal, bien... Podría al menos... Aceptar esto, ¿por favor? —El chiquillo extiende un pequeño sobre amarillo hacia sus manos, ofreciéndolo como se ofrece una mesada. Y quiere tomarlo, pero duda en el instante en que recuerda su situación. No. Él no puede recibir cartas. Sin importar de quien provengan. No importa si vienen de una exposición diciéndole que sus dibujos tienen (un poco) de futuro, no importa si vienen de algún familiar perdido de su padre preguntando por su bienestar, o si por el contrario, vienen de las manos de un chico al que adora y admira con toda el alma pútrida y sedimentada en soledad. Él no tiene permitido... No. Una bocanada de aire llega hasta sus pulmones. Espera que no haya sido demasiado sospechosa y al ver los ojos impasibles de Jeon, piensa que quizá, si el destino quiere tenerle aunque sea un poco de compasión, no tendrá que explicar más nada—. Por favor... Le prometo que no es nada raro, sempai.

    Está a punto de extender sus manos. Mamá no está aquí para decirle qué hacer. Para hacerle temer por cada decisión que ha tomado en la vida. No es gran problema, se repite a sí mismo. Si la logra esconder bien, no tendrá por qué lidiar con ella después, si la destruye después de leerla, habrá ganado, habrá hecho contacto con Jeon, por muy insignificante que este sea y después seguirá manteniendo a su madre contenta. ¿No era un movimiento lo bastante cuidadoso?

    Ella está bien, tú estás bien, yo estoy bien.

“¿En serio vas a arriesgarlo de esta manera tan insulsa?”.

    Ella está bien.

    Tú estás bien.

    Yo estoy bien.

“No eres más que un egoísta después de todo”.

    Reniega de sus pensamientos.

    Quiere convencerse de que no está haciendo nada malo.

“Sabes que esto es un error”.

    Toma la carta y la guarda en la bandolera con suma rapidez, como si en cualquier momento le fuesen a descubrir. ¿Necesitará lavarse las manos con el suficiente ahínco para que ella no se dé cuenta?, ¿sería el papel tan delator como la misma sangre? Entonces se permite mirarle al rostro por primera vez. No es ni de cerca la primera vez que lo ve, pero nunca había podido apreciarle y cree que realmente es aún más impresionante y más definitivo. Y se siente más incómodo e irreal.

    —¡Muchas gracias, sempai! Verá que lo que le cuento es grande. ¡No se arrepentirá!

    Lo observa alejarse entre las pocas personas que entran a la cafetería. Un grupo, unas tres personas más parecen hacerle bulla, Jung Kook sonríe con soltura frente a ellos. Tae Hyung se siente aún más extrañado, quizá un poco, solo un poco... celoso. Y recuerda la carta... lo sensible que se pone su madre con las cartas, porque le recuerdan a ese remitente indeseado del que ambos huyen despavoridos, como ratas que se esconden en tierras ajenas para mantenerse con vida. Ese ser maldito que solo sirve como detonante, (o pretexto) para las atrocidades que ella comete.

 “¿Qué diablos acabas de hacer Tae Hyung?”.

    —Kim Tae Hyung... ¿Por fin decides dejar la vagancia? —escucha al instante en que levanta la mirada con temor. Por un momento le pareció ver la figura de otra persona. Pero después de que aclara su mente, Daiki Shigeoka está de pie ofreciéndole una gran sonrisa. Tae Hyung respira pesado. El consejero estudiantil es un problema cada vez que regresa a la universidad, y eso, gracias a su incapacidad de ignorar los asuntos ajenos—. Me alegra que estés haciendo amigos.

    Tae Hyung desvía la mirada, mientras con mucha suavidad se acomoda el cuello del abrigo. El joven maestro toma asiento al otro lado de la mesa y le mira fijamente.

    —Él no es mi... Solo me preguntaba algo sobre su libro. Solo prestaba ayuda a un kōhai confundido.

    —No volviste conmigo, teníamos varias citas agendadas antes de que desaparecieras —no le da tregua, ni se va por las ramas. El molesto profesor indaga demasiado, como siempre—. La institución me pide que te dé un seguimiento adecuado, pero es un poco difícil si solo rehúyes de mí.

    —Daiki sensei... De verdad lamento haberle hecho perder el tiempo —recuerda cómo se acobardó la última vez. Se imaginó a sí mismo correr hacia sus oficinas, en donde el amable rostro del maestro parecía una salida pensable. Entonces él nadaba como un desesperado, con el rostro bañado de sal y con la quijada muy apretada, le decía “Mi familia es la plaga en Tokio de la que todos hablan, la de los crímenes de canibalismo, la de los ojos en las quijadas saboteadas, es ese monstruo escurridizo que viene quitándoles el sueño desde hace más de un año, cuando regresó a la maldad que sus noches le obligan a nacer desde el ombligo. Y yo... Yo la ayudé en todo momento. La Cabra Negra duerme en mi departamento, me acaricia las mejillas, y me recita palabras de un amor que, por más que me esfuerzo, no puedo entender...”—. Ahora estoy muy bien. Las cosas en casa están mejorando.

    Pero claro que se acobardó si bien se plantó en el dintel de su oficina.

    —¿Por qué no vienes a Control Escolar y platicamos un rato?; así me cuentas cómo exactamente están mejorando las cosas. Extraño charlar contigo.

    Después entendió que nadie era digno de enterrar su cuerpo bajo las tierras del Monte Fuji.

    —No tengo tiempo, sensei. Debo terminar unos trabajos —dice con amabilidad, esforzándose por imitar la expresión de Jung Kook, la de un amable y normal chico de universidad... Y al parecer, el fingir se le da bastante bien, porque el maestro no parece notar nada extraño, ni el casi imperceptible temblor en su voz, ni la manera en la que se clava las uñas en las palmas tras la espalda, como una manera de no mirar sus manos—, por el tiempo ausente. Las cosas ya no son como cuando estaba en preparatoria —exclama, ligeramente animado.

    —Bien... No te quedes hasta muy tarde durmiendo en la biblioteca. El regreso a casa será difícil si sales demasiado tarde —exclama sus palabras con profunda pena—, ah... Parezco paloma mensajera diciéndoles esto a mis alumnos, hay una persona indeseable suelta ¡y ustedes se lo toman todo tan a la ligera! Seguro has visto las noticias. —El profesor niega con la cabeza y bebe del vaso de café, como si con ello se tragara todos sus problemas.

    —Tienen... ¿miedo?

    —¿Tú no? Creo que en tanto las víctimas no estén cerca de nosotros, podremos permitirnos el egoísmo de no sentir miedo. Se escucha tan lejano... “Una persona ha sido brutalmente asesinada...”, “se encuentra sin vida...”. El problema es el lenguaje tan impersonal que tienen las noticias. Como desgracias que ocurren todos los días, ¿a quién le importan realmente? Pero si estuviésemos cerca...

    —¿Si las noticias dejaran de ser impersonales, las atrocidades dejarían de existir?

    —A saber. Yo solo sé, que no quiero caminar a casa, con el miedo de ni siquiera llegar a tocar la puerta. Y lo mismo con ustedes, Tae... no porque sean jóvenes la muerte les va a respetar lo mucho que les queda por vivir. Por eso deben cuidarse mucho. No siempre tendremos países vecinos amables que nos puedan prestar ayuda.

“¿Qué?”

    —¿Prestar... ayuda?

    —Claro, dos agentes de criminalística, o algo así. En menos de una semana, van a atrapar a ese maldito monstruo. Y si fallan, seguirán enviando más... Japón ya tuvo suficiente de locos y egocéntricos. ¿No crees, Tae?

    Tae Hyung vuelve la mirada con suavidad, la voz del profesor se difumina entre el vacío en alguna parte de su mente. La imagen de la espalda de Jung Kook dejando la cafetería es un cuadro que le gustaría dibujar algún día... Alguien estaba viniendo, alguien además de él quiere muerta a su madre, alguien más estaba harto, alguien más estaba preparando el filo de su cuchillo para dar muerte a la horrible bestia. De pronto una enorme ira recorrió bajo sus pieles un sendero infinito de nervios purulentos. Apretó con mucha fuerza la quijada y estaba a punto de mostrar los dientes cuando se levantó de golpe, ignorando lo que el profesor tenía para decirle.

    Recargó con violencia la correa de su bandolera, sin notar las pequeñas heridas que se había causado con las uñas. ¿Cómo se atrevían a hablar de aquella manera de su madre? Con un paso pesado abandonó la cafetería y se internó en uno de los baños; se aseguró de correr el pestillo del cubículo, por suerte no había nadie adentro, y con toda la furia que pudo guardar en las encías, soltó un grito furibundo que le deformó la cara en un pequeñísimo instante.

     ¿Cómo se atrevían a pensar que ellos le arrebatarían la vida?...

     Una organización, una policía extranjera, todo un movimiento de uniformados con las armas necesarias para acabar con alguien a la menor oportunidad. Él no podría hacerles frente, por más que lo deseara, ¿cómo podía competir contra eso? La muerte de su madre, es una empresa que lleva pensando con demasiados años de antelación, la muerte de su madre, era la culminación de todo el dolor con el que no podía lidiar, era el poema que no se veía capaz de redactar, pero cuyas estrofas le pertenecían a él y solo a él.

“Tardaste demasiado. Cobarde”.

    No.

“Ahora vendrá alguien más y se mofará con su cabeza colgada en una pared”.

    No.

“Y todo porque no puedes ejercer ni siquiera tus propios derechos como hijo”.

    Ella está bien.

“Por tu culpa”.

    Tú estás bien.

“Esa es una enorme mentira”.

    Yo estoy bien.

“¿Yo?, ¿quién es yo, Tae Hyung?”.

    A estas alturas, no lo sabe con exactitud.





15042021

En unos momentos editaré para agregar el fragmento de poema correspondiente de este capítulo. Me revolví un poco con mis archivos estos meses jsjs. 💕❤️

Eso y en un rato publico la interlude.

Love, Sam 🌷

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