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09. Deseo

 Por Sen Takatsuki 

SH Editorial 

[♚]

    «¿Por qué no suenan sus campanas? Ya para el salto estoy dispuesta. ¿Acaso quieren más cadáveres de sueños muertos de inocencia?»

(Dadme mi número, Julia de Burgos).

    ¿Alguna vez te has sentido como un bicho raro? No me refiero a la inocente incomodidad de sentir que no encajas, o de que las personas no encajan contigo... Me refiero a un verdadero insecto, temeroso de ser pisado a cada momento de tu existencia.

    Kim Tae Hyung se sintió Gregor Samsa aquella mañana, con las patas de un insecto y el enorme y repugnante vientre a la vista del escrutinio externo. ¿Qué cosa extraña, amorfa y asquerosa era en realidad? ¿Con qué desperdicio le recibiría el mundo después de casi una semana entera de vivir entre su propio vómito y arena para gato?

    Se limpia la piel, hasta que salen pequeñas llagas en sus nudillos. Hay muchas heridas en ella. Muchas han sido a causa de riñas histéricas, otras, más antiguas, de todas aquellas ocasiones en las que ella clavó uñas en su cuello, en un intento frenético por bloquear el paso del aire a sus pulmones y el flujo de sangre a su cerebro; ataques de rabia que siempre terminaban en intentos de acabar con su vida. 

    Por eso prefiere los cuellos altos, las telas gruesas, las ropas que le permitan llevar muchas capas que protejan su piel y oculten su delgado cuerpo. Por eso prefiere los maquillajes modestos que oculten los rasguños permanentes que lleva en las mejillas, alguna maniobra estúpida que le permita existir en el mundo sin llamar demasiado la atención, sin meter en más problemas a su perturbada madre. 

    Restriega sus mejillas con las palmas de las manos, sus larguiruchos dedos le aplastan la cara, esperando que los golpes le hagan obtener algo de color... Pero fracasa en el intento. Está verde, paliducho, de apariencia enfermiza y casi famélica. 

    En algún otro tiempo, los tiempos de infancia en aquella granja de Daegu, quizá su piel morena hubiera resultado linda... Quizá las comisuras de sus labios habrían esbozado miles de sonrisas a los abuelos. Pero casi no tiene nada esclarecido; Cuando quiere recordar la granja, los juegos, y a los otros dos... La imagen de una mujer se interpone y lo borra todo. 

    Ella le aseguró, como en un juramento necesario e irrompible, que su padre los quería muertos; que no había ninguna figura paterna a la que él pudiera apelar. Su nacimiento indeseado y su existencia eran más un problema para todos a su alrededor. Por eso, ella, benevolente y dadivosa, huyó hasta esconderse en algún tugurio albergado en la gran ciudad nipona, fue entonces cuando cometió su maldad, desde lo más profundo de su corrupto vientre; y en medio de una ciudad que le escupía en la cara su polución... Parió.

    "Tú eres todo lo que tengo". 

    "Y yo soy todo lo que tienes". 

    El escozor en el pecho de Kim Tae Hyung quizá se deba a la manera tan imprudente en la que la ha dejado libre, de noche en noche, causando dolor a su alrededor, mientras él vuelve la mirada y se esconde entre su falsa ignorancia... Son como parásitos que han venido del extranjero para comerse todo lo que ose posarse a su alrededor; Y es que, pensó que su responsabilidad como hijo, sería mantenerla a raya, para que pudieran vivir tranquilos por lo menos unos años... Pero ella era cada vez más difícil de manejar. Cada vez más infantil. Cada vez más imprudente y cada vez más empecinada en hacer su voluntad. 

    La odiaba (amaba). 

    Pero ella era todo lo que tenía; y no se permitiría perderla por su incompetencia.

    Ella era las miles de capas de ropa que le protegía la piel para que el mundo exterior no se diera cuenta de lo poco que valía. 

    Y lo sabía tan bien. 

    Recuerda los días de su infancia... Quizá no todo fueron desgracias, quizá no todo es tan asqueroso como su mente le quiere hacer creer... Luego llegan los recuerdos. La abraza. Ella lo acuna en sus brazos, seguro es demasiado pequeño para alcanzar el tarro de galletas por sí solo.
"¿Las quieres?" Le había dicho. 

    Su semblante dulzón. Su rostro atemporal dedicando una sonrisa complaciente entre sus pequeñas mejillas. Delgada, paciente, angelical... Él había asentido tímidamente, mientras los mechones de sus cabellos negros rebotaban en su frente como resortes. Pero de pronto, su semblante cambió. Como si hubiera visto un fantasma tras su espalda, como si las amenazas de un desconocido se le susurrasen al oído sin que nadie más lo notase. 

    Entonces le había estrellado el tarro en los pies. 

    No sabe con exactitud si ella ha querido herirlo de verdad, o si sus acciones son a causa de un desafortunado accidente. Pero lo cierto es que, el dolor es real, tangible. 

    No estaba llorando por las galletas regadas en las losas, no estaba llorando por la manera en la que un simple capricho estaba siendo negado... Ni siquiera lloraba por los pequeños cristales clavados en sus piernitas regordetas, ni por la extraña e incómoda sensación del líquido pelmazo escurriendo desde sus piernas hasta el dorso de sus nuevos zapatos de charol...; El abuelo Kim había muerto, su traje negro debía permanecer impoluto en todo momento. El imprudente había sido él, era natural que mamá estuviera tan triste y enojada... y asustada. No logra recordar con exactitud por qué lloraba. Quizá no era por el dolor del momento, sino por la conciencia de todo aquello que se avecinaba, de todo lo que ser su hijo implicaba, y de todo aquello que se abalanzaría sobre él como un enorme balde de agua fría sobre huesos quebradizos. 

    —... y su identificación. —El vigilante se le queda mirando un buen rato. Tae Hyung de pronto no parece saber en dónde está parado. No hay sangre por ningún lado. Y él ya no es un niño... Entonces, ¿por qué el temor hacia el todo sigue latente bajo sus uñas?

    —¿Disculpe? —musita, con la mente un poco pesada. 

    Sin darse cuenta estaba afuera, después de tanto tiempo, después de tantos días rodeado entre desiertos y ventanas de cristal, estaba en el exterior, apretando con los nudillos la correa de una bandolera que cuelga sobre sus hombros; solo porque ella le había dado el permiso. Había prometido quedarse quieta por un tiempo y él había tomado aquella endeble promesa como un respiro, una bocanada de aire fresco que le permitiera vivir un poco más.

    —¿Es estudiante de este plantel?, necesito su nombre y su identificación —El vigilante, pese a la amabilidad en sus palabras, parece firme. Hay demasiada tensión en los ciudadanos desde hace días, por lo que nadie está dispuesto a dejar libre a cualquier persona sospechosa. Sobre todo, que la información corre rauda entre la gente, desde que son los muchachos jóvenes quienes corren más peligro... Y aún si no es una hora peligrosa, el hombre uniformado, no piensa arriesgar su trabajo por un descuido. A eso, agregada a la apariencia dispersa de Tae Hyung, terminaban por hacerlo ver como alguien realmente sospechoso. 

    —Ah... Por supuesto —musita, sin estar del todo concentrado. 

    De pronto, cuando extiende la mano para entregar el pequeño carnet de plástico, puede observar cómo sus manos están manchadas de sangre. Incluso las mangas de su blazer de mezclilla están impregnadas de ese marrón delator que le señalan, así como las marcas de Caín delatan al asesino de su propia sangre. 

    Imposible, las había lavado bien, las había dejado irreconocibles de pecado. De otra manera no se habría atrevido a salir de casa, de pronto se siente ahogar. El aire de alrededor se vuelve más pesado, y por más que intenta respirar con calma, sus pulmones no cooperan. 

    —Está todo en orde... Muchacho, ¿estás bien? Te ves pálido. 

    Tae Hyung pasa una mano sobando sus sienes, como si con ello su mente se pudiera acomodar. Cree sentir como la sangre que vio hace un segundo, se impregna en su piel y en su cabello. Espera observar el rostro aterrado del vigilante, pero lo que ve en esos ojos cerúleos y cansados no es terror, es consternación. Por eso se obliga a parpadear un par de veces y con ello a regresar a su realidad. 

    "Ella está bien, tú estás bien, yo estoy bien". 

    Repite la letanía en su mente, una y otra vez. Hasta que su psique alterada lo entienda por completo, hasta que el piloto automático le ceda el mando de nuevo sobre su cuerpo y su mente. 

    "Ella está bien, tú estás bien, yo estoy bien". 

    —Sí, estoy bien. No se preocupe —susurra. 

    —Si tú lo dices, chico —El hombre observa la identificación oficial de la Universidad, en el documento, todo parece estar en orden—. De cualquier manera, sabes cómo llegar a la enfermería, ¿no? 

    —Sí, pierda cuidado, ojisan. 

    Se despide con una pequeña reverencia, esperando que el interior del recinto le devuelva la calma. Los vetustos edificios siguen igual que la última vez que los vio hacía un par de semanas. No espera que los maestros lo recuerden, quizá incluso ha perdido el curso... Pero solo necesita un pequeño descanso, fingir por un brevísimo momento que él puede obtener una vida como la de los demás. El bombeo bajo sus costillas va tomando un ritmo parsimonioso conforme se adentra en los edificios del plantel. 

    El aroma cálido de la cafetería llama a sus sentidos. No por el hambre, si no por lo silenciosa que esta se mantiene, pese a la hora del día. 

    ¿Qué había sido eso? 

    Se había sentido tan real, que incluso dudó hacer bien su encargo como siempre lo hacía. ¿Y si había cometido un error?, ¿Y si no había sellado bien las cajas?; Con mucho esfuerzo contiene las ganas de salir corriendo a casa, solo para asegurarse de que todo está en orden.

    Cuando come, prefiere cualquier cosa que no haya estado vivo antes. No soporta la carne, porque de inmediato su mente le juega bromas pesadas. Porque donde los demás ven un apetitoso filete asado, él ve el cuerpo palpitante de un ser vivo, despojado, desollado, recuerda sin quererlo realmente, todas las veces en las que esa carne se ha visto rodeada del desierto falso que ella le obliga a crear para salir ilesa ante sus fechorías. Entonces las arcadas invaden su cuerpo, se siente enfermo, furioso, mareado, entonces quiere convertirse en un asesino de verdad, en uno que sea realmente bueno, no en uno que... 

    —¿Está ocupado? 

    Lo primero que observa, es una mano que abraza un par de libros de primer año, tatuada en los nudillos por lo que parecen un montón de garabatos sin sentido. Y cuando levanta la mirada. 

    Oh... 

    El detonante de una enfermedad latente se le presenta con una promesa incierta. En ojos de obsidiana, opacos pero amables. Labios entornados en una tímida sonrisa que no puede ser atribuida a otra cosa que no sea la cortesía habitual de cualquier persona, son quienes le reciben si bien pone la mirada fuera de ese mundo albugíneo que le mantiene prisionero. Hipócritamente, sostiene el semblante impasible, sin embargo, no le mantiene por mucho tiempo la mirada. Hubo, durante un brevísimo instante, un destello amable entre sus orbes, y eso le aterra. 

    No habla en lo más mínimo. 

    Pero Tae Hyung reconoce la aceleración como una señal de peligro. Porque él lo está mirando. El cordero, la presa, la última persona que quisiera en su mundo, por el terror que le tiene a que todo su caos le estalle en la cara y termine más herido...

    Jeon Jung Kook.... La manifestación tangible de todos sus males.










    Hi!, ¿Cómo les trata la vida, maravillosas personitas? Este mes ha sido muy intenso, tanto, que olvidé que ya tenía listo este capítulo desde hace rato, si hay alguien por allí que lo hubiera estado esperando, lamento mucho la demora. 

    Nota; Ya estoy trabajando en la primera interlude de esta historia, quiero traerles cosas bonitas. ¿Hay algún detalle de la historia sobre la que quisieran indagar? Definitivamente tengo planeado traerles varias cositas, pero si hay algo que les da curiosidad, que no hayan entendido o sobre lo que quisieran saber más, pueden dejarlo por aquí y me esforzaré por ponerlo todo en la interlude. (Si no tienen dudas, está bien, igual tengo algo ya preparado). Pero les dejo la invitación abierta por si acaso :3 Gracias por el amor. ❤️

28112020 | Love, Sam.

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