04. Coriáceo
Por: Sen Takatsuki
SH Editorial
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Aquí estás,
en pie y desnudo.
Limo eres, lo recuerdas;
pero en verdad eres el hijo de esta sombra parturienta
que se apacienta de lactógeno lunar,
luego la forma de un fuste tomas lentamente.
Por esta pared baja que atraviesan los seños de las flores
Y el perfume del estío en su reposo [...].
"Aquí estás" por J. Jacques Rabearivelo
El susurro de la ciudad aún escarba perpetuo en la lejanía, mientras el viento y las avenidas yacen gritando advertencias entre dientes. Al acecho, se encuentra la burla del mal, tras las nubes que impiden a las estrellas ser observadas por el alma humana.
El tenue alumbrado de los callejones, y las sombras que recrean sus limitadas extensiones, esconden su figura altiva y orgullosa, que se mueve sin dilaciones entre la penumbra... Pues existe una sutileza en su sed de sangre que le invita a avanzar con una cautela abrumadora.
Ya casi es la hora. No es muy tarde, pero el muchacho suele ser puntual... y solo tiene esta noche, antes de que, al amanecer, los oficiales comiencen a buscar al mayor de los Jeon, entonces sus movimientos se verán obstaculizados por la policía rondante; por eso, si quiere fastidiar a su engendro, si quiere hundir sus dedos en una herida ya abierta y escarbar en sus entrañas hasta que ya no quede nada dentro del iluso, tiene que actuar esta misma noche. Asegurar su salvaguarda en la astucia de alguien más y trepar entre las telarañas putrefactas a la más mínima oportunidad.
Piensa en el engendro. De alguna manera, el saberlo enamoradizo y humano, le molesta... Se ha encargado de hacerle saber desde la temprana infancia, que él nunca sería digno de amor alguno. Entonces... ¿Quién le había dado permiso de amar?, ¿quién le dio pie para cometer falta alguna ante sus enseñanzas? La simple hazaña de levantarle la voz cada vez más, y el palpitante terror que corroe, muy lentamente, paulatino, desde adentro... Es lo que la ha mantenido en alerta, como un animal que saborea la muerte entre labios, en brisa salina inmortal. Pero no se saldrá con la suya. TaeHyung no lo logrará, no mientras ella viva, odiando su existencia.
Su hijo aprendería el verdadero significado de vivir, cuyo sinónimo siempre se reducía a dolor...
Arrastra sus intenciones hasta las calles apartadas, de la misma manera en la que la muerte avanza por el mundo, con la mente congelada, apelmazada, furiosa. ¿No había sido demasiado malo dejarlo vivir? Muchas veces, en el camino de su vida, se recriminó la manera en la que actuó con ambos hermanos. Mas no era el arrepentimiento quien guiaba sus acciones, ni mucho menos. Sino que... muy dentro de sus entrañas, sentía que cometió un error muy grande al permitir que nacieran; permitir que saludaran al mundo en llanto frágil, despavorido e inquietante.
Quizá era aquella maldad que todos teníamos dentro... Esa necesidad que tenía el ser humano de herir a sus semejantes. Como esa molestia vomitiva e inevitable, que provoca la verborrea y las heridas que se causan al hablar sin pensar. Y estaba convencida, el ser humano estaba naturalmente inclinado hacia la inmoralidad. ¿No la hacía aquello más honesta?
Ella no era un alma maldita porque deseara serlo; sentía enojo y repulsión... a cada momento. Por eso pateaba con furia todo aquello que existiera en el mundo, mientras sintiera el placer del dolor ajeno como un obsequio para sí misma, o un placebo para su propio dolor... Y no se reprimía, en ningún momento.
Pero, por supuesto que no era consciente. YoungAe, no se detiene a pensar en lo que sus acciones provocan. No actúa como consecuencia de un gran trauma, o resultado de una vida amarga y hostil...
Ella existe como un alma maldita porque ama, con toda el alma serlo.
Ríe por lo bajo, mientras constata que el adolescente que observa en la lejanía, lleva bien puestos los cascos. Distracción, vulnerabilidad, atrocidad y belleza.
—¿Serás tú acaso...?
No recuerda otra vida que no sea esta. Repleta de repulsión hacia lo que le rodea. No puede entender, la manera en la que el mundo funciona, vertiendo sus lamentos hipócritas entre las esporas contaminadas de mentiras. Odió su vida, desde el momento en que fue consciente de ella. Siempre, siendo el títere de un hombre mayor que la obliga a "sentar cabeza"..., siempre, a merced de la catástrofe que la toma como un peón y no como protagonista de sus propias desgracias.
¿Podría dios al menos tener la decencia de saciar su egocentrismo?
La respuesta negativa que le otorga su propia mente, le hace rabiar.
Pero... no malentendamos la situación.
Las cosas simplemente empeoraron con el tiempo.
Prueba de ello los procedimientos atroces que practicaba en sus más bellos proyectos, siendo cada vez más creativa conforme su corazón desenfrenado le dictaba, desde arrebatar el tejido con maestría, hasta destrozar las cuencas al arrancar el órgano inerte de su bello sitio asignado. YoungAe odiaba que le miraran a los ojos. Y arrancarlos era la única manera que tenía de frenar el ácido acoso, junto a la vomitiva sensación de ser observada como un monstruo. ¿Qué si eso la convertía en uno peor?, ¡A nadie le importaba! Incluso el engendro, cuya vida fue más un capricho de alguien externo, mas no su deseo, tiene latente la posibilidad de convertirse en una bestia terrible, implacable y temible, entonces... ¿No sería que todos guardaban tal impulso bajo las costillas?
Pensó en su hijo. Lo había criado tan bien, estaba segura... Pero el hecho de que su engendro fuera un cobarde, arruinaba la única carta de diversión que tenía en el mundo. Había triunfado y al mismo tiempo, fracasado... aquello solo servía para enfurecerla aún más.
—Tan malditamente aburrido, como su padre... —masculló.
Parió a sus hijos, como si se tratara de una obligación impuesta desde el exterior. Y se sentía con todo el derecho de arruinar sus vidas, así como ellos habían arruinado la suya. Por eso les soportó. Y les aguantó; Hasta el momento en que el recipiente de su mente enhilada se desbordó un día. Así como suceden los accidentes, así como una cuerda que se revienta producto del desgaste al que la somete el tiempo, el peso de la culpa y su inapelable sentencia.
¿Alguien podría culparla aquel día?, ¿alguien en el mundo sería capaz de señalarla?
En lo que al mundo respecta, aquel niño fue una simple víctima de la muerte de cuna. Trágica, natural, impredecible. Inevitable. ¿Qué hubiera hecho Toshiro de estar presente?, ¿la habría culpado?, ¿la habría señalado con el aburrido discurso del "deber" el "pecado"?
Todos se equivocaron respecto a ella, porque no, el hecho de ser mujer, no la dotaba del sentimiento materno, como si de una insignia que se entrega al nacer se tratase. Podía, si quería, odiar a sus hijos, aún si aquello no fuera lo más bondadoso o bienaventurado en el mundo. Porque... Lamentablemente, no podemos obligarnos a amar a quienes nos hacen daño por el simple hecho de compartir sangre. Para ella, TaeHyung y el otro niño, le habían hecho mucho daño. Y por eso no podía permitirse sentir empatía por la debilidad. Nadie podía obligarla.
Tal vez la culpa no es del demonio.
Tal vez la culpa es de quien lo despierta.
Había rabia entre sus dientes cada vez que le miraba. Por eso salía. Por eso huía. Y descargaba su furia con la primera alma ilusa que osaba cruzarse ante sus ojos de ónix, gélidos y letales.
Y es que, todo dentro de su mente estaba tan mal, tan quebrado; un espíritu protervo que se regocija en la piel humana que posee, y que disfruta infringir dolor a su alrededor; que se retuerce dentro de un cuerpo humano aprisionado en bordes de piel podrida y caretas malolientes.
Pero, todo aquello que la afligía, se esfumaba cuando estaba en las calles, observando, buscando, clasificando. Hombres gordos le darían demasiados problemas, mujeres jóvenes solían gritar innecesariamente fuerte... En ocasiones, la búsqueda de un juguete le llevaba días de antelación y a veces, era incluso demasiado difícil controlar su ser para hacer honor a los métodos. Entonces encontró un blanco agradable. Un estudiante que sale de una cafetería, rumbo a la universidad de Tokyo. Lo sabe por la chaqueta que lleva el emblema de Todai impreso en una manga celeste y porque Blondy Coffee Shop es famoso por ser el predilecto entre los universitarios que van de paso hacia las estaciones en los alrededores, oh, pero este estudiante en específico, es especial. Está segura de que este es el que más diversión le dará al llegar a casa.
Le gusta pensar que ese muchacho alto y apuesto a quien está observando... y quien pareciera ser la imagen de la autosuficiencia, pudiese arrastrarse, rogando por una pizca de piedad. Estúpido niño Jeon.
Lo ve alejarse, entonces piensa que es momento de seguirle. Da un pequeño paso, sintiendo el latir de su corazón alterarse, emocionarse. Lo tiene justo en frente y no ha tenido que hacer nada para lograrlo.
Sin embargo, algo detrás de su espalda le impide avanzar hacia su presa.
El otro hombre se acercó a ella como una sombra. Lo sintió de pronto respirar tras su nuca, en lentitud cansina, como esperar a que miel espesa ceda ante la gravedad.
Y de pronto, todo se volvió obscuridad.
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Supo disimular su asombro, al volver la mirada en una parsimonia hipócrita; en la noche, ahí en donde la penumbra solía esconder sus cabellos recelosos, ahí encontró a esa piedra en el camino de su deplorable vida, a manera de carne humana, viva y llameante.
Sakaguchi Kentaro se quedó muy quieto, esperando algún tipo de reacción de su parte. Pero lo único que pudo observar, fue al imperturbable semblante de sus cejas inexpresivas, en espera de una buena noticia o alguna explicación que la convenciera de no estar perdiendo su tiempo. Se sintió decepcionado... Y al mismo tiempo, poco sorprendido de la fortaleza en su porte radiante y la manera en la que ella pretendió ignorarle. Nunca cambiaba.
—¿No crees que estás llevando las cosas demasiado lejos? —musitó el hombre, mientras la soltaba del delicado agarre que había puesto sobre sus ojos y su cabellera para sorprenderla.
Exclamó su reproche, casi sin abrir la boca. YoungAe pensó que se trataba de un susurro dentro de su mente, alguna treta del destino para fastidiarle aún más la existencia. Pero no... ese hombre estaba allí, reprochando por su imprudencia, con el uniforme grisáceo luciendo su enorme cuerpo y el imponente aroma a tabaco que siempre le acompañaba.
—Fuera de aquí... —exclamó, casi con desgana. Volvió la mirada para observarle con la barbilla ligeramente erguida por la diferencia de estaturas, entonces pensó en dar un paso hacia atrás, pero... ¿Qué pasaría si aquello mandaba el mensaje equivocado?, ¿qué pasaría con ella si fuera vista como poco más que una cobarde?; su orgullo nunca le hubiera permitido hacer aquello, por lo que se quedó allí, plantada en zapatillas negras, bajitas, abrazando sus delicados y pequeños pies de muñeca-. Lo que yo haga con mi hijo, no es tu asunto.
—Ese muchacho debe tener tantas ganas de matarse justo ahora... —exclamó el hombre, esbozando una sonrisa irónica en su rostro impasible. Sus ojos, demasiado dulces para la mente perturbada que llevaba a cuestas, miraron a YoungAe como un malnacido hombre hechizado; disfrutando de su enojo, y al mismo tiempo, buscando como un desesperado mil maneras de quitarle las malezas del camino, le ofreció entonces de su cigarrillo, pero ella se negó-. ¿Por qué te molestas en fastidiarle? Sería más fácil si solo lo abandonaras a su suerte, si es que tanto te quita las energías. A este paso ya no podré protegerte. ¿Es que el hambre te está volviendo loca?
—No necesito tu protección, Kentaro. Viste mi carne. Soy más humana de lo que todos tus bastardos juntos podrían llegar a ser... —escupió altanera, irritada. Últimamente, todo la sulfuraba y no estaba interesada en ocultarlo —o es que te sigo pareciendo un demonio, ¿es eso? —Quizá era la manera en la que su elocuencia ya no hacía efecto en las demás personas, por eso se sintió satisfecha al constatar que seguía teniendo al hombre en la palma de su mano. Pero no fue suficiente, entonces enfureció de nuevo, antes de añadir—: Lo que haga o no con mi hijo, no es tu problema.
—No vine a molestarte, Young, ni a cuestionar tus métodos de crianza —esbozó el oficial, estirando su cuello ante el cansancio—; Vine a advertirte. Los cuerpos humanos se pudren, mi amor... y pronto, el aroma a putrefacción delata a sus verdugos... ¿Habías pensado en eso?
—¿De qué estás hablando?
—Procesos naturales del cuerpo humano. Nada que no sepas ya, preciosa.
—No —replicó, dudosa, como si entendiera a la perfección esa advertencia disfrazada de amenaza —. ¿De qué estás hablando?
—La movilización comenzará dentro de dos noches —exclamó Kentaró, cansino y falsamente desinteresado—. Creo que... Ya se dieron cuenta de contra quién pelean, así que pidieron ayuda a sus papis para atraparte.
—Me tiene sin cuidado a quién envíen.
—Es un ex agente de criminalística; Jung... Seguro que escuchaste su nombre alguna vez, tiene operaciones famosas en Seúl... —profirió el hombre, con una ligera irritación entre los labios. La competencia, la rivalidad, calaban en sus huesos como una urticaria interna—. Vendrá. Y no estoy jugando... No podré hacer nada por ti si te equivocas esta vez.
—¿Y qué pretendes que haga? Si necesitan juntar a tantos para llegar hasta mí, dudo mucho que sean un problema del que deba preocuparme. Además, te tengo a ti.
—Solo... asegúrate de no ser traicionada por tu propia sangre —esbozó el hombre en una risotada ladina —. Yo me encargaré de lo demás.
Pronunció sus últimas palabras entre la presión de un beso, mal colocado en el labio inferior de la mujer... y se marchó. Dejando a YoungAe la opción de tomar (o no), su advertencia.
Para cuando la Cabra Negra quiso reanudar su proyecto, su cordero blanco se había marchado... Y su inspiración con él.
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✎09072020
Love, Sam 🌷
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