Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

13. Humor

Por Sen Takatsuki
SH Editorial

[♚]

«Si yo pariere un bebé con cuernos, ¿de dónde los habría heredado?, ¿del mal que yace dentro mío o del demonio que le engendró a mi lado?».

Coconejo.

    Temblando ligeramente ante la expectativa, como un regocijo tímido que repiquetea bajo las uñas, o bajo las pieles, o bajo las promesas que rompes con horrida blasfemia entre los labios; así recitó el poema infinitas veces de camino a casa, mientras se imaginaba quitando a la maleza de su alrededor y con ello todo lo que estaba mal con su vida y su infortunio.

    Se desliza como un fantasma entre las habitaciones y sube las escaleras sin provocar el más mínimo sonido al pisar los tablones, pensando en la manera en la que se serviría la primera entrada antes de su plato fuerte.

    Kentaro Sakaguchi habría conocido a su madre poco después de que llegaron a la ciudad. Lo recibió en el primer departamento que rentaban con un recelo inaudito, cegador y desconfiado. Quizá cualquiera habría pensado en su reacción como la más natural en un hijo hacia la segunda pareja de su madre, siempre renuente a las caricias sobre la cabeza y disgustado por los regalos que de vez en cuando esperaban a la entrada de su habitación, más como un intento de soborno que como un genuino interés en forjar lazos. Pero este hombre es más desagradable. Con una sonrisa terrible y ojos tan profundos que nunca pudo descifrar, se preguntaba a sí mismo si todos los hombres en el mundo eran igual de repulsivos.

    Presiona con más fuerza la correa de su bandolera. La tarjeta de acceso tiembla en su mano, pero logra ingresar al departamento después de un par de segundos. Si bien cierra la puerta tras de sí, avienta la mochila a un costado, y se retira los zapatos con desesperación.

    Comenzaba a tener ideas, sobre cómo se desharía del cuerpo y sobre todo, se imaginaba cuál sería la reacción de su madre, al ver a su caballero andante en la putrefacción de sus propias cajas. Y la idea le supo tan brillante, tan increíble, que pronto el temor que pudo haber guardado al pensarse un asesino, se había convertido en... emoción. ¿Estaría enojada?, ¿asustada?, ¿nerviosa?, ¿cuánto tendría que escarbar para que mostrase su verdadero rostro?, ¿cuánto tendría que enterrar el cuchillo para que dejara caer la máscara y con ello sollozar hasta el cansancio?

    Debe decidir entre una enorme carta de posibilidades, cómo lo hará. Tenía que ser algo realmente sencillo. ¿Cómo?, ¿cómo?, ¿cómo decidía su madre cómo acabaría con la vida de sus juguetes?; Entonces decide que ponerse en su lugar quizá sea una buena idea. Primero se obliga a desligar cualquier indicio de humanidad en el hombre. Kentaro no es un hombre, Tae Hyung jamás se atrevería a asesinar a un hombre, por supuesto. Él es diferente, él no es un ser humano de verdad. Por eso trata de descubrir qué clase de criatura será Kentaro. ¿Un muñeco?, ¿un demonio?, ¿un animal, un...?

    ¡Un hombre cordero!

    Sí, sí, sí.

     Y, según las sabias palabras de la mujer que más ha admirado en el mundo, los hombres cordero no tienen nada qué aportar al mundo más que su pasividad. Su estaticidad. Observan los males acontecer, sin siquiera mover un dedo para evitar las catástrofes (ni hacerlas peores); Y ese es el peor tipo de hombre que pueda existir en el mundo, porque está seguro, debe haber algún lugar en el infierno para aquellos que no son capaces de seguir un camino y de avanzar firmemente con él. Por eso ha decidido que tomará su camino, aún si este luce aterrador cuando lo observa por demasiado tiempo a través de la ventana, desde donde, muy de vez en cuando, penetra el sonido de una vida prohibida en el exterior.

      Y cuando toda la catástrofe termine, cuando ella se vea tan sola como una pobre florecilla en medio del desierto, ¿quién le reprochará por llevarla consigo cortándole el tallo?, ¿quién le llamará bestia por encerrar a la flor más bella sobre la faz de la tierra, en una dulce cúpula de cristal? Mientras se pasa la vida, ansioso por verla podrirse desde el primer pétalo hasta la última espina. Oh, dolor mío, cuántas veces no ha visto a las yemas de sus dedos gotear en borgoña por su amor, y por su dolor. Ya había llegado el tiempo en que esa sangre valiese mínimamente la pena, ¿no?

    Pero para derramar sangre digna, primero deberá derramar sangre indigna.

     A su mente todas las noches horribles, todas las veces en las que cansino y burlón él se ha acercado tomándolo de las mejillas, mientras una mefistofélica sonrisa se forma entre las comisuras de sus labios y sacude su cabeza con violencia llegan como el revoloteo de miles de mariposas indeseadas. En tanto que un par de carcajadas revolotean entre cuatro pequeñas paredes; Le observa y se mofa de su indecisión, y le quita la mirada de la rosa, le dice que no es suya, que ahora le pertenece al detective que la salva cual caballero en cada ocasión en la que tiene oportunidad.

    —Tú y yo, niño —dijo una noche, cuando recién llegaban de arrastrar a una víctima, a la primera víctima en años—, estamos metidos en el mismo mierdero. —El vozarrón lo escupió tendido, y aterrado también. Quizá en ese entonces impactado por lo bajo que podía caer siendo un ser humano, por lo cobarde que resultaba si bien un par de huesos traspasaban la piel de un inocente a causa de lo que había bautizado como peligro—, ¿No te gustaría un día en convertirte en oficial? Yo puedo ayudarte.

     Sus burlas fueron casi tan molestas como su asqueroso perfume.

     Pero no importa si se arrepiente. Porque un cobarde no hará nada con ese arrepentimiento. Sería capaz de enterrar esa abrumadora realidad con el propósito de jamás enfrentar sus pecados, y a sus verdugos con ellos.

    “¿Y terminar como tú?” quiso decirle entonces.

     Negó suavemente en cambio, agazapando la mirada como ella le había enseñado. Porque no importa si lo odia como nunca antes ha odiado a un hombre, el amor que siente por su madre es lo suficientemente fuerte como para tragarse su indignación por otra noche más, aún si las pesadillas y los reproches, vuelvan a Tae Hyung un poco menos humano.

    No.

    Por supuesto que no eran iguales. Kentaro bien podría ir por allí y pretender que era un hombre de bien. Pero era un cobarde y un débil mental. Por eso se había dejado enredar por el mustio hechizo de una bruja; por el contrario, Tae Hyung era fuerte y se había dejado vencer por el simple hecho de que la fuerza no le quitaba lo estúpido. Ambos estaban atrapados en la embudada trampa de la misma viuda negra.

    Pero Tae Hyung no tenía opción.

    A él nadie le había preguntado si es que quería o no esa vida que llevaba a cuestas como la extensa cadena de un pecador. ¿Qué era lo que excusaba al imbécil de Kentaro?

    Se preguntaba entonces sobre sus creencias. ¿Si las reencarnaciones existían, no sería que una vida pasada suya había cometido atrocidades? Quizá por eso ahora le castigaban de tan cruentas maneras. Para expiar los pecados de su vida pasada. Entonces el mal no remite al vientre ni al cordón umbilical, ni siquiera a la condición de la que ni él ni su madre eran responsables, sino a algo mucho más antiguo y mucho más abrumador que la imagen de un demonio al que los hombres han decidido responsabilizar por sus malas acciones. Y así, pensando en los porqués de su infortunio, palpó la resequedad en sus labios sintiéndose un animal muy hambriento. Una gotita de sangre había emanado de su boca, y sintió un gran alivio, pese al gran caos que se sembraba en la habitación contigua con su madre y el policía: Su sangre todavía era roja.

    Tan roja como la de cualquier hombre.

    Había estado tan aliviado entonces.

    —ただいま —exclama si bien se descalza los zapatos en la entrada. Sin embargo, el silencio no le dice bienvenido si bien entra a la casa. Entonces sabe que algo estaba mal—. ¡Mamá! —La llama al no tenerla sobre sí mismo si bien entra al departamento. Recorre la pequeña sala, su bolso no está, y sus zapatillas tampoco. Y cuando comienza apenas a sentir la consternación que recelosa se guarda entre sus labios, revisa su habitación también, viendo la cama desordenada, como siempre, y las cajas de zapatos apiladas en su aparador, un vetusto ropero con compartimientos que usa para coleccionar sus tesoros. Un vaso de agua con trozos de papel vueltos una pasta dentro... ¿Y la responsable de sus desdichas?, esfumada de su vista, y de sus manos asesinas.

    No importa.

    A penas fue el primer intento. Ya tendrá la oportunidad... Solo debe aguardar y ser creativo, no cortarse, relajarse, dejar salir esta empresa como lo que es, una verdadera obra de arte.

«Ellos ganarán. Llegarán antes».

    —Cállate —espeta con los dientes muy juntos, sintiéndolos rechinar tras sus labios. Frunce el ceño, sintiéndose enfadado consigo mismo por su propia impaciencia—. Mamá va al final. Cuando nuestra técnica sea perfecta. Tan malditamente perfecta, que no le quede más remedio que felicitarnos.

    Su voz es un susurro que reverbera en el viejo tapiz del departamento.

    Corre a través de la habitación, y hurga entre los libros en su estante. Debía haber algo allí entre tantas lecciones algo que le ayudara con su tarea. Tantea con las manos, repasando con premura y nerviosismo los lomos que sobresalen del librero, hasta que da con el que busca y se sienta abruptamente para auscultar su contenido, sin darse cuenta de la herida que sangra en su labio inferior, ni los pasos de los detectives que están a punto de tocar a su puerta.

𖥸·᪥·𖥸

A veces, para matar a la reina del contrincante, debes sacrificar a la tuya... O a la de los demás.

    La amable voz de una muchacha, junto al repiqueteo de una pequeña campana les recibe cuando llegan a la cafetería. El edificio aún huele a pintura fresca y naftalina, pero los granos de café que hirvientes se derriten entre tazas y crema, ocultan sus notas con ligera timidez. Al fondo, un enorme estante de libros está a disposición de los clientes, hay un par de jóvenes al fondo cuchicheando tonterías y a la izquierda, una pareja de ancianos que beben sus cafés en silencio les miran a penas de reojo por el sonido que ha provocado su paso a través del dintel. Young Ae avanza con confianza, como siempre lo ha hecho desde que bautizó aquella como su cafetería preferida, y seguida a ella, viene Jeon con la mirada un poco agazapada por la pena.

    —Lamento que tengas que tomarte tantas molestias, Kim-san —exclama con cierta vergüenza adornando sus orbes. Quizá es la tenue bruma que ocasionan los tragaluces durante las épocas de lluvia, pero su semblante es más sombrío que el de la alegre cirujana que llegó a la ciudad años atrás.

    —No es molestia —responde la cabra con suavidad. Su voz es dulce, ligeramente rasposa, es la voz perfecta para clamar consuelos, aún si estos no resultan otra cosa que falacias, sedantes que sirvan para apacentar a su presa justo antes de devorarla—. Me das la excusa perfecta para venir a tomar un poco de café. A mi... A mi hijo no le gusta que pase mucho tiempo fuera de casa.

    —En lo que me has platicado de Tae-kun, él parece un buen muchacho. Se preocupa por ti, ¿no es así?

    «¿Preocuparse?, eso es más como entrometerse».

    —Sí —ríe apenada—, es un buen chico.

    —¿Y con su padre se lleva bien? —pregunta Jeon con inocencia.

    —Toshiro-kun, él... Bueno —exclama Young Ae con la pena vuelta falacia. Baja la mirada cubriéndose la boca con la mano en inercia y después finge que mira hacia un costado de la mesa con un poco de vergüenza—. Él falleció cuando Tae-kun era un niño... Él...

    —Está bien —se apresura Jeon en musitar—. No tienes que contarme si no te sientes cómoda.

    —No, está bien. Fueron tiempos difíciles, ¿sabes?; Mi padre acababa de morir, él y mi esposo se llevaban tan bien. Pero papá falleció y... Supongo que se le juntaron mucho las cosas. Toshiro-kun murió de cansancio poco después. Exceso de trabajo¹.

    La sorpresa en el rostro de Jeon sabe a tan dulce victoria ante los ojos de la Cabra.

    —Lamento oír eso.

    —No te preocupes, yo lo llevé medianamente bien. Ha sido más difícil para Tae-kun que para mí. Aunque no estoy segura de que él realmente lo recuerde. No le gusta preguntar mucho sobre su padre —miente. En los recovecos de su memoria reverberan las veces en las que Tae Hyung le preguntó en dónde estaba él y por qué no había venido a buscarlos en todo este tiempo—. Supongo que es entendible.

    —Mi esposo se suicidó hace no mucho. Puedo entender cómo te debes sentir —Jeon exclama sus palabras con dificultad, ¿hacía cuánto que no hablaba de esto con nadie?—. Lamento tu pérdida. Gracias... Por contarme.

    «No, de hecho, no lloré por Toshiro. Nunca lloré por ese bastardo. Si lloré fue por mi hijo, jamás por ese maldito».

    —Gracias a ti —responde la Cabra—, por las palabras de aliento. Eres una mujer realmente dulce.

    La tarde pasa volando entre risitas amables y palabras de consuelo. Nunca en vida se ha visto una escena tan noble, de dos amigas que se han encontrado después de años de saberse perdidas, ignoradas. Young Ae puede ver los pequeños cuernos de cordero que sobresalen del cabello corto de Jeon, se permite entonces observarlos escondiendo la repulsión que le provocan con una sonrisa inigualable y ojos entrecerrados en acartonada ternura. El lunar que tiene en lo alto de su pómulo, se levanta a la par que su sonrisa y casi no puede creer que la otra mujer le devuelva el gesto, ignorando lo que perverso y primoroso se arremolina dentro de su apelmazada mente de cabra.

    Oh, corderos...

    Corderos, corderos, corderos.

    Cómo los odiaba. Cómo los lamentaba. Tan débiles, tan frágiles, una muerte les bastaba para tirar su alma al vacío, una muerte y querían parar el cauce de los ríos, como si la vida de un ser humano significara más que la pequeña aguja perdida en un horrible e infinito pajar. ¿No eran eso los seres humanos? Efímeras substancias, finitas, podridas. Bastaba con bloquear el paso del aire a los pulmones para que la piel comenzara a resquebrajarse desde dentro, en lilas, morados y violetad. Y bastarían un par de días para que aquel cuerpo rosáceo y falso se convirtiera en su verdadera forma, en su verdadera e íntegra composición del demonio y de la tierra. Polvo. Repudia lo divino. Repudia la fealdad, aquello que no es digno de ser enterrado debería simplemente...

     —¿Qué tal está el café, Jeon? —pregunta con cautela. Lleva uno de sus mechones largos tras su oreja.

    Deberían simplemente desaparecer del mundo si es que no tenían las agallas para vivir en él.

    —Magnífico. Nunca había venido a esta cafetería.

    El dependiente se le ha quedado mirando más de lo necesario y eso la hace rabiar. Eso provoca que las manchas en sus manos comiencen a emanar espesas e imposibles de sostener e ignorar. Pero no se altera, sino que solo las restriega entre sí casi como si tuviera frío, para ser consciente del espesor. ¿Por qué la miraba?, ¿por qué se atrevía a mirarla?, ¿es que acaso habría visto las marcas...? No. Se reprende en ese instante. No es una novata. Últimamente se ha sentido tan herida, que va olvidando el atisbo de la verdadera mujer que es. Una orgullosa cabra nacida en Daegu. Una orgullosa cabra proveniente de cabras. Cabra, hija de cabra, nieta de cabra... Madre de cabra.

    Y entonces parece recobrar la sonrisa. Recuerda el amor que siente, ese profundo y doloroso amor que emana desde lo más profundo de sus putrefactas entrañas, ese amor que se desliza a través de sus huesos casi como un susurro, como un dulce poema que recita en las noches de pesadillas, pesadillas en las que su verdugo tiene el rostro de su salvador. Y entonces no sabe diferenciar al ángel del demonio. Al nefasto ángel blanco de su dulce y preciado demonio. Ese que en huevo y albúmina todavía huye.

     ¿Por qué tenían que hacerlo tan complicado?

    Jeon ni siquiera es una mala mujer. Pese al desagrado que le tiene por el simple hecho de ser mujer cordero, lamenta un poco, quizá, en lo profundo de ese laberinto infinito que lleva por mente, el hecho de que se metan en su camino. Pero deberán entenderla. Es una mujer sola. Sedienta. Lo único que tiene en el mundo es un hijo al que ama más que a su propia vida, ¿por qué dejaría que la sangre de un cordero indigno lo apartase de su lado?, ¿por qué si ya habría sorteado peores demonios, dejaría que seres tan bajos lo llevaran por un camino que no le pertenece? Que no le conviene, que solo le hará más daño. No. No. No. No. Es que no lo entienden. Que una cabra no puede hacerse pasar por cordero. Y que cuando Tae Hyung deje a la vista su pelaje, sus rectangulares orbes, cuando saque a la luz los pequeños cuernos sobre la cabeza y las pezuñas... Ellos lo tildarán de ruin, de malvado, de indigno, y lo perseguirán, y acabarán con su preciosa vida y todo lo que esta significa para ella, y entonces ella se quedará en verdad sola. Y entonces...

    No pueden hacerle eso. Tae Hyung es lo más importante para Young Ae. Aún si lo odia con todo su ser. Aún si lo ama con el mayor ímpetu que el ser otorga.

    —En estos últimos días, también se volvió mi favorita. Deberíamos pedir otra taza, ¿no crees? —Tantea con impaciencia un sobrecito de azúcar en el bolsillo de su vestido. Aprovecha que el mesero ha traído un servilletero con insumos para los cafés, y reemplaza el sobre de azúcar más próximo a Jeon, mientras ella mira a los ojos al muchacho para agradecer. Cuando la mujer cordero vuelve la mirada, lo único que observa, es a Young Ae tomando un sobre de azúcar, y hace lo mismo, sin notar los ojos brillantes de satisfacción en su acompañante porque ha tomado justo el que fue reemplazado unos segundos antes.

    Por alguna razón que no puede explicarse a sí misma, Young Ae no siente placer por este juguete próximo a romperse, en particular. Pero tampoco está dispuesta a perder a su hijo por culpa de la inferioridad humana, él tiene que entender que debe quedarse cerca de mamá en todo momento. Y el futuro parece llenarla de tristeza, tanta, que las lágrimas que se arremolinan en sus orbes le nublan la vista ligeramente. Entonces toca sus mejillas con premura... pero no está llorando.

    —Ah... por supuesto, déjame a mí invitarte esta vez.

    Se acabó. Lo que tenga que hacer por protección a su descendencia, lo hará.

¹ El morir de cansancio, en Japón es entendido como que la persona murió a causa del suicidio.

² Humor: Se refiere al Humor acuoso, que es un líquido que se encuentra entre las cámaras anterior y posterior del ojo.

24012021 | Love, Sam 🌷

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro