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11. Secuela

Por Sen Takatsuki
SH Editorial

[♚]

«Yo pasaré y a penas habré sido
—frágil destino de mi pobre arcilla—.
Hijo, cuando yo no exista,
tú serás mi carne, viva,
Verso, cuando yo no hable,
tú, mi palabra inextinta»

Durar, Ángela Figueroa Aymerich.

Desaparecer tus problemas en cinco pasos.

    El mal caprino resulta una flor marchita. Se desliza entre pinturas negras, de trazos que, aunque descuidados, guardan un poco de su maltrecha verdad. La atrocidad de una lengua mentirosa, la vilipendia mirada de una ruptura celosa, y la vida incompleta de los olvidados. No hay poema más grande para Tae Hyung, que la mentira de su vida frente a sus narices o frente a los espejos de su alma. Y es enojo, y es furia, lo que le domina. Pero con furia no logrará jamás su gran empresa y lo sabe. Es por eso se ha prometido ser eso que ella no puede, lo que ella busca y jamás encuentra.

    Ser astuto.

    Ser inteligente.

    Infalible.

    No matará para proteger a Jung Kook. No si no lo ve necesario. No quiere que la negrura de su alma tenga un propósito tan burdo, ni tan noble (duda mucho ser una persona genuinamente noble). Si él matará, si se manchará por fin las manos de sangre, no será de la sangre roja que corre por las venas de los desangelados, se dio cuenta cuando, en la soledad de un pequeño cubículo vio escritos un sinfín de improperios en las puertas de los baños... Justo como la pintura de esa puerta, sintió pena por su lienzo blanco, deshecho en tinta negra. ¿Por qué se molestaba en lamentar el cambio?, ¿No había llegado su momento de aceptar la desgracia?

    ¿O la dicha?

    La sangre no será roja. Será un galipó, espeso y obscuro el que recorra sus dedos en el día cero, cuando un cielo ennegrecido por las fichas del tablero se desplieguen en el firmamento. Será la sangre de su progenitora la que otorgue un parteaguas a esta vida de la que apenas roba suspiros de vez en cuando, cuando se atreve, cuando no vive, ni muere. Cuando se queda estático en el medio de la cuerda que no ha podido usar para colgarse, así como lo había hecho papá hacía tanto.

    Y se sabe este poema de memoria.

    ¿Cuántas veces no ha recitado los mismos versos una y otra vez?, ¿cuántas veces no se ha tomado ya el corazón, pidiendo calma por lo que su imaginación le muestra como la más fiel de las verdades? Esperando en el proceso un final diferente. Un cambio de guion.

    Pero esta letanía heredada, no se trata del amor. Mucho menos de finales felices, ni victorias.

    No de ese que le hace a uno soñar una vida futura con tal o cual persona. Se trata más de un amor que nunca se ha sabido cultivar. Es un amorfo adefesio que porta el título más como una burla hacia la suerte que como una verdad irrefutable.

    Quien nunca ha sido amado... ¿Es capaz de amar?

    Quien ha sido amado de la forma incorrecta... ¿Amará de la misma forma errónea?, ¿sería su amor así de retorcido?; Repetir los patrones de la casa paterna es tan sencillo. Es tan inherente a nuestra piel y nuestro respirar, así como las virtudes, así como los vicios. La mayoría de nuestros problemas en la adultez, muy probablemente remitan a nuestros ancestros, porque es imposible no repetir los patrones que vemos a diario y que hemos internalizado de forma tan atroz... Y tan inconsciente.

    Y esa es la que más aterra.

    La inconsciencia.

    ¿No?

    Apuesto a que has respondido a sí. Porque es lo más lógico, lo más coherente que ha podido llegar a tu mente. Y si pensaste no, déjame quitarte la venda de los ojos... Tienes demasiada fe en un mundo que se encargará de hacer tu misma fe a pedazos. Y lo siento por los esperanzados, lo siento por los creyentes, que aún habiendo leído la tragedia en el título de esta historia, han entrado esperando un final feliz, en el que nuestro triste y enfermizo protagonista mate a su villana y siga adelante con su vida hacia las praderas de la plenitud. ¿Es eso lo que deseas?, ¿la muerte de quien amenaza al amor? Déjame decirte que quizá la venda en tus ojos esté bastante atada aún. Porque no hay amor hacia nadie. Y quizá nunca lo hubo. Y quizá nunca lo habrá. Y si no han de creer en estas palabras, deberán creer en las que aquel corazón palpitante grita, aprisionado entre costillas roídas y cansadas.

     Para de correr cuando siente que está lo suficientemente lejos. Es el peso de su cuerpo el que lo devuelve a la vida, como si en un suspiro pudiese tragarse al mundo y a su inmundicia. Y cuando llega a la estación de Ueno, detiene su carrera para pensar. Pensar. Pensar. Eso que ella no le deja hacer cuando está presente, porque le paraliza y le carcome la voluntad de manera inconsciente y automática. ¿Qué es lo que necesita?

«Poner tus ideas en orden. Kim Tae Hyung por el amor al demonio, piensa».

«Respira, maldita sea, respira y piensa».

    Se esfuerza por recobrar la compostura, con la humedad naciente en las pestañas por la tenue llovizna que se dispersa por la ciudad. Siente su aliento caliente pasar por sus fauces... Y sin esperar más nada, comienza a enlistar.

Uno. Desde hace un tiempo que ella ya no tiene control sobre sí misma.

    Esa será su primera carta, y sobre todo la más importante. Cuando era un poco más joven, era tan analítica y minuciosa. Nunca mató a alguien con quien hubiese tenido contacto directo, jamás habría tocado un pelo de cualquier persona que viviese al menos cinco cuadras a la redonda. Y eso que aquellas fueron sus primeras lecciones; «Nunca debes hacer contacto con el objetivo antes de tiempo». ¿Ha muerto el panadero de la cuadra?, oh, lo lamento tanto... No, nunca tuve gran cercanía con él, lo veía de vez en cuando, al pasar por la calle, pero nunca me detuve. Yo ni siquiera consumo harinas, son malas para mi dieta. Habría soltado un cuento parecido, o incluso aún más ingenioso.

Dos. Si su madre está matando gente justo ahora, es porque busca venganza hacia alguien que seguro ya no está en este mundo. Entonces no habrá nadie quien cure su herida, o sacie su sed de borgoña; Y si no puede hacerla entrar en razón... solo le queda esa opción: Tendrá que matarla.

    Pero no podrá fingir lejanía ante su madre. Nadie le creerá, cuando es bien sabido lo cercanos que ambos han sido desde que llegaron a la ciudad. Después de todo, durante un tiempo, no pudieron comunicarse con nadie más que no fuera entre sí, al menos hasta que el tiempo pasó y mejoraron ambos su japonés.

Tres. Ya no se trata de un desahogo, o de un impulso necesario para su subsistencia. No eres culpable. No, no, no. No puedes ser culpable. La ciudad está aterrorizada de ese monstruo al que llaman La Cabra Negra, el mundo estará agradecido. El mundo te aplaudirá entre su regocijo lo valioso y valiente que eres.

    ¿No es cierto?, ¿de qué otra manera podrían desenvolverse los acontecimientos? Un salvador. En eso se convertiría Tae Hyung... ¿No es así?

Cuatro. Matarla de verdad. Tapar las cajas de arena, y matarla de verdad.

    No como en un sueño, no de la manera en la que después de enterrar su cuerpo, después de llorar debajo de la lluvia y enjugar tu llanto entre lodo fresco y salina desdicha, amanezcas de nuevo entre sus brazos deseando que te susurre una canción de cuna. No.

Cinco. Así no.

    Una muerte definitiva que le permita llevarle flores a su cuerpo podrido en malicia. Oh... Es cierto. Nunca le ha comprado un ramo, ni siquiera antes de ser consciente de su maldad, de pronto siente una gran pena que se dibuja entre sus cejas, su pobre madre nunca ha recibido flores de su parte. ¿Qué clase de hijo no le da flores a su madre?; Tae Hyung quiere llevarle flores. Quiere enmarcar su precioso rostro en un pequeño cuadro de madera y enaltecerla en una mesita a la entrada de su casa. Y que cuando diga hacia la nada “He vuelto” el silencio de sus recuerdos le susurren; “Bienvenido”. Mira con esperanza el cielo nublado y pregunta hacia la nada, ¿debería hacerlo, no?, debería ser un buen hijo de una vez por todas.

    Pero para matarla necesita quitarse del camino a una sola persona.

«Kentaro, maldito hijo de puta. Si el problema ha crecido es solo por su culpa».

    Pensar en el oficial le borra la sonrisa tenue del rostro con una violencia abrumadora. Y de sus brillantes ojos desaparece el brillo de la esperanza.

    Ese mismo idiota al que le gusta portar el uniforme de la justicia, mientras guarda los cadáveres de su novia tras una alfombra. Ese mismo que le miró con burla cuando niño, quien le trató de idiota en todas y cada una de las ocasiones en las que cruzaron palabra. Ese sería el primero en caer; Después, cuando ella se viese sola, tendrá que hablar con el casero del edificio. Convencerlo de que debe rentar los departamentos continuos que no quiere dar a nadie para la comodidad de ella. Rodearla de desconocidos. Hacerla fingir como tanto le gusta. Porque cualquier persona puede soportar un vaso de agua en una mano... Pero si le obligas a tomar ese pequeñísimo vaso durante horas y horas, terminará por cansarse, y, con un poco más de suerte, morir.

    Sería jugar a su juego. Sería picar hasta estar satisfecho.

    Sin ser consciente realmente, una enorme sonrisa se ha formado, en su rostro de nuevo. Una sonrisa que, aunque cansada, es la esperanza purpúrea de la libertad. Tae Hyung comienza a jugar con el único anillo en su dedo anular, lo gira muchas veces alrededor de sí mismo mientras camina con tranquilidad, aún llevando la bandolera sobre los hombros. La carta de Jeon está en ella, y quiere con todas sus fuerzas leerla, pero primero debe terminar con sus tareas; primero debe jugar su turno y con suerte, terminar con toda la mierda que le rodea. ¿No era esto un juego?

    Pues ella le había enseñado a jugar... Y estaba a punto de jugar su mejor partida.

    —Ah... Mamá. Te amo tanto...

[…]


    Se puso el más bello de sus vestidos. Con la suave tela de organza y los encajes delicados en el entalle de la cintura. Unas zapatillas bajitas y el cabello suelto y, habiendo puesto su máscara de dulzura, había salido al mundo en busca de paz. A decir verdad, la mayoría del tiempo, debe fingir ser una muñeca, como ellos, debe fingir que es un juguete de tantos atrapado en la misma caja musical que se quiebra al más mínimo toque de un tifón. Tiene un pequeño trabajo como recepcionista en un museo concurrido de la ciudad. Un trabajo común, en donde se desenvuelve con cordialidad y dulzura. En donde ofrece una resplandeciente sonrisa de perlados dientes y sonrosadas mejillas trigueñas a cuanto iluso se permitiese engañar por su cristalina apariencia y dulces verbos.

    Aquel día, un viernes como cualquiera, acudió al Yayoi Kusama más como una visitante que como una empleada de sus instalaciones. Era su día libre. Se deleitó entonces con las pinturas, sin poder pensar en una corriente que le pareciera especialmente satisfactoria. De pronto estaba allí, Saturno devorando a su hijo, y pensó que la sangre realmente era incluso más oscura que la que demostraba la pintura. Miró sus delgaduchas manos, y, como lo había hecho desde una edad muy temprana... Vio sus manos ensangrentadas.

    Ella sonrió observando lo bonitas que lucían sus manos cuando la sangre brillaba sobre su epidermis y la comparó con la de la pintura. Era más roja, más reluciente... Más bella. Cuando se acomoda los cabellos, se mezcla la viscosidad de la substancia con sus hebras oscuras. Cuando por accidente toca su vestido, las dulces y suaves telas se impregnan de su vagancia. Pero no importa lo que haga, no importa cuán sucias estén sus manos, nunca nadie se percata de aquello que la convierte en culpable y eso siempre le ha parecido una verdadera bendición.

    Aburrida se pasea hasta que se detiene en un cuadro en particular... Era la virgen María, llorándole a su hijo muerto. Young Ae trata de comprender por qué María le llora a Jesús. Es la conciencia de saberse intrigada, la que la orilla a acercarse un poco más pensando en los porqués. Si ella, tan fuerte como es, tan voluntariosa como es, pudiera, por un brevísimo segundo pensar en asesinar a su hijo, lo haría a la menor oportunidad. María era tan afortunada... ¿Por qué su fortuna la hacía llorar?

    Pero no se confundan, no juzga a María, pues sabe, sería difícil matar a un dios, y piensa en las maneras, ¿cómo se podía matar a un dios? Y no lo entiende. En cada ocasión, desde que era un bebé, un niño, nunca pudo completar su tarea, ni rendir honor a sus más profundos deseos. Siempre había algo detrás de aquellos ojos negros, como la lóbrega y profunda noche, que la hacía sentir conectada, atada. Como dos animales que, sin ser conscientes el uno del otro, se reconocen como miembros de una misma especie, de una misma raza. Una misma línea evolutiva que converge en el mismo maldito caos.

    Tae Hyung, su adorado Tae Hyung, había sido creado con la misma arcilla. Y por eso estaba convencida de que, en algún punto, sería medido con la misma vara con la que a ella se le medía. Entonces, ¿por qué su muchacho insistía en ser otra persona? Inspira aire con los labios muy juntitos y cierra los ojos. Celosa. Enojada, paciente, derrotada. Pero sabe que esa derrota es solo una ilusión, mal temporal. Porque lo sabe. Su pequeño oso polar corre en medio de la nada, en un intento por huir de algo que está dentro de sí mismo, algo que ha estado dentro de ella misma, algo que le fue heredado y que continuaría en su sangre, sin importar cuánto renegase de su realidad.

    «Esto va más allá de mí, Tae Tae» le había dicho un día, mientras le observaba por vez primera esa mirada cargada de reproche y rebeldía Tenía catorce años entonces. «Es solo que eres demasiado joven para entender mis razones».

    No importa, porque está segura de que crecerá. Entonces, si tiene suerte, será su manto quien le proteja y le guíe en su cruzada. Será ella y solo ella quien le conduzca por ese camino lleno de flores rojas. Entonces le tomará de las mejillas como siempre lo ha hecho, y le mostrará el camino que ella ha labrado para él. Entonces él la miraría con dulzura, con amor, y le estaría agradecido por la gran madre que estaba siendo. Porque la podredumbre del mundo converge en sus costillas, y será entonces, cuando acepte ese algo que yace enterrado, ese algo que existe aun estando ausente, será entonces que podrá ver la realidad de ese mundo roto que le guarda, que le acuna; de esa gran capa de albúmina que los acoge en un mundo corrupto, desviado y ruin.

    Y entonces él dirá, cuánta razón has tenido, madre. Cuán ciego he sido durante todo este tiempo. Y besará el dobladillo de su vestido como una muestra de amor, de entendimiento, de paciencia y respeto.

    —Piedad... —La mirada de Young Ae fue robada por la voz de una mujer justo a su costado. De estatura similar, se encorvaba quizá inconscientemente, y con un pañuelo enjugaba las lágrimas que estaba esforzándose por contener. Había ira en su rostro. Young Ae se sintió de pronto intrigada por ella, las violáceas marcas del insomnio yacían tatuadas bajo sus pestañas inferiores, y la piel de las mejillas húmedas, le hicieron saber de inmediato que llevaba llorando, quizá días, o quizá toda una vida—: ¿Qué de piedad hay en quienes le arrebatan un hijo a una madre?

    —¿Es usted cristiana? —preguntó la cabra, curiosa.

    —No. Pero ahora desearía serlo —respondió la mujer cordero—. Al menos así tendría un dios al cual odiar.

    —Perdió un hijo.

    —¿Tan notable es mi miseria? —Young Ae calló, observando mejor las facciones en la bonita mujer. No había nada llamativo en ella, ropa holgada, zapatillas cómodas, el cabello lacio, cortito pero lo suficiente como para hacerse una coleta con una goma. Algo en los ojos gigantescos de la mujer llamaron su atención. Tez blanca, labios pequeños, una quijada suave, y la barbilla poco afilada... Entonces la reconoció. La había observado pasearse en el edificio de próximo, a tan solo unas casas de distancia de su apartamento.

«Señora Jeon...» .

    —Lo lamento mucho... —dice de inmediato con falso consuelo. Las ideas galopan con violencia dentro de su mente. Y resulta una actriz virtuosa. Es casi palpable el dolor que quiere demostrar, entre las cejas apenadas y la modulación de una pena inexistente que ha logrado colar entre sus verbos, un par de cabellos se le han adelantado en el rostro y ella los aparta con suavidad tras la oreja, al tiempo que separa los labios para clamar sus acartonadas condolencias—. Aunque no hay palabras para otorgar cuando un ser tan amado fallece.

    —¡Mi hijo no está muerto! —prolifera Jeon con mucha tristeza. Ha usado más fuerza en su reclamo del que le hubiese gustado. Por eso esconde el rostro apenado entre sus manos extendidas, incapaz de soportar la naciente vergüenza que le embarga. Y aunque Young Ae entiende que quiere disculparse, le hace saber que no está ofendida y que no son necesarias sus disculpas—, todavía no... todavía no quiero pensar de esa forma. Mi Yu Geom es un chico difícil, pero... Siempre vuelve. No importa cuánto tiempo se vaya, siempre regresa a casa.

    «Seguro que sí» piensa con ironía y le recuerda en la entrada de Coffee Bean, acosando a su novia con descaro. Young Ae no se cree un juez que vaya por allí juzgando personas y clasificándolas. Pero el chico parecía bebido y los gritos de la novia le hicieron saber que no estaba en sus cinco sentidos. Eso le daba una oportunidad. Nada personal, realmente. Para el momento en que le comenzó a seguir, ni siquiera había recordado que era el hijo de los Jeon. Pero al ver la motocicleta, y esos ojos tan parecidos entre ambos hermanos, una repentina ráfaga de celos la embargó. Había sabido del enamoramiento de Tae Hyung por el hijo menor casi desde el mismo instante en que sucedió. Y lo confirmó cuando sonreía más, durante las semanas en que se enteró que el chiquillo aplicaría para su misma universidad.

    No le quitaría a su hijo un distractor tan valioso. No cuando se estaba portando tan bien. Después de todo, los adolescentes necesitaban un motivador para mantenerse obedientes, ¿no?

    —¿Y ya han puesto una denuncia a la prefectura? —indaga—, ¿ha dicho algo la policía sobre su paradero?

    Pero eso no significaba que los demás a su alrededor estaban a salvo.

    —Nada. La prefectura no tiene nada... Es más difícil con el asunto de la Cabra Negra... Todo el cuerpo policial está ocupado con ese tipo. Y bueno... Seguro usted sabe cómo son las cosas en la prefectura. El bien individual es lo último en lo que van a pensar. Me dijeron que cuando las cosas con la Cabra Negra se calmen, ellos... podrán buscar a mi hijo...

    —Lamento tanto oír eso. ¿Hace cuánto que se fue?

    —Una semana... Estoy aterrada, a veces pienso que... —Los ojos de la mujer comienzan a empañarse por la sola idea de otra tragedia en su familia—. ¿Qué pasaría si mi niño fue víctima de ese tipo?, ¿qué pasará si...?

    —¡Oh, dioses, no piense eso! —exclama Young Ae con espanto—, no, no piense de esa manera. En estos momentos difíciles, tiene que mantenerse fuerte, y positiva. Ya verá que pronto aparecerá su muchacho.

    —¿Usted cree? —Kim observa a Jeon con la mirada esperanzada. Ladea solo un poco la cabeza, sin etiquetar la emoción que el dolor de la mujer le causa. No es pena, mucho menos culpa... Quizá es solo... Curiosidad. ¿Qué tiene esta familia que llama tanto la atención de su hijo? Padre muerto, madre ausente, hermano problemático, hijo solitario; No ve nada en especial. Absolutamente nada que pueda ser de suficiente peso para justificar sus acciones. Justificar su abandono.

    —¿No así son los adolescentes? —entonces piensa que solo se trata de llevarle la contraria. Que Tae Hyung solo está en una etapa difícil—, tan rebeldes, tan desconsiderados con sus pobres madres. Se van durante tanto tiempo… pero al final, siempre regresan a los brazos que los acunan desde el nacimiento.

    Está segura de que regresará, segura que entenderá y dejará de hacer tantas preguntas, como cuando niño simplemente respondía “sí, mamá” a todo cuanto le ordenara.

    —Tiene… tiene usted razón, eh…

    ¿Qué tan importantes son estas personas para Tae Tae?, ¿por qué se habían acercado en tan mal momento?; No tienen nada que ofrecerle a su hijo, y su hijo tampoco tiene nada que ofrecerles a ellos. Es por eso, que está convencida de que este encaprichamiento, es un abismal error que necesita remediarse, a la brevedad. Se lo ha dicho tantas veces, los corderos del mundo no están para mezclarse con las cabras. Los corderos son presas, y las cabras, se han tenido que convertir en depredadores para asegurar su subsistencia.

    —Kim. Kim Young Ae —responde con la malicia diluida entre verbos amables—. Te gustaría, Jeon, ¿charlar en algún otro lado?, sé de una cafetería preciosa por estas calles.

    Si Tae Hyung aún no entendía... Bueno. ¿No estaba ella allí para hacerle entender?

Piedad by William-Adolphe Bouguereau, 1876

05112021 | Love, Sam 🌷

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