07. Empirismo
Por Sen Takatsuki
SH Editorial
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«[...] ¡Pues yo busco el vacío, y lo negro, y lo desnudo!
Pero las tinieblas son también ellas lienzos
donde viven, brotando de mis ojos a miles,
seres desaparecidos de miradas familiares.[...]»
Obsesión, Charles Baudelaire
Vertido sobre el desolado... Existen días en lo que TaeHyung puede percibirse a sí mismo como una persona, de aspiraciones carnales y hasta cierto punto, patéticas; Es entonces cuando piensa, ¿qué es aquello que lo convierte en un ser humano?, ¿su piel?, ¿su cuerpo?, ¿su alma?
Hace frío. Incluso si es casi medio día, las brisas gélidas se cuelan desde debajo de las puertas, burlando incluso ventanas cerradas. No está nublado, a decir verdad, el sol parece estar dando su mayor esfuerzo para vencer la penumbra, pero nada es suficiente; nunca nada es suficiente para disipar aquella película gris, como fina capa de seda negra que envuelve su mundo, cada vez más oscuro y cada vez más asfixiante.
Se está lavando las manos de nuevo, como un alma desenfrenada que no puede controlar su propia respiración, afanosa, espesa. Rascando la piel del dorso con una fuerza furibunda, que termina por incitarlo a empeorar la faena. Escucha al agua correr, y cuando la filtración ya no es ni roja ni rosácea, se obliga a parar.
Piensa en la carta llegó esa tarde, pero no cree tener la fuerza suficiente para defender su destino.
Estas bien, ella está bien, yo estoy bien.
Acomoda las dos cajas. Y mientras enjuga su llanto sin tocarse la cara, termina de verter la arena para gato en ellas. Su mente, cansada y revuelta, musita toda clase de disculpas hacia la nada, sin embargo, de sus labios no sale el más mínimo sonido que no sean sollozos, o ahogos espontáneos de un pánico que a duras penas controla.
¿Por qué, cuerpo insano?, ¿por qué, mente necia?
¿Por qué no solo aceptas tu destino?
¿y mueres con ella?
Cuando termina de lavarse, observa sus palmas. Limpias... comunes, humanas. ¿Por qué no podía simplemente usarlas para acabar con su vida?, ¿por qué no podía usarlas para torcer su destino? Destrozar el huevo, así como Sinclair alguna vez lo hizo en su historia, aún si con ello tuviera que soportar a su viscoso interior tocar su piel en consecuencia; Sería tan simple, cultivar el valor en medio de la obscuridad, vencer a los miedos sin la necesidad de mirar a ese espejo, negro y profundo que yace bajo las costillas.
Pero no... las cosas nunca resultarían tan sencillas, un hombre que mata a su madre no puede huir hacia ninguna parte y mantener a ambos, cuerpo y alma, intactos. Un hombre que mata a su madre es peor que el demonio enfrentándose a un dios sin nombre, pues está seguro de que, de tener una, incluso el demonio veneraría a su progenitora con la devoción que un ser tan idílico merece.
¿Entonces eso lo convertía en alguien peor?
¿Qué era?, ¿Qué es?, ¿Qué sería?
Aprender, sufrir, llorar, la figura de su madre durmiendo en la habitación contigua le perturba. Y la observa: Sin duda es una bestia. Una bestia de piernas largas, que respira robándose el oxígeno del mundo. Que lo pudre con su mera presencia, que lo corrompe, lo mancha, óxido que se esparce en el metal húmedo, o tinta de vino que empapa la moral y luego niega responsabilidad alguna; como quien arroja la piedra y esconde la mano.
Toma las cajas y se aproxima a la habitación, con el corazón bombeando, constante, fuerte, aterrado. Su paso es silencioso, sus pies descalzos no hacen mayor ruido que una hormiga al caminar, pero su corazón traidor le está delatando. No pasa nada; Ella duerme. Ella duerme y no despertará. No despertará para juzgarle con esos ojos que tanto odia y a la vez venera; Pero entonces, cuando está decidiendo si soltar las cajas o arrepentirse de sus intenciones, la miel del demonio se posa sobre su cuerpo, a manera de mirada pétrea, impasible y distante; mientras termina de enviar ese metálico dolor en las sienes por el solo terror.
Se queda muy quieto. Esperando su palabra. Pero, cuando los verbos no llegan a sus sentidos, se pone en marcha.
Con la ligereza de un enfermo suelta las cajas, dejando que un sonido sordo se estampe contra la alfombra; y la toma del cuello, presionando su cuerpo contra la cama. Ella despierta en el mismo instante en el que él la toma, mientras en un acto reflejo, mantiene ambas manos en las muñecas de TaeHyung. Ella no puede hacer más que proferir un chillido indigno y desoxigenado. Está siendo atacada y no tuvo tiempo de nada. El engendro había sido mucho más rápido.
Forcejea durante un rato, hasta que un hormigueo extraño llega hasta sus dedos. Entonces la fuerza en sus brazos disminuye. Un hilo de saliva fluye desde la comisura de sus labios, hasta bajar a su barbilla, en señal de desesperación, los ojos inyectados en sangre y la quijada tensa que no puede abrir por más que lo intenta. Logra alcanzar uno de sus floreros en su buró, lo toma con seguridad y lo revienta en la cabeza de su hijo. No ha resultado, no ha logrado más que crear un ligero dolor en el hombro al muchacho, sin embargo, su agarre no cede. TaeHyung puede sentir poco a poco cómo la fuerza de su agarre disminuye, paulatino, así como paulatinamente los girasoles caen después del ocaso. Así como las hojas muertas besan con parsimonia el piso, antes de creer en la promesa de que se convertirán en parte de una misma tierra.
Está muerta.
Lo has logrado.
Ahora eres libre.
—¿Terminaste? —pregunta YoungAe en un dulce susurro. Su voz es somnolienta, cansada, ronca. TaeHyung está de pie, a tan solo unos pasos de la cama de su madre. La observa levantarse con profunda tranquilidad, mientras su cabello húmedo se despliega por todos lados, hebras largas y aciago cabello lacio que parecen cadenas de locura y perdón, que abrazan sus hombros hasta llegar a su cintura y que están allí para coronar lo atroz de una mente enferma.
TaeHyung aproxima sus pasos descalzos que hacen ceder a la madera en los tablones. Sus manos tiemblan desde los hombros hasta la punta de los dedos, pero quiere convencerse de que es a causa del mal clima y no a una cobardía internalizada que ya no puede arrancar de sus entrañas. De nuevo había caído en ilusiones oníricas. Su corazón excitado galopa tendido, bajo sus costillas, la sangre le llega a las sienes y la boca seca le provocan un carraspeo casi involuntario.
—...Sí —contesta, con el temple falsamente seguro. No puede creer lo que sucede. De nuevo es víctima de sus sueños y deseos reprimidos. Cobarde, tonto, estúpido y malvado hijo que no puede acceder más allá de lo que el hipocampo resguarda.
—Estupendo —exclama ella, esbozando una sonrisa preciosa en el rostro. Ojos ambarinos que otorgan calma... Y palabras dulces que abrazan el alma herida. Una muñeca torcida y dos brazos extendidos en el aire que se ofrecen a darle cuna—. Hoy vamos a estudiar.
—¿Saldrás a...? —exclama el engendro, mientras asienta las cajas debajo de la cama y se tira a sus brazos —¿buscarás más juguetes?—. Ella lo abraza, lo protege. Podrá incluso convertirse en hombre, en anciano... pero en los brazos de su madre será siempre un niño. Porque cuando está rodeado de albúmina, olvida su vida; cuando está rodeado de albúmina, olvida sus aspiraciones, sus sueños... y también su individualidad. Cuando está rodeado de albúmina, es solo este feto dependiente de una madre dispuesta a darlo todo por él. Y cuyo deseo fortuito, cambiante y caprichoso de que viva, es de hecho la única razón por la que sigue respirando.
—No, hoy no. Será hasta dentro de dos días, cuando las aguas se calmen; otra de las lecciones que tienes que recordar siempre... Tirar la cuerda no es sinónimo de buena pesca. En ocasiones, esperar es hacer honor a la prudencia; esperar es la manera más digna de actuar ante el peligro y lograr el cometido. Llegará un tiempo en que lo entiendas, en que lo aceptes. —Ella se recarga en el camastro, arrugando la seda en su camisón cerúleo. Extiende con mucha lentitud los dedos hacia el pómulo húmedo de su hijo; y le otorga una caricia aterciopelada—. ¿por qué sigues teniendo estos aquí? —exclama, mientras señala y presiona nuevamente un par de cardenales en sus mejillas. TaeHyung se queja un poco, pero la deja ser, encogiéndose de hombros. Estuvo ocupado toda la tarde, no tuvo tiempo de tomar el maquillaje y cubrir sus malestares—. Deja de ser tan descuidado por una vez en la vida, niño.
TaeHyung disimula un respingo, mientras siente el corazón en las sienes. Ella lo está tocando, sin maldad. Es más una caricia, un contacto dulce, suave... pero su mente ha olvidado cómo diferenciar entre una caricia y un rasguño, entre un beso y un golpe. ¿Qué es amor y qué es dolor?, ¿cuál es el blanco y cuál es el negro? Es como una dislexia intrínseca, en la que no sabe diferenciar cuál es la derecha, cuál la izquierda, cuál muñeca estaba rota y cuál yace completa. ¿Cuál caja está llena y cuál está vacía?
—Me duele. No soporto mirarlos... —exclama, dubitativo, eludiendo el tema de los moretones— tenías razón, los ojos son la peor parte.
Entonces le presiona suavemente contra sí misma.
—En mis brazos te sentirás mejor... ah, mi pequeño niño podrido... —exclama ella, mientras aprieta su cuerpo, como si fuera un pequeño asustado por un rayo. TaeHyung se deja tomar, pero en realidad, por dentro, está temblando. Había probado, en ilusiones cómo sería matarla en un momento como este... pero se había acobardado si bien la miró a los ojos. ¿Cuándo le perdería el miedo a esa miel pasada?, ¿Cuándo lograría acabar con ese corazón que ahora le cantaba al oído una melodía insurrecta?
—¿Tengo permiso de preguntar? —exclama, dubitativo, mientras siente como ella juega con su cabello.
—Sí, lo tienes...
—¿Qué harías si yo no fuera lo que tú esperas?; ¿Me matarías sin dudarlo, así como les haces a ellos?
Ella guarda silencio. ¿Podría simplemente decirle que sí? Que le odiaba, así como odiaba todo cuanto habitaba en el mundo, que despreciaba la existencia y la vida que venía consigo; pero se limitó en aquella ocasión, quizá por desinterés, o quizá fuera porque, si exclamaba aquello, al final su verdad se convertiría en mentira y sus mentiras saldrían a flote como verdades.
—Tienes que regresar a clases. No quiero gente buscándote por todos lados —Entonces ella lo echa de la cama. Lo empuja hasta sacarlo, lejos de su presencia. Está harta. Lo quiere lejos, o muerto, no importa.
—No tengo a nadie que pueda interesarse en buscarme—exclama TaeHyung. Quisiera poder decir que aquello es una mentira para que su madre olvide la estúpida idea de vigilar las escuelas y los callejones en busca de una diversión perversa. Quisiera decir que es una mentira heroica que le ayuda a proteger a sus amigos, pero...
—No me voy a arriesgar.
No... no es una mentira. Ni mentira grande, ni blanca, ni torpe. Él no tiene a nadie, nadie le espera y nadie le tiene presente. Ni siquiera ese muchacho por el que daría la vida y la moral en su piel de ser necesario. ¿Por qué se molesta en intentar proteger a quien ni siquiera nota su existencia? Proteger amigos que ni siquiera tiene, ¿no era aquello demasiado estúpido?
Allá afuera, en donde el mundo acontece sin tomar en cuenta sus necesidades particulares de afecto o atención, nadie parecía lo suficientemente interesado en él. Y TaeHyung no consideraba que la fuerza albergada en su existencia, fuera suficiente para defender aquello a lo que ilusamente llamaba su vida.
—Entendido... —responde. No sabe si está resignado, o simplemente esa despreciable actitud sumisa y patética está saliendo a flote de nuevo. No sabe si realmente entiende, o si solo está cansado y no quiere la confrontación que el no entender conlleva... tampoco se da el tiempo de averiguarlo. Matar no es tan simple. En eso había fallado al heredarle. Se sintió atrapado entre sus brazos. El corazón palpita incesantemente, pero su pecho, el de esa mujer demonio, parece un cementerio pétreo. Son sus oídos quienes resienten la naciente ansiedad. Por eso, dispuesto a cumplir de nuevo con su voluntad, da la media vuelta para poner en orden lo que fuera que necesitaría para volver a la deplorable vida que le esperaba.
—Y Tae, pequeño... —exclama ella, mientras señala un pequeño sobre con el nombre del destinatario "para Kim TaeHyung", con las uñas cuidadosamente recortadas. Toma el papel entre las manos y lo rompe en miles de pedacitos que parecen caer, como hojas de otoño sobre su regazo. TaeHyung sabía con exactitud lo que sucedería cuando ella se diera cuenta, pero... ¿qué más podía hacer? Pensó que más tarde, cuando ella durmiera, o saliera a "cenar" podría tomar los retazos y unirlos para recibir su mensaje. Pero entonces ella reunió los pedazos y los remojó, así todos juntos, en el agua de su florero. Era tan obvio... —: No tienes permitido recibir cartas.
Si le había permitido regresar a la universidad, la carta era lo de menos.
✎25082020
Love, Sam 🌷
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