Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Antes

Allí, en el Hueco, no se escuchaban gritos ni últimos alientos.

Todo era tan silencioso que la duda de si realmente existía o no, si alguien habitaba más allá del polvo y los pecados, revoloteaba entre toda aquella nada. Cualquiera que no lo hubiera cruzado, apostaría por ello a ciegas. Pasando el Abismo, aquel precipicio que el Hueco tenía como entrada, en lo más profundo de él... estaba ella, condenada por la eternidad. Postrada en su lecho, los grilletes la mantenían prisionera en su propio reino, culpable de unos crímenes que no recordaba ni deseaba hacerlo.

Así había sido, así era.

Así había sido, así era.

Así había sido, así era.

Ellos lo sabían, así lo habían dictado.

Entonces, el aire corrió hacia sus oídos con los susurros de una visita inesperada.

Reconoció al instante de quién se trataba, incluso antes de notar al completo aquella energía poderosa y vetusta.

Saboreó la avaricia y la ira que ondeaban con reciedumbre alrededor del Celestial, como si de un trago de agua se tratara. Mejor que eso.

Se incorporó de su trono con tanta tranquilidad y tan en silencio que no perturbó ni la última de las siete cadenas petrificadas en la ceniza acumulada por el paso del tiempo alrededor de ella. Enfundada en aquel vestido negro y eterno, su rostro se mantenía cubierto por un velo transparente igual de oscuro e igual de antiguo. La arena roja del Hueco tembló antinaturalmente cuando ella comenzó a arrastrarse hacia el Abismo.

Los raukos, pequeños y desagradables bichos demoníacos con aspecto reptiliano creados a raíz de la viscosa oscuridad, seguían a su dama en su viaje hacia ese punto intermedio que los Celestiales jamás se atrevían a cruzar. A pesar de no haberla usado en una temporada, recordaba su destreza para introducirse en los diálogos internos de quienes albergaban pecados repletos de suculentas culpas, pero por alguna razón no pudo leer la de Thalion, el Celestial de la Fortaleza.

Aquello que lo alteraba, también sacudía la orilla a la que se acercaba.

—¿Qué buscáis, Celestial?

Se detuvo para escuchar al guardián del Abismo: Del Gurth.

—Busco al Hueco —la grave y poderosa voz de Thalion zarandeó el grillete de la avaricia que estaba clavado en su columna.

Con el tiempo, se le había atribuido el mismo nombre que al lugar de su prisión. El Hueco era aquel destino silencioso, causante de las pesadillas de muchos, y al mismo tiempo también lo era ella misma.

—Aún queda mucho para el próximo purgatorio. Conocéis las reglas. No hay purgatorios individuales —el guardián, un esquelético jinete repleto de bultos de oscuridad, estaba preparado para echarle.

—No he venido a purgarme.

La séptima cadena volvió a sacudirla y sus párpados quemaron cuando abrió dos de sus cuatro ojos por primera vez en demasiado tiempo.

El Celestial de la Fortaleza no parecía querer darse por vencido, porque siguió hablando.

—Vengo a hablar con Eresea, no con su guardián. Abrid el Abismo, Del Gurth.

El Hueco tembló cuando escuchó el verdadero nombre de su reina.

Eresea miró en dirección a Thalion y pronto una espesa e inquietante niebla ondeó entre ellos. El Celestial se quedó tan quieto que apenas notó cómo el guardián se arrodillaba con su llegada. No importaba cuánto tiempo hubiera estado inmóvil sobre el trono, porque su sola presencia desprendía tanto poder que ni siquiera una de las Virtudes Capitales pudo resistirse a hincar la rodilla en la arena roja del Abismo.

Thalion hizo acopio de todo su esfuerzo para evitar abrir la boca con asombro cuando finalmente ella se mostró justo delante de él.

Era tan hermosa como terrorífica.

Jamás la había visto tan cerca. En cada purgatorio, el Hueco permanecía al otro lado del Abismo, atada a su lecho. Eresea contenía cada uno de los pecados de los que los Celestiales se deshacían, cada uno de los pecados que los terrenales abarcaban al morir. Cuánto más poder encerraba, más prisionera se volvía.

Su condena la obligaba a olvidar cada vez.

Lo observó a través de la fina gasa del velo y se fijó en la escasez de brillo en su piel.

¿Por qué no había recurrido al purgatorio si los pecados que rodeaban su alma habían acabado con el resplandor de su pureza?

—Idos, Del Gurth.

El Hueco tiritó de nuevo por su energía. Thalion se estremeció ante su tono, que había sonado tan irreal que por un instante pensó que había sido producto de su locura.

El guardián se esfumó tan rápido como su reina terminó de pronunciar la orden.

—¿Qué buscáis, Celestial? —Eresea repitió la pregunta, con mucho cuidado. No pudo evitar pensar que Thalion era la viva imagen de la fuerza. Jamás había visto a un Celestial antes.

Tardó en dar en sí, aparentemente absorto en sus propios pensamientos.

—Quiero proponeros un trato.

El séptimo grillete tiró de ella hacia atrás cuando la Avaricia se acentuó en sus palabras.

—Necesitáis ser purgado, Celestial de la Fortaleza —respondió en su lugar.

—No, no lo necesito.

Su altura superó a la del Hueco cuando se puso de pie. Eresea despegó el descanso de sus manos en su estómago ante el desafío. Nadie se alzaba por encima de la reina, jamás. Thalion tensó su enorme cuerpo cuando vio aquellos afilados dedos echar hacia atrás el velo que la ocultaba parcialmente, pero que a él le servía cómo capa protectora para todo el coraje que necesitaba reunir para hablar con ella. Los dorados ojos del Celestial se quedaron anclados en aquel hermoso y puntiagudo rostro de cuatro ojos. No encontró sus pupilas, solo unos blancos y vacíos orbes. Según sabía, aquel no era su único aspecto.

—¿Osáis desafiarme, Thalion, Celestial de la Fortaleza? —Una peligrosa sonrisa se extendió en sus finos labios. Una de las cadenas clavadas en su cadera, la de la lujuria, se estiró con la reacción inmediata del general de Los Cielos.

—Vengo a proponeros un trato, Hueco —gruñó él. Ella entró en su juego y comenzó a moverse a su alrededor con un paso lento y meditado.

—¿Qué puede ofrecerme una Virtud Capital que no enloquezca a las otras Virtudes?

—La libertad.

Eresea se detuvo detrás de él. El vacío que estaba en el lugar de su alma comenzó a cambiar de forma. El Celestial tuvo el valor de voltearse para verla, pero casi cayó de vuelta a la arena roja cuando la sorprendió con su nuevo aspecto.

Una calavera le devolvía la mirada.

Aun así, continuaba siendo ella, el Hueco.

—¿La libertad? 

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro