Capítulo 8: Pérdidas
En la mañana de enero de 1945, se podía vislumbrar en una habitación de madera de abeto, una mujer de edad adulta ocupando en una cama, esta a su vez al estar apuntando hacia el borde del sitio decide darse la vuelta, y al palpar la mano sobre un lugar vacío en la cama se despierta, mira con disolución, y murmura:
—Oh Jerry..., te extraño—a continuación la mujer se levanto de la cama sin quitarle la vista a la parte vacía de esta, al instante que se termino de vestir se encaminó a bajar las escaleras y de inmediato se encontró con un niño de dudosa edad, al pie de las misma que le dijo:
—¿Te encuentras bien madre?—el niño mostraba una cara de sufrimiento pero a su vez de empatía.
—Vuelve a dormir Tommy, todo esta bien—la madre decía el contrario de lo que su tez mostraba la cual era un sufrimiento, tratando de mentirle al infante.
—¿Y papa, sigue perdido?—la mujer no podía sentir mas que una fuerte sensación de ansiedad y melancolía.
Ante esto la mujer se encamino hacia él con un intento de sonrisa fingida, y lo abrazo, al tenerlo en sus brazos dijo:
—Esta bien, lo conseguiremos—al mismo tiempo la mujer le acaricio la cabeza suavemente.
Luego de un rato se podía ver a la mujer con una vestimenta pulcra de color caoba, yendo en dirección a su auto marrón. Al ella caminar hacia él, diviso una abolladura. Al verla la tanteo con el dedo índice, al mismo tiempo le trajo imágenes vividas de la horda de gente con mascaras, el auto en llamas, su esposo siendo arrastrado y la nieve a montones. Al recordarlo le vinieron unos escalofríos punzantes, que le arrebataron la compostura y decidió mirar a otro lado. Finalmente se subió al vehículo y se fue de allí.
Mas tarde se pudo ver a la mujer sentada dentro de un cubículo de oficina teñido de gris igual que otros en la misma sala. El olor a humedad, y el frío eran prominentes. Ella se encontraba mirando detenidamente hacia un teléfono a un costado de la misma, su semblante presentaba una significante preocupación. Sus ojos estaban mas que abiertos atentos a un solo lugar. El único ruido que se apreciaba eran las luces fluorescentes sobre su cabeza.
Mientras que los ojos de ella empezaron a reflejar una mirada de deseo, esta comenzó a recaer en una especie de hipnosis, que a su vez, la sacaba de su alrededor con ideas y emociones descabelladas. Sorprendentemente una voz la trae a su ser:
—¡Margaret!—era un hombre con vestimenta formal, y una expresión para nada complacida con el momento ni a gusto con lo que veía.
—¿Si?—de forma oportuna Margaret aparto la vista del teléfono, y se dirigió hacia el uniformado, el cual replico:
—Llevas ya muchos días comportándose de forma anormal, creo que deberías descansar un par de días—su voz se apreciaba preocupada y un poco alterada, la única respuesta de Margaret fue:
—Me encuentro bien, solamente me mantengo trabajando igual que el resto de los demás dias—su voz serena se mantenía al ras del sonido del alrededor, el hombre con poco esfuerzo se acerco mas al cubículo de la mujer y dijo en voz baja:
—Lo lamento mucho por lo que estas pasando, se que encontrar a tu esposo no es fácil, también me toco soportar lo mismo con mi hijo hace años—mientras hablaba Margaret se volteo a ver, sintiéndose identificada con el hombre que prosiguió:
—Se que cada segundo te quedas esperando la llamada de la policía diciendo de que por fin lo encontraron, pero la linea sigue colgada, y tu solo esperas, y esperas—al decir esto, la mujer susurro:
—Gracias, pero no necesito tu compasión, de verdad—en el fondo, ambos sabían que las palabras de Margaret eran falsas pero el solo pudo responder con una sonrisa pequeña pero compasiva.
—Si necesi...—decía el hombre al instante de que Margaret lo interrumpió diciéndole:
—¡Dejadme en paz de una vez!—Margaret prosiguió por golpear con fuerza el escritorio, que un lápiz reboto y cayo junto al hombre, que viendo el asunto dijo:
—Esta bien, tómatelo con calma, a la final no todos tenemos la misma paciencia—el hombre opto por huir de allí disgustado, mientras que la mujer veía como había quedado su escritorio.
Luego esta al levantarse de la silla, teniendo en cuenta que los cubículos estaban al ras de los hombros, Margaret se percato de todas las miradas que se posaban sobre ella con indiferencia absoluta.
—¡¿Que están viendo?!—exclamó ella, a lo que la multitud se quedo mirándola, y Margaret al no contar con una respuesta continuo por recoger su bolso e huir de allí también.
Ni un minuto mas ni un minuto menos, la mujer baja al sótano del complejo. Con bolso en mano se interna en su vehículo, al yacer en el asiento del copiloto ella se desmorono hasta tal punto de propiciarle un puñetazo a la guantera, que esta se abrió al instante. Lo que salio de ese compartimiento le cambio la tez a Margaret, lo que vio fue un revolver gris, reflejando en parte la luz de los tubos fluorescentes del estacionamiento.
La luz que reflejaba el revolver llegaba parcialmente a un costado de la cara de Margaret. Ella a su vez, solo pensó en una sola cosa, quitarse la vida. Movió su mano de forma vertiginosa hacia el arma, al tocarla, levanto lentamente el frío revolver de la guantera, sosteniéndola de forma que ya apretaba el gatillo. A ella le temblaban las manos no por lo que iba hacer, sino por el frío y el ruido en seco que acabaría con su vida. Se fue llevando lentamente el arma hacia su pálida semblante, a lo que también tubo la oportunidad de derramar una lágrima por su mejilla, la cual salpico el metálico revolver.
Al ya estar el arma en su boca, lo único que podía hacer era jalar el gatillo. Hasta que de repente, un teléfono se hace escuchar dentro del estacionamiento. La mujer se ve sorprendida por esto y decide bajar el arma, y así sin mas, se escabulló del auto y corrió hacia el teléfono incrustado en la pared. Margaret descolgó el comunicador con cable que salia de la maquina y al ponerlo en su oído una voz sonó:
—Mrs. Lock?—preguntó una persona con una voz poco áspera de hombre.
—¿Que quiere?—dijo Margaret.
—Encontramos a su esposo—las mejillas de ella se bañaron de nuevo en lágrimas.
—Venga a la comisaria, su esposo le espera allá—el hombre al teléfono mencionó otra vez.
En este instante la mujer colgó el teléfono, recompuso su actitud dando un respiro y se interno otra vez en el auto, solo que ella estando allí se quedo mirando fijamente el revolver, mientras sentía un escalofrío que recorría lentamente su espalda y la dejaba sin aliento. Giro las llaves del auto y arranco el mismo por las vertiginosas rutas del estacionamiento hasta salir a la superficie, afuera del complejo ya estando en el atardecer.
Cuando llego Margaret al sitio acordado se estaciono en una de los espacios para aparcar ocupados por la policía, que la jefatura se apreciaba casi baldía. Al ella abrirse paso por las puertas de vidrio y cruzar el umbral se percato de un oficial joven, con un peinado muy formal, estando detrás de un escritorio de caoba siendo iluminada por una lampara de oficina, él también tenia una semblante monótona.
—¿Si ciudadana?—dijo el oficial detrás del escritorio, a lo que Margaret se detuvo y fue hacia el con una desesperación en los ojos.
—Vengo a buscar a mi esposo, ¿Jerry Lock?—preguntó conmocionada Margaret, posándose sobre el escritorio.
—Si, es por allá, un agente lo tiene retenido en una oficina—prosiguió el oficial por mirar mas allá del escritorio y apuntar hacia la intersección que había de pasillos todos iguales.
—Gracias—al Margaret decir esto se precipito hacia el pasillo olvidando por completo al policía.
De forma casi sincronizada el oficial detuvo sus tareas sobre la mesa, y sigilosamente fue siguiendo los pasos de Margaret por el pasillo y eventualmente hacia la habitación al final del mismo, sin que ella se diera cuenta. La mujer al pararse en el umbral de la oficina entre ventanas con persianas americanas, no se percato de la presencia de el joven oficial, que este mostraba una tez enfermiza como si se tratase de un psicópata.
Y sin pensarlo dos veces, Margaret se abrió paso por la puerta de la oficina al igual que hizo con la de la entrada. Al llegar allí se percato de algo misterioso, la oficina estaba vacía a excepción de otro policía con una semblante picada por la mitad debido al efecto de la luz natural que emergía de la única ventana abierta del lugar. La única respuesta de ella fue fruncir el entre cejó, se dio la vuelta y al ver al policía joven, este de forma magistral le estrangula el cuello y por ende, con la otra mano provista de un paño bañado con presunto formol, y el joven le corto el único medio para poder respirar, al mismo tiempo que una voz resuena al interior de la oficina:
—Ya te daréis cuenta de tu destino atroz sin nosotros, Margaret, por que tu estarás esperando a reunirte con tu cónyuge en la otra vida—ella prosiguió por perder el equilibrio y dejarse caer al suelo, no sin antes de quedarse en los brazos del oficial con una cara espeluznante que reflejaba placer al hacer su trabajo.
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